Capítulo XXX

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Fuera caía una nueva oscuridad, una oscuridad que Charlie aún no conocía. Caminócon cuidado, haciendo rodar la bicicleta. Como todo lo demás aquí, las farolas teníanreinos más grandes y los charcos de sombra entre ellas caían más anchos yprofundos de lo que él estaba acostumbrado. Empujó la bicicleta por encima de lagrava hasta la acera. Aquí reinaba el silencio. Podía oír el sonido de sus propios piesy el ruido del viento entre los árboles. En este camino no había mujeres cotillas quevolvían de la fábrica, ni niños corriendo entre las casas o jugando fuera. No habíaotros chicos con bicicletas. No olía a otras cenas cocinándose. Ni siquiera olía lasuya, aunque acababa de cerrar la puerta.A horcajadas sobre la bicicleta, Charlie miró hacia la carretera. Su carretera. Lahabía recorrido docenas de veces visitando a la doctora Markham, pero ahora eradiferente, ahora que vivía aquí.La bicicleta era suya. Un regalo. Apoyada en el cobertizo aquella tarde, nueva, contres velocidades luces delantera y trasera y una etiqueta atada al manillar. Manillar:"Te ayudará en el camino a la escuela". Cuando encontró a su madre y le preguntósi realmente era para él, ella le cogió por las mejillas, cosa que a él ya no le gustabaque hiciera, y le dijo que sí, pero que tenía que agradecérselo a la Dra. Markham.Luego le dio un beso en la frente y le dijo que la cena estaría lista en una hora, quevolviera para entonces.Fuera hacía un frío que pelaba y Charlie se ciñó más la bufanda, se frotó los dedosy se puso en marcha. Subiría y bajaría la bicicleta unas cuantas veces, le cogería eltruco a las velocidades, y luego quizá iría a casa de Bobby. Le gustaría ver la carade Bobby. Esto era algo suyo que Bobby realmente querría.La carretera se extendía sin fin, con árboles vacíos y profundos arcenes de hierba,y grandes casas detrás de los setos. Charlie subió la colina con más fuerza y rapidez.Apretando los pedales, miró en la oscuridad e imaginó que su padre estaba allídelante, junto a aquel árbol, frente a aquella casa, o a la vuelta de la esquina,recostado, esperando a verle, a ver a su hijo Charlie. Se sentó más erguido y colocóla mandíbula con firmeza, para que su padre viera lo fuerte que se había hecho, y lorápido y capaz que era. Se permitió imaginarlo durante un rato y luego, como ledolía, dejó de hacerlo."Estúpido", murmuró, y luego probó otras palabras."Maldito y maldito tonto. Maldito estúpido". Pero las palabras no funcionaron ysacudió la cabeza."Te odio", dijo. "Te odio. La odio a ella. Odio su estúpida cara y su pelo. Odio suestúpido nombre. Odio su nombre y nunca será la Sra. Weekes. Nunca."Ya no quería ir a casa de Bobby y se dio la vuelta y dejó que la bicicleta rodara librepor la carretera, murmurando en voz baja, sintiendo cómo se hacía cada vez másfácil."Te odio, te odio, te odio."


Recordó la noche en que habían vuelto del mar. Le había estado contando un cuentoa su madre, algo divertido, pero ella parecía no haberle oído."¿Sabes que tenemos que mudarnos?", había dicho cuando él dejó de hablar. "¿Quéno podemos quedarnos aquí?"Estaban comiendo pescado y patatas fritas. Charlie estaba hambriento y feliz. Sucaja del tesoro estaba al pie de la escalera, esperando, sin abrir todavía.Ella habló y él la miró, sin entender, y ella cogió una ficha del periódico y se puso aestudiar el crucigrama."Pero vivimos aquí", dijo Charlie.Vio a su madre buscar un lápiz en el cajón y escribir una respuesta."Es porque ahora sólo estamos nosotros dos", dijo."Pero siempre he vivido aquí. Desde que era un bebé.""No gano lo suficiente para pagar el alquiler", dijo ella.Empezó a escribir otra respuesta, pero sujetaba el lápiz con mucha fuerza, él podíaverlo, y tal vez la grasa de las patatas fritas se había metido en el papel porque ellápiz no hacía marca."¿Por qué mi padre no paga nada?", dijo.Lydia bajó la mirada hacia el lápiz."Lo odio", dijo Charlie."Ahora, Charlie", dijo, pero estaba haciendo formas en el periódico, cavando en él,formas en zigzag, como un relámpago cayendo.Charlie ya no tenía hambre. Apartó las papas fritas."Entonces podré conseguir algo de dinero", dijo. "Haré una ronda de periódicos ollevaré mensajes a los corredores de apuestas los sábados. Mikey en mi clase haceeso."Su madre negó con la cabeza."Eres demasiado joven y, de todos modos, no sería suficiente, mi amor.""Pero estás trabajando en la fábrica todo el tiempo", dijo Charlie, "excepto cuandoestás enfermo y después. No puedes trabajar más."Luego su madre le explicó lo de la oferta de la Dra. Markham.

Tell it to the bees (TRADUCCIÓN)Where stories live. Discover now