Cadenas Eternas (18+)

By TintaFucsia_93

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Al romper, el primer sello para dejar libre a Lucifer; nunca se creyó que iba a traer consecuencias que podrí... More

Dedicatoria
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By TintaFucsia_93

Al amanecer Esteban, Mina y Vergil se encontraban metidos en un avión rumbo a Israel. Era de suma urgencia encontrar a la mujercita de James, si no el padre de los tinieblas los mataría a todos.

La pelicastaña de ojos grises se sentó en el medio de los dos demonios para intentar controlar su miedo a los aviones. Tomando una gran bocanada de aire para luego ir soltándola poco a poco, la chica agarró las manos de ambos cuando la enorme ave metálica encendió sus motores y comenzó a acelerar sobre la pista. Su marido colocó su mano libre sobre la de ella y se dedicó a trazar círculos sobre su piel en un esfuerzo para calmarla. Esteban, en cambio, la miró por el rabillo del ojo y esbozó una pequeña sonrisa.

—Tranquila—Se inclinó el pelinegro para susurrarle en el oído—. Este trasto humano no se atreverá a sufrir desperfectos mientras dos personalidades infernales tan apuestas e importantes estén a bordo.

Mina rió por lo bajo y, aunque no los soltó, al menos suavizó su agarre.

Gracias por hacerla reír, James, le agradeció el príncipe telepáticamente.

Lo más encantador del asunto era ver a esos dos, quienes volvieron con un lazo de amistad incondicional e inquebrantable. Eso lo percibió la Chispa de Dios, que esperaba ser de gran ayuda no solo para encontrar a la reina de los Cielos sino para continuar cultivando los lazos de hermandad entre ambos demonios.

Ya cuando el avión tomó la altitud máxima y no parecía que se encontrarían con turbulencia, la infinita curiosidad de Mina comenzó a burbujear en su interior. Muriéndose por preguntarle cosas de Sophia a Esteban, sus labios se entreabrieron, pero Vergil le apretó la mano y negó con la cabeza. Su paloma se aproximaba a la imprudencia con semejantes acciones.

—¿Cómo es ella? —preguntó Mina justo después de ver cómo su marido le clavaba los ojos. A su lado, Esteban mostró los dientes en una sonrisa genuina—. ¿Ella también puede purificar demonios?

Quemar demonios. Dijo el demonio del trueno mirando al ojiverde.

—Si, ella puede "purificar" demonios —sonrió moviendo su cabello, después tocando un par de cicatrices hechas cuando ella descubrió la verdad tras conquistarla—. Mató al idiota de Lucifer, cuando se enteró de las cosas que tenía planeadas —Vergil ponía mucha atención, de pronto le ayudaría bastante a entender la conexión tan extraña que se estaba formando con James—. No soy hijo legítimo de Lucifer. ¿Sabes?

El silencio llegó, sorprendiendo al trío sentados en el Jet privado de la familia Larsa. Sobre todo a la humana y su demoníaco consorte.

Mmm, tenemos más en común de lo que pensaba, dijo Vergil en su mente. Sin embargo, eso no significaba que le fuera a revelar su verdad al pelinegro. ¡Al fin había alguien que no sabía que él era un bastardo de Lilith!

A su lado, Mina le regaló una sonrisa a Esteban.

—Vergil tampoco es hijo de Lucifer, su padre es Hades —susurró la chica, tapándose un lado de su boca como si le hubiera revelado su verdad o una conspiración internacional.

Como respuesta, Esteban abrió los ojos ante tal noticia; mirando las irises de su hermano mayor.

Mientras esto acontecía en las nubes, abajo, en Tierra Santa, el presentimiento de que su demonio favorito llegaría en cualquier momento, crecía en el alma de Sophia.


Era una tarde muy agradable en una gran casona con puertas abiertas y techos altos, situada cerca del monte de los Olivos, donde según la creencia cristiana, Miguel había hablado con Elías y Moisés. La reina y señora de la tierra veía como su amado alado distraía la mente en cosas banales, como tocar el piano o practicar con su espada.

Cuando llegaron al paraíso tuvo a la mitad de las huestes de su lado diciendo que la ayudarían y la otra mitad querían quemarla, si no hubiera sido por Miguel, a ella misma le hubiera tocado matarlos y conseguir otros.

En esos momentos estaba maravillada con el tocar de su amado alado, distrayendo su mente junto al corazón; no quería ponerse triste pensando en sus niñas, cosa que era inevitable. Pero al acabar con la pieza musical, el ángel y ella guardaron silencio por un rato, hasta que la curiosidad le hizo leer los pensamientos de su querido celestial.

Por favor, déjame ser el único que te haga mujer... Me muero de miedo al saber que tú, mi princesa de ojos verdes, amas más al bastardo de Lilith que a mí.


—¿Estás preocupado? —preguntó ella parándose de un cojín de terciopelo azul real. Esa casa era muy parecida a la arquitectura de las comarcas de Luzbel y Ezequiel.


Daniel sonrió mostrando sus labios delgados y sus ojos azules que eran, a veces, dos puñales en el alma inmortal de la Diosa.

—Me conoces tan bien... —suspiró —sí, aunque estoy más asustado que preocupado.

Ella de inmediato, lo hizo girarse para que dejara el piano y poner su rostro iluminado en sus rodillas, reconfortando a su adorado rey; él colocó las manos en la cabeza de su reina, acariciando su cabello.

—¿Qué sucede? —preguntó ella aún sabiendo muy bien qué le pasaba a su celestial.

—¿Lo amas más a él? —respondió con una pregunta dolorosa—. Dime, ¿es cierto? —volvió a la pregunta—. Sabes que aunque lo ames a él, nuestras almas están enlazadas. Y que yo también te amo mucho, mujer de mis ojos.

La hija de la reina Claríz, sentía la desconfianza en su voz y sus ojos. ¿Cómo hacerlo entender que para ella no había preferencias?, que sin ambos no hubiera resistido el martirio de estar sola por no casarse con Duks, que nunca en la vida se sintió más libre que cuando se unieron para siempre; lo amaba por sus muchas atenciones con ella, y que él sí le era fiel a su piel, no como el otro que veía una falda y comenzaba una cacería para poderla empalar. Le agradecía enormemente haberla guiado y amado desde que nació.

—No, Daniel, a Esteban yo lo adoro— el peli castaño claro frunció las cejas, cuando sintió como la mujer de sus vidas se quitaba las sandalias y sentaba arriba de él con las piernas bien abiertas, haciendo que sus instintos humanos salieran rápidamente—, pero yo a Daniel lo adoro también, y creo que esto me ayudará bastante para que el rey de los siete arcángeles no desconfíe de su reina. —Lentamente y, sabiendo lo que traería, movió las caderas hacia el pubis de el ángel, como arte de magia sintió la virilidad de su Guardián tratando de salir de su escondite.


De repente, y muy innato en ellos dos, Daniel la besó fuerte, haciendo que la reina comiera de sus labios.


—Necesito de ti —gruñó él, sintiendo como su esposa se movía más rápido y lento; provocando algunos deliciosos espasmos. De esa manera la alzó, llevándola hacia su habitación decorada con colores pastel y cortinas transparentes.

Al llegar cerraron las puertas de un soplido. Sentados en la mitad de la cama comenzaron de nuevo a besarse, ahora de una manera más lenta, exquisita.

—Tócame y verás lo que vos me hacéis sentir —exigió su reina al correr el cabello para que le desatara un vestido largo color palo rosa, semi transparente. El celestial obedeció, no sin antes besarle el cuello en dónde él tenía conocimiento que le encantaba y que la encendía como fuego de Dios en sus manos. Sophia dejó la tela caer, prediciendo la excitación entre sus piernas, mostrando su escultural cuerpo lleno de pequeñas cicatrices causadas por las batallas y guerras muertas.

El hombre al verla tan dispuesta a él, la tiró en la cama, admirando el cuerpo de la reina y señora suya, observando las alas blancas de la mujer que en ese momento deseaba con el alma que la tocara. Lo veía en la manera que ella mordía sus labios, en el verde de los ojos y en el calor que hacía a fuera.
Entonces, de repente él se zafó de una ala una pluma y comenzó con la hermosa tortura, acariciando cada parte sensible de la muchacha. Sus preciosos pechos aún hinchados, el camino hacia el ombligo, las costuras hechas por los diferentes ángeles y, cuando ya iba a llegar ese triángulo eterno, lamió sus labios antes de hincarse para quedar justamente en la parte baja y que su boca pudiera tocar el botón divino.

—¿Qué quiere su majestad? —preguntó de nuevo, deshaciendo sus ropas o bueno lo que quedaba de ellas, que era un bóxer algo manchado. Sophia sonrió del placer causado y a pesar de lo difícil controlarse, dijo con voz necesitada, observando que estaba listo para comer.


—Dame de ti —al decir eso fue como darle permiso para tocarla. Colocando una mano en el clítoris empapado después de un beso con lengua en el vientre, bajó lentamente, dejando que su mujer sintiera todas las sensaciones que ambos gritaban... por supuesto al llegar ahí, levantó el prepucio y lamió el punto. Escuchando que de ella salió un grito de placer, arañando su espalda, dulce dolor, además caían plumas de sus alas por la habitación. La tortura duró un par de minutos más, cuando Sophia dijo entre desesperación y placer—. Necesito de ti —Él abrió las piernas de su mujer para adentrarse en ella y, al incrustarse, fue lo más delicioso de ese momento, dejándose llevar. Entraba y salía, haciendo círculos para sentir su interior pedir más mucho más cuando ya sus cuerpos no podían. La hija de Dios se volteó, enroscada en el miembro de su primer esposo, deteniendo sus movimientos para doblegarlo.

—Sabes que te amo y que sin ti no puedo estar —le besó la palma de la mano derecha, estaba en su rostro, retomando sus movimientos hacia el hombre con las alas doradas—, confía en mí, voy hacer todo lo posible para llevarnos a casa. Te lo prometo. Mi rey amado.


Suspiró por ambas cosas, por las ganas de esa mujer y la promesa que acababa de realizar.


—Mi niña, amante... —iba a decir otra cosa, pero ella retomó la rutina que llevaba hacia un rato, llegando al orgasmo casi al instante—. Te amo, mi reina de ojos verdes.

—¿Quieres más? —preguntó la joven reina, besando a su ángel y retomando la respiración.

—Sabes que no me tienes que preguntar —dijo en un susurro, pegado de la oreja izquierda y subiendo una de sus manos por el pecho derecho.  

Luego de varias horas de vuelo, Mina, Vergil y Esteban, llegaron al aeropuerto Internacional Ben Gurión, que era el más importante de Israel. De inmediato, Vergil sintió un olor a incienso fuerte en el ambiente y magia de luz por todo el lugar. Muerto del calor y fastidiado por el olor, propuso descansar pues había sido un viaje largo para encontrar a la mujer de James. Aunque a éste último el clima de Israel no le fastidiaba, pues había crecido en una zona árida como esa.

—Hice reservaciones en un hotel; creo que deberíamos relajarnos unas horas antes de buscar a la chica Dios —Miró a su paloma y ella asintió—. ¿Tú que dices James? —Veía como su "hermano" tenía los ojos puestos en una estatua.

Esteban se encontraba concentrado, buscando la "luz vital" del maldito de Daniel; es que sabía lo que significaba ese olor, uno que le desagrada bastante. Daniel y Sophia se encontraban en pleno coito.

—James, te estoy hablando —advirtió Vergil con la mandíbula tensa. A su lado, Mina le clavó los ojos de tal manera que él no tenía que leerle la mente para saber lo que aquella mirada significaba.

Al no haber respuesta por parte del pelinegro, la chica se acercó y le dio un pequeño tirón a la manga corta de su camisa de cuello abierto.

—¿Estás bien?

Él se volteó, sus ojos oscuros no parecían verla en absoluto pues su usual brillo estaba opacado por lo que sólo podía ser tristeza. Sin embargo, a los pocos minutos parpadeó y le regaló una sonrisa que no logró alegrarle la mirada.

—Debo irme —prosiguió Esteban, ignorando la pregunta y dándole un apretón a la mano que continuaba agarrando su manga—. Hay asuntos que debo resolver con mi reina.

Vergil tomó las manos de su consorte y las apartó del demonio pelinegro.

—Ve. Mina necesita descansar; luego te alcanzamos.

—Gracias —Esteban le lanzó un guiño a la Elegida, inclinó la cabeza ante el peliblanco y desapareció.

—¡Espera! —Mina se apartó de su marido, pero ya era tarde y ella no tenía como seguir al demonio si su esposo no lo hacía—. ¿Por qué lo dejaste irse solo? —se dirigió al príncipe con enojo.

—Son asuntos de pareja, paloma —susurró el príncipe, tomándola de la mano para guiarla al hotel—. ¿Te gustaría que otras personas se metieran en nuestros asuntos privados?

Ella alzó la mirada a su rostro mientras caminaban y sus ojos grises se tornaron tristes.

—Pero es tu hermano, amor... Y no necesité usar mis poderes para saber lo mucho que está sufriendo —Un suspiro se le escapó—. En el fondo es un hombre bueno y no se merece lo que está pasando.

—¿Un hombre bueno? ¿Cómo puedes decir cosa semejante si solo lo conoces hace unos días?

—Sabes como. Las auras me son muy fáciles de leer ahora —Ella rió entre dientes—. Y Esteban se ha ganado un rinconcito en mi corazón —admitió, recostando la cabeza en el hombro de su marido.

—Ahora estoy celoso.

Otra risa y los brazos de ella se aferraron al de él. Dijera lo que dijera su príncipe, ella sabía la verdad; estaba muy orgulloso de que su hermano se la hubiera ganado tan pronto. 

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