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Pepper 

–Te prometo que todo va a estar bien, nena. 

Vamos en su Maserati, a toda velocidad rumbo al club. En cuanto llegamos, todo lo que veo es el infierno, o lo que quedaría de él si fuera apagado. Cuando bajo del auto, me quedo sin aire, impactada por lo que veo. Todo está hecho cenizas, y lo rodea esa cinta amarilla que ponen para impedir el paso. ¿A qué idiota se le ocurrió inventar esto? Como si una estúpida cinta pudiera impedir que me acerque, así que me agacho un poco y me acerco hacia los escombros, aunque o soy tonta, mantengo mi distancia. 

–¡¿Cómo mierdas pasó esto?! –oigo el grito de Dastan a lo lejos. No sé a quien se está dirigiendo, la verdad de puro milagro alcancé a escucharlo porque apenas pongo atención a nada más que no sea el club, ver como algunos bomberos aún echan agua para extinguir alguna que otra llama que todavía vive, haciendo cenizas algún pedazo de lo que alguna vez fue la fuente para reponer lo que había tomado del dinero de mis padres.

–¿Nena? –me dice Dastan, que ya está a mi lado, mientras me toma de los hombros y me gira para que lo vea a él y no al edificio–. Nena, sé que esto es una mierda, pero no has dicho nada desde que llegamos y tienes una maldita cara de poker que no sé qué estás pensando. Necesito saber cómo estás. 

En eso, se acerca Thomas–. ¿Está lista, Pepper? 

–¿Lista para qué? –le pregunto. Lo raro es que mi voz suena muy neutral, no hay rastro de emoción alguna en ella, aunque por dentro siento que me llevan los mil demonios. 

–Atrapamos a la responsable de esto. Está en una patrulla. Necesitamos ver si la reconoce. 

–Pensaba que eso se hacía en la jefatura. 

–Lo podemos hacer aquí, nena–me dice Dastan–. He hablado con los oficiales y con sus superiores. No quiero que vayas a ninguna puñetera jefatura. 

–¿Tú sabes quién fue? 

–No. 

Apenas hago un leve movimiento asintiendo con la cabeza–. Vamos. 

Cuando nos acercamos a la patrulla, el oficial deja salir a una chica que tiene su cara llena de polvo negro, huele un poco a chamuscada, y sus brazos están hacia atrás por tener las manos esposadas. 

–Hola, Alike –la saludo. Aunque estoy impresionada, mi voz y mi cuerpo no lo demuestran. Ella hace todo lo posible por evitar mi mirada–. ¿Tú hiciste esto? –. Su silencio me cala los huesos, y me lo confirma–. ¿Dónde está Aernout? 

–Él no tiene nada que ver en esto –contesta, aún sin mirarme. 

–¿Por qué lo hiciste, Alike? –. Otra vez no me contesta–. ¿Qué va a pasar con ella? –le pregunto al oficial. 

–La llevaremos a la jefatura, y la procesaremos –contesta. 

–No voy a presentar cargos. 

–¡¿Qué?! –preguntan Dastan y Alike al mismo tiempo, asombrados. 

–Lo que escucharon, déjenla libre –les digo a todos–. Y tú –me dirijo a Alike y luego suelto un suspiro–... sólo aléjate de mí. 

–¿Qué va pasar con Aernout? –me pregunta, mientras le quitan las esposas.

–Él sigue con trabajo, es bienvenido en cuanto tenga de nuevo un lugar donde recibirlo. Tú no. No quiero volver a verte ni saber nada de ti, a menos que quieras tener problemas ahora sí. 

–Pepper, ¿qué haces? –me pregunta Dastan. 

–¿Puedes llevarme a casa? 

–Claro, nena. Pero no puedes dejar esto así. 

Huellas en la Piel ©Where stories live. Discover now