Hola lectores. Perdón por haber demorado tanto. Espero subir en estos días un maratón.
En este capítulo nos saldremos un poco de contexto pero esto servirá conforme avance la historia.
A la mañana siguiente, Andro llegó a la cabaña de Eleanor con nuevas noticias sobre su último trabajo referente de los planes del marqués. Andro había escuchado de Martina una criada del castillo de Vensurensi que el conde de Curcy tenía en su poder documentos que Anne había escondido de su padre. Documentos que según contenían cartas de la madre de Eleanor hacia su hermano, cartas que por supuesto, nunca fueron enviadas.
-¡Eso no puede ser cierto! –Dijo ella con incredulidad.
-Eso fue lo que escuché. –Respondió Andro. –Martina será chismosa pero nunca mentirosa, además mi madre dice que Martina conoció a tu madre y la respetó mucho.
-En caso de que eso fuera cierto Anne me lo hubiera dicho, más no me dijo nada de esas cartas. –Recalcó la muchacha un poco exaltada.
-Por qué tu hermana no te lo haya dicho, no lo sé. Sólo sé que si quieres esos papeles, debemos hacer un plan para recuperar esas cartas antes que el conde las deseche y se busque otra esposa.
La sola mención de que el conde se buscase otra esposa, que besara otros labios y acariciara a otra mujer, trajo a Eleanor una gran tristeza y trató afanosamente de disimularla como fuera posible.
-Eso no puede pasar, hace tres meses que Anne murió, sabes que debe pasar un año. –Dijo ella tratando de convencerse a sí misma.
-Eso es en el caso de las mujeres, sabes que los hombres no tienen que esperar lo mismo, ellos guardan luto hasta los cinco o seis meses. Así que es tu decisión. –Dijo Andro deseando que ella decidiera que quería recuperar tales cartas para que conociera a su familia.
Andro la había conocido de toda la vida, desde que ambos eran unos críos de leche. Ambos jugaban a las escondidillas junto con los otros niños de los criados mientras la señorita Anne aprendía en el castillo con su institutriz. Aún no entendía por qué, si el marqués no la quería ver de niña, permitía que ella fuera en ocasiones a jugar con los niños del castillo. La señorita Anne, siempre los miraba desde una ventana con los ojos llenos de ilusión mientras Nor (como él solía llamarla) los niños de la Aldea y él jugaban en la lluvia llenando de lodo sus ropas y riendo como sólo un niño sabe hacerlo. Realmente ansiaba que ella fuera feliz, la admiraba secretamente y estaba dispuesto a hacer todo lo que estuviera a su alcance para que ella fuera muy feliz.
-No puedo pensarlo con claridad ahora mismo, pero mañana mismo de haberlo decidido, te mandaré una señal con humo. Sube al amanecer a las murallas de Vensurensi y si en el monte Rass ves el humo es que he decidido recuperar las cartas de mi madre.
-Está bien, sabes que mañana me toca vigilar las murallas, de haber el humo al atardecer vendré. –Respondió Andro de acuerdo al plan de Eleanor.
Después de conversar otro rato Andró regresó a Vensurensi y Eleanor tenía la extraña impresión de que desde que su hermana la mandó llamar, ya nunca su vida volvería a ser como antes.
En el transcurso de la noche mientras que Eleanor cenaba sola en su cabaña, no podía dejar de pensar en lo que Andro le había contado. De ser cierto tendría que volver a robarle al conde, su último robo casi hace que el la mate sólo con la fuerza de su mirada y no quería volver a ver esa mirada dirigida a ella. Finalmente decidió que si tenía la oportunidad, buscaría averiguar sobre la familia de su madre, así que al amanecer, cuando sus amigos llegaron, George al notarla un poco extraña e intuyendo que algo había pasado le dijo:
-¿Es que ha sucedido algo que yo no sepa? –Eleanor lo miró y decidió contarle la verdad.
-Al parecer, el marido de mi hermana posee unas cartas que Anne escondió de su padre y quiero recuperarlas porque contienen información de mi familia. –Dijo ella no queriendo dar más detalles.
-Está bien, las podemos conseguir ¿Verdad muchachos? –Todos los hombres allí congregados dijeron sí al unísono y Eleanor no pudo evitar sonreir.
-Gracias George, pero esto debo hacerlo yo, ya he ideado un plan.
-¿Y cuál es ese plan? –Preguntó George.
-Íré como sirvienta al castillo del conde De Courcy.
-No puedes hacer eso, olvidas que ese es el hombre al que yo golpee y tu curaste, sabe quién eres y quienes somos nosotros.
Te entregará a los soldados. –Dijo Logan (el más joven de todos con sólo catorce años).
-Eso no sucederá, ¿Recuerdas a Peggy?
-¿La criada del marqués que se fue del castillo? – Logan asintió un poco colorado.
-Esa misma, está trabajando con el conde, era la doncella de Anne pero ahora desempeña otra labor en el castillo. –Dijo Eleanor. –Ella me ayudará a entrar.
-¿Puedo ir contigo? –Preguntó el joven Logan.
-Muchacho, si lo que quieres es ver a Peggy puedes acompañarme, yo me quedaré un día o dos hasta que encuentre los documentos.
Al día siguiente Eleanor se encontraba en el castillo del conde. Era un lugar muy ostentoso y grande. Los pasillos era muy anchos y limpios, Eleanor dudaba que con tantas habitaciones en todas las alas del castillo llegara a toparse con su propietario e internamente estaba nerviosa.
El castillo de su padre era muy grande con una arquitectura antigua, pero el del conde era de una arquitectura un poco gótica pero muy moderna. Ella estaba asombrada de que aún los sirvientes estuvieran muy bien vestidos y limpios, lo que no sucedía en la mayoría de otros castillos y mansiones. En fin, ella sólo tenía elogios para ese hombre arrogante y presuntuoso, ahora pensaba que él tenía toda la razón al tratarla como una basura, pues al fin de cuentas eso era. No tenía una fortuna tan grande como él, y ciertamente no podía tenerla más que enterradas debajo de su cabaña, pues ella era parte de los marginados de la sociedad. Ahora estaba allí, en ese inmenso lugar sin ninguna pista dónde buscar aquellas cartas, lo peor de todo es que alrededor de la centena de sirvientes del conde debían conocerla y ella sinceramente no quería.
La noche anterior Maggi, una prostituta que ella conocía pues George era uno de sus clientes frecuentes y su más ferviente admirador le había prestado una peluca negra, la cual portaba en ese momento, además de unos lentes que a Eleanor le molestaban pues ella tenía una vista perfecta y no los necesitaba. Aún así sus cejas aún eran un poco cobrizas, así pues Peggy, su aliada sirvienta se las pintó con algún lápiz de uso dudoso. Le ayudó a vestirse y la presentó al ama de llaves diciéndole que ella era su recomendada.
Eleanor se dirigió hacia la lavandería, ese no sería su trabajo, pero una de las sirvientas estaba con gripe y Eleanor fue enviada a su lugar. Eso no era bueno pues las cartas de ningún modo estarían en la lavandería. Y allí estaba ella, removiendo con un gran palo el agua hirviendo. Ella nunca lavó así sus ropas pero en ese lugar ella no tenía ni voz ni voto.
Una criada llamada Inés se le acercó con un bulto de ropa fina diciéndole:
-Toma esta ropa y friégala con jabón a mano pues es muy delicada, es la ropa del conde. Yo continuaré haciendo tu trabajo. –Dijo ella
Eleanor no podía estar más furiosa. Era cierto que en ningún momento sufrió malos tratos e incluso esa tarea no era pesada para ella, lo que le molestó fue hacerla de gata precisamente del conde y estaba segura de que si él la viera se mofaría de ella.
Estaba incómoda, le picaba la cabeza con la peluca y los lentes no le dejaban así que sin decir más tomó las ropas del conde y se marchó hacia su nueva labor. No pudo evitar oler una de sus camisas, pudo más la tentación con ella, olía a él. Se sintió una enferma por hacer eso y molesta consigo misma se dispuso a lavar su ropa.
Al atardecer merendó en su pequeña habitación alegando que era tímida y no se sentía a gusto con las demás personas. Al acabar le pidió a Peggi que convenciera a la ama de llaves para que mandara a Eleanor a la habitación del conde para realizar una labor. Peggi sabía lo que ella buscaba, ella había sido una de sus compañeras de juego cuando eran niñas por lo que podía confiar en ella. Al final la había convencido y esa misma noche la mandaron hacia la habitación del conde.
Su habitación era muy grande y masculina. Con esquicito refinamiento pero sencilla y acogedora. Una enorme cama estaba en el centro de la habitación. Eleanor no podía quitar la vista de ella.
-¿Sois nueva? –Eleanor no notó que alguien abría la puerta y se asustó tanto que casi suelta la ropa ya seca y doblada del conde, entonces lo miró, ahí estaba él con una copa en mano y una postura relajada pero a la vez alerta.
-Sí señor. –Respondió ella bajando la mirada en falsa señal de sumisión pero con el fin de que él no la viera y pudiese llegar a reconocerla.
El conde se acercó hasta quedar a menos de un metro de distancia de ella y mirándola atentamente le dijo:
-¿Cómo te llamas? –Eleanor estaba preparada para ello y le respondió:
-Soy Nora, señor. Yo vine para...
-Está bien, sigue con tu trabajo, solo que me recordaste a alguien. –Dijo el conde y se marchó dejándola sola en la gran habitación.
Por más que Eleanor buscó en todos los lugares de la habitación en los que podrían estar esas cartas no encontró nada. Molesta y cansada se retiró a su pequeño cuarto mientras pensaba en dónde podrían estar. De pronto se le ocurrió.
-Claro. –Dijo en voz alta. –En su despacho. –Se dijo que al día siguiente revisaría.
Al atardecer del día siguiente después de realizar las labores Eleanor se escapó hacia el despacho del conde después de que Peggi le dijera el camino. No debía fallar, pues podían despedir a Peggi por su culpa.
Eleanor buscó y buscó pero no halló las cartas, había muchos documentos, pero no los que ella buscaba, afortunadamente no se había topado con nadie. Tenían que estar allí, por lo que siguió buscando.
...
Maximilien estaba en una parte de su jardín que usaba para ejercitarse.
-¿Necesita algo milord? –Preguntó su mayordomo Hachings al conde.
-No Hachings, ¿Alguna novedad? –Dijo mientras hacía lagartijas en el piso, una extraña técnica que había aprendido en algún lugar extraño, pensaba su mayordomo.
-Ha llegado la invitación a la boda del marqués Vinteri con la dama Sabella milord, la he dejado en el despacho. –Respondió el mayordomo.
-¿Qué opinas de ella, Hachings? –Preguntó Max.
-Es una fina dama milord. –Dijo cuidadosamente Hachings.
-Vamos Hachings, di lo que realmente piensas de ella.
-Con mucho respeto milord. Considero que es una mujer arribista y antipática, que en ningún modo ama al marqués, pero dado que el tampoco parece amarla... -Se interrumpió tosiendo disimuladamente.
-Tienes razón, esa mujer nunca me ha caído bien, pero sinceramente, ellos dos se complementan. –Dijo con una risa burlona. Después se levantó, tomó su camisa y se la puso. –Estaré en mi despacho, manda que me preparen una tina para darme un daño en mi habitación. -Estuvo a punto de retirarse pero le dijo a su mayordomo. -¿Qué sabes de la nueva sirvienta?
-No mucho milord, sé que ella no comió ayer con nosotros porque es muy tímida. Por lo demás, no la conozco, pero si el ama de llaves la aceptó es que estará bien.
-Bien gracias Hachings. –Dijo y después se retiró.
.....
-¿Quién sois vos y que haces mirando entre mis cosas? ¿Sois una ladrona? –Preguntó un airado Maximilien al descubrir a la nueva sirvienta mirando entre sus documentos. La nueva sirvienta que se había encontrado ayer en su habitación.
Eleanor había sido descubierta, y nada más y nada menos que por el propio conde. Ahora si quería que la tierra se la tragara y que Dios le ayudara a salir de esto.
-Yo...yo. –Maxmilien se acercó y la tomó fuertemente de los hombros con una mirada airada.
-¿Quién te ha enviado? –Al ver que ella no respondía, preguntó apretando su agarre más fuerte. -¿Quién?
-He venido yo sola. –Respondió la falsa sirvienta levantando la voz y tratando de soltarse del agarre del conde.
-¿Cómo os atrevéis a ve... -Eleanor le interrumpió
-Vos tenéis documentos que me corresponden. -Alegó ella.
-¿Qué podría tener yo de una criada? ¿O no eres una criada? –Dijo irónicamente él. En el forcejeo a Eleanor se le había ladeado la peluca negra y cuando trató de acomodarla Max se la arrancó dejando así ver su pelo color oro. –Eres tú. –Dijo él y todo quedó en silencio, después recuperándose dijo:
-¿Qué haces tú aquí? Os he dado mi palabra de no decir sobre el robo, pero estás aquí robándome de nuevo no sé qué. Podría mandarte a la horca. –Dijo él con enfado. –Tienes la palabra. Puedes defenderte, pero si me mientes, -Dijo jalándola de los hombros más hacia él. –Si me mientes, no tendré piedad de ti.
-Tú tienes unas cartas de mi madre. –Dijo ella tuteándolo y dispuesta a decir la verdad de una vez antes de hacer mayor el problema. –Necesito tu discreción.
-Habla. –Dijo él con la voz dura.
-Mi nombre es Eleanor Fermonsel, o mejor dicho Eleanor Vinteri. Provengo del primer matrimonio de Marcus Vinteri con Eloíse D'Arthur.
-Todo lo que me estás diciendo es mentira. –Le interrumpió el conde.
-Tengo pruebas, pero no aquí. –Dijo ella molesta. –Puedes creerme o ahorcarme, como gustes.
-Continúa.
-Mi madre murió al darnos a luz a mi hermana y a mí, pero mi hermana tampoco sobrevivió, al final me regalaron a Ruth Fermonsel una criada y ella me cuidó. Mi hermana Anne me llamó en su lecho de muerte para decirme quien soy realmente.
-¡Por eso la heriste! –Concluyó el conde.
-Yo no la herí. –Se defendió Eleanor gritando. –Anne ya estaba herida incluso me dijo quienes la hirieron.
-¿A sí? Y dígame, señorita Vinteri. –Dijo él burlándose de ella. -¿Por qué nadie supo nada de la boda del marqués antes?
-No lo sé. Pero Anne tenía cartas de mi familia y yo las necesito.
Maximilien se dirigió hacia un cajón escondido entre la pared y lo abrió con una llave y sacó un montón de cartas.
-¿Éstas? – Preguntó.
-No lo sé. Déjame ver.
-¿Por qué habría de hacerlo? –Preguntó él.
-Porque sé que también quieres saber la verdad. –Respondió ella desarmándolo por completo.