Hasta el último de mis días...

By Andrea1174

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Libro 1 de la Bilogía "Te Amaré" Libro 2: Por Toda La Eternidad Puedes querer y hacer que te quieran, pero... More

SINOPSIS
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EPILOGO.
🤍
PARA TI. CARTA DE JACE.
Dedicatoria.
🏳️PLAYLIST🏳️
Libro 2. SPOILER
EN FISICO 🥳

4.

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By Andrea1174

JACE

-Hola -saluda Charlie con nerviosismo.

-Hola, Charlie -contestan los demás, como si se hubieran puesto de acuerdo en la respuesta.

Ella les ofrece una sonrisa pequeña y toma asiento en el sofá, al lado de Leo. Trata de no moverse mucho. Tal vez piense que nos incomoda o algo así.

- ¿Comenzamos? -pregunto para no estar mucho tiempo en silencio y que se cree un ambiente incómodo. Todos asienten a mi propuesta y comienzan a abrir sus computadoras, libros y cuadernos.

Me quedo de pie esperando que Leo comprenda telepáticamente que quiero sentarme junto a Charlie. Me hago un poco el tonto para no parecer un desesperado, Leo levanta la vista de su laptop y me mira confundido, hasta que comprende y se hace un lado con la excusa de buscar algo. Me siento junto a Charlie, obviamente a cierta distancia para no incomodarla más de lo que ya está.

-Bueno, yo propongo que nos dividamos las tareas, que Jace y Charlie escriban el documento, nosotros investigamos, se lo pasamos a Jace y él se lo dicta a Charlie. ¿Les parece o sugieren algún cambio? -comenta Daphne.

-Nosotros estamos de acuerdo. ¿Charlie? -pregunta Ken.

-Me parece -murmura.

Asiento al igual que todos. Bendito sea el plan de trabajo de mi amiga.

Charlie y yo tenemos que esperar la información que mis amigos justo ahora están buscando. Así que tenemos poco tiempo libre antes de comenzar a trabajar. Quiero hablarle, al menos decirle que se ve muy linda hoy, pero no sé cómo hacerlo, no me salen las palabras, parece que estuviera en modo MUTE.

«La tienes sentada junto a ti y ni siquiera sabes qué decir. Venga, Jace, tú puedes».

-¿Cuál es tu color favorito?

¿En serio eso es lo único que se me ha ocurrido?

Charlie voltea a verme unos segundos, luego se gira con la computadora en sus piernas y responde:

-El amarillo.

-Entonces has cambiado de color, recuerdo que era el morado.

-Sí, los gustos cambian.

Asiento y carraspeo un poco. «¿Qué más digo?».

-¿Tienes novio?

¿De verdad he preguntado eso?

Charlie me mira con el ceño medio fruncido, como incómoda. Por suerte Daphne me pasa lo primero que tengo que dictar, la sinopsis del trabajo, y comienzo a dictar las palabras con un poco de dificultad. Cada vez hablo más bajo porque me tiembla la voz.

-¿Podrías hablar más alto? -me dice ella.

-Yo creo que está bien mi tono -murmuro.

-Bueno, podemos cambiar, tu escribes y yo te dicto.

Asiento a duras penas y me deslizo por el sofá para tomar la computadora y ponerla sobre mi regazo. Charlie comienza a dictarme y yo a teclear. Su voz dulce y delicada me roza el cuello y hace que me enderece y comience a escribir tonterías sin sentido, palabras a medio acabar y con una letra que nada tiene que ver con la mía.

-Alto -digo para después liberar todo el aire que llevo reteniendo sin ni siquiera darme cuenta.

- ¿Qué pasa? -pregunta mirándome a los ojos.

-Amm, me he perdido.

- ¿Voy muy rápido? Puedo parar si te molesta que

-No, solo que no estoy en este mundo

Así es, estoy en CharlieLand.

Suelta una pequeña risa que me hace sonreír a mí. Vuelve a dictarme, pero esta vez trato de concentrarme y no quedar como un idiota. Lo haré bien.

El tiempo se me pasa rápido entre dictados, presidentes, nervios, risitas y mejillas rojas, pero por fin terminamos el trabajo. Tecleo las últimas palabras y doy a guardar el documento.

-Y listo, trabajo terminado.

Todos soltamos un suspiro de cansancio. En especial yo, harto de escribir cosas aburridas sobre presidentes y tener que suplicar a mi cabeza que actúe como la de una persona normal. Me resulta muy difícil todo esto, el que me guste. Cuando éramos amigos no me ponía nervioso al hablarle, incluso la molestaba, pero ahora me desespero porque ni siquiera puedo decir algo civilizado.

La puerta principal se abre y aparece mi madre con algunas bolsas de tela con comida. Deja sus cosas en el recibidor y se acerca a nosotros con una sonrisa grande y acogedora.

-Hola, chicos. ¿Cómo va el trabajo?

-Hola, Kate -saludan mis amigos con toda la confianza que se ha forjado durante todos estos años. Mientras que Charlie

-Hola, señora Grey.

-Hola, Charlie, puedes llamarme Kate, ya nos conocemos y no necesitamos tanta formalidad.

-Me siento mejor diciéndolo con la debida formalidad, señora Grey.

-Está bien, no te preocupes por eso. Hace tiempo que no te veía, estás más hermosa que nunca.

Mi madre tiene toda la razón del mundo, está hermosa. ¿Cómo puede existir alguien tan perfecto en la faz de la tierra?

-Muchas gracias, señora Grey, usted sigue igual de hermosa y joven.

-Muchas gracias, aunque con alguna que otra arruga. Bueno, los dejo para que hablen de sus cosas de adolescentes. -Mamá se retira y toma las bolsas para ir a hacer Dios sabe qué cosa en la cocina, tal vez acomodar lo que ha comprado.

-¿Quieren ver la televisión? -pregunto tomando el control remoto de la mesa de centro.

-Un rato vendría bien -dice Daphne, acomodándose en el sofá.

-Mientras buscas algo que ver, les refrescaré la memoria recordando buenos tiempos -comienza Leo-. ¿Recuerdan las olimpiadas de la secundaria? Yo lo hice ayer y me divertí bastante.

- ¡Sí! Todos llegábamos en los primeros lugares, y Daph en los últimos -suelto una carcajada.

Ella me da un golpe en el brazo que no me lastima ni un centímetro.

-Sabes que odio correr mucho.

Las olimpiadas de la secundaria eran la semana más divertida. Había competiciones de todo, de matemáticas, arte, atletismo, o comida. También había algunas pruebas tontas en las que competíamos por ver si había más mujeres u hombres en la escuela. Los premios eran puntos extras, una hora libre o un día sin clase, dependiendo en qué compitieras y qué lugar ganaras.

-Mi recuerdo favorito de esas competiciones era cuando teníamos que formar equipos para hacer un circuito en el lodo cargando muchos huevos en los brazos. Siempre terminábamos cubiertos de yemas y teníamos que nadar en una minialberca de agua y en otra de harina. Uno de esos años ganamos un día sin clase -relato con una sonrisa.

Definitivamente es de los mejores recuerdos que conservo. Mi madre debe de tener una foto de todos nosotros con una medalla colgada mientras estamos manchados de lodo y harina de pies a cabeza.

-Ah, y cuando en los exámenes de Matemáticas hicimos una estrategia. Charlie estaba sentada en la primera fila porque ella lo entendía todo, detrás de ella Daph para que le pasara las respuestas, luego yo, detrás de mí Jace, y después Ken -nos recuerda Leo.

Hacíamos el tonto en Matemáticas, siempre nos estábamos riendo, y a la hora de un examen no sabíamos nada. La mejor era Charlie, que parecía tener un chip matemático en el cerebro. Solo la última vez que lo intentamos terminamos castigados una hora después de la salida, gracias a que a Leo se le cayó el papel en el que todos con orgullo escribimos nuestros nombres y una palomita verde, como si de una misión imposible de cumplir se tratara. Desde ese día hasta terminar la secundaria nos sentaron separados. Bueno, al final ya solo nos separaban a Daphne, Leo, Ken y a mí, ya que Charlie dejó de sentarse cerca de nosotros.

-Por entonces nuestro famoso lema era: «Todos para uno y uno para todos». Poco original, pero nos funcionaba muy bien -recuerda Kenneth con una sonrisa orgullosa.

-¿Recuerdan cuando Jace entró por accidente a los baños de chicas? -dice Daph entre risas.

-Tú entraste dos veces al de chicos -contraataco.

-Porque no había agua en el de chicas y tenía que lavarme las manos, no porque quisiera. Esos lugares siempre son asquerosos.

Todos reímos por las anécdotas que nos ha tocado contar. Eran buenos tiempos. Desearía que nunca hubieran dejado de pasar, que hubiéramos continuado creciendo juntos.

La noche llega poco a poco y todos comienzan a irse: Leo se va en su auto, Ken lleva a Daph a su casa y Charlie también se va en un auto, que supongo es de alguno de sus padres. Cuando se han marchado, entro en casa y me encuentro con mi madre mirándome con una sonrisa. Ella sabe que esta tarde ha sido perfecta, al menos para mí. Suspiro y me tiro al sofá boca abajo.

-Uy, el amor está en el aire en esta casa -bromea, luego me da un beso en la cabeza.

No puedo dejar de sonreír, y tampoco tengo planeado hacerlo. Soy un chico cursi y cariñoso, pero sé poner límites a las personas. Aunque con ella con ella podría ser más dulce que el azúcar.

CHARLIE

-¿Cómo te fue, cariño? -pregunta papá una vez que estoy dentro del auto.

-Muy bien.

Realmente lo he pasado bien con ellos, recordando esas anécdotas de mi última época feliz. Desde entonces, y sin bromear o exagerar, no había vuelto a reír tanto. Papá sonríe y pone música para ambientar el camino hasta casa de mi madre. Tardamos poco en llegar y, al detenernos, veo que su auto ya está en la entrada de la cochera. Tal vez ya esté dormida.

Veo encenderse la luz de la sala y suelto un suspiro de derrota. Voy a meterme en problemas, y muy grandes. No es mi día con papá ni le he pedido permiso para irme. Se lo tomará mal, muy mal. Miro a mi padre, preocupada.

-Me va a gritar -susurro comenzando a jugar con mis dedos.

-Tranquila, no lo hará, iremos juntos hasta la puerta y hablaré con ella.

Asiento y ambos bajamos del auto, caminamos a través del jardín hasta llegar a la puerta. Saco la llave de mi bolsillo y abro la puerta con lentitud. Lo primero que veo es a mi madre frente a la puerta con una mirada de enojo y los brazos cruzados.

-¡¿Te crees que te puedes llevar a Charlie cuando te dé la jodida gana, Mike?! -grita acercándose a él y haciéndome a un lado. El nudo de mi garganta se aprieta.

«Otra vez no».

Solo eso puedo repetir. Han pasado años desde que no estoy en medio de una pelea, desde que se divorciaron solo las he escuchado, pero creí que nunca más volvería a verlos pelear y gritarse cara a cara. Y, de un momento a otro, soy una niña de nuevo.

-Sí, es mi hija también, tengo derecho a verla, ¿olvidas la custodia compartida? -responde mi padre con tranquilidad.

- ¡Pues estás mal! ¡Ella vive conmigo y bajo mis reglas! -Se gira para mirarme y se acerca con furia a mí, pero papá la toma del brazo-. ¡Vuelve a salir con tu padre sin mi consentimiento, Charlie, y te castigaré de por vida! -me grita apuntándome con el dedo.

-Prometo que no lo haré. -Asiento repetidas veces sin mirarla a los ojos.

Solo veo mis manos, que trato de mantener calmadas pues han comenzado a temblar. Parpadeo y mi respiración se acelera. No me gusta que me griten, escucharlos desde pequeña me da terror, entro en pánico. Sé que me van a lastimar con el más mínimo grito. Aún recuerdo mi primer ataque de pánico, tenía solo once años, sentí el terror nacer en mi pecho mientras se extendía hasta la punta de mis dedos. Por más que intentaba controlarme no lo lograba; solo crecía y crecía el terror sin control, temblaba mucho y sentía un sudor muy frío. Tuve que sentarme en una esquina de mi habitación porque no podía caminar hasta la cama del dolor que sentía en el pecho. Me sentí sola, muy sola.

-Deja a mi hija en paz -le advierte mi padre con calma, pero sé que está perdiendo la paciencia. Su mandíbula apretada y el entrecejo fruncido lo delatan.

-¡¿Escuchaste, Charlie?! -vuelve a gritarme mi madre.

-Sí sí -susurro con la voz entrecortada. Me cuesta hablar, me falta el aire, me duele el pecho.

-¡Que la dejes! ¡No tienes maldito derecho a gritarle! Nunca has sabido cómo ser una buena madre, mira a tu hija, está aterrorizada. Si tan poco la quieres, ¿por qué no dejas que se quede conmigo? -grita esta vez mi papá y hace que se gire para que me mire a la cara. Las lágrimas comienzan a brotar de mis ojos, está pasando otra vez-. Charlie, por favor ve a tu habitación -me dice tratando de mantener un tono tranquilo; sus ojos transmiten enojo, pero sé que no está así por mi culpa, sino por mi madre.

O tal vez si es mi culpa por ser tan tonta y desobedecer las reglas. Siempre yo, siempre busco que me lastimen, nadie más que yo.

Obedezco y corro hasta mi habitación, cierro la puerta con seguro, y me quedo de pie en el centro de la habitación. Trato de respirar con normalidad, pero me es imposible. Los gritos lejanos cada vez se hacen más fuertes, se escuchan algunas cosas caer y luego más gritos. Tal y como cuando yo tenía once años.

Me coloco una mano en el pecho y camino hasta mi escritorio, abro el cajón y saco lo que necesito, y esta vez no son pinceles. Camino al baño y cierro la puerta, me siento en una esquina y miro el artefacto plateado entre mis dedos. Hace tiempo no recurría a esto, y es doloroso volver a sentir esta necesidad de saciar la tristeza, siento que es un retroceso. Me remango la blusa y miro las líneas pintadas, casi borradas de mi piel. Había dejado de hacerlo porque decidí expresar mis sentimientos con el arte, pero ahora creo que esta es la mejor manera de sacar todo mi enojo, tristeza y rabia.

Acomodo la punta en mi piel sin apartar la mirada de mi brazo. Los gritos de mis padres siguen escuchándose en la lejanía, así que procedo a ejercer fuerza. Inmediatamente siento un ardor en mi brazo, pero no me importa, continúo haciéndolo sin parar, sin importarme ver cómo la sangre cae por el suelo y se escabulle entre las líneas de las lozas. Aprieto los dientes para no gritar o soltar un lamento; solo siento las lágrimas recorrer mis mejillas, que dejan un sabor salado y amargo en mi boca, y luego caen en el suelo.

Me siento un poco mejor.

Suelto el cúter y cae junto a las gotas de color escarlata. Apoyo la cabeza en la pared y aprieto los labios para evitar llorar. Ahora los gritos de mis padres se escuchan solo como un pitido lejano. Si de esta manera salgo de mi realidad, no me importa la autolesión.

Me pongo de pie y me lavo las manos, salgo del baño y voy hasta la cama. Me acurruco contra la almohada y trato de pensar en otras cosas. En recuerdos buenos.

Desearía haber tenido otra familia, una feliz

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