Capítulo 10// Musa francesa, parte dos.

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Capítulo 10 // Musa francesa, parte dos.

Jagger.

—¡Jagger, tenemos que ir! ¡Vamos, vamos, vamos, por favor!— Me grita en el oído Valentina, mi hermana.

—Que no, pesada. Me da pereza— le respondo.

Vine a pasar el fin de semana a casa de mis padres porque el viernes mi madre me llamó histérica diciendo que ya me había olvidado de ellos.

—¿Ya te olvidaste de nosotros, cierto? Te olvidaste de la mujer que te dio la vida. ¡La que te parió! Ay, Dios mío, ahora entiendo a tu abuela cuando me decía "cría cuervos y te arrancarán los ojos". Seguro te andas drogando por ahí como a todos las estrellitas de rock esas. ¡Hace un año que no nos vienes a visitar, desalmado! ¡Hasta tu hermana te extraña!— me reclamó—. Dile a tu hermano cuánto lo extrañas, Valentina— le ordenó a mi hermana, que al parecer, estaba al lado.

—¿Y yo por qué iba a extrañar a ese estú...?— escuché a mi hermana, antes de oír un palmazo que la interrumpió y un chillido de ella.

—Mamá, fui a visitarlos hace dos semanas. Y aparte, ¿cómo me voy a estar drogando? No sería tan imprudente como para hacerlo cuando tengo a veinte reporteros encima cada vez que salgo— respondí, intentando bromear, pero supe que había sido mala idea cuando escuché a mi madre dar una inhalación por la boca como si la estuviera por palmar.

—¿O sea que si lo harías a escondidas? Ay, Dios mío bendito, sálvame, que me va a dar un paro— exageró.

—Ya, ya, mamá. Voy a ir a visitarlos este fin de semana, ¿te parece bien?— le ofrecí.

—¡Sí! Ay mi chiquito, te voy a preparar tu comida favorita y todo— aceptó, provocándome una sonrisa.

—Y después dice que no tiene hijo favorito— murmuró mi hermana, lo suficientemente fuerte como para que la escuche aún a través de la llamada.

—¡Vamos, Jagger! ¡No seas rata! No te vas a quedar pobre por donar a la caridad.— insiste mi hermana, en el presente.

—No es por donar o no donar, es porque me da pereza. Queda muy lejos y también me da pereza conducir— admito, mirándola directamente a esos dos ojos marrones idénticos a los de mi madre.

—¡Vamos, por favor! Será divertido— asegura, parada enfrente del sofá en donde me encuentro, tapándome la televisión.

Teniendo en cuenta que me lleva insistiendo quince minutos para ir a esa galería en la que subastan obras para donarlas a la caridad, supongo que la idea de que me deje en paz es una completa entelequia.

Yo lanzo un suspiro de resignación y ella chilla de emoción, lanzándose a abrazarme en el sofá al darse cuenta de que ganó.

—Vamos, pero solo un rato porque después tengo que ir a ensayar con la banda— accedo.

—¡Eres el mejor!— me grita en el oído emocionada mientras me abraza por el cuello, provocando que me entren pelos rubios en la boca.

—¡Me estoy tragando todos tus pelos, Valentina!— exclamo y ella se ríe para soltarme a los pocos segundos.

Mamá se ríe desde el otro sofá al escucharme.

Mi hermana me mira con una sonrisa gigante, expresando felicidad genuina. Su melena rubia y su cara, que parece tener una sonrisa para todos en todo momento, la hacen parecer un sol, bañando a todo el que la rodee con su entusiasmo.

Todos en la familia pensamos que iba a cambiar su personalidad bonhomía en cuanto llegara a la pubertad, pero no, a sus dieciséis años sigue igual de radiante. Siempre busca el bien para todos y es tan amable que roza lo nefelibata. Siempre me pregunté cómo podía ser así.

Sinfonías Internas ©Where stories live. Discover now