14.- Tormenta de colmillos

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Rose tragó.

El líquido oscuro, espeso y nauseabundo descendió por su garganta y lo sintió arder. Desesperada luchó por respirar pero una nueva oleada de sangre llenó su paladar y tuvo que volver a tragar. Una... y una y otra vez. Bocanada a bocanada, trago a trago de muerte, mientras los ojos de esmeralda de la vampiresa la embebían con una mirada casi lunática. Amaury gritaba detrás pero era un sonido tan lejano que bien podría pertenecer a otra dimensión ajena a su realidad. 

Se sintió desfallecer cuando una nueva oleada de líquido rojo bañó su boca y asqueada se obligó a volver a tragar. La mano sobre su cuello la obligaba a mantener la boca abierta y la apresaba contra la pared y la sangre no cesaba de manar de la herida abierta de la muñeca de la inmortal. Mareada sintió el hilillo húmedo que descendía lentamente por su barbilla y la mirada febril de la vampiresa siguiéndola. Se inclinó y la lamió suavemente con una medio sonrisa escalofriante que hizo estremecer a Rose. Aquella lengua húmeda, fría y áspera contra la calidez de su piel humana.

Y entonces algo calló sobre ellos. Por el rabillo del ojo Rose tan solo distinguió una sombra de cabellera dorada abalanzarse contra ella a velocidad vertiginosa. Sin poco más que una mueca de molestia la vampiresa hizo una floritura con su mano ensangrentada y mandó volando al atacante contra la pared de enfrente. Golpeó de lleno contra el muro entre un amasijo de telas y crujido de huesos rotos. Aliviada al sentir la boca libre, Rose tomó una larga bocanada de aire mientras trataba desesperadamente de desembotar sus sentidos y ser consciente de lo que estaba ocurriendo. Solo entonces volvió a fijarse en la figura desmadejada sobre el suelo que entre gruñidos de dolor y el crujido de huesos rotos comenzaba a moverse. Y gritó al reconocerla.

-¡CECIL!

Al escuchar su nombre el vampiro rubio volvió a ponerse en pie dificultosamente, mientras se iba a recolocando los huesos rotos entre desagradables chasquidos, y le dedicó una pícara sonrisa que no logró enmascarar su mueca de dolor. 

-Buenas noches, pequeña rosa, lamento la tardanza. Unos pequeños aunque muy molestos problemillas sin importancia nos han entretenido.- al hablar echó una furiosa mirada de reojo a Amaury, una mirada gélida en la que ardía una ira helada y poderosa. Rose nunca había visto al inmortal enfadado antes pero era un panorama digno de temer.

Sin embargo, su corazón se vino abajo al ver el estado en que había quedado el vampiro tras el golpe. Aunque sus huesos habían regresado a su lugar y se habían vuelto a soldar su aspecto por lo general pulcro se había venido abajo. Su camisa de seda lavanda colgaba hecha jirones de sus pecho desnudo y sus vaqueros preferidos estaban rasgados a la altura de las rodillas y salpicados de sangre fresca. ¿Qué clase de poder tenía aquella loca vampiresa pelirroja para dejar a su guardián en aquel estado con un solo ademan de mano? Se estremeció al imaginar la magnitud de aquel poder.

La vampiresa apenas le dedicó una mirada desdeñosa a Cecil, como quien mira a una mosca particularmente molesta, antes de volverse de nuevo hacia Rose. La muchacha bajó la mirada hacia el antebrazo ensangrentado de la mujer y no pudo evitar que un suspiro de alivio escapara sus labios al ver que la herida había cicatrizado por completo, dejando en su lugar un reluciente tramo de piel. Pero el alivio no duró mucho al ver como volvía a llevarse la muñeca a los labios y de un mordisco sus afilados colmillos volvían a rasgar su carne. Rose dejó escapar un gemido ahogado de puro terror.

El Hilo RojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora