Cántame al oído | EN LIBRERÍAS

By InmaaRv

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«Escribiría todas mis canciones sobre ti». Holland finge que tiene una vida perfecta. Alex sabe que la suya e... More

Introducción
01 | Mi rata es una superviviente.
02 | Conociendo a Holland Owen.
03 | Rumores que hieren.
04 | Somos unos cobardes.
05 | Un tratado de paz.
06 | La música no es lo mío.
07 | K. K. Splash Pro
08 | Rota en pedazos
9 | Con la música en las venas
10 | Nociones básicas de supervivencia
11 | Los archivos del despacho de dirección
12 | Indestructible
13 | Dedícate a lo que te haga feliz
14 | Nuestra primera canción
15 | Oportunidades
16 | Asumiendo la realidad
17 | Mi verdadero yo
18 | Arriésgate a que te rompan el corazón
19 | Todas mis canciones suenan a ti
20 | Recuerdos que no duelen
21 | Consecuencias
22 | Un corazón roto
23 | Una pareja para el baile
25 | Primeras veces
26 | Siempre que me necesites
27 | Mil y una veces
28 | Artísticamente hablando
29 | Dibújame cantando
30 | Ser feliz y tomarse el lujo de no saberlo
31 | El precio de soñar
32 | Lo que mereces
33 | Sigue latiendo
34 | Efectos colaterales
35 | Lo que no te rompe te hace más fuerte
Epílogo

24 | Quien soy en realidad

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By InmaaRv

24 | Quien soy en realidad

Holland

Quien dice que el silencio no duele es porque no lo conoce tan bien como yo.

El resto de la semana transcurre con una lentitud insoportable. Voy del instituto a casa y me encierro todas las tardes en mi habitación para estudiar porque necesito mantener la mente ocupada. Los chicos quedan para tocar todos los días y se me da bastante bien inventarme excusas para no asistir a ninguno de sus ensayos.

Su compañía suele distraerme, pero ahora no soporto estar con ellos. No saben exactamente qué pasa entre Gale y yo. Se supone que seguimos juntos, pero seguramente han notado que intento con todas mis fuerzas no cruzarme con él por los pasillos, y que, cuando nos vemos, siempre le lanzo miradas llenas de desdén. En ocasiones me entran ganas de estampar su cabeza contra una pared y tengo que consolarme pensando que, después de la noche del baile, todo se habrá acabado.

Una noche. Solo tendré que aguantarlo durante una noche.

Todos los días me siento con mis amigos para almorzar, pero me cuesta mirarlos a la cara. Sé que nunca me juzgarían en voz alta, pero me duele imaginarme lo que pensarán sobre la decisión que a sus ojos he tomado. Quizá piensan que soy patética, que estoy desesperada. Que no tengo ni una pizca de amor propio.

Que, como me dijo Alex, necesito que me quieran.

Sería más sencillo si supieran la verdad. Sam, que me conoce mejor que nadie, no tarda en notar que algo va mal y se pasa toda la semana intentando sonsacarme información. Sin embargo, ni siquiera me planteo contarles lo que ha pasado. No puedo arriesgarme a que llegue a oídos de Alex y todo se vaya a pique.

El viernes por la noche, los chicos dan su segunda actuación en el Brandom. Esta vez, están mucho menos nerviosos. Tocan con más soltura y la voz de Alex cautiva al público. Me dedico a animarlos desde la barra, mientras Bill me cuenta cosas triviales. Cantan Mil y una veces y Mason se adueña del micrófono para publicitar su canal de YouTube.

Nos quedamos a cenar allí y escucho sus anécdotas en silencio. Es incómodo participar en una conversación cuando uno de los participantes te ignora descaradamente. Alex no ha vuelto a mirarme desde que rechacé sus disculpas hace días en el pasillo y, aunque debería sentir alivio, porque está dándome la distancia que buscaba, la verdad es que su silencio me duele más que ninguno.

Me voy a casa temprano y ni siquiera dejo que Sam me acompañe por el camino.

Ojalá supiera que, si estoy haciendo todo esto, es por él. Todavía tengo presente nuestra discusión y yendo al baile con Gale estoy demostrándole que en parte tenía razón; al menos, esa debe ser su concepción, aunque la realidad sea completamente distinta. La realidad es que llevo toda la semana intentando sacarme su nombre de la cabeza y que, pese a todos mis esfuerzos, no soy capaz.

Toda mi exasperación, sumado a que tendré que pasarme toda la noche con Gale y que Alex sigue tratándome como si no nos conociéramos, hacen que la noche del sábado, cuando me planto frente al espejo con mi vestido para el baile, me entren ganas de llorar.

—Estás preciosa —dice mamá, poniéndome las manos sobre los hombros. Fuerzo una sonrisa.

Mi vestido es sencillo; corto, sin mangas y con vuelo. Seguramente mamá se habría decantado por un conjunto más espectacular, pero a mí me gusta cómo el blanco contrasta con mis mechones pelirrojos. Quería hacerme un moño, pero he insistido en llevar el pelo suelto, y apenas me he maquillado. Estoy destrozada por dentro, pero esta es la primera vez que me miro al espejo y me veo realmente bien.

Puede que vaya a ir al baile con la persona equivocada, pero no volveré a lucir como alguien que no soy.

—¿A qué hora vendrá Gale a recogerte? —me pregunta mamá.

No permito que me tiemble la sonrisa. Me aparto del espejo y cojo mi móvil y algo de dinero, por si acaso.

—No vendrá a recogerme. Nos veremos allí.

—Qué poco romántico —comenta con desaprobación.

—No necesito a un guardaespaldas, mamá.

En realidad, a Gale le encantan estas tradiciones ridículas. Por eso se presentará en mi casa dentro de unos diez minutos. Esquivarlo en el baile será imposible porque papá estará allí, pero no tenemos por qué ir juntos hasta el instituto. Me apetece menos teniendo en cuenta que llevo estos tacones, que serán magníficos, pero no sirven para hacer largas caminatas.

Sobre todo si te acompaña un imbécil.

—Me lleva papá —la informo.

No parece convencida, pero asiente. Lo guardo todo en mi bolso y me lo echo a un hombro. Debería darme prisa si no quiero cruzarme con Gale al salir. Prefiero no pasar más tiempo con él del estrictamente necesario. Cuando se presente aquí y yo ya no esté, con suerte mamá creerá que solo ha sido un despiste.

Estoy lista para irme, cuando, de pronto, dice:

—Me alegro de que hayáis arreglado lo vuestro, cariño.

Trago saliva. Parece sincera y eso es lo peor: cree que todo esto me hace feliz. Estoy siendo injusta con ella. No merece que le mienta de una forma tan cruel. Le cuesta demostrarlo, pero, en el fondo, me quiere.

—Mamá...

—¡Hora de irnos! —grita mi padre desde la planta baja. Me sobresalto y cierro la boca inmediatamente.

¿Qué he estado a punto de hacer?

Antes de que pueda decir nada, mamá me abraza. Extrañaba tanto mantener contacto físico con alguien que casi me echo a llorar.

—Pásatelo bien, ¿vale? —Cuando me separo de ella, tiene los ojos enrojecidos.

—Vale —respondo, en un susurro, y me prometo a mí misma que al menos lo intentaré.

Cuando bajo las escaleras, papá silba y yo me río mientras lo empujo hacia la puerta. Nos montamos en su coche y conduce en silencio hasta que llegamos al instituto. Durante el trayecto, me veo obligada a retener las ganas que tengo de pedirle que volvamos a casa. Papá aparca frente al edificio, miro por la ventanilla y suelto un suspiro.

Debería haber traído una chaqueta, porque fuera hace mucho frío. Me abrazo a mí misma para conservar el calor y subimos los escalones que conducen a la entrada. A mi alrededor, solo veo chicos con esmóquines y chicas que llevan conjuntos de lo más personales: desde largos vestidos de fiesta hasta trajes de chaqueta. Entramos en el vestíbulo, que también está a rebosar.

Mi padre está convencido de que cualquier adolescente que se precie se avergonzaría de llegar al baile acompañada por un familiar, así que desaparece entre la multitud y me deja sola. Me abrazo con más fuerza, aunque dentro no haga frío. Estoy empezando a arrepentirme de no haber esperado a Gale, cuando, de pronto, la cabellera castaña de Finn se asoma dando saltos entre las demás y mis pulmones se llenan de alivio.

Camino hasta él y compruebo que todos mis amigos están aquí. Mason, Sam y Finn están haciéndose una foto, enfundados en sus esmóquines. Posan con elegancia y eso me parece espectacular y gracioso al mismo tiempo. Me acerco con timidez, hasta que Blake recae en mi presencia y se pone a chillar.

—¡¿Habéis visto lo guapa que está mi amiga?! —exclama, corriendo hacia mí. Me abraza con fuerza y me echo a reír. Después, mira a los chicos—. Hacednos una foto. Ahora.

Sonrío. Ella también está guapísima. Lleva un vestido corto y ajustado de color negro y unas botas de tacón. Su ropa tiene ese rollo atrevido que tanto va con ella. Yo no sería capaz de ponerme algo así, pero Blake lo luce como si fuera su segunda piel.

Posamos juntas para la cámara y después me acerco a saludar a los demás. Sam me envuelve entre sus brazos y me presenta a Carla Andrews, su pareja para esta noche. Es una chica menuda, con gafas y una sonrisa realmente contagiosa. Después, camino hacia Mason y Finn, que se ajustan la chaqueta al mismo tiempo.

—¿Qué opinas? —me pregunta Mason, y Finn y él giran sobre sí mismos.

—Estáis buenísimos —respondo, en broma. Mason sonríe, galán, y mira a Blake con las cejas alzadas. Ella se limita a rodar los ojos.

—¿No te entran ganas de pedirme que salga contigo? —dice Finn. Amplío mi sonrisa.

—En realidad, quería que me reservaras un baile.

Suspira dramáticamente.

—Será difícil, cariño, porque tengo lista de espera, pero te buscaré un hueco, solo por ser tú —responde y me guiña un ojo.

Me río y lo empujo con molestia. Finn también sonríe. Me sentía culpable por no haber encontrado a alguien que lo acompañase esta noche, pero no parece afectado. Con suerte, Gale se cansará pronto de prestarme atención y podré escaparme para hacerle a Finn algo de compañía. Dudo que nuestros amigos vayan a dejarle solo, pero quiero asegurarme de que se lo pase bien.

Miro alrededor, en su busca; aunque finjo no haberme dado cuenta, no veo a Alex por ninguna parte. Aun así, y aunque sé que mis amigos no se lo tomarían a mal, no me atrevo a preguntar por él. Esperaba que viniera, aunque siga decidido a ignorarme. Ojalá solo llegue tarde y no se haya quedado en casa.

De repente, mi móvil empieza a vibrar. Gale me ha escrito porque ya va camino de mi casa. Me siento tentada a dejar que pierda el tiempo, pero al final termino diciéndole que ya estoy en el instituto. No vuelve a contestar.

Suspiro, bloqueo el móvil y, cuando subo la mirada, el corazón me da un salto.

Al final sí que ha venido.

Siempre me ha parecido atractivo, pero ahora me siento como si lo estuviera viendo por primera vez. Está guapo esta noche. Más que nunca. Tiene un cuerpo esbelto y atlético, y, como se ha quitado la chaqueta, su camisa se ajusta a los músculos de sus hombros. Trago saliva. Debería ser ilegal que ir con traje le siente tan bien.

Alex se acerca a saludar a los chicos y juraría que nunca le había visto sonreír tanto. Choca puños con Mason, se pasa una mano por el flequillo y enarca las cejas ante alguno de los comentarios de Blake. En momentos como este, cuando se ríe así, se nota que es feliz y eso hace que me guste aún más.

Porque me gusta. Alex me gusta.

Admitirlo en mi mente ya no es un problema. Sin embargo, aunque sabe que estoy aquí, ni siquiera mira en mi dirección. Llevo un rato observándolo sin parpadear, pero sigue ignorándome y eso hace que me sienta no solo dolida, sino también humillada.

De pronto, Finn me clava el codo en las costillas.

—Como sigas babeando así, te vas a deshidratar.

—Voy a buscar a Gale.

No espero a que responda. Me pierdo entre la multitud y salgo del instituto para esperar al imbécil al que tendré que soportar durante toda la noche. Si Alex no quiere saber nada de mí, está bien, pero no pienso quedarme ahí esperando a que me ignore.

Nos contó hace días que esta noche vendría con una chica llamada Rebecca, pero no estaba con ella cuando ha llegado. Podría sentir alivio, pero la verdad es que estoy preocupada. Si Sam no se equivoca y Alex realmente siente algo por mí, no me gustaría que estuviese solo toda la noche, viéndome con Gale y creyendo que sigo enamorada de él.

No me apetece ver a mi ex novio, pero agradezco que tarde poco en llegar porque estoy congelándome. Se acerca con una sonrisa petulante y me examina con descaro. Pongo los ojos en blanco. Él también va solo en camisa, en un intento bastante penoso de enseñar sus bíceps.

—Estás tan buena como siempre —dice, sabiendo que me molestará.

—Resérvate tus cumplidos para quien los necesite.

Amplía su sonrisa.

—Sabes que me encanta que saques las garras.

—Vete al infierno, Gale.

Voy a girarme para entrar de una vez, pero me detiene agarrándome la muñeca. A diferencia de como ocurría hace semanas, ahora no quiero que se acerque a mí.

—Suéltame —le ordeno, con los dientes apretados.

—Sé buena y no habrá problemas —se limita a decir, antes de dejarme ir.

Ya no queda nadie en la entrada. Sigo a Gale por unos pasillos que están prácticamente a oscuras en donde resuenan mis tacones y entramos en el gimnasio. Han montado una pista de baile con luces de neón y cintas colgando del techo. A los lados, hay mesas con sillas donde varios estudiantes intentan charlar pese al elevado volumen de la música que suena por los altavoces.

Estamos casi a oscuras. Nada más entrar, Gale se para a hablar con unos amigos, que ni siquiera me molesto en saludar. Entre ellos, está Ryan, el chico que me soltó ese comentario tan desagradable hace días en el comedor. Sonríe con burla al verme, pero no se atreve a decirme nada delante de Gale.

Sea como sea, estos individuos no me interesan. Miro a mi alrededor, en busca de mis amigos. Quiero ir a buscarlos, pero justo entonces veo a papá, que me sonríe desde su puesto junto a otros profesores, y recuerdo que mi sitio, por mucho que me disguste la idea, es este.

Al menos, por esta noche.

—¿Quieres algo de beber? —me pregunta Gale.

—Tendrás que buscar otra forma de envenenarme.

Resopla con cansancio.

—Muy bien, nena. Vamos a por algo de beber.

Lo acompaño hasta una mesa, pero continúo negándome a aceptar una bebida. Gale parece cada vez más molesto. La música es pegadiza y haría que cualquiera quisiera ponerse a bailar, pero está decidido a amargarme la noche y por eso me agarra del brazo para arrastrarme hasta un sofá. Nos sentamos allí, guardando las distancias, y los minutos transcurren con lentitud.

Esto es ridículo. Hemos venido juntos cuando ya no nos soportamos. Logré enfrentarme a él en mi casa, pero después cedí ante sus chantajes y permití que intercediera en mis decisiones. ¿Por qué sigue dándome miedo usar mi astucia contra él? No puedo seguir dejándome intimidar. Ya no soy la Holland de antes. La única persona que tiene derecho a mandar en mi vida soy yo misma.

Me vuelvo hacia él y bloquea su móvil para mirarme con aburrimiento.

—Se acabó. Voy a buscar a mis amigos.

Gale suspira.

—No empieces otra vez. Ya sabes cuál es el plan.

—Este es mi plan, Gale. Esto se ha terminado. No te soporto ni un minuto más. Esta noche, les contaré a mis padres que hemos roto. Puedo hacerles creer que ha sido por mutuo acuerdo, que todavía somos amigos y que mañana mi padre te acompañe a la universidad. Ambos saldríamos ganando, y te estaría haciendo un favor. —Espero a que asienta, consternado, y endurezco mi expresión—: O puedes ser un capullo y obligarme a tomar medidas más duras. Si se te ocurre volver a acercarte a mis amigos o a mí, le contaré la verdad a mis padres. No solo les diré que me has engañado, sino también que has agredido a mis amigos y que me has gritado, insultado, manipulado y chantajeado en mi propia casa. Mi familia puede tener sus defectos, pero créeme cuando te digo que nunca, jamás, permitirían que nadie humillase a un Owen. Puedes ser bueno y que no haya problemas, Gale, o puedes darme razones para arruinarte la vida. Tú eliges. —Quiere hablar, pero levanto un dedo para que guarde silencio—. Oh, y no te enrolles, ¿vale? Sabes lo mucho que odio que hables sin parar.

Mi rabia contenida está presente en cada una de mis palabras. Mi rostro permanece inexpresivo y enarco las cejas mientras espero una respuesta. Gale me mira y traga saliva. Ahora sí, es él quien está acorralado. La música sigue sonando, pero entre nosotros se ha instaurado un imperturbable silencio.

Mi ex novio baja la mirada.

—Hace dos semanas me querías y ahora dices que no me soportas —dice en voz baja. Parece dolido y seguramente lo esté, pero no me lo demostraría si no tuviese intenciones ocultas. Sus trucos ya no funcionan conmigo.

—Doy por hecho que eliges la primera opción. No me gustaría tener que llegar a un extremo, Gale, pero no dudaré en hacerlo si me obligas.

Es un capullo, pero ha formado parte de mi vida durante años. No quiero ser cruel con él porque no soy una mala persona. Pagarle con su misma moneda nos haría iguales y bajo ningún concepto quiero parecerme a alguien así.

Gale traga saliva.

—Hollie...

—Holland —lo corrijo, levantándome. Me aliso el vestido y le miro por encima del hombro—. Que disfrutes del baile, Gale.

Después, me alejo sin mirar atrás. Estoy alterada y mi corazón va muy rápido, pero me siento como si acabase de quitarme un enorme peso de los hombros. He pasado una semana horrible y, sin embargo, ha merecido la pena. Por primera vez en mucho tiempo, y después de haber estado esperándolo tanto, me siento completamente libre.

De primeras, creo que no podré encontrar a mis amigos, pero, si por algo se caracteriza 3 A. M., es por lo mucho que destacan. En medio de la muchedumbre, veo la cabeza de Blake, que está subida sobre los hombros de Mason. Un profesor se apresura a llamarles la atención y corro hasta ellos antes de perderlos de vista.

Cuando llego, busco a Sam, que se ha separado de Carla Andrews para hablar con Finn. Lo agarro por los brazos para que se vuelva hacia mí.

—Me merezco a alguien mejor —le suelto sin pensar—. He tardado mucho en darme cuenta. Gracias por tus consejos y por no dejarme sola a pesar de todo.

Se queda mirándome en silencio. Luego, pestañea y sonríe.

—¿Has roto con Gale? —pregunta. Asiento.

—¡Ha roto con Gale! —chilla Finn a mis espaldas.

—¡Eeeeeeeeeeeeh! —exclama Mason, acercándose y dando palmadas, con la música retumbando con fuerza en nuestros oídos.

Cuando Sam me da la mano y me hace girar sobre mis talones, me río y me dejo llevar. Ahora que se ha acabado, siento que mi vida es más ligera. Más fácil. Se terminó. Para siempre. Debería haber hecho esto mucho antes; ser valiente a veces cuesta, pero siempre merece la pena. Me merezco estar bien.

Lo que más me gustan mis amigos es que valoran la libertad tanto como yo. Bailan como si estuviésemos solos y nadie nos estuviese mirando. Sonrío cuando Blake agarra mi mano y me invita a bailar con ella. Mason se nos une poco después, y me muevo y me río junto a ellos sin que me importe nada más. En este instituto, solo me preocupa la opinión de las personas que están bailando conmigo.

Cuando termina la canción, me vuelvo hacia Finn sin aliento porque se suponía que teníamos un baile pendiente. Sin embargo, ha desaparecido. En su lugar, mi mirada recae sobre un chico que, alejado de todos los demás, está sentado junto a la pared del gimnasio, mirando su teléfono móvil.

Alex.

Sigo moviéndome para no desentonar, pero no puedo apartar los ojos de él. Está completamente solo y no puedo evitar preguntarme por qué no viene a bailar con nosotros. Espero a que nos vea, pero no levanta la mirada. Trago saliva. Odio que solo con verle ya sienta cosquilleos en el estómago.

De repente, alguien me pellizca la barriga y pego un salto.

—Ve —me dice Mason, señalando a Alex con la cabeza. Niego.

—No creo que...

—Dices que es un cobarde, pero tú tampoco vas sobrada de valentía, Holland.

De manera que Alex se lo ha contado. Trago saliva. Por mucho que deteste admitirlo, tiene razón. Lo que tuvimos fue una discusión absurda; de no ser por mí, no nos habríamos distanciado de este modo. Vino a pedirme disculpas y las rechacé, y supongo que ahora me toca a mí dar el primer paso.

—No sé cómo... —empiezo a decirle a Mason. No obstante, cuando me giro descubro que se ha ido a bailar con Blake a otra parte.

Aprieto los labios. Genial.

Nunca pensé que Alex podría ser tan intimidante. Me muerdo el labio y, tras pensármelo mucho, camino hacia él. Quiero echarme atrás, pero ya es demasiado tarde. Me detengo a su lado y me aliso el vestido, nerviosa. No tarda en recaer en mi presencia. Trago saliva cuando me mira a los ojos.

A pesar de la música, siento que nos hemos sumido en un silencio incómodo.

—Hola —susurro. No me escucha, pero debe leerme los labios, porque responde:

—Hola.

Mira su móvil una vez más y suspira antes de guardárselo en la chaqueta. Es un alivio que quiera ponerme las cosas relativamente fáciles. Sus ojos recorren mi cuerpo y no puedo evitar preguntarme qué estará pensando. Resisto el impulso de cruzarme de brazos. Odio estar nerviosa.

—¿Dónde está Rebecca? —pregunto, sin poder contenerme.

—Con Finn.

Pestañeo. Sin lugar a dudas, eso no me lo esperaba.

—Lo siento. —Es lo único que me sale. Alex niega.

—Veníamos como amigos. Me alegro de que, al menos, uno de los dos se lo esté pasando bien.

Si puedo escucharle, es porque el DJ nos ha dado un respiro y la música ha dejado de sonar. No hay mejor momento que este para hablar. Sin embargo, me he quedado en blanco. No sé por dónde empezar. Necesito decirle demasiadas cosas. Abro la boca, pero termino cerrándola sin decir nada.

Sigo estando de los nervios y que me mire así me complica las cosas.

—Alex... —intento decir, pero suspira, rueda los ojos y se pone de pie.

Pasa por mi lado, dispuesto a marcharse. Le agarro el brazo para detenerlo. No puede irse sin haber escuchado mis explicaciones. Sus ojos encuentran los míos y, sin soltarle, empiezo a hablar.

—Siempre he creído que tenía que ser perfecta. Desde pequeña, mis padres han supervisado mi forma de vestir y de actuar, mis amistades e incluso los chicos que me han gustado. Me han repetido miles de veces lo importante que es esforzarse por encajar. Han intentado moldearme a su gusto y un día entendí que era mucho más fácil ser como ellos me pedían. Dejé de enseñarles mis dibujos porque no quería que me dijeran que estaba perdiendo el tiempo. Me esforcé por sonreír y ser amable con personas que no se lo merecían. En el instituto, renuncié a apuntarme a las asignaturas que me gustaban porque no les parecían importantes. Llevo años dando economía y no sabes cuánto la detesto —digo, negando con la cabeza, y tomo aire—. Así fue como me convertí en Holland Owen: la alumna y la hija perfecta, que nunca comete errores y que vive constantemente preocupada por gustarle a todo el mundo. Durante años, Sam fue la única persona con la que podía ser realmente yo sin sentir que era insuficiente.

Recordarlo hace que me cueste seguir hablando. Este tema me duele, porque sigue estando muy presente en mi vida y necesito solucionarlo poco a poco. Alex me sostiene la mirada en silencio. Cuando nos conocimos, me apoyó aunque no éramos amigos. Me dijo que inspiraba y que tenía cosas que contar, y estuvo ahí para mí cuando me sentía más sola que nunca.

Si tengo que mostrarme vulnerable ante alguien, quiero que sea ante él.

—He criticado a personas que después se han convertido en buenos amigos, sin conocerlas, porque era lo que se esperaba de mí —añado, y tengo que forzarme a continuar—: He fingido que me creo superior a los demás cuando seguramente sea la persona más insegura de este instituto. Ni siquiera sabía cómo era tener amigos de verdad hasta que os conocí a vosotros. Volví con Gale solo porque a su lado mi vida era más sencilla. He sido cruel, Alex. He hecho y dicho cosas de las que me arrepiento profundamente. Creía que esa era yo y que tenía que seguir siendo así para encajar, pero ya no quiero ser esa persona —repongo, negando y tragándome el nudo que tengo en la garganta—. No quiero seguir preocupándome por lo que piensen los demás. Estoy cansada de fingir. No soy perfecta porque no dejo de cometer errores, y está bien. He decidido que voy a dejar de ser quien no soy en realidad.

Cuando termino, mi corazón bombea con tanta fuerza que siento una dolorosa presión en el pecho. Estoy más asustada que nunca, porque ahora mismo, después de haberme sincerado completamente ante él, Alex podría hacerme más daño del que nadie me ha hecho jamás. Si empieza a verme de otra forma después de esto, si deja de querer que forme parte de su vida, me haré pedazos.

Espero a que responda, pero se limita a mirarme en silencio. Mis dedos resbalan por su brazo y recorro su palma abierta con mis yemas. Alex traga saliva y cierra los ojos durante un momento, como si necesitase concentrarse.

—Owen... —comienza a decir, pero no dejo que termine.

—He venido a preguntarte si no es demasiado tarde para invitarte a bailar.

No quiero oír qué opina sobre mi pasado. Alex me observa y después mira hacia la otra punta del gimnasio, en donde hace un rato yo estaba sentada con Gale.

—No quiero causarte problemas —dice. Niego.

—La persona que soy en realidad no está enamorada de Gale.

Vuelve a mirarme. No contesta, y todavía sigue en silencio cuando entrelazo nuestras manos y tiro de él hacia la pista de baile. Como si hubiera estado esperándonos, una canción lenta suena entonces por los altavoces. Parece nervioso, así que doy el primer paso. Rodeo su cuello con los brazos y empiezo a moverme suavemente de un lado a otro. Alex tarda unos segundos en poner sus manos en mis caderas.

Rehúye mi mirada, por mucho que mis ojos buscan los suyos.

Ninguno de los dos es bueno con las palabras. Recorro sus brazos con las manos, hasta que las entrelazo en la parte baja de su espalda, y escondo la cabeza en su pecho. Alex me abraza de vuelta y mis pulmones se llenan de alivio. Mientras tanto, seguimos meciéndonos de un lado a otro. Cierro los ojos, y, cuando los abro, están llenos de lágrimas. No quiero llorar, pero me resulta imposible retener un sollozo.

Aunque se da cuenta, no dice nada, sino que se limita a abrazarme con más fuerza. Sus caricias ascienden hasta mi espalda y traza círculos con los dedos sobre mi piel desnuda. Me recorre un escalofrío. Sin embargo, me siento segura en sus brazos y por eso me permito descargar toda la presión que he sufrido esta semana.

Alex me deja llorar en silencio. Es increíble que a veces nos entendamos tan bien sin palabras. Noto su aliento en mi oído cuando me canta en voz baja los versos de una canción. Es aquella que se inventó en broma hace tiempo, cuando fui a verle al Brandom. Habla sobre una chica pelirroja que tiene mal genio y muy poco sentido del humor.

Me río entre lágrimas y pienso en lo mucho que lo he echado de menos.

—No pasa nada —me susurra entonces, mientras sus dedos me recorren los brazos—. Todo se solucionará, ¿vale? Gale acabará...

No le dejo continuar.

—No estoy enamorada de Gale.

—Owen...

—He roto con él.

Sus caricias cesan y traga saliva. Casi puedo sentir lo rápido que late su corazón.

—Sea quien sea la persona a la que quieres, estoy seguro de que tampoco puede dejar de pensar en ti.

Mi estómago cae en picado. Me separo un poco para mirarle a los ojos, mientras la música sigue sonando a nuestro alrededor. Mis manos abandonan su espalda y llegan hasta su pecho, y puedo sentir los latidos de su corazón a través de mis dedos. De pronto, estamos tan cerca que apenas puedo respirar. Su mirada se posa sobre mi boca y traga saliva. Y lo sé. En ese momento, sé qué va a pasar. Sé qué está a punto de hacer.

Alex se inclina para besarme y retrocedo rápido, como si su piel ardiese.

—Necesito tomar el aire —murmuro, trabándome con las palabras.

Ni siquiera espero a que responda. Me zafo de su agarre y me pierdo entre la multitud. Acabo de cometer un error. Mi corazón me maldice cientos de veces. No me permito mirar atrás, a pesar de todo; por mucho que me arrepienta de haberme ido. Sigo caminando hasta que salgo del gimnasio y mis tacones son lo único que escucho por los pasillos. Soy idiota. Patética. Idiota y patética.

Soy una cobarde.

Quiero volver ahí dentro y decirle lo que siento, pero corro hasta que salgo del instituto y me adentro en los aparcamientos. Ahora no me importa si hace frío. Solo necesito aire para respirar. No soporto pensar en lo que acabo de hacer. He rechazado a Alex y seguramente no se atreverá a mirarme después de esto. Una vez más, mis miedos y mis inseguridades me han hecho estropearlo todo.

—Owen, espera. Lo siento. —Escucho de repente. Ha venido corriendo y su respiración está acelerada. Oír su voz hace que mi corazón se detenga y se rompa en pedazos.

No puedo girarme y enfrentarme a esta conversación. No sé qué decir. No sé cómo explicarle que la culpa es mía y que no tiene razones para disculparse; que estado días convenciéndome de que es un cobarde cuando, en realidad, la única cobarde soy yo. Dejo de andar, todavía de espaldas a él, y me llevo las manos a la cara.

Soy patética. No sé qué estoy haciendo.

Hasta que, de pronto, Alex dice:

—Me gustas, ¿vale? Estoy jodidamente loco por ti. He estado poner distancia entre nosotros, pero después de oírte decir todo eso creí que tú...

No lo dejo terminar.

Sin pensarlo, me doy la vuelta, lo agarro por las mejillas y lo beso.

Mi corazón se detiene en cuanto sus labios rozan los míos. Los sentimientos me golpean con fuerza y de pronto me siento como si estuviese en una caída libre. Agarro sus manos para colocarlas en mis caderas y que estemos aún más cerca. Alex me corresponde el beso, y tiene unos labios cálidos y suaves que me provocan escalofríos. Todo nuestro cuerpo entra en contacto, pero a mí sigue pareciéndome insuficiente.

Enredo los dedos en su pelo. Cuando separo nuestras bocas, apenas puedo respirar. Abro los ojos, con el corazón yéndome a mil por hora, y descubro que él aún los tiene cerrados.

Estamos tan cerca que su aliento me roza los labios. Alex me mira y traga saliva.

—No puedo hacer esto sin saber si tú... —empieza a decir, con la voz ronca.

—Yo también estoy loca por ti.

Confesarlo es liberador. Antes de que pueda responder, mis labios capturan los suyos y esta vez el contacto es más frenético. Nos arrastro hasta la pared, que tiene un saliente con la altura perfecta. Alex hace fuerza con los brazos para sentarme sobre él y le rodeo la cintura con las piernas para que no se aleje. Necesito que estemos más cerca. Solo quiero seguir besándole durante toda la noche.

El pensamiento me hace sonreír en su boca. Él también sonríe y abre los ojos cuando me separo levemente. Estoy jadeando. Mis manos suben por sus hombros y se detienen en sus mejillas. Alex hunde los dedos en mis caderas. Seguimos mirándonos y, sin querer, me río antes de darle otro beso. Estoy eufórica.

—Deberías haber hecho esto antes —murmura, mirándome a los ojos.

—Deberías haberme dicho antes que estabas loco por mí.

—Deberías haberme dicho antes que sentías lo mismo.

—No sabes lo mucho que me gustas.

Nunca es demasiado tarde. Alex sonríe y vuelve a unir sus labios con los míos, y parece mentira que de cerca me resulte aún más atractivo. Mis pulmones necesitan oxígeno, pero quiero que se quede cerca. Le miro a los ojos.

No podemos dejar de tocarnos. Me frota los brazos para hacerme entrar en calor. No sé qué expectativas tenía para esta noche, pero esto las ha superado todas. Le acaricio la mejilla y rozo su labio inferior con el pulgar. Alex se estremece y me besa la palma de la mano. Sonrío.

—Owen —susurra entonces, poniendo sus labios sobre los míos.

—¿Si?

—¿Alguna vez han escrito una canción sobre ti?

Algo me revolotea en el estómago. Alex vuelve a besarme y, cuando niego, esboza una sonrisa que me acelera el corazón.

—Yo he escrito dos.

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Os recuerdo que Cántame al oído y Dímelo Cantando están disponibles en físico gracias a la editorial Wonderbooks <3

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