59.- De muerte y vida

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No supo como lo había hecho pero tampoco tenía tiempo de pararse a pensarlo.

Su cuerpo se movió por voluntad propia y en un segundo estaba a la entrada de la bocacalle y al siguiente surcaba el aire. De pronto sostenía a Noir entre sus brazos y al próximo había escalado hasta el tejado con la imposible agilidad de Neo en Matrix.

Y ahora corría por la azotea con una velocidad vertiginosa, rozando en lo imposible.

Como un depredador que acecha a su presa, Rose sabía instintivamente que el hombre, el asesino, no tenía posibilidad alguna.

Lo hubiera reconocido en cualquier parte aunque no lo hubiera visto nunca antes. El vello erizado, el sabor metálico del miedo. Un Limpiador. ¿Pero cómo había llegado allí? ¿No habían dicho los magos que estaban descatalogados? ¿No se habían hecho cargo de ellos? ¿Aún quedaba alguno más  suelto? ¿Y por qué atacar a Noir, una criatura mágica?

Las preguntas volaban por su cabeza a toda velocidad mientras acortaba la distancia que los separaba.

Cuando el Limpiador saltó al tejado de enfrente,  ni siquiera lo pensó,  sus piernas le propulsaron sobre el abismo con la facilidad de quien salta un charco.

Y de pronto estaba sobre él.

Cayeron sobre el tejado enzarzados y rodaron juntos por el suelo. Aquel ser que había poblado sus pesadillas desde la más tierna infancia, no era rival para ella. La fuerza y la agilidad que había intuido que poseía desde su primer encuentro con Inanna ahora la desbordaba.

El Limpiador se debatía desesperadamente bajo su cuerpo, intentando sorprenderla con un puñetazo, un mordisco, una patada...pero todo era en balde.

Rose lo inmovilizó con una sencilla llave que Cecil le había enseñado "érase una vez" en una clase improvisada de autodefensa.

Y lo miró a los ojos. Ojos vacíos, carentes de vida, de humanidad... como mirar fijamente a la prótesis ocular de una muñeca de porcelana.

- ¿¡Por qué!?- le preguntó. Y le tomó por sorpresa la aspereza de su propia voz- ¿¡Por qué Noir!?- lo zarandeó con más fuerza de lo que pretendía pero no sintió remordimiento alguno- ¿¡Quién te lo ha ordenado!?

Aquellos ojos de muñeca le devolvieron una mirada ausente y Rose sintió la furia apropiarse de ella. Era una ira blanca y ardiente, terrible, que amenazaba con calcinar su dolor hasta reducirlo a cenizas.

-¿¡QUIÉN!?- gritó y su puño conectó con la mejilla de la criatura.

El crujido de su maxilar al romperse le cogió desprevenida pero no le resultó desagradable. Probablemente aquello debería haberla asustado más que nada, pero en su lugar se dejó anegar por la extraña satisfacción de hacer sufrir a quien había causado tanto daño a un amigo.

El Limpiador no emitió un solo quejido y por algún motivo aquello la enfureció. Su mano en garra se detuvo a un centímetro de su pecho. Horrorizada se dio cuenta de que había estado dispuesta a arrancarle el corazón. Si es que aquel ente lo tenía.

Los ojos del humanoide titilaron casi imperceptiblemente hacia la derecha. Fue todo el aviso que necesitó.

Lo intuyó antes de verlo. La presencia que se cernía sobre ellos.

Rodó sobre si misma para apartarse justo en el instante en que una mano pálida y poderosa se cerraba sobre el cuello del Limpiador.

Con un jadeo se puso de pie de un saltó y observó con ojos desorbitados al recién llegado.

Aquella ajada cazadora de aviador tan fuera de lugar en el verano. Aquella melena despeinada enmarcando un rostro de inhumana belleza e inhumana crueldad.

El Hilo RojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora