Donovan Black (En edición)

By -Anivy

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Juliette solo intentaba proteger a sus hermanos. Donovan Black es el vampiro que llegó para protegerla a ella... More

Antes de empezar...
Dedicatoria.
Cast y advertencia.
Prefacio: ¿A Dónde se fue tu Romeo?
Capítulo 1: Ni Judas fue tan traicionero.
Capítulo 2: Respira, criaturita.
Capítulo 3: Mejor que un orgasmo.
Capítulo 4: Ven a vivir conmigo.
Capítulo 5, parte 1: No se juega con la comida.
Capítulo 5, parte dos: No estamos a la venta.
Capítulo 6: ¿Deseas ser la siguiente?
Capítulo 7: Vlad, el Empalador.
Capítulo 8: ¿Romeo? Creí que tu nombre era Donovan.
Capítulo 9: No hagas bebés.
Capítulo 10: Muérdeme, Donovan.
Capítulo 11: Sobre mi maldito cadáver
Capítulo 12: ¿Qué le hiciste a mi puerta?
Capítulo 13: Cuida esto por mí.
Capítulo 14: Olvídate de Romeos.
Capítulo 15: La presa y el depredador
Capítulo 16: Que elegancia la de francia.
Capítulo 17: Hasta el diablo tendría miedo.
Capítulo 18: Atrás, gata rompehogares.
Capítulo 19, parte 1: Tenemos que hablar.
Capítulo 19, parte 2: Sonrojado como colegiala.
Capítulo 20: Eso no es un perro.
Capítulo 21: Nótt, el guardián de la noche
Capítulo 22: Supongo que esta es Dagr.
Capítulo 23: Embarazos y enfermedades de transmisión sexual.
Capítulo 24: ¿Una flor? Mejor un jardín.
Capítulo 25: El nuevo profesor.
Capítulo 26: Ese compa ya está muerto.
Capitulo 27: Aquí no se aceptan zorras sin escrúpulos.
Capítulo 28: Me gustas.
Capítulo 29: Yes, daddy.
Capítulo 30: Winter is coming.
Capítulo 31: ¿Puedo morderte esta noche?
Capítulo 32: Se prendió esta mierda.
Capítulo 33 (+18): Uy, como que hace calor aquí.
Capítulo 35: Sonambulismo.
Capítulo 36: Al FBI le gusta tu comentario.
Capítulo 37: Dos vampiros.
Capítulo 38: Ya te estoy odiando.
capítulo 39: Mariposa traicionera +18
Capítulo 40: Venganza, dulce venganza.
Capítulo 41: Aborto de mono.
Capítulo 42: Cazadores.
Capítulo 43: La traición, la decepción hermanos.
Capítulo 44: Me las pagarán.
Capítulo 45: Sed de sangre.
Capítulo 46: La muerte de la esperanza.
capítulo 47: Agonía.
capítulo 48: Marioneta.
Capítulo 49 (+18) ¿Qué tan lejos llegarías?
Capítulo 50: La Julieta que va a su encuentro.
Capítulo 51: Castígame a mí, protégela a ella.
Capítulo 52: Despedida.

Capítulo 34 (+18): El momento que toda latinoamérica estaba esperando.

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By -Anivy

Ya llegó el momento que todas esperaron, el mejor capítulo de toda la historia. Creo que no hace falta avisarles, pero igual lo diré.

Este capítulo contiene escenas subidas de tono, que digo, está que arde.

En la multimedia les dejó una canción que encontré mientras editaba, que me parece que va perfecta con el capítulo.

Espero que lo disfruten ;)

Juliette se levantó de la cama de un salto, dejando que el gran vestido rojo que tan bien le lucía, cayera al suelo con un susurro seductor. La miré, embelesado. No era capaz de apartar los ojos de su cuerpo y tampoco querría hacerlo.

Nunca me consideré a mí mismo como un tipo religioso. Hasta que su piel quedó al desnudo, luciendo tan preciosa que no pude evitar agradecerle a la diosa luna por la vista que tenía ante mí.

Su piel de porcelana quedó expuesta, apenas cubierta por su ropa interior. El rojo resaltaba sobre lo blanco de su piel, combinando con sus mejillas. Era de encaje, apenas cubriendo sus zonas más privadas. Sentí calor al verla, avergonzada, deseosa. Su respiración se encontraba acelerada, sus pies se removieron en su lugar, como si quisiera salir corriendo.

Pero repentinamente tomó valor. Ya no se veía como un cervatillo asustado. Frente a mis ojos, se convirtió en una diosa lujuriosa. Le permití lanzarme sobre la cama y no me quejé cuando puso sus piernas a cada costado de mi cuerpo, sentándose a ahorcajadas sobre mí.

Me miró, sus ojos ardiendo por el deseo. La presa se convirtió en cazadora y yo no podía estar más encantado. Se acercó hasta mi oreja, dándome un mordisco juguetón que puso mis vellos en punta.

—Sigue contando, Donovan —susurró, como una orden. Una que yo planeaba cumplir.

Era tan adorable.

Y tan endemoniadamente hermosa.

Juliette no era muy curvilínea, su cuerpo era delgado y firme, con una gracia innata que ni siquiera ella parecía notar. Sus caderas eran un poco más anchas de lo que creí que serían y eso que me la había imaginado desnuda demasiadas veces como contarlas, sus piernas torneadas y largas parecían interminables. Sus pechos se alzaban con cada una de sus respiraciones, mientras su pulso se aceleraba cada vez un poco más. Era consciente de cada cambio en ella.

Su nariz aún tenía los rastros de una pequeña hemorragia, pero lejos de parecer repugnante, su olor me estaba volviendo loco.

Sentí el deseo envolverme, pero controlé por completo cualquier reacción que pudiera asustarla.

Ya bastante la había asustado esta noche.

Quizás más de lo que ella misma quería aceptar.

Cuando noté que la habían golpeado, me cegué. La rabia me envolvió y utilicé una de las habilidades secretas del monarca. Solo se usaba en ocasiones importantes, porque requería mucha energía y fuerza para mantener el lugar completamente a oscuras. Ni siquiera había sido consciente de lo que hacía, solo sabía que ataqué a mi abuelo y a todo aquel que intentó defenderlo. No maté a nadie, que yo supiera, pero tampoco podía asegurar que todos iban a sobrevivir.

Mi abuelo lo haría, por supuesto. Seguramente estaría recibiendo un tratamiento de los brujos para... restaurar, su brazo derecho.

Fue una pelea injusta, porque mi furia alimentó mi fuerza y terminé dándole una paliza a al menos diez vampiros que creyeron que era una buena idea armar una revuelta. Y solo me detuve porque ella así lo quiso.

Porque mi reina me ordenó estar a su lado.

El banquete fue arruinado, pero la noche no acababa.

Y por lo que veía, parecía que mi noche solo estaba por empezar.

—Quizás esto fue una mala idea —me había perdido en mis pensamientos y no había notado lo adorable que se veía Juliette avergonzada.

Se removía sobre mi regazo, intentando soltarse de mi agarre. Pues no lo haría, aún no. Acaricié sus piernas con suavidad y eso pareció apaciguarla. No toqué ningún sitio prohibido. Lo que la hizo estar más a la expectativa.

Pero esta era su primera vez. Y su primera vez debía ser memorable. No importaba que tan deseoso me encontrara, mi principal meta era hacerle tocar las estrellas y no me conformaría con menos.

—Eres tan hermosa —dejé un beso en sus labios, con suavidad.

A Juliette le gustaba que la besara con fuerza, que mordisqueara sus labios. Por eso a veces me gustaba besarla lento, disfrutando de su sabor, de sus reacciones. Me devolvió el beso con ternura, como si ella intentara calmar las ansias que aún me quemaban las entrañas.

La furia, la ira, todo el odio que sentí antes desapareció como por arte de magia, gracias a sus besos y suaves toques en mi cabello.

Ella suspiró, como si estuviera pidiéndome más con todo su cuerpo. Me agradó verla actuar de esta forma, era una nueva faceta de la que me estaba enamorando con gran rapidez.

—Deliciosa.

Acerqué mis colmillos a su cuello. Eso pareció indicarle que iba a morderla, por lo que se puso visiblemente nerviosa.

—Donovan, espera.

—Dijiste que debía seguir contando —le recordé, paseando mis manos por sus muslos desnudos—. Guarda silencio, no quiero perder la cuenta.

Comencé a repartir besos por todo su cuerpo. Los besos en su cuello la hicieron suspirar, extasiada. Cuando me acerqué a sus pechos gimió, intentando apartarse. En su abdomen solo logré causar que riera por lo bajo, cosquilluda. Tuve que recostarla sobre la cama para poder seguir por sus piernas, causando que temblara.

Verla tan indefensa, tan dominada por el placer, me generó el gran deseo de molestarla un poco, ver qué tan lejos podía hacerla llegar.

Cerró sus ojos, permitiéndome hacer con ella lo que quisiera. Los vampiros eran considerados depredadores y yo nunca estuve de acuerdo con esa declaración. No hasta que la vi a ella y tuve hambre.

Besé un pequeño lunar entre sus pechos, lamiendo un poco el lugar. Eso provocó que un gemido se le escapara. Llevó sus manos hasta sus labios, intentando acallar aquellos sonidos que poco a poco fueron apareciendo.

No logró evitarlo demasiado, pensé al besar uno en el área de su vientre.

Sonreí al notar que abría las piernas inconscientemente, permitiéndome acomodarme mejor sobre su cuerpo. Gritó por lo bajo cuando la rocé sobre la ropa interior, notando que ya se encontraba un poco húmeda.

—Y en total, tienes treinta nueve lunares —completé, dejando un último beso cerca de su ojo.

Cuando elevé mi rostro, alejándome de su piel, noté lo rojo de sus mejillas. Su reacción fue tan adorable que no pude evitar reír un poco. Besarla por todos lados fue muy interesante, así que decidí seguir haciéndolo por un rato más, hasta lograr relajarla.

—Espera, dijiste que ya habías terminado —gimoteó cuando raspé con mis dientes la delicada piel de su cuello.

—Sí, ya no estoy contando —murmuré contra su piel.

Me tomó por sorpresa cuando me tomó con sus pequeñas manos, haciéndome apartar un poco. Me senté sobre la cama, preocupado ya que no podía ver su rostro. Creí que había cruzado una línea, pero no esperé que solo decidiera sentarse sobre mis muslos, comenzando a besarme en el cuello antes de que pudiera procesar lo que ocurría.

—Juliette...

—Es mi turno, entonces —siguió, concentrada en su tarea.

No estaba preparado para la oleada de placer que me produjo sentirla sobre mí, besando mi cuello mientras sus manos luchaban por quitarme la camisa. Solo logró desabrochar un par de botones, exponiendo mi abdomen. Dirigí mis manos a su cintura, sosteniéndola. Parecía estar tarareando alguna canción, una desconocida para mí. Bailó sobre mi regazo, rozándome con su cuerpo mientras me besaba.

—Espera, criaturita —intenté coordinar mis palabras, lo que provocó que riera.

—No, ya hemos esperado demasiado.

Repartió besos por mi cuello, mordisqueó mi oreja, paseó sus manos sobre mi piel, dejando una estela de placer. Parecía querer tocarme por todas partes a la vez. Yo solo me dediqué a agarrarla de los muslos, repartiendo caricias suaves que provocaban que ella se removiera. De sus piernas pasaba a su cintura y de ahí a la delicada piel de sus nalgas y de vuelta a sus piernas.

Éramos una combinación de fuego, mordiscos, caricias y jadeos. No podría decir quien estaba más afectado, pero decidí dejarla hacer. Si mantenerme bajo su poder la hacía sentirse más confiada, entonces así sería.

Después de todo, yo era tan suyo como ella era mía.

No quería arruinar la átmosfera, pero tampoco quería ocultarle la verdad. Así que tomé una respiración profunda antes de hablar, tomándome un segundo para tranquilizarme.

—Si sabes que no tengo lunares. ¿Verdad?

Por lo general, los vampiros no teníamos ese tipo de marcas sobre nuestra piel. Juliette se detuvo un segundo, lo que me hizo notar que ni siquiera podía ver bien en la semi oscuridad de mi habitación, mientras que yo podía verla perfectamente.

—¿En serio? —preguntó, dudosa.

No me gustó notar cierta incomodidad en ella. Y entendí de donde venía. Yo era un vampiro, tenía ciertas ventajas físicas de las que a veces no era del todo consciente, porque para mí eran naturales. Nací de esta manera. Pero no era así para Juliette.

—Sí. ¿Quieres que encienda otra luz? Perdón, a veces olvido que eres una humana. Ya me he acostumbrado tanto a estar contigo, que no sé hasta dónde puedes llegar. Así que, si alguna vez sientes que tengo ventaja por ser un vampiro, solo dímelo. Nos pondremos en iguales condiciones cada vez que quieras.

—Estoy bien con la luz apagada —susurró luego de un rato—. Me hace sentir un poco más tranquila.

Le di un beso en la mejilla al escucharla. Me causaba tanta ternura verla avergonzada, tan tímida. La deseaba, tanto que dolía, pero iríamos a su ritmo, a su manera. No quería asustarla con una desbordante pasión, ni que se sintiera presionada. Yo la esperaría eternamente de ser necesario.

Sí, tenerla sobre mí y con poca ropa era toda una tortura, una deliciosa tortura. Amaba sentir su piel contra la mía, sus suaves y titubeantes besos, la suavidad de sus muslos, sus pechos rozando contra el mío. Quería hacerle el amor. No, en realidad quería follarla, de tantas formas y tantas maneras. Quería ver sus expresiones cuando estuviera presa del placer, quería hacerle suspirar y gritar.

Quería todo con ella. Pero tampoco quería apresurarme. Si lo hiciéramos, sería porque ella estaba lista.

—Eres tú quien manda, criaturita —sonreí—. Puedes hacer conmigo todo lo que quieras.

Al parecer mi declaración le agradó, porque de inmediato terminó por desabrochar hasta el último botón de mi camisa, dejando mi pecho al desnudo. Aún la tenía puesta, pero al parecer solo quería ver mi pecho y abdomen, pues se conformó con desnudarme parcialmente. Sentí sus uñas clavarse juguetonamente en mi piel, mientras ella me exploraba con ansias. Le gustaba lo que veía y me lo dejó saber. Solté un gruñido cuando rozó mi erección, lo que pareció emocionarla un poco más.

Una mano tentadora bajó hasta mi regazo, tomando mi erección por encima de la ropa. Contuve mis reacciones tanto como pude y ella sonrió, conocedora de que me tenía en su poder.

—Te gusta torturarme.

—Me gusta —asintió—. Por lo general, siento que tú eres quien mueve todos los hilos. ¿Entiendes? Siempre termino haciendo lo que te plazca. Y tenerte así, a mí disposición... Me gusta.

—Con que no era mentira que te gusta el sadomasoquismo —bromeé.

—¿Un Donovan Black sumiso? —preguntó con diversión—. Me apunto a ello.

Hizo el amago de desabrochar mi pantalón. Y cuando se lamió los labios tentativamente, supe que no podía dejarla seguir por ese camino.

Con un movimiento simple y ágil logré colocarla de espaldas sobre las sábanas. Jadeó cuando tomé sus manos y las coloqué por encima de su cabeza. Observé con atención sus reacciones, no quería ser brusco con ella.

La fuerza de un vampiro fácilmente podría lastimarla, por eso tenía que ser suave, delicado.

Pero eso no implicaba que no pudiera jugar un poco con ella.

—No olvides de quién estás hablando —con mi mano libre recorrí la piel de su abdomen, haciéndola suspirar—. No juegues con fuego, criaturita. No me gustaría que te quemaras.

—Oh, sí. El gran y fuerte monarca tiene que asegurar su poder —se burló—. ¿Crees que te tengo miedo?

—¿No lo tienes?

Fue una pregunta mucho más seria de lo que ella se imaginaba.

—Ni un poco. Quiero esto, Donovan. Quiero jugar contigo, quiero hacer el amor contigo. Y también quiero tu mordida en mi cuello, así que ya basta de juegos previos. No voy a romperme con tu tacto, así que deja de reprimirte tanto.

Ella sonó tan confiada que no pude evitar sentir como mi deseo crecía y crecía. Estaba dudoso sobre sí debía dejarme ir. O si debía seguir manteniendo el cuidado cuando me envolvió con sus piernas, clavando sus talones por mis muslos. Su movimiento provocó que mi excitación chocara con la zona más sensible de su cuerpo, a lo que ambos reaccionamos con diferentes sonidos.

—Joder —masculló.

—Boca sucia.

—Te puedo enseñar que tan sucia puede ser —sonrió con travesura.

Tragué con fuerza.

Ella me estaba tentando, jugando conmigo. Y yo no estaba acostumbrado a ser la burla de nadie. Me moví con rapidez, antes de que ella notara mis intenciones. Tomé la cinta que reposaba sobre la mesita de noche. La había guardado para bromear con ella en otro momento, pero justo ahora tenía otras intenciones con ella.

Tomando sus manos y juntándolas, amarré con suavidad la cinta alrededor. Se veía mucho más expuesta y vulnerable, por lo que mordí mi labio inferior, intentando controlar mis propias reacciones.

Ella se dejó hacer, mirándome a los ojos de forma retadora. No dudó ni por un segundo, como si confiara plenamente en mí.

Juliette sabía que nunca le haría daño y esa confianza significó demasiado proviniendo de ella.

—¿Qué haces?

—Guardé la cinta de la caja de tu vestido —mencioné—. Así que ahora serás una buena criaturita y dejarás tus manos quietecitas. Si haremos esto, lo haremos bien.

—¿No puedo tocarte? —Hizo un ligero puchero.

—Puedes —cedí—. Pero luego. Si vamos a hacer esto, necesito preparar tu cuerpo. Así que no juegues con mi autocontrol, que me muero por morderte y follarte.

—Si dices eso sólo me vas a tentar a jugar más con tu autocontrol.

La tomé por sorpresa cuando con ágiles movimientos desaté su sujetador, dejándome ver sus pechos. No eran tan grandes, pero tampoco tan pequeños. A simple vista, parecía que encajaban a la perfección con la palma de mi mano.

Después de analizar su reacción, que era más avergonzada que incomoda, decidí tocarla con suavidad, controlando mi respiración. Si dejaba que el instinto me dominara...

Dio un respingo al primer toque. Sus pechos estaban alzados, orgullosos. Sus pequeños pezones se encontraban erectos. Era como si estuvieran retándome, exigiéndome. Y yo quería darle todo lo que ella deseara.

Así que jugué con sus sonrojadas cimas, haciéndola estremecerse mientras soltaba gemidos por lo bajo. Gritó cuando acerqué mi boca a uno de sus pezones y se removió al sentir mi lengua sobre él. La saboreé con lentitud, como si tuviera todo el tiempo del mundo.

El sonido que se le escapó en el momento en que mordí con cuidado uno de sus pezones se convirtió en uno de mis favoritos.

Levanté mi rostro, encontrándola con su mirada desviada. Estaba avergonzada, pero yo quería que me mirara. Que viera todo el placer que estaba dispuesto a darle.

Una de mis manos bajó por su abdomen, viajando todo el recorrido hasta la parte sensible entre sus piernas. La acaricié lentamente, moviendo su ropa interior a un lado con uno de mis dedos.

Me sorprendió encontrarla húmeda, como si ya estuviera lista para mí. Pero esta era su primera vez. Su cuerpo necesitaba la atención y los cuidados para que no fuera doloroso para ella.

Ingresé uno de mis dedos. Juliette jadeó, mirándome a los ojos. La conexión de nuestras miradas provocó una oleada de deseo en mí. Comencé a acariciarla suavemente, sintiendo como ella movía sus caderas contra mi mano.

—Donovan —jadeó.

—Dime —sonreí, sin dejar de atormentarla.

Sus manos comenzaron a tensarse. Estaba comenzando a sentir placer, dejando a un lado sus nervios y su vergüenza. Se mordió los labios con fuerza, intentando contenerse. Con mi mano libre, me encargué de rescatar su labio inferior. Pero para mí sorpresa, Juliette decidió tomar mi dedo en su lugar, chupándolo mientras me miraba.

—Eso es... —murmuré, afectado.

Juliette sabía perfectamente lo que estaba haciendo y lo que eso provocaría en mí y por un momento me pregunté de dónde había sacado esa información.

Sin darme cuenta, había incrementado mis caricias entre sus piernas. Sentí como se humedecía un poco más y como sus paredes internas comenzaron a apretarme.

Estaba cerca del orgasmo, noté con satisfacción.

—Joder —masculló.

—¿Qué?

—Es demasiado.

—¿Quieres que pare? —pregunté con seriedad.

—Que no se te ocurra —protestó.

Noté que se removía, inquieta. No quería confesarle que la cinta apenas y la mantenía con las manos juntas sobre su cabeza, que podía desatarse con apenas hacer el intento.

Pero a Juliette le gustaba jugar. Le gustaba llevarme al límite y ser llevada al límite. Besar, explorar, mostrarse tan juguetona como pudiera.

Me detuve justo cuando la tuve al borde. Su reacción casi me hace carcajear, por lo que tuve que contener la sonrisa.

—Hey, espera —titubeó—. ¿Qué haces?

Comencé a moverme, colocándome entre sus piernas.

—¿Qué crees que hago? —pregunté con burla.

La hice alzar sus caderas, manteniendo mis manos en su cintura. Juliette desvió la mirada, el sonrojo había avanzado hacia su pecho. Era bastante obediente y manejable en cuanto al sexo se refería. Si intentaba moverla a mi antojo en otra ocasión, lo mínimo que haría sería sacarme el dedo del medio.

Bajé su ropa interior lentamente, dejando que mis manos exploraran su piel sin contenerme. Sus muslos eran tan suaves y a la vez tan firmes. Sus piernas eran largas e interminables, tan elegantes y atractivas.

Se removió al notar mis intenciones. Intentó esconderse, pero mis manos se aferraron a cada una de sus piernas. Aplicando un poco de fuerza, la mantuve en su lugar.

—Quietecita —ordené. 

No le di tiempo de prepararse. Besé uno de sus muslos y continué mi camino hasta su humedad. Mis colmillos quizás la rozaron un poco, por lo que intenté ser más cuidadoso. Recorrí con mi lengua cada uno de sus pliegues, escuchándola gritar, presa del placer.

Sus manos atadas llegaron hasta mi cabeza, quizás con intenciones de apartarme, pero ponto me empujó un poco más hacia ella, pidiendo, exigiendo más. Encontré aquel lugar sensible y me dediqué de lleno a el. Cuando comencé a notar que volvía a estar al borde del orgasmo, mis dedos se abrieron paso dentro de ella.

Juliette gimió en voz alta, sin intentar contenerse. Sus piernas temblaron y sus dedos se aferraron a mi cabello con tanta fuerza que casi fue doloroso. Y cuando el orgasmo llegó a ella, no intentó disimularlo. Se permitió sentir, disfrutar de aquel placer que acababa de pasar por ella.

Continué acariciándola y no me detuve hasta que las oleadas de placer en ella se detuvieron. Subí un poco sobre su cuerpo, ansioso por ver su rostro luego de un orgasmo.

La encontré sonrojada, despeinada y con los ojos desenfocados. Algunas lágrimas corrieron por su rostro y me encargué de secarlas con cariño. La abracé un poco, mimándola mientras se recuperaba. Me tomó del rostro con sus manos, besándome con intensidad. Me sorprendió que no pareciera incomoda ante lo que acababa de hacerle, pero a la vez también me gustó.

Mis intenciones y deseos eran oscuros. Y ella parecía estar lista para recibirlos todos y cada uno de ellos.

Quería ir más allá, hacer más, hacerla sentir más.

Pero algo me decía que Juliette necesitaba sentirse un poco más libre. Más en iguales condiciones.

Así que desaté sus manos en un movimiento rápido, para su sorpresa.

—Desnúdame, criaturita.

Soltó un suspiro, embobada. Se levantó de la cama, sonriendo ligeramente. Le había gustado que le diera la libertad y el poder por un rato.

Sentí sus suaves manos sobre mí, liberando mi pecho y lanzando la camisa hacia algún lugar de la habitación. No se veía sorprendida al observar mi abdomen, más bien tenía la expresión de que era exactamente lo que esperaba ver.

—¿Te gusta lo que ves?

—Sí —admitió con honestidad—. Pero me gustarás más dentro de unos minutos.

—¿Minutos? —Fruncí el ceño.

Una diosa desnuda se lanzó sobre mí antes de que pudiera reaccionar, incluso para un vampiro, eso fue impresionante.

Dejé que atara mis manos con aquella sedosa cinta. Fingiendo estar atrapado. Claro que fácilmente podía soltarme, pero decidí darle el gusto.

—Rayos —mascullé—. He sido atrapado. ¿Qué haré? ¿Qué podría hacer el monarca de los vampiros contra una cinta de seda?

—Ay, cállate.

Reí un poco, o al menos así fue hasta que noté que dirigió sus manos hacia mi cinturón, intentando desatarlo. Era un poco gracioso verla tan concentrada en su tarea, mordisqueando su labio inferior mientras sus pequeños dedos me rozaban.

Cuando al fin logró su objetivo, sonrió victoriosa. El pantalón fue un poco más sencillo. La ayudé al quitármelo, sacando mis pies y pateándolo lejos. Quedé en calzoncillos negros frente a ella, quien estaba comiéndome con la mirada.

—¿Todo eso es tuyo? —ronroneó, bromeando.

—También es tuyo —alcé una ceja.

Ella sonrió, seduciéndome con solo una mirada. Peor, ella me miraba como si ya supiera que le pertenecía. Y era la verdad.

Su mirada bajó hasta mis caderas. De repente se sonrojó hasta el pecho, con su mirada bien fija en su objetivo.

—Espera un momento —habló presa del pánico—. ¿Cuánto te mide esa cosa? ¿Cuarenta centímetros?

—Exclamó la tierna e inocente virgen —declaré.

La carcajada que solté la hizo enfurecer. No podía creer que dijera un comentario tan absurdo, por lo que mis risas pronto llenaron la habitación.

—Perdón, perdón —intenté acallarme, sin éxito—. Me agarraste con la guardia baja.

—Te estás burlando de mí —lanzó un puchero hacia mí. 

—No, por supuesto que no, mi amor —me senté como pude, con ella en mi regazo, dándole un besito en la cien.

Se levantó sin responderme. La vi, como toda una diosa con su piel al desnudo. Quise ir tras ella, pero la cinta en mis manos me estaba dificultando un poco el proceso. Podía quitármela, pero supe que si lo hacía se enfadaría aún más.

—Joder, ven aquí.

—Espera, quiero ver hasta dónde llega tu paciencia.

—No muy lejos —aseguré.

Mordisqueando su labio inferior, terminó por acercarse hasta besarme. Por primera vez en la noche, comencé a besarla con fuerza, clavando un poco mis colmillos en su labio, saboreando su sangre y haciéndola gemir.

—Donovan...

—Te gusta jugar con fuego —murmuré contra sus labios, pegándome a su cuerpo hasta que sus pechos me rozaron.

No se quedó con mi mordida. De inmediato me besó de vuelta, dejándome un mordisco en mi labio inferior que me hizo gruñir. Quería tocarla, pero la maldita cinta de seda me mantenía con las manos juntas, por lo que apenas podía rozar su abdomen.

—Déjame tocarte.

—Aun no.

—Por favor —supliqué, haciendo un puchero.

Ella sonrió ante mi burla, antes de darme un empujón que me hizo caer sobre el colchón, para luego subirse sobre mí, hasta colocarse por sobre mis rodillas.

—No, este juego se llama el gato y el ratón. En este momento, tú eres el ratón —me señaló con el dedo índice—. Y yo, yo soy la bonita gatita. Una gatita con mucha hambre.

Tiró de mi ropa interior sin previo aviso, liberando mi erección. Ella jadeó mientras yo gruñía, muriendo por tocarla, por terminar con esta tortura. Estaba muriendo de placer solo con tenerla desnuda sobre mí. Y ahora que me había desnudado, las ansias de hacerle mía se hicieron insoportables.

Extendió una mano con dudas, apenas atreviéndose a tocarme. Era la primera vez que Juliette tocaba a un hombre y no parecía tener idea de cómo hacerlo.

—Tómame, no soy frágil, criaturita.

Asintió, concentrada. Al primer toque de su mano sobre mí se sintió como una explosión. Mi erección creció, deseosa de más.

Mi respuesta le gustó, puesto que no tardó en repetir la caricia, midiéndome. Apreté las manos para contenerme, tenía que recordar que ella era sólo una humana y que podía hacerle daño si no tenía cuidado.

Comenzó a acariciarme de arriba abajo. Su lengua se paseó por sus labios, en un gesto tan erótico que casi me hace avergonzarme a mí mismo.

Había comenzado los juegos previos para prepararla a ella, para no hacerle daño, pero ahora mi paciencia había sido llevada al límite. Y Juliette lo disfrutaba.

—Basta de juegos.

Rompí la cinta apenas haciendo un poco de presión. La insté a mover sus caderas hacia las mías, mientras mantenía mis manos en su cintura. Su cabello cayó sobre sus pequeños pechos, cubriéndola ligeramente. Lamí mis labios al verla, la anticipación haciendo estragos en mí.

Su cuerpo me rozó por completo. Podría entrar en ella con un simple movimiento, pero logré contenerme a duras penas.

—Tú mandas. Si quieres que esto suceda, si no quieres que pase en este momento, es la hora de decidir.

—Quiero esto —susurró.

—¿Estás segura? —pregunté. Quería estar completamente seguro de que ella la pasaría tan bien como yo.

—Lo estoy.

—Es tu primera vez —mencioné, aunque no hacía falta que se lo recordara —. Podemos tomarnos todo el tiempo que quieras.

Juliette me sonrió, sin ningún ápice de dudas. Algo en ella me dijo que ya habíamos esperado suficiente y le di la razón. 

La vi dudar. No parecía saber bien qué hacer. Quizás esta posición no fuera demasiado cómoda para su primera vez. Juliette seguía siendo inexperta y aunque eso era adorable, debía tenerlo en cuenta.

Me sorprendió que no luciera preocupada, ni siquiera un poco dudosa. Sus labios se mantenían ligeramente curvados hacia arriba, sus mejillas sonrojadas. Me miraba con intensidad, con deseo.

Concentré mi mirada por un momento en su cuerpo. Sus pechos me rozaban con cada respiración acelerada de su parte. No era voluptuosa, sus senos llenaban la palma de mi mano, sus pezones rosados se mantenían orgullosos, retadores. Su cintura era pequeña y delicada, mientras que sus caderas eran más anchas. Sus muslos eran fuertes, firmes. No parecía ser fan de ejercitarse, así que su cuerpo quizás no fuera perfecto, pero a mí me pareció el cuerpo más hermoso que jamás había visto.

—Eres tan malditamente hermosa —dejé un beso tierno en sus labios, mientras mis manos comenzaban a bajar por su cuerpo hasta llegar aquél sensible punto.

—Creo que ahorita soy más un desastre que alguien hermosa, Donovan —susurró.

—Eres el desastre más bello que mis ojos han visto.

Jadeó cuando la toqué, tensa. Tenía que lograr relajarla para no hacerle daño, por lo que empecé con un par de caricias suaves, mientras le hablaba al oído.

Intentaba suavizar el momento en que entrara en ella, procurando no hacerle daño. Pero mientras me acercaba a penetrarla, más se tensaba sobre mí.

—Me encanta tu piel. La forma de tus labios. Esos preciosos gemidos que sueltas. Incluso me encanta tu ceño fruncido —repartía besos por su cuello, sintiéndola temblar.

—Donovan...

—Sí, ese es mi nombre —sonreí.

Mis dedos traviesos jugaron con su zona más sensible, entrando y saliendo, sintiendo su humedad, frotando en los lugares que más la hacían suspirar.

—Esto —titubeó—. Esto es mucho mejor de lo que esperaba.

—Y aún falta la mejor parte.

Dejé un pequeño mordisco, minúsculo, en su hombro derecho. Juliette gimió con fuerza al sentirme, explotando en una nube de placer. No era una amante escandalosa, pero sus caderas eran demandantes, moviéndose con fuerza para obtener más de mí.

La besé con fuerza, sintiendo su placer como si fuera el mío propio. Su cuerpo tembló y yo me sentí tocar las nubes por un segundo. Así era nuestra conexión, potente, latente.

—Maldición —masculló, enterrando su cabeza en mi hombro.

—¿Qué pasa, criaturita?

Sentí algo de preocupación. Su respiración estaba acelerada y por un segundo pensé que le había hecho daño. O eso fue hasta que la escuché reír ligeramente, aún oculta.

—Eso fue maravilloso —sonrió.

—Bien, aún no hemos terminado —le recordé, colocando su mano sobre mi erección.

Ambos reaccionamos a ello. Juliette fue un poco tímida y curiosa, mientras que yo sólo con su toque ya me sentía el ser más dichoso de todo el submundo.

—Última pregunta para ti, Juliette. ¿Estás segura de esto?

—Lo estoy —asintió con solemnidad.

—Puedes decirme todo lo que quieras —dejé un beso en sus labios—. Dime si te gusta y dime si te estoy lastimando. Incluso puedes decirme que ya quieres que pare. Haremos esto juntos. ¿De acuerdo?

Me miró con lágrimas en sus ojos, afectada. Quizás fuera por nuestra conexión, por la química entre los dos, por estar desnudos y con nuestros corazones latiendo al unísono. Fuera lo que fuera, me sentía más cercano a ella que nunca.

El deseo me quemó por dentro, pero no me moví hasta que ella no confirmó que estaba de acuerdo con las condiciones.

Prefería cortarme un brazo a hacerle daño.

Estiré el brazo hasta obtener un preservativo. Los vampiros no solíamos ser muy fértiles, pero no sabía si eso se aplicaba con una donante, con la otra mitad de mi alma.

Se lo lancé en las manos, tomándola por sorpresa.

—Pónmelo, criaturita.

Sonrió, divertida. Abrió el paquete con cuidado, sosteniéndolo con sus pequeñas manos. Sentir sus manos tanteando mi erección fue una tortura, pero esperé con las manos apretadas hasta que ella se aseguró de que estaba bien colocado. 

—Esto puede que duela un poco —advertí.

Rocé su entrada con mi erección, sintiendo su calor y humedad. Parecía más que dispuesta a recibirme y yo estaba más deseoso con ser recibido.

Lentamente y con cuidado, me abrí paso por su cuerpo, sintiendo aquel apretado agarre sobre mí. Noté resistencia, por lo que comencé a repartir besos por su rostro y cuello, conteniendo las ganas de embestirla hasta saciarme.

La posición no ayudaba demasiado. Con ella sobre mí, la penetración era muy profunda. Unidos, me acomodé para quedar sentado. Apoyé mi espalda en la cabecera de la cama, permitiéndole aferrarse a mí como un koala a un árbol.

—¿Estás bien? —pregunté una vez estuve dentro de ella.

—Duele un poco —confesó.

Una lágrima traicionera bajó por su mejilla. Era sólo cuestión de tiempo para que se adaptara, pero los segundos fueron los más tortuosos de mi vida entera. El deseo era enloquecedor, pero debía ser paciente, delicado.

Se sentía tan apretado dentro de ella, que por un momento pensé que no podría soportarlo.

Eché sus caderas hacia arriba, saliendo un poco. La sentí tensa, por lo que intenté relajarla de alguna forma. Poco a poco fue bajando, mientras los gemidos apenas le permitían respirar con normalidad.

—Respira, mi criaturita.

—Donovan...

—Sí, mi amor. Eso es, estás haciendo un gran trabajo —le sonreí, pícaro.

Poco a poco su cuerpo se relajó, permitiéndome entrar y salir con un poco más de confianza. Sus gemidos no tardaron en llenar la habitación, mientras mis gruñidos le siguieron.

Juliette movía sus caderas, una vez el dolor pasó, fue una amante salvaje y provocativa. Me arañaba la espalda con sus rojas uñas, mordía mi labio inferior y luego me guiñaba el ojo, coqueta.

El placer que sentía jamás hubiera podido imaginarlo, puesto que no sólo percibía mi propio placer, sino que también el suyo.

No supe quien estaba más embriagado en el placer, si ella o yo, pero tampoco me importaba. Poco a poco fue subiendo la intensidad sus movimientos. Y yo la ayudé con mis manos en su cintura, notando cada una de sus reacciones.

—Mi Juliette —murmuré contra su pelo—. Mi criaturita.

El sudor comenzó a cubrirnos, la temperatura de la habitación se elevó mientras sus gemidos me enloquecían.

Sus gestos me estaban haciendo perder el control. Con cada embestida soltaba algún jadeo, mientras sus ojos se cerraban y mordía sus propios labios para contenerse. Sus manos se crispaban, sus mejillas se encontraban completamente rojas mientras una ligera capa de sudor cubría su frente.

El movimiento de sus caderas exigentes estaba acompañado por el bamboleo de sus pequeños pechos.

Gritó cuando fui muy brusco. Y aunque no parecía ser de dolor, igual quise preguntarle. La necesitaba comunicativa, sobre lo que le gustaba y sobre lo que no.

—¿Estás bien, mi amor?

—No me digas mi amor —gruñó.

—¿Por qué?

—Porque sólo lo dices porque estás teniendo sexo conmigo.

Bueno, quizás tuviera que darle un poco de razón en eso. Reí por lo bajo, por lo que aprovechó el momento para morderme el hombro con fuerza. Siseé por lo bajo al sentirlo y ella también gritó al sentirme crecer dentro de ella.

—Joder —siguió mascullando—. Más, Donovan. Necesito más.

Sus deseos eran mis órdenes. Ella estaba cerca de un segundo orgasmo, pero luego de tener el primero, este le costaría un poco más por llegar.

Así que interrumpí mis movimientos, poniendo en pausa mis propios deseos y le di la vuelta sobre la cama antes de que pudiera reaccionar. Dejé una pequeña nalgada sobre ella, a lo que gritó por la sorpresa.

—Si algo de esto te incomoda, sólo dilo.

—Ya lo sé —respondió a regañadientes. 

Con sus rodillas sobre el colchón y su redondeado trasero al aire, dejé un par de besos sobre su espalda arqueada. Tenía la cara enterrada sobre las almohadas, pero no se veía incómoda.

Coloqué una de las almohadas por su vientre, para que tuviera más comodidad. Cuando noté que estaba poniéndose ansiosa, me arrodillé detrás de ella y la penetré con cuidado y lentitud, sintiendo cada pliegue de su cálida zona sobre mí.

Tomé sus caderas entre mis manos, comenzando a moverme con mucha más libertad. No podía ver su rostro, pero ella se encargó de expresar cuánto le gustaba con su voz.

—Maldición, eres demasiado, Juliette.

—¿Yo soy demasiado? —su voz sonó jadeante—. Tú eres quien parece querer matarme.

Por su mordaz comentario, decidí dejar otra pequeña nalgada, notando como la delicada piel de su zona comenzaba a enrojecer.

Gruñí cuando movió las caderas hacia mí, buscando, exigiendo. Me gustaba que siempre respondiera de alguna forma. Si yo la mordía, ella me mordería de vuelta. Juliette era una amante bastante firme sobre lo que quería y yo estaba bastante dispuesto a cumplir sus deseos.

Poco a poco, la velocidad entre mis embestidas y sus movimientos fue en aumento. Dejé que el placer me envolviera, buscando obtener mi propio orgasmo.

Cuando me sentí cerca de llegar, me cerní sobre ella hasta encontrar su cuello, apartando su cabello y clavando con fuerza mis dientes sobre su delicada carne.

Su sangre comenzó a inundar mi boca y mi cuerpo entero tembló. Dejé que el placer me cegara por unos segundos, porque cuando volví sobre mí mismo, Juliette jadeaba mientras sus caderas no dejaban de moverse. Buscaba su liberación mientras las sensaciones la inundaba.

Ebrio por el placer de la mordida y el buen sexo, busqué a tientas la zona más sensible de su cuerpo y dejé algunas caricias sobre ella, haciéndola estremecer y gritar contra la almohada.

Mi propia liberación no tardó en llegar y dejé que mi cuerpo se estrellara contra el suyo por última vez en ese momento, lamiendo cada gota de sangre de su cuello. Me aseguré de llevarme el recuerdo de la mordida, cuidando de ella incluso cuando sentía mi mente nublada.

La sostuve contra mí mientras el efecto del orgasmo y la mordida pasaban. Su rostro estaba completamente lleno de lágrimas, mientras que una sonrisa bailaba en sus labios. Se veía extasiada, ebria por el placer.

—¿Y? —pregunté pasados unos segundos—. ¿Fue lo que esperabas?

—Oh, eso fue mucho mejor de lo que esperaba —ronroneó.

Después de unos minutos, me levanté de la cama y me coloqué la ropa interior de uno de los armarios oscuros. Luego me acerqué hasta ella y la cargué en mis brazos como una princesa, llevándola hasta la bañera. Ahora necesitaba cuidar su cuerpo después de la sesión de... ejercicios, a los que se vio sometida.

—Eres lo mejor que me ha pasado en toda mi vida, Juliette.

—¿Por qué siempre me llamas Juliette? ¿O criaturita? Los demás me dicen Juls —aún estaba bajo algunos efectos de la mordida, demasiado relajada. 

En momentos así, Juliette no tenía filtro alguno de lo que decía y pensaba.

—Me gusta tu nombre —respondí.

La bañera no tardó en llenarse, así que la dejé con suavidad. Comencé a lavar su cuerpo con cuidados y mimos, notando como todos los golpes y heridas en su cuerpo desaparecían lentamente gracias a la mordida.

No tardé demasiado porque noté que se estaba quedando dormida. Era un peligro dejarla sola después de morderla, anoté mentalmente.

—Eres dulce, Donovan.

Me sorprendió que hablara, además de que sus palabras no tenían sentido alguno.

¿Yo? ¿Dulce?

—¿De qué hablas? —no me contuve y le pregunté.

—Sí, eres una dulzura. Siempre estás ahí para cuidarme, amo eso. Te amo.

Me paralicé al escuchar sus palabras. ¿Dijo que me amaba?

Sacudí la cabeza, intentando concentrarme. No, dijo que amaba que la cuidara. No tenía que hacerme ilusiones, éramos una pareja predestinada, pero eso no significaba que ella me amara.

—¿Qué sucede? —preguntó al verme afectado—. ¿Es la primera vez que te dicen que te aman?  

La esponja con la que había estado lavando su cuerpo se me cayó de las manos, dejándome paralizado. Tuve que tomar un par de respiraciones para poder retomar mi tarea, intentando ignorar los latidos erráticos de mi corazón.

Cuando la saqué de la ducha, se sacudió graciosamente. Ella parecía divertirse, por lo que no dije nada al respecto. La sequé con cuidado, tratando de disimular la erección que me provocaba con solo ver su cuerpo desnudo. Pero había sido demasiado para una noche, tendría que esperar.

Regresamos a la habitación tal y como ingresamos al baño, con ella en mis brazos. No sabía si podía tomar esa declaración como cierta, considerando que la mordida era similar a una droga.

Ella no me amaba.

Probablemente.

La solté suavemente en la cama, creyendo que estaría dormida, pero ahora Juliette se veía despierta y ansiosa. Me sorprendió cuando se aferró a mi cuello, lanzándome sobre ella.

Sus piernas envolvieron mi cintura sin titubeos. Antes de que me diera cuenta, ya estaba lamiendo provocativamente mi oreja.

—Hey, ten cuidado.

—¿Lo hacemos de nuevo? —preguntó con coquetería.

Y ahí supe que había creado a un monstruo.


¡Hola, hola! Vaya, que las cosas se pusieron algo fuertes por aquí. 

Antes la versión completa de este capítulo solo estaba en facebook, pero creo que muchos dejaron de leerlo por ello, así que decide publicarlo tal cual.

¿Qué les pareció? ¿Les encantó tanto como a mí? Es un capítulo bastante largo, me costó escribirlo, así que espero que haya valido la pena.

¡Nos leemos el próximo sábado! 

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