24.- El gato sobre el tejado

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Echó a correr con todas las fuerzas que le permitían sus piernas. Sentía el tirón de los músculos de sus muslos mientras los instaba a acelerar. La sensación era molesta pero no tanto como el puño frío de miedo que se había aferrado a su garganta, podía sentir sus dedos helados extendiéndose por su cuello, trepando hacia su nuca...  Cada vello de su cuerpo erizado de puro terror, una premonición de desastre. Si se paraba, si no era lo bastante rápida, si la atrapaban... la muerte sería la más misericorde de sus opciones.

Era la primera vez que comprendía que el miedo tenía sonido. Pero lo tenía. Era el latido desbocado de su corazón en la garganta, el silbido del viento contra sus oídos, el molesto zumbido de ideas en su cabeza. Estaban allí, venían tras ella, no necesitaba verlos para reconocer su presencia. Los Limpiadores... arrastraban con ellos un halo de vacío más terrorífico que el de la propia muerte. Porque ellos se encargaban de eliminar toda evidencia de aquello que no debería existir. Y ahora para ellos era ella, era Rose, la que no debía existir. 

Necesitaba correr, huir, desaparecer de allí lo antes posible. ¿Pero sería lo suficientemente rápida? La última vez había necesitado una caída de cinco pisos para conseguirlo pero ahora estaba al ras del suelo.  ¿Dónde estaban los poderes vampíricos cuando los necesitaba? ¿Se había agotado ya el poder que le había otorgado la sangre de Inanna? No, seguía allí. Sutil, se había acostumbrado a su presencia, pero continuaba suavemente en su interior. Podía sentirlo. En sus piernas que la propulsaban hacia delante cada vez con más fuerza y sin dificultad, en los músculos que no se cansaban, en su respiración rítmica y acompasada pese a la carrera... Estaba haciendo un ejercicio superior al que acostumbraba, uno por el que debería estar resoplando con dificultad, pero allí estaba tan fresca, corriendo como si hubiera nacido para ello. Y estaba segura de que podía correr más, más rápido, para alejarse de Ellos lo antes posible... Pero las miradas a su alrededor la detuvieron. 

Estaba corriendo demasiado deprisa- comprendió- Un poco más aprisa de lo que haría una persona normal. Un poco más y la mandarían a las Olimpiadas si no se convertía en noticia de primera plana antes: "Loca supersónica asola las calles de la ciudad". Debía bajar la velocidad si no quería llamar demasiado la atención. ¿Pero y si lo hacía  y la atrapaban? No se atreverían a hacerle nada mientras estuviera en una calle poblada. ¿Pero podía confiar en ello?

Dio la vuelta a una esquina a toda velocidad y se internó en un callejón estrecho y vacío. Nadie a la vista. Se preparó a correr con toda su voluntad. A lo lejos una sombra le cerró el paso. Alzó la vista sobresaltada. Al otro lado de la callejuela un hombre joven se acercaba a ella. De mediana estatura y atlético, rubio, con un ligero bronceado, vistiendo un sencillo atuendo de vaqueros, camiseta blanca y deportivas. No había nada fuera de lo común en él y sin embargo Rose sintió un profundo terror completamente incoherente al contemplarlo. Era uno de ellos, un Limpiador. Tenía el aspecto de cualquier humano corriente, sino fuera por su acusado sexto sentido no se hubiera percatado de su verdadera naturaleza.

Pero ahora le urgía otro problema. ¡Estaba atrapada!  Con una sonrisa deslumbrante el hombre se dirigía hacia ella, sin prisa pero sin pausa, con toda naturalidad, como un depredador que se sabe vencedor, que reconoce a su presa acorralada. Y si volvía hacia atrás los Otros estarían esperándola.

Buscó rápidamente una salida. Sus ojos se movieron desesperados analizando todas sus opciones. No había nada en aquella callejuela que le pudiera ser útil, estaba completamente vacío. Parecía que desviarse de las calles concurridas había sido un craso error. Si desaparecía allí, ¿quién se daría cuenta?

Desaparecer... la palabra le provocó un escalofrío. Aquel sería su destino si no lograba escapar de aquella situación. Desaparecer. Puf. Volverse aire. Como si nunca antes hubiera existido, no quedaría rastro de su cuerpo; ni una onza de su carne, ni un mililitro de su sangre ni una punta de su cabello para identificarla, para poder dar fe de su existencia. Aquel era el modus operandi de los Limpiadores, simplemente hacían desaparecer lo que nunca debería de haber existido. Al menos la muerte dejaba un cuerpo atrás.

El Hilo RojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora