La obra de un artista fugitiv...

Galing kay AnnieTokee

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Joshua es señalado por culpa de su origen y vida familiar, mientras Charly se siente asfixiado en la falsa pe... Higit pa

Antes de empezar
Primera parte: Comenzó con una cuenta regresiva
Capítulo 1: Aceite de oliva
Capítulo 3: Arboleda de la soledad
Capítulo 4: Un poco de perfección
Capítulo 5: Obsesión visual
Capítulo 6: Los muñecos de la pizarra
Capítulo 7: El azul es su color favorito
Capítulo 8: Primeras veces
Capítulo 9: De verdad
Capítulo 10: Diferente NO es igual a malo
Capítulo 11: Solo amigos
Capítulo 12: Extranjero inoportuno
Capítulo 13: El momento
Capítulo 14: Vagabundo en la nada
Capítulo 15: Una primera Navidad
Capítulo 16: El poder del amor
Capítulo 17: Hechizado en cuerpo y alma
Capítulo 18: Almas en pena y autopsia alienígena
Capítulo 19: Entre delirios febriles
Capítulo 20: Fugitivo emocional
Capítulo 21: Sorpresas de cumpleaños
Capítulo 22: Los jueces de todos
Capítulo 23: Se supone que es lo justo
Capítulo 24: El primer fugitivo
Capítulo 25: Hasta pronto
Segunda parte: Me volví un forastero
Capítulo 26: No tan mal comienzo
Capítulo 27: Bajo el mismo cielo
Capítulo 28: Un esperado regreso a casa
Capítulo 29: No es igual
Capítulo 30: Nadie sabe despedirse
Capítulo 31: Como punto en la nada
Capítulo 32: Black Sunrise
Capítulo 33: Memorias de papel
Capítulo 34: Por un camino infinito
Capítulo 35: Dentro de Mordor
Capítulo 36: No somos emos
Capítulo 37: No digas esa palabra
Capítulo 38: El futuro que nos acecha
Capítulo 39: El cambio puede hacernos bien
Capítulo 40: Bueno, pero no perfecto
Última parte: Aún brilla el mismo sol
Todavía no se vayan

Capítulo 2: De cinco a diez minutos

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Galing kay AnnieTokee

Lo único que entendí de esa clase de Literatura fue que Charles Dickens tenía la curiosa manía de siempre retratar huérfanos pobres en sus escritos. Hablar del autor me hacía pensar en uno de esos artistas con un sello tan personal y marcado que parecía que se plagiaban a sí mismos, cuando no se trataba más que de serle fiel a su estilo.

A mí me pasaba todo lo contrario: no sentía que hubiese algo que destacara en mí. Era una matrícula más en el colegio y un adolescente que, si moría en su epitafio no tendría nada importante como una poesía o alguna dedicatoria que mostrara lo particular que había sido en vida.

Intenté calmar la perorata que atacaba mi cabeza luego del mensaje de Charles, pero me ponía ansioso pensar que él podría esparcir el rumor; y, aunque no sería algo que arruinara mi reputación como lo fue el tema de Las seis horas y podía solo negarlo, sí provocaría que siguieran hablando a mis espaldas.

Aunque me frustraba no tener algo que me destacara, no quería darme a conocer como un torpe sexual.

Cuando faltaban diez minutos para terminar la clase, mi bolsillo vibró de nuevo. Pensando que se trataba de un mensaje de Charles, levanté la mano para acaparar la atención de la profesora.

—¿Quieres comentar algo sobre la clase, Joshua? —preguntó ella. Era una mujer enjuta, con gafas de marco de metal y un peinado esponjado.

—¿Puedo ir al baño? —Me paré y coloqué las palmas de mis manos en la madera del pupitre.

Ella puso los ojos en blanco y asintió con fastidio. Quizás había esperado que le preguntara algo sobre Oliver Twist y le mostrara lo mucho que me interesaba saber de los clásicos de la literatura inglesa.

Hasta la fecha sigo sin leerme completo alguno de esos libros; prefiero los que tienen más imágenes que letras.

Caminé a la salida, cerré la puerta con cuidado, porque la vez que la azoté me llevaron a dirección por rebeldía, y me dirigí a los sanitarios. El pasillo se encontraba vacío, pero no me arriesgaría a sacar el teléfono en un lugar tan expuesto; al ser la prefecta, Paige siempre hacía sus rondas y podría aparecer en cualquier momento. Una vez dentro del baño, me encerré en un cubículo, bajé la tapa y me senté sobre esta para sacar el móvil. No era un lugar cómodo, pero sí el más seguro. Valía la pena aguantar el olor a orina si eso implicaba poder revisar la mensajería en paz.

Lo que me encontré no fue un escrito de Charles, sino de Ashley. Me mordí el labio inferior y me dispuse a leer; sabía que se trataba de un reclamo.

[Ash: ¿Por qué mierda le dijiste a todos que tuvimos sexo?]

Me di una fuerte palmada en la cara. Sentí un odio absurdo hacia la tecnología móvil, pues esta fue la que se había encargado de hacer que fuese más fácil para Tony contarles a todos que ya sabía qué responder cuando me preguntaran cuánto tardo en el sexo.

Lo peor era que seguía sin poseer ese conocimiento.

[Josh: «La cagué...»]

Esperé un par de segundos a que llegara su respuesta. Mientras tanto, me puse a jugar a contener la respiración para no inhalar la mayor cantidad de moléculas de orina.

[Ash: Te veré en la hora libre, quiero reclamarte en persona. ¡ESTÚPIDO!]

Tomé una bocanada de aire, olvidando mi objetivo de evitar lo más que pudiera la entrada de esas partículas repletas de gérmenes.

Una particularidad de ir a un colegio tan estricto era que nos tenían separados por género. Según el panfleto que les habían dado a mis padres cuando me inscribieron, esto era una cuestión de orden, porque, si nos juntaban, las hormonas dominarían nuestras mentes y acabaríamos por crear una anarquía de perversión.

Bueno, no decía eso, pero sí que la adolescencia era «una etapa complicada» y que «nos mantendrían más en cinta estando separados».

Conocía a Ashley y a otras amigas gracias a los eventos del colegio donde sí nos permitían juntarnos, y también por las fiestas que de vez en cuando se organizaban. Sé que puede ir contra el cliché de alumno de escuela religiosa; sin embargo, poco se habla de que más del cincuenta por ciento de la matrícula de instituciones de ese tipo son jóvenes que expulsaron de otros lugares y cuyos padres vieron su última esperanza en un liceo tan estricto. Otro gran porcentaje era de jóvenes en riesgo de caer en conductas peligrosas —como, según mi padre, pasaba conmigo—, y el resto eran los que tenían una familia religiosa que buscaba preservar sus valores.

Al final de cuentas, terminábamos echando a perder a la mayoría.

Caminé hasta el jardín trasero, que se encontraba en los límites del instituto, ahí donde un enrejado de metal dividía el terreno del colegio del de una pequeña zona boscosa con un riachuelo. El muro que separaba a los hombres de las mujeres no llegaba hasta ese sitio. El único inmueble cercano era aquel laboratorio abandonado hace quince años, y se supone que la división se construyó la década pasada, cuando decidieron que era hora de tener un colegio «mixto» y no solo uno para señoritas.

Me recargué en el muro del lugar y dejé que mi espalda resbalara hasta que mi culo tocó el pasto. El estrés era tanto ese día que busqué con desespero la cajetilla de cigarros de mi mochila. Aprendí a fumar cuando cumplí quince años, gracias a mi padre, quien estaba borracho y soltando humo, igual que a una chimenea; él me dijo que debería intentarlo y, ante la mirada de horror de mi madre, me enseñó cómo hacerlo sin toser.

Acerqué la llama para darle chispa al cigarrillo, después lo coloqué entre mis labios e hice la cabeza hacia atrás. El ambiente estaba tranquilo, los pájaros trinaban con armonía y el viento sacudía las copas de los árboles. Cerré los ojos mientras me decía a mí mismo que me quedaría aquí el resto de la hora libre; no se me daba la gana comer con los demás y que repitieran el chiste de Las seis horas o me hicieran inventar pormenores sobre lo que se supone que pasó entre Ashley y yo.

—¡Joshua Beckett! —exclamó una voz potente y chillona.

Después, sentí cómo algo impactó en mis costillas, causándome dolor, y me abracé a mí mismo para evitar que Ashley me hiciera más daño. Me giré para mirarla; ella estaba con los brazos cruzados y la boca torcida. Sus rulos se encontraban sujetos por un moño alto y vestía con la larguísima falda gris del colegio.

—No seas tan tosca —repliqué, haciendo una mueca de dolor.

—¡Y tienes el descaro de quejarte! —Puso los ojos en blanco.

Se sentó a mi lado, pegó las rodillas al pecho y estiró la mano para que le pasara mi cigarro.

—¿Por qué mentiste? —Sacó el humo por la nariz.

—No lo sé —musité—. Solo salió, como si fuera vómito.

—Josh, le estás dando demasiada importancia a eso.

—No, más bien creo que al resto le importa demasiado. —Agarré el cigarro y lo regresé a mis labios—. Tony me preguntó en la mañana y no quería que volvieran a sacar la mierda esa de Las seis horas, o contarles que tu primo nos interrumpió.

—Es de cinco a diez minutos.

—¿Qué?

—Lo que dura un hombre. La respuesta que tanto buscabas es esa.

Me apreté el tabique de la nariz. ¡Ahora comprendo por qué todos se burlaron de mí ese día! Incluso también comenzó a darme gracia. Una sonrisa se posó en mi rostro, froté el cigarro contra la pared y ahogué una carcajada que Ashley imitó.

—¡Me hubieras preguntado antes si querías mentirles a todos! —mencionó una vez paramos de reír. El sol se reflejaba en sus ojos verdes, haciendo que estos se vieran un poco grises en la orilla—. Te hubiera dicho que sí, y lo sabes, pero lo que hiciste fue traición.

—¿Me odias?

—Sí, y te va a salir caro haber mentido así sobre nosotros sin preguntármelo —me amenazó, señalándome con uno de sus dedos delgados. Me limité a asentir; lo tenía bien merecido y no quería perderla, era mi mejor amiga—. Vas a ser mi esclavo: o sea, cosa que te pida, cosa que harás, ¿de acuerdo?

No lo dudé un segundo y me lancé hacia ella para abrazar su cabeza, indicándole que estaba dispuesto a todo con tal de que no me dejara de hablar. Ashley primero hizo el ademán de querer alejarme; sin embargo, terminó rodeando mi cuerpo escuálido con sus brazos y me apretujó.

—Oye, Josh... —Ella rompió el contacto y acomodó un mechón que se salió de su peinado detrás de la oreja—. ¿Quieres volverlo a intentar?

Sabía a qué se refería y, aunque era algo vergonzoso, tenía que sincerarme.

—De momento prefiero olvidarme de eso. —Me encogí de hombros—. Estoy harto de todo este tema del sexo.

—¡Menos mal! Me dio la impresión de que no estabas preparado o que algo te hacía falta. Mejor así —suspiró aliviada. Se levantó del suelo—. ¿Nos vamos? —Me extendió su mano para que también me incorporase.

—Me quedaré aquí el resto de la hora, estoy en mi momento de antisocial amargado.

—Como quieras. —Sacudió su falda larga, después cogió su mochila del suelo—. Pronto me tendrás llamándote para joderte.

No dije nada, me enfoqué en el frente y en el ruido que hacían sus zapatos de charol al alejarse de donde estábamos. Al menos el asunto con ella había quedado saldado, aunque aún tenía la mierda con su primo y el deber de sostener la mentira. Nunca me ha gustado sentir presión, no estoy diseñado para grandes hazañas; nada más soy como esa hoja que veía danzar con el vaivén del viento.

No tardé en decidir levantarme del pasto; quería romper con una norma más ese día y acudir al único recoveco más tranquilo que ese patio abandonado. Cogí mi mochila y atravesé el pasto que me separaba de la reja; mientras tanto, pateaba una roca con la intención de dispersar la hiperactividad y silbaba una tonada al azar.

Cuando llegué al alambrado, lo primero que hice fue lanzar mis cosas con violencia para que volaran sobre la barrera y cayeran del otro lado. Después, me colgué en el metal y empecé a trepar. La reja se encontraba oxidada, por lo que se me mancharon las manos y también el pantalón, pero la pulcritud de mi vestimenta no me importaba en lo absoluto.

Para llegar al otro lado tuve que soportar picarme con algunas púas que salían de la reja, pero ya estaban algo chatas. Luego solo tuve que saltar al suelo. Finalmente, agarré mi mochila, sacudí lo que pude del óxido de mis pantalones y moví las manos para quitar la sensación de punzadas en ellas.

Los árboles eran más espesos de ese lado, se escuchaba a pocos metros el correr de las aguas del riachuelo y el aroma a tierra mojada penetraba mis fosas nasales. Seguí caminando; quería acomodarme a las orillas del riachuelo y volver a trazarlo. Solía escaparme a ese lugar cuando me hartaba de ser amistoso y sociable. No era un natural inadaptado, me gustaba convivir con amigos, disfrutaba las fiestas y también ir a comer pizzas con Ashley; sin embargo, a veces me agotaba hacerlo y solo quería mi propia compañía.

Mi lugar predilecto era bajo un árbol. Incluso había acomodado unas rocas grandes para que fungieran de mi asiento.

Esa fue la primera vez en los cinco años que llevaba escapándome que me topé con alguien más en mi sitio. Esa persona se hallaba dormida ahí. Supe que usaba gafas porque las dejó en el pasto a su lado; y también que estudiaba conmigo, pues el azul marino en su saco y el escudo eran de la institución.

Resignado a compartir espacio con un extraño, me senté a pocos metros. Saqué mi libreta de hojas blancas, que había conseguido en el supermercado a bajo precio porque se suponía que era de rayas, y también el bolígrafo negro. Comencé trazando una línea con algunas curvas para hacer el cauce del arroyo que corría delante de mí; dibujé unos cuantos rayones para agregar textura y después garabatos que simularan los árboles.

Al llegar al sitio en donde se encontraba el invasor, me enfoqué en este y tracé con cuidado cada línea que fraguaba su silueta. El desconocido dormía aovillado, de lado y con las manos acomodadas debajo de su cabeza. Para tener más detalles del rostro, me acerqué más a él, cuidando de no despertarlo. Presté especial atención a su nariz recta y las pestañas abundantes, pero lacias.

Cuando terminé, me alejé caminando hacia atrás... Hasta que pisé por accidente un manto de hojas secas. El invasor se despertó al oír cómo crujían.

Al tener una visión completa y definida de su rostro, quise caerme de espaldas, sobre todo después de ver como se colocaba las gafas. Se trataba de Charles Stonem, la persona que había estado hostigándome por la mañana. Aunque, en ese escenario, él no hacía más que transmitir un aura de tranquilidad.

Una vez acabó de despertarse, clavó sus ojos en mí, primero analizándome de pies a cabeza; después, arrugó el ceño para mostrarme cuánto le desagradaba mi presencia.

—Además de pervertido, ¿también me espías? —preguntó con hostilidad.

Como no tenía idea de qué decirle, hice gala de una habilidad que no usaba tan a menudo: darme a la fuga.

Declaro iniciado EL SALSEO... ok ya, pero sí veremos más interacciones entre Joshua y Charly. 

Antes que nada, me gustaría pedirles a los que leyeron El retrato de un joven lúcido, que no le hagan spoiler a los nuevos lectores sobre lo que ya sabemos que va a pasar.

¿Qué opinan de baby Joshua?


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