25.- Una taza de misterio

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Saltó.

Y el tiempo pareció ralentizarse en el aire mientras el tejado desaparecía bajo sus pies y todo lo que la separaba del suelo era una caída de cinco pisos. Y entonces la gravedad volvió a poner el reloj en marcha y para su sorpresa aterrizó sobre el borde del tejado con una naturalidad que no sabía poseer. Siempre había sido algo torpe para los deportes y aquella facilidad innata para las acrobacias no dejaba de fascinarla.

Dejó escapar una bocanada de aire cuando sintió sus pies de nuevo sobre tierra firme, bueno, teja firme al menos, y fue consciente por primera vez de que había contenido el aliento. Respiró de nuevo mientras el corazón le latía desbocado contra el pecho. 

Noir se volvió a mirarla un instante, su hocico se partió para revelar sus afilados dientecillos y un sencillo "Miau" escapó de sus labios. Después, sin esperar respuesta, recorrió el resto de la azotea a la carrera y saltó para aterrizar en el siguiente tejado.

No sabía cómo pero Rose comprendió perfectamente el significado de aquel "Miau". "Sígueme"-había dicho el gato, estaba segura. Rose no comprendía muy bien como lo sabía, pero lo sabía. Puede que se hubiera vuelto completamente loca y ahora entendiera gato también; pero cuando algo peor que la muerte te pisa los talones los tecnicismos dejan de importar.

Así que sin pararse a pensar lo siguió.

Corrieron de tejado en tejado y tras unos buenos 10 minutos de carrera Rose dejó de contar la cantidad de azoteas que habían allanado en su improvisada huida. Ante ella Noir no parecía demostrar signos de cansancio, completamente tranquilo saltando por los tejados, como si fuera parte de su rutina diaria. Y puede que lo fuera, parte de la vida gatuna-supuso Rose. Para su sorpresa ella tampoco estaba cansada, no importa cuanto corrieran y saltaran sentía como si pudiera seguir todo el día sin llegar a sudar. Aquel nuevo poder era sobrecogedor, solo esperaba que le durara lo suficiente para salvar la vida.

Cuando llegaron al final del último tejado Noir dejó escapar un nuevo maullido, pero en vez de saltar al próximo, se dejó caer al vacío. El corazón de la muchacha dio un vuelco mientras se abalanzaba hacia el borde. ¿De veras el gato había saltado aquellas cinco alturas como si nada?

Se asomó con el corazón en la boca y casi al instante dejó escapar un suspiro de alivio. A poco más de un metro bajo sus pies, el gato la esperaba pacientemente sentado sobre una vieja escalera de incendios. Sus orejas se irguieron de punta y hondeó su larga cola negra con elegancia invitándola a acompañarle. 

Rose echó un vistazo alrededor confusa, no muy segura de dónde estaba. Dedujo que era uno de los pequeños callejones traseros al final del Casco Antiguo, ya bastante alejados del ajetreado centro de la ciudad. Miró a un lado y a otro, escrudiñó la calle a sus pies aprovechando la ventaja que le daba la altura. Nada, la calle estaba vacía. Parecía que había logrado despistar a sus persecutores y ahora que se paraba a pensarlo, hacía ya un rato que había dejado de sentir el desagradable cosquilleo de sus vellos de punta y el frío trepándole bajo la piel y hasta la garganta. Por ahora estaba a salvo, respiró aliviada.

Miró a Noir que la seguía esperando, ahora estirándose sin pereza sobre la escalera como si poseyera todo el tiempo del mundo y ni una sola preocupación en la vida. Por todo lo que sabía de él bien podía ser cierto. De pronto cayó en la cuenta de que lo conocía más bien poco, pero no importaba. Confiaba en aquel extraño chico-gato.

Con una pequeña sonrisa, y esta vez más tranquila, puso en pie delante de otro en el vació y se dejó caer. Aterrizó de pie y sin dificultad sobre el rellano de la escalera. Era de metal rojo y algo enclenque, parecía haber visto mejores días en un pasado ya algo lejano, pero la sostuvo sin dificultad, con poco más que un suave tambaleo.

El Hilo RojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora