Cadenas Eternas (18+)

By TintaFucsia_93

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Al romper, el primer sello para dejar libre a Lucifer; nunca se creyó que iba a traer consecuencias que podrí... More

Dedicatoria
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By TintaFucsia_93


El plan de Emmanuel se había salido de control, su amada hija se levantó en armas contra él, después de descubrir y matar a su hermano mayor; Lucifer. Ella sola reunió a los ejércitos propios y demoníacos, para ir tras él.

En medio de la pelea: en medio de la sangre de los ángeles, demonios y humanos, ante dios creador o sea Emmanuel, se encontraban tres almas muy diferentes entre sí, buscando libertad sobre todo para los humanos, quienes creían fielmente en la única mujer en batalla, esta era Sophia. Ella que seguía con la mirada a su padre, con un par de espadas en las manos, la armadura desgastada y quebrada, por los ángeles y demonios que lo protegían. Estaba cansada, magullada además, llena de cicatrices, pero aún, rebosante de vida. Con muchas ganas de acabar de una vez con todo para gobernar o morir; la habían criado para ese momento, sin saberlo.

Chicos, voy a seguirlo. No me dejen sola, hablaba telepáticamente con sus ojos verdes olivo, internándose en el pasillo que llevaba hasta el trono de Dios; de esa manera alertando a Esteban y Daniel para que le sirvieran como protección.

Vamos —Daniel se hizo delante de la chica para abrirle paso y acabar con cualquier potestad que se le atravesara a la "Dama Dios". Esteban hacía lo mismo desde la parte atrás.

—Guarden su poder, entraré yo sola —ordenó arrepintiéndose de su anterior orden telepática. No quería que les pasara nada a los padres de sus hijas.

—No te dejaremos, princesa —habló Daniel con autoridad.

Esteban no dijo nada, solo la abrazó para besarla con pasión.

—Todos vamos ir —dijo, sacando la lengua. Daniel solo giró los ojos.

—Espera que también hay para ti —Ella saltó hacía el ángel y lo besó—. Terminemos con esto; quiero acabar e ir con mis hijas.


La joven princesa, iba por el pasillo el cual se veía más largo o se sentía más largo desde la última vez que lo vio o más bien desde la última vez que se fue del paraíso, cuando pensaba que ya había acabado y que por fin, gobernaría, para darle oportunidad a todos los pensamientos que conoció cuando se escapó de Sión. Huyendo para no ser obligada de enlazarse con el «idiota de Alejandro Duks», como le decía Esteban.

Por otro lado, había miedo, desilusión, rabia y un hueco en su corazón, por un príncipe; aquel que la engañó y la destruyó, sin embargo quería verlo, quería estar con él. Lucifer jugó tan bien sus cartas envenenado su alma que al descubrir la verdad, su muerte fue la más dolorosa de todas. Pero sabía que la había usado para vengarse de su padre. Sí, se enamoró de Lucí, pero adoraba todo lo vivido con sus amantes y por eso sin importar lo sucedido, tenía claro que ambos estarían con ella hasta el fin.

Al encontrar a su padre tiró a matar; cuando Esteban y Daniel vieron como su princesa, la única mujer que realmente ellos amaron, apretaba un arma contra el cuello de Emmanuel.

—Tu mataste a Dios para que el apocalíptico presente llegará conmigo —La dama sonrió y más al decir lo próximo—: Tu madre me lo dijo. Despídete de todo padre.

Al instante en que ella iba a dar su estocada final, una luz envolvió a la princesa, junto a sus guardias, sacándolos a una nueva dimensión. Se había alterado el espacio y el tiempo; parecía que ellos habían vuelto en el tiempo a la primera era y creían que había sido su culpa. Cayeron en un puente y era muy oscuro, el frío le calaba en los huesos.

Los dos hombres sintieron diversas energías de todos lados.

—¿Dónde estamos? —preguntó la reina.

—Chicos, les recomiendo que dejen su poder a un lado, puede ser peligroso —sugirió Daniel, guardando sus alas y su aura divina.

De inmediato, Esteban dejó de ser un demonio y Sophia cubrió sus alas. La joven estaba agotada; sentía cómo su cuerpo estaba al límite y su alma, igual.

Daniel era el más preocupado. Es que se encontraban en Nueva York, la cual era una tierra muy distinta a la que ellos conocían, pues el cielo oscuro tenía una luz especial anaranjada, sin olvidar la presencia de los ángeles y demonios los cuales se acercaban con rapidez.

Cuidala, Daniel recibió un pensamiento de Esteban.

Lucifer se hallaba escuchando las babosadas de uno de sus místicos sobre eclipses y el momento indicado para engendrar al Anticristo, cuando un escalofrío le recorrió la espalda, disparando todas las alarmas de su cuerpo. El chasquido de cadenas al romperse inundó la sala del trono, seguido de cerca del dulce olor del pecado humano.

El príncipe de las tinieblas lamió sus labios y luego éstos se curvaron en una media sonrisa que mostraba uno de sus largos incisivos. Alguien le había hecho un enorme favor al romper el primer sello del Apocalipsis y abrir las puertas de su prisión. No sólo eso, en aquellos instantes, una de las cadenas invisibles que lo ataban al Infierno, la que sujetaba su muñeca derecha, emitió un chillido agonizante y se quebró en un millón de pedacitos que se volvieron polvo antes de tocar el suelo. Ahora quedaban seis; y una vez el último de los sellos se rompiera, él sería libre para caminar, una vez más, en el plano mortal y tomar el trono que le pertenecía por designios divinos. Los designios del mismo ser que él añoraba destruir de una vez y por todas.

Sólo entonces la oscuridad sería dueña del universo... justo como lo había sido en el principio de los principios.

La puertas de la sala del trono se abrieron con tal fuerza y estruendo, que la habitación se estremeció mientras grietas se formaban en el techo.

—¿Por qué? —Baphomet entró hecho una furia—. ¿Por qué rayos tenías que escoger a Beleth como el primer jinete? —gritó el joven demonio mientras sus pies continuaban avanzando hasta detenerse a pasos de la plataforma donde el trono de su padre descansaba—. ¡Ella era mía! ¡No tenías ningún derecho a arrebatarme a mi hermana y mucho menos de mi propia cama!

Lucifer miró a su primogénito con ojos dorados que carecían de emoción. ¿En serio estaba escuchando semejantes pendejadas de la boca de su hijo? ¿Del mayor; aquel que sabía exactamente lo volátil que era su temperamento?

Los labios del Príncipe de las Tinieblas se entreabrieron, preparándose para responder a tan insolente atrevimiento, cuando algo que pensó imposible, lo paralizó por completo. El vacío que se creó con la repentina ausencia provocó que perforara el reposabrazos de su trono con sus garras y sus irises se tornaran blancos estriados de dorado. Su respiración y latidos se dispararon mientras apretaba su mandíbula al punto de creer que sus dientes se harían añicos por el esfuerzo.

No. No podía ser cierto. ¡No!

Su hijo, sus reclamos, incluso sus alrededores desaparecieron mientras Lucifer se retraía dentro de su mente y se concentraba en buscar la esencia de aquél a quien una vez llamó padre. Buscó por todos lados, en todos los rincones del universo, pero fue inútil. Se había ido; Dios había desaparecido.

Un rugido, que hizo temblar todo el Infierno, escapó de su garganta. Fue entonces cuando la percibió. Dios estaba allí, en un puente de Nueva York; más sin embargo, no era Él. Esa nueva deidad que había reemplazado a su eterno enemigo era muy diferente. El nuevo Dios era una mujer.

¿Qué carajo pasó con mi padre?

—¿Tenías que hacer pasar a mi protegida por semejante show de horror? —interrogó un ángel vestido con una túnica negra, encarando a su hermano mayor.

—Solo hice mi trabajo, Eaiel. Nada más ni nada menos —dijo el arcángel Uriel, entornando sus ojos amarillo claro sobre su hermanito—. Pero tu insistencia en decir que sobrepasé los límites me hace preguntarme si no estarás sobreprotegiendo a esa mortal —Hubo una pausa que pareció eterna entre ambos y luego Uriel continuó—. Dime, Eaiel. ¿No te estarás enamorando de tu protegida como lo hizo Mahasiah?

Los ojos heterocromáticos del joven ángel se agrandaron y sus labios fueron rápidos en responder.

—¡Claro que no! Para mí Mina es como la hija que nunca podré tener —admitió el celestial a la vez que sus mejillas se tornaban tan rojas como dos tomates.

Los orbes amarillos del Fuego de Dios se clavaron en su hermano menor, tratando de adivinar si le estaba diciendo la verdad, cuando un fuerte dolor lo atacó su pecho de repente. El aire se negó a llenar sus pulmones mientras una daga parecía enterársele dispuesta a arrancarle el alma y el corazón de una vez.

Llevó una mano a su pecho, inclinándose sobre sí mismo, y un gemido escapó de sus labios seguido por otro más. No. El segundo gemido de dolor no había venido de su boca.

Su hermano se hallaba en las mismas, o peores condiciones. Eaiel estaba de rodillas sobre el suelo mientras sus alas blancas caían pesadamente sobre su cuerpo y temblaban. Lo que fuera que los estaba atacando había golpeado al pelinegro con más intensidad debido a su menor rango.

De repente, una bola de luz llegó hasta su lado y cuando la luminosidad bajó en intensidad, pudieron ver los ojos verdes y el cabello dorado del arcángel Miguel.

—¿Qué rayos pasó, Miguel? —Uriel preguntó sin darle tiempo al mayor de todas las huestes celestiales a abrir la boca siquiera. Su falta de paciencia y lenguaje indecoroso eran suficiente evidencia de su desesperación.

—Padre acaba de desaparecer de su trono —El hermoso rostro del rubio se veía pálido e igual de sorprendido que los de sus hermanos.

—Eso es imposible —susurró Eaiel y sus ojos brillaron mientras buscaba entre su conocimiento de ciencias ocultas una razón para tal suceso—. Nosotros hubiésemos desaparecido junto con él.

—Y estuvimos a punto de hacerlo, pero una nueva entidad apareció y nuestras almas se reconectaron con ella —respondió Miguel.

—¿Quién es esa nueva entidad? ¿Quién se atrevió a suplantar a nuestro Padre? —exigió Uriel y su larga trenza rojiza se transformó en fuego celestial.

—Una mujer.


Daniel y Esteban, se veían con una eterna preocupación debido a que ya habían sentido la presencia de Lucifer. La única diferencia era que el Príncipe de la Oscuridad, estaba encerrado y encadenado en el Infierno; aquello los tranquilizó aunque fuese un poco, pero no debían bajar la guardia. Ya que tenían la certeza que esa dimensión no era nada segura para su Deidad, quien estaba agobiaba y terriblemente preocupada por sus pequeñas princesas.

—¿Con qué estás aquí? —dijo Esteban, pensando cómo movilizarse con Sophia y sacarla de aquel sucio puente, antes que un demonio o ángel se dieran cuentan que Dios estaba allí. Se imaginaba que el de esa dimensión había desaparecido—. Alado, debemos sacarla de aquí, cuanto antes.—La hija de Dios, con sus ojos verdes, miraba a su querido demonio cuando se dio cuenta del porqué ambos hombres estaban en posición de batalla y observando a todos lados. Como si los ángeles y demonios en esa nación ya se hubieran dado cuenta que su Dios había desaparecido y que en su lugar había una mujer, pero no cualquier mujer, sino la propia que podría acabar con Lucifer y con los demás demonios, sin contar con el hijo de Dios.

—Tu madre está cerca —mencionó la joven sentándose sobre sus rodillas. Necesitaba volver y matar a Emmanuel, si es que su ejército ya no lo había hecho.

—Lo sé —dijo el demonio Esteban, quien se concentró buscando un sitio que no atentara contra su integridad.

Mientras que Daniel, sacaba un poco de agua salada para transformarla en dulce y que fuese apta para ella.

—James, Halle —los llamó de nuevo colocando una mirada seria—. ¿Qué pasará si no volvemos? —Su instinto maternal había despertado ligeramente—. ¿Qué demonios pasará con mis princesas? —Esteban y su oído prodigioso escuchó gente acercarse; humanos comunes, pero antes de decir algo dejo que la mujer se desahogará —. ¿Qué pasará con nuestras hijas?

—Te aseguro que nada les pasará —Al ser hijas de ambos, de Daniel y Esteban, las bebés ya eran poderosas—. Son mi descendencia —dijo el demonio con una sonrisa desmedida, haciendo que el ángel cruzara los brazos.

—También son mías —La joven mujer palideció un poco. Sus dos hijas eran de ambos y fin de la discusión, pero por cosas de orgullo los dos lo dejaban bastante claro, sobre todo al dar opiniones respecto de las niñas.

Mientras tanto, escondida tras el último rascacielos antes de entrar al puente, Lilith observaba al trío que había causado tanto revuelo. Agudizando su vista demoníaca, la cual le permitía ver a los intrusos como si estuvieran a tan solo metros de distancia, la reina pudo observar que se trataba de dos hombres y una mujer.

¡Y vaya que mujer! El poder que despedía su alma era tal que le ponía los vellos del cuerpo de punta y sus piernas amenazaban con lanzarla al suelo. No se había sentido tan débil e indefensa desde que Dios ejerció su poderío sobre ella para obligarla a que yaciera bajo Adán. Si en aquel entonces Yahweh no había logrado intimidarla, no permitiría que esa muchachita pelicastaña lo hiciera.

De la nada, Sophia sintió la presencia de la esposa de Lucifer, o sea, de la madre Esteban y abuela sus hijas. Girando el rostro hacia el rascacielos donde la mujer milenaria estaba, lo negó con la cabeza, y aunque quisiese ir tras ella, para cortarla en pedacitos, debía ser paciente. Además, si de algo estaba segura era que esa Lilith no era la misma con la que se enfrentó unos años atrás por el corazón del Príncipe de las Tinieblas. Aunque sí la atacaba no dudaría en enfrentarla de nuevo.

—Nos están observando —habló el demonio—. Creo que los arcángeles también se han dado cuenta.


La respiración de Lilith se aceleró cuando su mirada se cruzó con los verdes ojos de aquella chica. Sentía algo extraño cada vez que la miraba; era casi como si se conocieran de antes, pero eso era imposible. Nunca antes había visto a esa muchacha en su vida y, sin embargo, no podía sacarse la sensación de deja vú de encima.

Sacudiendo la cabeza, la reina del Infierno dio un largo suspiro y se transformó en su apariencia de demonio para luego dirigirse hacia el trío en el puente. Gracias al velo natural que cubría a los demonios de alto nivel, los humanos no la verían, pero el grupito de intrusos sí. Además, era mejor estar preparada por si el encuentro terminaba en un baño de sangre.

Sophía fue la primera en girarse al sentir en su piel la fuerza de la reina; por supuesto Esteban y Daniel la imitaron. Aquello les sorprendió bastante, pero aun no iba a decir nada, ya que los tres estaban igualmente de confundidos que el resto de los inmortales.

Ten cuidado, después de todo es mi madre, le habló el príncipe a la hija de Dios.

—¿Y quienes son ustedes que se atreven a pisar mi Nueva York como si no fueran a tener repercusiones? —La reina se detuvo a pocos metros del grupo. Su mirada los analizó con detenimiento, pero cuando se fijó en el demonio parado al lado de la nueva diosa, una imagen, que la hizo tambalearse, cruzó su mente. Se había visto cargando en brazos a un niño muy parecido al demonio frente a ella. Eso es imposible. Él no es uno de mis hijos.

El silencio gobernó por algunos segundos, hasta que la hija de Dios caminó algunos pasos hacia adelante y se presentó con cordialidad, pero con fuerza.

—Mucho gusto, su majestad —Hizo una reverencia para presentarse, ya no como una princesa, sino como la Dama Dios; aquel título que apenas aceptaba y que le lucía perfecto—. Soy Dios, o mejor dicho, mi nombre es María Sophía de Nazaret —Miró a sus amores y los presentó—, y ellos son: Daniel Halle, mi ángel guardián y futuro Rey de los Arcángeles, —luego se quedó con su amado ojiverde—, y él es Esteban James, su majestad, Rey de los Infiernos.

Lilith alzó una ceja rubia y sus ojos rojos con irises amarillos se clavaron en la chica. No esperaba tanta cortesía; al menos no de un ser tan puro, pero tampoco iba a desaprovechar la oportunidad de conversar con Dios. La chica tenía cierto carisma que Yahweh nunca tuvo.

—Bueno, es obvio que ustedes no son de esta dimensión. Por más títulos que tengas, cariño —Los ojos de la reina se posaron sobre Esteban—, el Rey del Infierno es Lucifer, mi consorte. Y tú, querida Sophi... ¿Puedo llamarte Sophi, cariño? Porque la verdad es que tu nombre es condenadamente largo y se me cansa la lengua sólo de pensar en pronunciarlo —continuó sin darle chance a la chica de responder—. Tú, Sophi, no eres el dios que mi amado desea despellejar vivo —terminó la rubia sin ni siquiera molestarse en dirigirse al ángel.

Cruzando los brazos, Sophia dijo algo que seguramente a Lilith no le gustaría, sobre todo al saber que el idiota de Lucifer estaba allí como se lo supuso.

—Tranquila, me puedes decir Sophi... la verdad hasta a mi me cansa saber que debo presentarme —Movió su pelo a un lado para mostrar la marca que la hacía ser la Elegida de dios—. En mi dimensión yo destruí a tu esposo, —miró a Esteban y a Daniel como pidiendo mil disculpas—, cuando me metió a su cama para vengarse de mi padre, —sonrió—, Emmanuel.

Los chicos querían meterse, sobre todo Daniel que sabía cuánto le molestaba recordar lo pasado con el Príncipe de las Tinieblas, pero Esteban se lo impidió.

—Tranquilos, muchachitos, que yo no le haré nada a su protegida... por ahora —aseguró la diabla al darse cuenta de lo que sucedía con los guardias del nuevo Dios. Y solo para probar un punto, además de ver hasta dónde los chicos llegarían por su diosa, acortó la distancia entre ellos y agarró a Sophia por la barbilla, teniendo mucho cuidado de no arañar la piel de la muchacha con sus garras—. Me agradas, cariño. Cualquiera que haya matado a Lucifer se merece un poco de mi admiración. Eso significa que tienes la suficiente oscuridad en ti como para no ser tan patética como Yahweh lo era —La miró a los ojos y una sonrisa malvada curvó sus labios antes de soltar a Sophia—. Si tan solo pudieras quedarte... —Lilith suspiró antes de acercarse a Esteban. Cada vez que miraba a ese demonio se sentía rara; como si debiera amarlo con la misma intensidad que a su querido hijo menor, Vergil—. Pero basta de cháchara, mi consorte está ansioso por hablar contigo, querida Sophi.

De inmediato Sophia habló, mirando a la mujer que se había quedado en la mirada de su amado demonio.

—La verdad no podría ser patética como tú dices... —La miró bastante seria—, porque soy mujer y una que tiene que volver a su dimensión aunque no tenga ni idea de cómo —Esteban y Daniel sentían que las fuerzas divinas iban a aparecer en cualquier momento—. ¿Quieres saber por qué sientes lo que sientes al ver a Esteban? —Se acercó mucho a él, lo giró y lo besó de una manera ardiente—. Es porque es tu hijo y por eso le entregué las llaves del Infierno, cuando maté a Lucifer.

La sonrisa en el rostro de la reina desapareció y la confusión se apoderó de ella por un instante, antes de retornar la mirada a la pelicastaña.

—Debes estar confundiéndome con otra porque ese chiquillo no es mi hijo —Sin embargo, a pesar de sus palabras, su corazón gritaba lo contrario; le aseguraba que las palabras de Sophia eran ciertas. Aún así se negaba a aceptarlo pues no deseaba encariñarse con alguien que tarde o temprano se marcharía de vuelta a su hogar—. Yo no recuerdo haberle dado a luz. Y créeme cuando te digo que yo no olvido a ninguno de mis 1,201 niños; ni siquiera aquellos que han muerto o son insignificantes para su padre.

—Esteban, dale las manos a su majestad —habló Sophia—. Necesito de tu ayuda —James la miró un poco preocupado por el cambio que podría tener su dimensión—. Necesito volver con Catalina y Laura.

—¿Estás segura? —susurró Daniel al lado derecho—. Tenemos que irnos de aquí; siento que Miguel podría aterrizar en cualquier momento.

—Ella es madre y me entiende —Lilith miraba las manos de Esteban, para luego observar esos ojos verdes, procesando todo lo que estaba pasando—. ¡No me importa! Es más, al ser yo su soberana deben de ayudarme.

—¿Sabes que no lo harán? —preguntó el ángel, observando la conexión de los demonios—. Ni siquiera estoy seguro si Lucifer nos pueda ayudar.

El aura de los dos demonios se hacía bastante evidente, como si la reina estuviera reviviendo el instante de la creación de ese hijo. Como por reflejo, Esteban la tomó de las manos mostrándole la vida que había llevado en las muchas reencarnaciones que había tenido y, que en esa se había enamorado de la Nazaret, haciendo que ella tomará las riendas del mundo, de ambas vidas.

La reina infernal tomó aire ruidosamente al ver el nacimiento del joven pelinegro y los recuerdos que él poseía de niño. Vio lo fría que había sido la otra Lilith con él y cómo él había recibido el amor de madre de otra mujer, un ángel que el Lucifer de aquella dimensión amaba. Su corazón se llenó de compasión por el joven demonio frente a ella y, a la misma vez, de furia contra su otra yo. ¿Cómo es posible que sea tan perra con mis propios bebés en ese otro mundo? Un gruñido escapó de sus labios y estuvo a punto de soltar las manos de Esteban cuando sus poderes se activaron de repente y tuvo una visión del futuro.

Su querido Vergil se encontraba sentado en una mesa de bar frente a Esteban mientras reían y bebían como si se conocieran desde niños. Lágrimas de sangre llenaron sus ojos. Vergil nunca se había divertido tanto con ninguno de sus hermanos y verlo de esa manera, con alguien que ni siquiera pertenecía a esa dimensión, la llenaba de alegría. Por ese futuro le estaría eternamente agradecida al pelinegro.

Si no puedo cambiar su pasado, lo menos que puedo hacer es ayudar a la mujer que ama.

—Tienes mi palabra de que recibirás la ayuda necesaria para volver a casa con tus hijas, querida —aseguró la reina infernal, tomando las manos de la Dama Dios entre las suyas.

—Muchas gracias —La joven le apretó las manos con estima.

La Lilith de esta dimensión me cae muy bien. Pensó, dándole una sonrisa genuina a su querido demonio. 

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