Capítulo 40: Venganza, dulce venganza.

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—¿Estás segura qué quieres hacer esto? —La pregunta de Camille rompió el silencio.

La miré a través del espejo, notando que su expresión no era tan calmada y pacífica como su voz sonaba. Parecía tensa, un poco asustada, quizás. No sabía a qué le temía más, si a lo que estaba a punto de hacer o la furia de Donovan apenas se enterara lo que habíamos hecho.

Porque si algo podía estar segura, es que Donovan Black se enfadaría tanto que el mismísimo infierno temblaría ante su furia.

Nos encontrábamos en su habitación, aquella que usaba cada vez que venía al castillo. Era un lugar bastante gótico, pero como ella misma, tenía una elegancia innegable. Las paredes estaban pintadas de un rojo intenso, mientras que los muebles eran negros y de un estilo antiguo.

Camille terminó de alisarme el cabello, mientras yo veía el resultado a través del espejo de cuerpo completo que mantenía cercano a su cama. Por lo general era bastante manejable, pero con la ayuda de la plancha lucía como una cortina que cubría parte de mi rostro y caí libremente por mi espalda. Era tan negro que resaltaba la palidez de mi piel.

El vestido rojo que usaba era tan ceñido que apenas me dejaba respirar. Apenas me llegaba un poco más arriba de las rodillas, por lo que tuve el pequeño temor de que apenas me estirara un poco, mostraría mi ropa interior. Jamás creí que uno de los vestidos de Camille me sirviera, pero me explicó que era un vestido que utilizó en su adolescencia, antes de desarrollar sus curvas.

No me sentí ofendida.

Bueno, quizás un poco.

¡No todo el mundo era tan innatamente sensual como ella! Sí, tenía pocas curvas, pero así me gustaba mi cuerpo y estaba conforme con el. Era alta y delgada. Quizás no me viera como una femme fatale, pero tenía mi propio encanto natural.

Y con ello logré conquistar a Donovan, así que de algo sirvió.

Camille estuvo a punto de decir algo, sin embargo, Raven entró a toda prisa. Su pecho se elevaba con cada respiración, mientras intentaba fingir que aún mantenía algo de calma. Era como una versión más pequeña de Donovan, una un poco más torpe y más dulce.

—Todo está listo —declaró, el nerviosismo colándose en su voz.

—Bien, es hora de que hablemos —declaró Camille, sentándose sobre su cama—. Empecemos por lo más importante. Rumia Black fue criada y creada por un monstruo.

—¿A qué te refieres? —Pregunté, sorprendida.

—Nadie sabe mucho sobre sus orígenes. Su padre era un duque, uno tan sediento de poder que no le importó venderle a su hija al próximo monarca cuando solo tenía once años.

—¿Once? —repetí.

Eso era menor de lo que él mismísimo Jake era. No podía imaginarme a una pequeña niña llegando a uno de estos castillos, siendo llamada la reina de los vampiros de repente.

—De hecho, se embarazó cuando tenía solo catorce. Los gustos del padre de Donovan eran... De lo peor —explicó con una mueca amarga—. ¿Pero quién iba a defenderla? Nadie podía ir contra el monarca. Además, es tan poco común que existan las mujeres vampiro.

—Eso me dijiste la primera vez que nos conocimos... ¿Es cierto?

—Lastimosamente, lo es. De cien embarazos entre vampiros, solo una nace siendo mujer. Y existe la absurda teoría de que, si la madre vive, la niña no vivirá mucho tiempo. Así que los vampiros matan a las madres sin dudar ni un segundo. Muy pocas familias han mantenido el linaje puro, ya que es casi imposible. Mi familia es una de ellas, porque siempre han tenido la ambición de tener a una reina de su sangre en el trono. Así que, por generación, solo somos dos o tres chicas. Por suerte, los vampiros tienen largas vidas, así que tienen muchos años para intentar conseguir a su peón.

Donovan Black (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora