La obra de un artista fugitiv...

By AnnieTokee

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Joshua es señalado por culpa de su origen y vida familiar, mientras Charly se siente asfixiado en la falsa pe... More

Antes de empezar
Primera parte: Comenzó con una cuenta regresiva
Capítulo 1: Aceite de oliva
Capítulo 2: De cinco a diez minutos
Capítulo 3: Arboleda de la soledad
Capítulo 4: Un poco de perfección
Capítulo 6: Los muñecos de la pizarra
Capítulo 7: El azul es su color favorito
Capítulo 8: Primeras veces
Capítulo 9: De verdad
Capítulo 10: Diferente NO es igual a malo
Capítulo 11: Solo amigos
Capítulo 12: Extranjero inoportuno
Capítulo 13: El momento
Capítulo 14: Vagabundo en la nada
Capítulo 15: Una primera Navidad
Capítulo 16: El poder del amor
Capítulo 17: Hechizado en cuerpo y alma
Capítulo 18: Almas en pena y autopsia alienígena
Capítulo 19: Entre delirios febriles
Capítulo 20: Fugitivo emocional
Capítulo 21: Sorpresas de cumpleaños
Capítulo 22: Los jueces de todos
Capítulo 23: Se supone que es lo justo
Capítulo 24: El primer fugitivo
Capítulo 25: Hasta pronto
Segunda parte: Me volví un forastero
Capítulo 26: No tan mal comienzo
Capítulo 27: Bajo el mismo cielo
Capítulo 28: Un esperado regreso a casa
Capítulo 29: No es igual
Capítulo 30: Nadie sabe despedirse
Capítulo 31: Como punto en la nada
Capítulo 32: Black Sunrise
Capítulo 33: Memorias de papel
Capítulo 34: Por un camino infinito
Capítulo 35: Dentro de Mordor
Capítulo 36: No somos emos
Capítulo 37: No digas esa palabra
Capítulo 38: El futuro que nos acecha
Capítulo 39: El cambio puede hacernos bien
Capítulo 40: Bueno, pero no perfecto
Última parte: Aún brilla el mismo sol
Todavía no se vayan

Capítulo 5: Obsesión visual

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By AnnieTokee

Me sorprendí cuando, a la mañana siguiente, encontré a Charly caminando por la arboleda para ir en dirección al colegio.

Desaceleré el paso y, mientras veía cómo su espalda se movía delante de mí, medité si debía saludarlo o no. Éramos amigos, se suponía, aunque no existiera todavía un mínimo de confianza entre nosotros.

Estuve largo rato en la misma posición, hasta que me harté de la tensión que me causaba nuestro silencio y pedaleé más rápido, con la intención de estar a su nivel.

—Pensé que te quedarías en casa al menos por hoy —mencioné para romper el hielo.

Él usaba una mascarilla negra y llevaba las gafas por sobre esta. Quizá deseaba evitar que se empañasen.

Una de las tantas razones por las que agradecía no sufrir de miopía.

—No tolero estar sin hacer algo —replicó, sin despegar la vista del frente—, me da ansiedad.

—Y a mí me la da tener muchas cosas pendientes. —Como era incómodo pedalear al mismo ritmo que los pasos de Charly, frené para bajarme de la bicicleta y llevarla arrastrando conmigo—. Más bien, me da ansiedad tener que hacer cosas.

—Eso explica por qué tienes ese cero en las tareas de Química. —Chasqueó los dedos, como si hubiera hecho un gran descubrimiento—. ¿No te da ansiedad estar en riesgo de perder la materia?

—¿Podemos no hablar de mi trágico futuro? —dije a la defensiva.

—Debí suponer que eras de los que no piensan por ansiedad. —Encogió los hombros.

—¿Me estás insultando?

—Tranquilo; si te pones a pensar, te vas a agotar antes de que lleguemos a clases.

Hizo un sonido gracioso y pude ver, cómo, aún debajo del cubrebocas, estaba riéndose de mí. Era la primera vez que lo escuchaba de ese modo, y aunque no era algo armónico, disfruté conocer otra faceta de Charly. Tenía que admitir que, a pesar de lo desagradable del principio, no era malo haber hecho un nuevo amigo.

Cuando llegamos a la salida del parque, él aceleró el paso, dejándome atrás.

—¿Ahora qué hice? —le pregunté después de detener mi marcha.

Él giró la cabeza para mirarme, sus cabellos revoloteaban con el viento de esa mañana de otoño; y aunque la boca que tanto me gustaba quedó cubierta, ahora eran sus ojos verdes lo que más destacaba: los cristales que tenía encima los hacían ver más grandes, e incluso diría que profundos.

—Tú siempre huyes de mí —respondió. A pesar de la mascarilla, pude notar cómo su mirada se achicó. Estaba sonriéndome.

No fui capaz de analizar bien sus palabras, ya que me quedé disfrutando de esa postal que sin querer Charly me dio.

Algo dentro de mí me decía que debía odiarlo, era como si su imagen se hubiese metido a través de mis ojos para invadir la mayoría de mis pensamientos. No me gustaba sobrepensar los motivos y razones de esa mañana, solo guardaba con celos la memoria de su figura esbelta haciéndose más chica, mientras las hojas secas del otoño caían en un vaivén al suelo.

El menú de la cafetería me parecía asqueroso, sobre todo ese día, porque estaban sirviendo una especie de pastel de carne que se asimilaba a una mierda. Así que mejor no describiré cómo era. Incluso su olor era nauseabundo, una combinación de sangre y grasa.

Me arrepentí de no haberme despertado más temprano a hacer mi propio almuerzo o de tener la suficiente osadía como para molestar a mamá y pedirle que lo hiciera.

Resignado a pasar hambre, dejé mi charola sin usar en el depósito, y busqué con la mirada el lugar en el que se hallaban Archie y Tony. Una vez di con ellos, me dirigí con premura a su mesa, que se encontraba al fondo. Era la de siempre, y la detestaba, porque nunca daba el sol allí y hacía un frío para cagarse; sin embargo, era la que mis amigos escogieron, y debía aceptarlo porque así funcionaba la democracia.

Creo.

Al llegar, me percaté de que Tony tenía la cabeza contra la madera. Por lo general, era él quien siempre hacía las preguntas extrañas o nos enseñaba el nuevo video raro que había descargado en su teléfono usando Ares.

Cuando me senté, Archie me dedicó un gesto que decía: «Esto es serio, así que nada de putear».

—¿Qué pasó? —cuestioné con timidez. Sabía que podía ser una imprudencia, pero si quería ayudar debía conocer el contexto.

Tony se acomodó, aunque no despegó la cabeza de la mesa, y se volvió para mirarnos a ambos con sus ojos azules. No había rastro de llanto, aunque tampoco era como si lo estuviese esperando, solo me percaté de una chispa de rabia ardiendo en sus orbes.

—Mi padre sale con una puta. —Apretó los puños con la suficiente fuerza para dejarse los nudillos blancos—. Ayer mamá encontró sus mensajes.

Hice un mohín. Era un tema serio, nada como las tonterías de las que siempre nos quejábamos.

—Qué putada —atinó a decir Archie—. ¿Y qué harán?

Tony tomó una bocanada de aire. Volvió a abrir los puños y yo me alivié, ya que había esperado que su rabia fuera creciendo hasta llegar al grado de golpear la mesa.

—Mamá habló ayer con la puta esa y le advirtió que no le convenía seguir metiéndose con nuestra familia —masculló con odio. Se incorporó y alborotó sus cabellos pelirrojos—. También hizo las maletas del estúpido de mi padre y las lanzó por la ventana.

—¡Carajo! —expresé. Estaba comenzando a ponerme ansioso, pues no podía dejar de tamborilear los dedos en la mesa—. ¿Se van a divorciar?

Archie alcanzó a darme un zape en la cabeza antes de que Tony me estrellara contra la pared y me golpeara, imaginándose que era el padre que tanto odiaba por haber destruido su idea de familia perfecta.

—Es solo cuestión de que la puta con la que follaba deje de meterse y ya —afirmó. Aunque, más que querer responderme a mí, sonaba como si tratara de convencerse a sí mismo.

—¿Qué clase de mujer es esa que se mete con hombres que tienen familia? —secundó Archie, también con rencor.

Mi hambre mutó a náuseas; quería vomitar y después desmayarme. Aquella mujer que «se mete con hombres casados» era del mismo tipo que mi madre. Mi madre había hecho algo similar: se había enredado con un sujeto que tenía una familia grande y hermosa. Creo que incluso fue peor, porque me concibió a mí en ese errático adulterio.

Al ver el rencor de Tony, pensé en las medias hermanas que tenía en Estados Unidos, en lo mucho que despotricarían sobre mi madre si se enteraban de nuestra existencia y en cómo me detestarían por el único hecho de haber nacido. Quizá lo más horrible del asunto era que no podía argumentar contra su odio, porque lo teníamos bien merecido.

Como le dije a Charly esa mañana, no me gusta pensar, ni mucho menos disfruto de analizar en profundidad las situaciones, así que había llegado a mi límite. Sin explicar nada, me levanté de mi asiento y caminé a la salida de la cafetería. Los chicos no me detuvieron, y eso se debía a que la víctima era Tony. Lo que me pasaba a mí no tenía importancia alguna.

Era una especie de fantasma que deambulaba por los pasillos del colegio. Aunque no estaba del todo consciente, sí tenía una noción clara de a dónde iba. De nuevo me llevaría a mí mismo a los límites de la zona que no estaba dividida, todo para poder alejarme y olvidar que el resto del mundo poseía el derecho a detestarme.

El colegio se componía de algunos edificios viejos de estilo Art Nouveau: tenían acabados orgánicos y curvilíneos, los colores de las puertas eran oscuros y las fachadas grises, aunque tal vez en un pasado habían sido blancas y pulcras. La institución era antiquísima, creo que estaba en funcionamiento como internado desde 1900; por lo mismo, había construcciones de todo tipo: la capilla en donde hacíamos las misas le tiraba a algo gótico, mientras que los laboratorios y salones de talleres, tenían un estilo más cuadrado.

Otra de las pocas cosas que me gustaban de mi colegio era la cantidad de formas que existían para dibujar en momentos de aburrimiento. Solo bastaba con sentarme cerca de la ventana, si deseaba tener delante de mí una posibilidad casi infinita de líneas y puntos para trazar.

Sin darme cuenta, llegué al edificio abandonado; este era el más viejo, y, según el tour que nos dieron cuando me inscribieron, tenía un estilo barroco de más de doscientos años de antigüedad. Por eso, me sentía mal cada vez que venía a fumar con Tony y Archie, y estos escribían cosas en sus paredes con las cenizas de sus cigarros terminados. Ese viejo edificio barroco había visto decenas de generaciones de jóvenes idiotas como nosotros; tenía el mérito de haber resistido.

Me moví a la parte trasera, donde estaba el patio, y, como límite de este, el enrejado que aguardaba el bosque. Lo primero que hice fue tirarme en el pasto, a expensas de lastimarme la espalda. Dejé que el sol me pegara en la cara y cerré los ojos para intentar calmar mi interior. Concentré mis oídos en el viento y la nada; no era mi plan dormirme, pero si hubiese pasado y hubiese perdido todas las clases de ese día, no me hubiese importado.

Sin embargo, abrí los ojos al escuchar el crujir de las hojas secas al aplastarse. Una silueta apareció delante de mí. Sonreí con amargura al ver que era Charly.

—¿Qué haces aquí? —inquirí, al mismo tiempo que me sentaba.

Él todavía usaba su mascarilla negra y tenía el cabello alborotado, a diferencia de en la mañana que lo llevaba peinado hacia atrás con nada más que un mechón rebelde cayendo en su frente.

—Solo no me apetecía ver el video que un amigo le descargó a su teléfono. —Se sentó en el pasto, delante de mí.

—¿Eres cobarde y te perturba ver vídeos de muñecos moviéndose, o qué?

Ese era el tipo de videos que Tony descargaba. Se apasionaba con lo paranormal y tenía la fantasía de quedarse a dormir en la escuela, visitar uno a uno los edificios más viejos y comprobar si el espíritu de algún inflexible prefecto se le aparecía.

—Es más vergonzoso. —Bajó la mirada y comenzó a arrancar pasto por los nervios.

—Yo ayer te dije algo patético, no creo que sea peor que eso —insistí. Aunque había llegado a esos límites con la intención de evitar el contacto con él, no pude permitirme dejar morir la plática con Charly.

—Descargó videos para adultos y me incomoda verlos, ¿vale? —Se cubrió el rostro con ambas manos, frustrado.

Tomé una bocanada de aire y esa vez subí las comisuras de mis labios para formar una sonrisa genuina.

—No te sientas tan especial, a mí me pasa lo mismo. —Enredé un dedo en uno de los mechones que se cayó de mi peinado.

Me miró a los ojos, pero no con burla u hostilidad, había un destello de comprensión ahí.

—Mis amigos dicen que es porque aún no encuentro el tipo adecuado, pero no les creo —concluí.

Charly se quedó callado y se dedicó a hurgar dentro de su mochila; sacó una bolsa de papel y miró en su interior. El olor que despedía era delicioso. Supe que se trataba de comida, y eso hizo que mi hambre volviera a carcomerme vivo. Creo que él notó que no dejaba de mirar su almuerzo porque me extendió su mano con la bolsa.

—Quédatelo. —Hizo una mueca de asco—. El resfriado me ha quitado el sentido del gusto, y eso hace que me dé náuseas comer.

—Gracias, supongo.

Lo primero que saqué de la bolsa que me entregó fue el paquete de galletas con chispas de chocolate. Traté de preservar mis modales y no meterme dos en la boca de una. Pero en vano, porque a una sola me la devoré a una velocidad ridícula.

—¿Y tú qué haces aquí? —Charly se tiró en el pasto y se cubrió los ojos con el antebrazo.

Recordé los comentarios de mis amigos, que quizás iban dirigidos hacia mi progenitora. También pensé en el rencor de Tony y en el daño que mi existencia le causaba a una familia al otro lado del mundo.

—Algo parecido a lo que sucedió con tus padres ayer —admití.

La comprensión que Charly mostró con el tema de mi familia me hizo entender que podía confiarle ese tipo de cosas de las que no hablaba con nadie, ni siquiera con Ashley.

Charly no dijo nada, pero supe que no me estaba ignorando.

—Aunque a veces me planteo la idea de que no tengo por qué aceptar que me juzguen por cómo es mi familia, también siento que merecemos que se parlotee y se piense mal de nosotros. —Me alejé la última galleta de la boca y me concentré en el pasto seco.

—Solo sé lo que se habló en mi casa esa vez que mi tía vino a contarnos sobre tu madre, pero me queda claro que la persona que menos culpa tiene de esto eres tú.

—Mi padre tiene una familia en otro sitio. Si ellos se enteraran de mi existencia, los destruiría. —Me sentía exhausto, así que también me tiré en el pasto. Mi coronilla apuntaba a la de Charly—. Son mis víctimas.

—Para nada —repuso sin titubeos—. ¿Acaso tú elegiste venir de donde vienes? Obvio que no lo hiciste. Odio que la gente se autocompadezca, pero acá veo que la otra víctima eres tú.

—¿De qué?

—De los idiotas que se creen con derecho a criticar sin saber y... Tal vez de tus padres.

Lo último fue duro, pero en el fondo era consciente de eso. Quizá los que habían obrado mal habían sido ellos y a mí me llevaban a rastras hacia la culpa y el estigma.

—No esperaba que dieras tan buenos sermones, Charly. Pensaba que solo eras un acosador reprimido.

—En ningún lado dice que no se puede hacer las dos cosas bien —se quedó callado un momento, y aunque era un silencio luego de una plática dura, no me sentía incómodo o tenso a su lado—. Cambiando de tema, ¿puedes avisarme cuando se acabe el receso? Necesito dormir.

—Vale —susurré.

Saqué el móvil de mi bolsillo. Solo nos quedaban treinta minutos, pero supuse que eso le bastaría para reponerse. Me senté otra vez en el pasto, sacudí los restos de hierba de mi cabello, y mi curiosidad me llevó a mirar de nuevo a «mi amigo». Estaba dormido.

Era la tercera vez que lo veía así, pero en esa ocasión no tenía que huir si se despertaba.

Decidí que lo único que podía hacer para relajarme en ese rato era sacar mi libreta de dibujo e intentar trazar, en esos minutos, un retrato más detallado de él. Pensaba que tal vez así mi obsesión artística por su imagen se pasaría y volvería a traumarme con otro edificio o algún tipo de árbol.

Creía que Charles Stonem era otra afición efímera más.

Hola, conspiranoicos, espero hayan disfrutado el capítulo de hoy y la espera no haya sido insufrible. 

¿Ustedes se sentirían mal consigo mismos si estuvieran en la situación de Joshua?



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