Capítulo 27

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-¡¿POR QUÉ?!

No podía creerlo, ¡no podía creerlo!

¿Cómo llegó a pasar eso? ¡Ellos lo protegerían!

-Max, lo siento mucho, pero no pudimos hacer nada. Nos estaban rodeando y... -empezó Arthur levantándose del sofá de la sala de la cabaña principal. Frank sólo se quedaba ahí sentado, con cara de perro lastimado.

-¡Pero lo iban a proteger! -Le grité. Estaba furioso y asustado. Temía por mi padre, no quería que muriera.

Una lágrima me salió de tanta rabia que sentía. Quería golpear a alguien en ese momento. Los odiaba. Odiaba a Arthur. Odiaba lo que no pudo haber hecho por mi padre. Y ahora estaba ahí afuera, seguramente siendo torturado.

Apreté los puños para calmar el odio, pero no lo logré. Sentía tanta rabia que no servía cerrar los puños, o morderse el interior de la boca. Lancé un gruñido y apreté aún más los puños. Mi padre ya no estaba. Corría peligro; tenía que salvarlo, tenía que hacerlo... pero no podía.

Empecé a caminar de lado a lado por toda la habitación. Nadie hablaba. Todos sabían lo preocupante que era esa situación. Pero nadie lo sabía tanto como yo. Nadie se sentía como yo. Me sentía mal, con un agujero en el estómago. Me sentía impotente de no poder hacer nada; no sabía qué podía hacer, no sabía dónde estaba.

Las piernas me temblaron de solo pensar que mi padre estaba con Él. No sabía lo que podía hacerle, y eso me atemorizaba aún más.

Jenn entró por la puerta. Giré hacia la entrada y a través de los cristales, pude ver a varias personas tratando de mirar hacia adentro. Ella se acercó a las persianas y las cerró. Luego se acercó a mí mostrando compasión, pero yo la aparté. Era lo que menos necesitaba en ese momento.

Me acerqué a la puerta y la abrí. Todos los que estaban afuera se giraron hacia donde yo estaba. Luego di un portazo, sin embargo, volví a abrirla de nuevo. No servía de nada, pero tenía que desquitarme con algo. Seguí abriendo y cerrando la puerta, cada vez con más fuerza mientras repetía "no" varias veces. Arthur intentó detenerme, pero yo lo aparté. Ingrid me tomó por el otro brazo y con fuerza me alejó de la puerta. Lancé patadas para que me dejara ir, pero no servía de nada.

-Max, cálmate. -Pidió Ingrid. Pero me era imposible calmarme en una situación así.

Arthur se acercó. Ingrid me levantó de los brazos y el mayor tomó mis piernas, para después cruzarlas con tanta fuerza que tuve que girar para calmar el dolor. Ingrid me soltó y golpeé el suelo con el hombro; pero Arthur no me soltaba.

-¡Déjame ir! -Le grité. Desde el suelo empecé a patear, hasta que le di con el talón en la mandíbula. Arthur me soltó y trastabilló.

-¡Max! -lanzó Ingrid y se dirigió hacia el mayor. Me levanté y con pasos torpes fui a la puerta. La chica de agua se acercó a mí y me detuvo del brazo, pero yo me solté. ¿Por qué quería detenerme? Abrí la puerta y miré la habitación de reojo. Lo más extraño es que Frank solo estaba sentado en un sillón sin decir nada, con una cara infinita tristeza.

Salí por la puerta. Afuera el lugar estaba rodeado de personas que murmuraban o miraban la cabaña con extrañeza. Toqué el primer escalón, cuando Arthur gritó detrás de mí.

-¡No vas a salir de aquí! -De pronto sentí que me agarraban del cuello de la camisa. Giré, pero uno de mis pies cayó al otro escalón. Perdí el equilibrio y caí el resto de los escalones junto con Arthur.

El grupo alrededor de la cabaña se hizo unos pasos atrás mientras nos veían forcejear. Arthur estaba encima de mí, tratando de sostener mis brazos.

La Espada de Oro (Los Elegidos #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora