37.-Sorpresas del destino

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¿Qué se pone uno para una primera cita? Rose no lo sabía y casi una hora y media después de iniciar su cruzada en el armario no estaba más cerca de conocer la respuesta. Eso sí, en el proceso su cama se había transformado en un campo de batalla, con los esqueletos de las perchas asomando entre faldas, camisas y vestidos. Pareciera que había volcado toda su ropa sobre la colcha, que mirando atrás, era precisamente lo que había hecho. 

Agotada se sentó al borde de la cama, el único pedazo que se había salvado de la invasión, y meditó sobre la respuesta. Tal vez era momento de pedir ayuda ¿pero a quién? Cecil recibiría la noticia con tanto entusiasmo que acabaría vistiéndola, peinándola y maquillándola como a una muñeca, hasta que Rose no fuera capaz de reconocerse a si misma en el espejo. Y si Marcus se enteraba puede que la encerrara en el sótano y se tragara la llave. No, demasiado exagerado incluso para él. Lo más probable es que se empeñara en seguirla a todas partes como un perro guardián. Solo la idea la hizo estremecerse. Y Joshua quedaba fuera de cuestión, por supuesto, no quería oír otro comentario sobre su escote. La única posibilidad era Sophie pero ya la había consultado antes y su única respuesta había sido "Se tu misma". Una contestación tan cliché que Rose se había sentido frustrada. Aunque pensándolo en profundidad no era tan mal consejo, solo que... ¿Qué era Rose? ¿Cuál era su estilo? Lo meditó un instante, la respuesta fue casi automática: shorts y camiseta, ante todo comodidad. Pero de algún modo parecía demasiado simple... 

Escaneó la cama en busca de algo apropiado y casi saltó cuando lo encontró. Asomando entre una camisa fucsia y un minivestido de flores, una camisa azul sin mangas, cómoda y simple, pero el tono a varias aguas que se iba oscureciendo a medida que descendía y el corte asimétrico le daban un aire original y contemporáneo. Aquella camisa con sus shorts vaqueros favoritos y unas sandalias azules... ¡era la combinación perfecta! Se apresuró a abalanzarse sobre ella antes de que se desvaneciera en el torbellino de ropa sobre la cama. 10 minutos después estaba lista.

Casi voló escaleras abajo, se despidió de Cecil en el salón, una rápida excusa sobre quedar con los amigos, le deseó que se divirtiera con una sonrisa pícara, y antes de un pestañeo Rose había desaparecido tras la puerta. No vio a Marcus por ninguna parte. Últimamente era difícil encontrarlos a ambos a la vez en casa. Rose sospechaba que se estaban turnando para patrullar la ciudad, para protegerla. Pero ninguno decía nada y ella prefería guardar silencio también, disfrutar de un poco de normalidad, ser una chica de 18 años cualquiera. Tal vez por unas horas pudiera olvidar la sombra sobre su vida.

Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no echar a correr cuesta abajo. A veces le costaba contener sus nuevas habilidades sobrenaturales, no romper un vaso al cogerlo o burlar las leyes de la ciencia con su supervelocidad. A pesar de todo llegó demasiado pronto. 

Se detuvo frente a un paso de peatones cuando el semáforo se puso en rojo y echó un vistazo alrededor. Tuvo una fuerte sensación de deja-vu. Aquel paso lo conocía, a su espalda serpenteaba el caso antiguo de la ciudad, al frente el distrito comercial... en aquel lugar se había encontrado por primera vez con él. Con Jun. Casi parecía obra del destino.

Alzó la vista y escrutó el otro lado casi esperando encontrarlo allí. No fue el caso, pero algo más llamó su atención. Un agente del destino. Resaltaba en medio de la multitud con su impecable traje negro y su sombrero de bombín, pero por supuesto nadie salvo Rose era capaz de verlo. Ni siquiera la mujer a la que no perdía de vista. Rose siguió la dirección de su mirada extrañada. Era raro ver a un agente a plena vista, siempre estaban presentes en los grandes acontecimientos pero semi-ocultos en la penumbra de su propia existencia. Pero allí estaba aquel, bajo la luz del sol, de pie tras una mujer a la que atravesaba con la mirada. No, atravesar no era la palabra correcta. No había emoción en aquella mirada, tampoco indiferencia, tan solo intención. 

Rose se fijó en la mujer, preguntándose qué clase de acontecimiento importante estaría a punto de sacudir su vida. Lo suficientemente importante para que un agente del destino se presentara junto a ella. A simple vista parecía una joven normal y corriente. Ni alta ni baja, ni gorda ni delgada, más bien pálida, con el cabello y los ojos de color tierra. Nada destacaba en ella.

Y entonces ocurrió. Sucedió tan deprisa que no hubiera sido capaz de reaccionar de no ser por la sangre inmortal que ahora corría por sus venas. El coche se acercaba por la calzada a toda velocidad, el agente del destino extendió la mano y empujó a la mujer, la mujer se vio propulsada a la carretera sin ni siquiera comprender lo que sucedía. 

Durante una milésima de segundo Rose fue incapaz de comprenderlo. La escena que se desarrollaba ante sus ojos era tan irreal como una película de ciencia ficción. ¿El agente del destino había empujado a la mujer? ¡Pero aquello  era imposible! Los agentes no actuaban, no tomaban partido, tan solo observaban, contemplaban, eran testigos de la historia. Y sin embargo, aquel agente estaba intentando asesinar a una mujer, una mujer mortal completamente corriente. 

La observó formar un arco lento en el aire mientras se precipitaba hacia el asfalto, el coche avanzando hacia ella inexorable. Y al instante siguiente Rose reaccionó. Fue puro instinto, antes de comprender qué sucedía o ser consciente de sus acciones, flexionó las rodillas y se propulsó hacia delante. Fue como si el tiempo se ralentizara. El auto se detuvo, la mujer quedó inmóvil en un arco imposible suspendida del espacio, la mano aún extendida del agente la despedía como una extremaunción... pero era Rose la que había roto la barrera del sonido, a una velocidad imposible. En menos de un segundo había cruzado el paso de cebra, se hallaba junto a la mujer, el coche a punto de embestirlas a ambas. La rodeó por la cintura y la empujó hacia atrás, abrazándola en el último instante para quedar bajo ella y protegerla de la caída. Y un segundo después el tiempo volvió a correr, lleno de sonido y color. Estridente.

Rose sintió el crujir de sus parrilla costal cuando se estrelló contra el suelo, a más velocidad de la que había pretendido. El dolor lacerante tan solo duró un instante. El coche le pasó como una exalación a menos de un céntimetro del cuerpo. El ruido restelló en sus oídos y le hizo chirriar los dientes. La mujer sobre ella emitió un gemido, a medio camino entre una exclamación de sorpresa y un quejido, pero por lo demás parecía sana y salva. Y entonces los gritos estallaron a su alrededor. 

-¿Qué ha pasado?- se preguntaban los transeúntes.

-¡Estáis bien!

-¡Eso ha estado cerca! 

Rose no fue capaz de responder. Sus ojos se cruzaron con los de los sorprendidos espectadores y se encontraron con otros ojos oscuros e insondables. Los ojos del agente del destino. Su rostro habitualmente impertrérito parecía contrariado. ¿Disgustado ? ¿Abatido? ¿Asustado incluso? Rose desconocía que los agentes fueran capaces de semejantes emociones. Los ojos que le devolvían la mirada estaban cargados de reconocimiento, promesas y secretos.

Parpadeó y al instante siguiente había desaparecido. 

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NOTA DE LA AUTORA: ¡Hola de nuevo y gracias por la paciencia! Lamento mucho haceros esperar pero me temo que os voy a hacer esperar más por un tiempo. Durante los próximos meses estaré muy atareada preparando un examen que decidirá toda mi carrera profesional, de modo que no sé el tiempo que encontraré para escribir. Espero que seais comprensivos y me sigáis acompañando pacientemente como hasta ahora. Sin vosotros El Hilo Rojo no sería posible. Desde el fondo de mi corazón os quiero decir: Muchas gracias.

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