Capítulo 46: La muerte de la esperanza.

10.7K 1.9K 377
                                    

El dolor fue lo primero que noté, incluso antes de ser capaz de pensar con coherencia

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

El dolor fue lo primero que noté, incluso antes de ser capaz de pensar con coherencia. Sentía tanto dolor en cada centímetro de mi cuerpo, que en algún punto me desmayé sin darme cuenta.

Algo húmedo estaba en mis labios y quise mover mis manos para quitármelo, pero solo entonces noté que seguían extrayéndome sangre, con mis brazos inmovilizados a los lados.

—¿Quién...? —susurré.

Abrí los ojos a duras penas. Mi visión estaba de vuelta, pero la oscuridad en la que me encontraba era tanta que no pude ver nada.

—Quédate quieta —ordenó una voz femenina.

Era una voz que había escuchado antes. A diferencia de en aquel momento, ahora fue más fuerte, más firme.

—Tú... Eres aquella chica —murmuré.

La chica del baile. Aquella por la que recibí la bofetada del abuelo Black. Ella era la adicta a las mordidas que Donovan no fue capaz de salvar.

—Estás herida —señaló, como si yo no pudiera darme cuenta—. Debes dejar de moverte o te harás daño.

—Te llamas... ¿Irenia?

—Irelia —habló con mucha más dulzura—. Estoy aplicándote un ungüento que robé, así que sé silenciosa. ¿Vale?

Obedecí sus palabras. Sus manos eran temblorosas, al contrario que su voz. Eso demostró que estaba más asustada de lo que había imaginado. Pero aun así aquí se encontraba, limpiando mis heridas una por una y luego aplicando un ungüento que aparentemente había hurtado.

—¿Por qué me ayudas? —susurré, cuidadosamente.

—Tú me ayudaste esa vez —su voz tembló, sus nervios traicionándola—. No tenías que hacerlo, pero lo hiciste... Yo quiero hacer lo mismo por ti.

—No arriesgues tu vida por alguien como yo.

—¿Mi vida? —preguntó con un bufido—. Soy una adicta a las mordidas de los vampiros. Sé que eso me va a matar algún día y aun así mi cuerpo no puede vivir sin él.

No supe que decir ante eso. ¿Qué le decías a alguien con un tiempo de vida limitado? Porque había estudiado lo suficiente sobre los vampiros como para saber que ella no viviría mucho tiempo.

Aquello a lo que era adicta la mataría antes de lo imaginable. Porque los vampiros podían sanar... Todo menos la mente.

La adicción a las mordidas era como cualquier droga. Una vez no hacía daño. Pero poco a poco, cada vez más, su cuerpo se acostumbraba a vivir sin el dolor, a aquella sensación de bienestar, aunque efímera.

Los vampiros podían elegir si sanar o herir.

Y ella parecía vivir entre aquellos vampiros que no les importaba verla herida, con tal de comer de su cuerpo.

Donovan Black (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora