Prefacio: ¿A Dónde se fue tu Romeo?

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Siempre supe que debía gobernar

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Siempre supe que debía gobernar.

Estaba escrito en mi sangre, al igual que en la de mi padre. Y el padre de mi padre. Durante siglos y siglos, mi familia ha sido responsable de la monarquía de los vampiros.

Oh sí, esos seres chupasangre que debían esconderse del sol. Los malditos condenados a vivir consumiendo la sangre de los pobres e inocentes humanos. Asesinos de sangre fría. Bestias, presas de sus impulsos.

Nos habían llamado de mil y un maneras. Lo peor era que al final, esos solo eran prejuicios, por supuesto. Rumores infundados por los pocos humanos que sabían de nuestra existencia. Creedores de que sabían todo lo que ocurría en el submundo.

Era capaz de caminar bajo al sol con la misma tranquilidad con la que caminaba bajo la luz de la madre luna. No sabía de dónde sacaron la idea de que algo tan simple como la luz solar podría volvernos polvo, acabando con nuestra existencia en tan solo segundos.

Para mí, no había diferencia alguna, aunque sí para los vampiros más débiles. Los más jóvenes o recién convertidos podían llegar a sufrir migrañas y algún que otro malestar, pero solo quedaba como una ligera molestia, insignificante.

No morirían con un rayo de luz solar, eso era simplemente ridículo. La única diferencia es que nos sentíamos con mucha más energía durante la noche que en el día, pues la madre Luna, nuestra diosa, velaba por nosotros.

Incluso el vampiro más débil podría pasar desapercibidos como cualquier persona con fatiga.

Aunque era lamentable, ese no era el único prejuicio al que debíamos enfrentarnos. Por alguna razón, los humanos nos veían como unos genocidas que harían todo por la sangre. Animales con apetito voraz, monstruos, los peores villanos de las historias. Estaba harto de ver en películas como nos pintaban como unos salvajes, incluso capaces de comer carne humana cruda.

Y aunque no era del todo falso, tampoco era del todo cierto. No comíamos personas, solo bebíamos de su sangre. La sangre de los humanos era lo único que lograba alimentarnos. Podíamos ingerir alimentos normales, por supuesto, pero no nos proporcionaba los nutrientes necesarios para nuestra supervivencia. Aunque también la sangre animal lograba saciar un poco nuestro apetito, no había nada comparado a la sangre humana.

Pero no éramos asesinos. Al menos no en nuestra mayoría.

Nuestros poderes nos permitían beber sangre humana y luego eliminar aquel recuerdo. De hecho, al momento de morderlos, podíamos ver algunos recuerdos de ese humano. Los más relevantes de su vida. Los humanos sólo despertarían al día siguiente en su cama, con una picadura de mosquito sobre su cuello, sin recordar y sin sospecharlo siquiera.

Aunque claro, existían excepciones. Incluso siendo el monarca, no podía controlar lo que hacían todos los vampiros. Por eso creamos una corte y un tribunal. Los vampiros que rompieran las reglas, tendrían que enfrentarse a nuestras propias leyes.

Donovan Black (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora