Hasta el último de mis días...

By Andrea1174

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Libro 1 de la Bilogía "Te Amaré" Libro 2: Por Toda La Eternidad Puedes querer y hacer que te quieran, pero... More

SINOPSIS
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EPILOGO.
🤍
PARA TI. CARTA DE JACE.
Dedicatoria.
🏳️PLAYLIST🏳️
Libro 2. SPOILER
EN FISICO 🥳

5.

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By Andrea1174

CHARLIE

Me echo un poco de agua en la cara y trato de calmar mis nervios matutinos por tener que salir de mi habitación. Pongo las manos en el lavabo y me miro en el espejo mientras las gotas de agua caen por mi rostro.

Odio este día y todos los que vienen después de una pelea.

Me seco y abro un pequeño cajón donde tengo varias pastillas. Antidepresivos. Tomo el bote naranja etiquetado y lo miro con detalle, lo abro y me dirijo al inodoro para después verter todas las pastillas en él y jalar de la palanca.

Ya no quiero tomar más pastillas.

Después de vestirme con la ropa más fachosa para ir a estudiar, bajo del segundo piso para ir a la escuela. Estoy tan tranquila bajando las escaleras, pero, en cuanto pongo un pie en el último escalón, mi madre comienza a gritarme y toda la tranquilidad se esfuma hasta el más pequeño rincón. Me dice cosas sobre mi padre, sobre lo estúpido que es, y que somos tan parecidos que a veces me llega a odiar tanto como a él.

Si tanto me odia, que me deje ir con mi padre y listo. Así, podrá hacer su vida de nuevo, tomar el camino que quiera, retomar su carrera profesional, o qué sé yo. No sé qué está esperando, qué más necesita de mí.

Mi madre es muy hermosa, tiene un aspecto joven, buena figura, pero creo que su humor lo arruina todo. Es muy capaz de volver a tener una familia, pero no, está estancada en hacer de mi vida y la de mi padre una miseria, y también de la suya. Por lo que sé, está conociendo a un hombre, así que estoy ansiosa de que se enamore de él y, por fin, me deje en paz.

Salgo deprisa de la casa para no seguir escuchándola. Las lágrimas continúan brotando de mis ojos vidriosos, no las puedo controlar. Estoy tan dañada mentalmente que no hago más que pensar que siempre me merezco el daño que me hacen. Por más mínimo que sea. Y sobre todo si viene de ella.

Durante el camino trato de controlar mis sentimientos, ocultarlos como siempre lo he hecho. Con el tiempo he aprendido a apagarlos. Al principio fue difícil, pero ahora lo sé hacer bien.

A pesar de que estoy tiritando de frío, trato de caminar con rapidez para llegar a la escuela y dejar de llorar. Cuando llego a la entrada, donde hay mucha gente, me seco los ojos para eliminar todo rastro de lágrimas. Seguro que los tengo muy rojos e hinchados. Observo a mi alrededor, a la gente contenta, riendo, siendo amigables y felices. Un extraño sentimiento me embarga y hace que vuelva a llorar. Quisiera ser una de esas personas. Camino rápido hasta las gradas del campo de americano para estar sola y desahogarme.

¿Por qué no puedo tener una vida normal? Ir a fiestas, divertirme, tener un novio, ser porrista o algo parecido. Solo quiero ser feliz.

JACE

Estoy platicando con Ken y Leo sobre si Bob Esponja es más amarillo que los Simpson, pero nuestra discusión absurda pasa a segundo plano cuando Charlie se cruza frente a mis ojos. Camina de forma apresurada en dirección al campo de americano, trata de cubrirse la cara, pero lo poco que puedo ver son lágrimas. No es una buena señal.

—Jace —me llaman los chicos mientras me hacen señas con las manos frente a mí, pero yo solo quiero saber qué ha ocurrido.

Ajusto la correa de la mochila a mi hombro y comienzo a caminar con sigilo para ver si el lugar a donde va es el que yo pienso. Su paso sigue siendo apresurado, casi a punto de trotar, camina con las manos apretadas y, una y otra vez, se cubre el rostro con ellas para después bajarlas con frustración.

La gente se da la vuelta para mirarla, pero no con rareza, sino con preocupación. Tal vez Charlie crea que nadie se da cuenta de su presencia, pero es al contrario, muchas personas la quieren, aun cuando ella las ha alejado de ella, aun cuando hemos pasado años sin hablarnos. Pero no se da cuenta de eso.

Las gradas son un buen lugar para estar solo durante las primeras horas. Ahí es donde se detiene. Sube las gradas con pasos pesados hasta llegar a la penúltima hilera, toma asiento, abraza sus rodillas y esconde el rostro entre ellas.

Tal vez yo pueda subir.

Dudo un poco, porque parece que quiere estar sola, pero también necesita apoyo. Así que opto por subir y arriesgarme.

Me acerco a paso lento y me siento junto a ella, haciendo un poco de ruido para que note mi presencia. Levanta la cabeza y me mira, asustada y un poco avergonzada a la vez. Su rostro está ligeramente rojo y sus ojos también. Quiero darle un abrazo, para que sienta que no está sola, porque realmente nadie merece estar solo en los momentos en los que el corazón está roto, sea lo que sea lo que nos haya lastimado.

Soy muy cursi, pero no lo demuestro a menudo. Tiendo a ser divertido en los momentos difíciles para hacer que la gente olvide sus problemas con una risa, aunque no creo que sea esta la mejor situación para hacer un chiste. Sería muy idiota por mi parte comportarme así.

Ahora que me está mirando me he bloqueado. ¿A qué venía yo?

—Vete, Jace —murmura, y mira a otro lado.

¿Qué si me ha dolido? Sí, y mucho, pero no me iré, me puede odiar todo lo que quiera, podemos quedarnos en silencio durante todo el horario escolar, pero algo muy dentro de mí me dice que no me vaya, que es mi momento, que ella me necesita.

—No es bueno estar solo cuando se está triste, las cosas pueden salir mal —titubeo con un hilo de voz.

Siento un hormigueo por toda la espalda, estoy hablando con ella más que un simple hola o un dictado. Tengo que estar sereno para transmitirle tranquilidad. Pero es muy difícil.

«Vamos, Jace, eres un Grey, tú puedes hacerlo».

—¿Cómo sabes que estoy triste?

—Te he visto llorar. ¿Quieres contarme la razón? —pregunto en voz baja. Ella niega aún sin mirarme—. Está bien, pero si te quieres desahogar en algún momento del día, de la semana, del mes o del año, ahí estaré. Siempre lo he estado

Me quedo en silencio después de decirle eso, porque mi nerviosismo parece tragarse todo lo que siempre pienso decirle. Durante las noches invento posibles conversaciones con ella, y en todas me luzco como un galán y hablo con fluidez, pero ahora, en la realidad, parezco un imbécil.

Trascurren unos diez minutos en los que solo se escuchan los pájaros volar por el campo, los aspersores y los autos que pasan.

Ella se gira nuevamente y me mira, con los ojos aún rojos.

—Creí que te habías ido —murmura en un tono de confusión.

Auch. Tal vez debería irme. Pero no, nuevamente abandono esa idea y sigo a mi corazón.

—No voy a dejarte aquí sola, no sé qué te tiene tan triste, pero estoy seguro de que necesitas a alguien como apoyo emocional, y aquí estoy yo

Mis palabras son la pequeña gota que derrama el vaso. Su labio inferior comienza a temblar, su nariz a ponerse roja y sus ojos vuelven a tornarse vidriosos. Rompe a llorar de nuevo.

Extiendo los brazos con nerviosismo esperando que acepte el abrazo, y afortunadamente lo acepta.

Mi corazón va a mil, estoy abrazándola. Probablemente tiemble, pero no lo nota por sus sollozos. Quisiera festejar, sonreír y gritar, pero no es la situación adecuada, así que retengo y guardo mis sentimientos para después.

Aprieto más su cuerpo contra el mío. Ella llora en silencio, solo se escuchan unos suaves sollozos y mi respiración entrecortada. Hago leves círculos en su espalda, esperando que se calme un poco.

Abrazarla parece un sueño. Podría estar en esta posición siempre y nunca me aburriría. El sentimiento de emoción seguiría siendo el mismo, ya pasen minutos, horas, días, o hasta años; viniendo de ella todo me parece perfecto y real.

Así permanecemos un rato, abrazados en las gradas de la escuela. Como en todas esas escenas de películas y libros clichés que Daphne nos obliga a ver en las noches de chicas.

Parece que se tranquiliza un poco, ya que ya no se escuchan sus sollozos. Ahora solo estamos abrazados, disfrutando de la presencia del otro, y mi mente no logra procesar tantas sensaciones y sentimientos a la vez. Voy a colapsar.

De pronto suena el timbre de entrada a clase, rompiendon el silencio.

¿Ha pasado tanto tiempo? Yo lo he sentido como un parpadeo.

Se separa de mí y se limpia los ojos con la manga de su sudadera negra.

—Te he empapado la playera—dice señalándola.

La tomo de un extremo y la miro, efectivamente está un poco mojada. No la lavaré. Probablemente la enmarque y coloque el cuadro en mi habitación.

Dios, que enfermo sonó eso.

—No te preocupes, se secará.

Sin mirarme, toma su mochila y se pone de pie. Hago lo mismo y nos miramos a los ojos un rato. Parece que quiere decir algo, pero duda un poco, abre y cierra la boca como si las palabras se hubieran quedado atoradas en su garganta.

—No me tienes que decir nada si se te hace difícil

—No es eso. Gracias, necesitaba un abrazo, hace demasiado que nadie me daba uno —agradece en voz baja y sin mirarme a los ojos.

—Charl, puedes contarme lo que quieras. Si te sientes triste o enojada, aquí estoy para ti, como en los viejos tiempos. Recuerda que Super J siempre estará para ti. Ya no llevo una capa roja todos los días como antes, pero mi corazón sigue siendo igual de leal.

Sonríe ligeramente con la boca cerrada, tal vez por el vago recuerdo de Super J, un niño de once años con una cobija atada al cuello, que juraba que salvaría a todo aquel que estuviera en peligro y fuera capaz de salvar.

—Gracias, de verdad, muchas gracias —susurra.

Me esquiva para poder bajar las gradas lentamente. Yo tomo mi mochila y la sigo. Entramos a la escuela nuevamente y nos dirigimos al salón de clases.

Solo quiero que nunca acabe este día, por favor. Que me den un pellizco, porque no me creo lo que ha sucedido. Me ha aceptado un abrazo, hemos hablado un poco más.

Simplemente soy feliz. El fútbol americano, los pasteles de mamá o el chocolate siempre han llenado mis días de felicidad. Ahora Charlie ha llegado como Max Verstappen y se ha colocado a la cabeza de esa lista. Ahora mismo nada me va a hacer más feliz que ella.

Si no es con ella, entonces no hay manera de ser feliz.

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