42.- Secretos a orillas del Éufrates

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Rose colgó el teléfono con una sonrisa. En sus oídos aún resonaba el eco de la excitación de su mejor amiga cuando le había relatado los detalles de su recién descubierto romance. Sophie casi había estallado de la emoción, su risa tonta contagiosa cuando Rose había descrito el amor, y los besos, con sabor a helado de fresa.

Se dejó caer sobre la cama y le sonrió distante al juego de luces y sombras sobre el techo de su habitación. Nadó en aquel sentimiento efervescente que la hacía sentir liviana e incorpórea. Era dichosa. Y se alegraba de poder compartir con su amiga aquella felicidad.

Aunque al principio le había resultado extraño dar voz a aquellas descarriadas emociones. Después de todo, ambas era completas novatas en eso del amor. Nunca se habían interesado demasiado por el sexo opuesto y Rose no estaba muy segura sobre cómo abordar el tema. Su preocupación había sido en vano. Como siempre, todo era natural con Sophie. Y antes de darse cuenta estaba compartiendo cada uno de los detalles de cada uno de sus sentimientos.

Tristemente, la historia de amor de su amiga no era igual de brillante.

Rose se puso en pie y caminó por su dormitorio pensativa. El chico sobre el que le había hablado Sophie... la había rechazado, alegando que no tenía tiempo para el romance, que no podía compaginar una novia con sus estudios universitarios. En opinión de Rose era un soberano idiota. Cualquier persona que no viera que bien valía la pena sacrificarse por Sophie lo era.

Bien es cierto que Rose no era ninguna experta en el amor, pero en su escasa e ingenua experiencia era un sentimiento tan grande que no entraba en la razón, que arrasaba con el sentido común y no dejaba lugar al arrepentimiento. Jun siempre encontraba tiempo para ella. Y le costaba imaginar que ese hecho universal fuera a cambiar cuando empezara el nuevo curso escolar.

El nuevo curso... su primer año universitario. Apenas si quedaba un mes para comenzar aquella nueva etapa de su vida, pero se le hacía tan extraño y lejano como si se tratara de un futuro alternativo, de otro tiempo en otro espacio para otra Rose.

Pasó la mano distraídamente sobre la superficie del escritorio. Pensó en todas las horas que había dedicado allí a estudiar para los exámenes finales. Recordó la pequeña fiesta de tres con que Sophie, Josh y ella habían celebrado la graduación. No había tenido tiempo para pensar que ahora seguirían caminos separados, en la misma ciudad pero carreras distintas. Ya no compartiría cada día de su vida con sus inseparables mosqueteros. Había estado tan emocionada con despedirse del instituto y empezar lo que ella consideraba su vida adulta que no se había parado a recapacitar sobre lo mucho que echaría de menos sentarse a diario junto a Sophie o escuchar los interminables discursos de Joshua. De pronto se sintió nostálgica y un poco triste, más cansada y madura de lo que había sido al inicio de las vacaciones de verano. Tantas cosas habían cambiado... y a la vez nada era tan distinto. Salvo, tal vez, la misma Rose.

Sus dedos se encontraron unas ajadas tapas de cuero. Sobresaltada bajó la vista para encontrarse con los lomos de un viejo diario. Lo sacó, recordando vagamente haberlo guardado a toda prisa bajo el escritorio lo que parecía un lejano día de otro verano, aunque apenas si habían pasado unos pocos días.

Suspiró, acariciando la piel desgastada, consciente de que su subconsciente lo había ignorado a propósito, demasiado ocupado con la felicidad mundana. Pero ahora que lo tenía entre las manos no podía cerrar los ojos y olvidarlo. No podía obviar la realidad de que una vampiresa milenaria deambulaba por las calles de su ciudad, las mismas que pisaban los pies de Jun, Josh y Sophie a diario.

Se preguntó que tramaría. Había estado tan segura de que volvería tras ella... pero hasta ahora nada... solo silencio... un silencio sobrenatural. Como si aquella lejana noche en el cementerio no hubiera sido más que un sueño. Aquel silencio la inquietaba, más con cada día que pasaba. Era el silencio de los muertos.

El Hilo RojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora