Harry Y Hermione (one shots)

By azzzaa29

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Serie de one shots e historias cortas de nuestra pareja favorita, Harry y Hermione. Que podrán ser de difere... More

Primer beso.
Ciego.
Todo
Ocupados
Siempre
Solo mío.
Un buen día
Elegido
Gracias al castigo
Promesa
Navidad con los Potter
Sólo mi culpa.
Por ti
Algún día
Fingiendo
Fingiendo II
Futuro...
Futuro parte 2
Como si no hubiera un mañana
Futuro (Hermione)
Todos lo saben
La mejor idea.
Matrimonio
Destinados
Percepción de un tercero
Vuelve, Hermione.
Vuelve Hermione parte II
¿Cómo fué?
¿Cómo fué? II
We Could Have Had It All
¿De algún modo?
¿De algún modo? II
El cambio del Elegido
El cambio del Elegido II
The One That Got Away
All I Want
Todo lo que quiero
What could have been...☆
What Could Have Been. II☆
What had to happen
What had to happen (final)
Bring her back
Bring Her Back (parte final)
La Orden del Fénix ☆
La Orden del Fénix Pt. II ☆
La Orden del Fénix (última parte) ☆
Lo correcto
El príncipe mestizo ☆
El Príncipe Mestizo II ☆
El Príncipe Mestizo III ☆
El Príncipe Mestizo IV ☆
We Bonded For Life
Una ayuda extra
Memorias olvidadas
Deseos Reprimidos
El comienzo del fin
¡supéralo!
¡Supéralo! Pt. II
Erróneas confusiones
Erróneas confusiones II
Rose
Por Siempre Y Para Siempre Pt 2
Por Siempre Y Para Siempre Final
Entre Líneas
Memories
Memories Pt II
El peso del pasado
El peso del pasado II
Anhelos desesperados
Anhelos desesperados II
Happier
Sentimientos engañosos
El camino a la felicidad
El Valor del Amor
El Valor del Amor II
Soulmates
La Dirección Del Destino
Storm Of Feelings
Storm Of Feelings (final)
Idilio
Idilio Pt. II
Aviso Final

Por siempre y para siempre Pt.I

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By azzzaa29

Nadie creyó nunca en él.

No sinceramente, al menos, incluso si el peso del mundo descansaba sobre sus hombros desde que no era más que un niño. Resultaba irónico que fuera ese mismo mundo quien dependía de él, dándole la espalda a la mínima oportunidad de todos modos, disfrutando gratamente de hacer comentarios crueles a sus espaldas cada que no seguía los parámetros que, se suponía, debió obligarse a cumplir por mera convicción.

Supuso, resultó mejor que así fuera. No habría muchas expectativas que cumplir, ni personas a las cuáles defraudar. Sin embargo, en ocasiones, se permitía fantasear en lo diferente que pudo ser su vida si las cosas hubieran sido diferentes... Si no hubiera nacido maldito.

¿Ahora dónde estaría?

Quizás, con suerte, muchas de sus malas decisiones no habrían sido tomadas y definitivamente no estaría aquí, o tal vez sí. Posiblemente estaba destinado a vivir una vida prestada sin importar que decisión tomara, una vida que pronto, según intuía, le mostraría que tan alto había sido el precio por aquellos diecisiete años de sobra.

Él debió morir con sus padres, sí, aquél debía ser la mejor posibilidad de todas. No era ingenuo, no imaginaba escenarios felices como solía hacerlo siendo un niño. Encontrarse con ellos, o lo que era mejor, jamás haberse separado, siguiéndolos desde el inicio a donde quiera que se fuera al morir debía ser glorioso. A aquél nuevo y sinuoso viaje dónde habría estado con su familia, sin maltratos, sin dolor ni obligaciones que estaba cansado de tratar de atender.

Habiendo tantas posibilidades distintas, desviándose y abriéndose mil más con cada decisión tomada no tenía manera de saber qué habría sido de él si tan solo, en aquel momento en el que se enteró que era un mago se hubiese rehusado rotundamente a seguir aquel macabro destino. Porque de algo estaba seguro, la mayor parte de su desgracia siempre estuvo relacionada con el mundo mágico.

Él no pertenecía ahí, ni al mundo muggle y era eso y era nada. No pertenecía a ningún lado.

En esos últimos instantes en que la vida le parecía casi un desperdicio que no tenía caso recordar, al cerrar los ojos, Harry no encontró fuerzas para sobreponerse a la punzada de dolor que atravesó sus pulmones, casi sin aire. Tal vez, hubiera sabido lo que sabía en ese instante, podría haber evitado tantas cosas.

A lo lejos, como si no fuera más que solo eco, le pareció escuchar un grito ahogado y luego, un poco más cerca, dolorosos quejidos de tormento. Demoró unos cuantos segundos en descubrir que aquellos alaridos provenían de él. Al saberlo, frenó, sujetándose con escasas fuerzas el costado dónde había sido golpeado y, paulatinamente, derribado sobre el frío suelo de concreto.

No se permitiría ser tan miserable incluso en sus últimos momentos. No moriría así, sino con sus últimos resquicios de dignidad.

Luego, un segundo o eternos minutos después una ráfaga de aire refrescó su rostro. Sin embargo, este todavía seguía siendo espeso, con el nauseabundo olor a muerte impregnándolo.

Obligándose a abrir los ojos, intentó concentrarse en lo que tenía frente a él. El alto techo semi destruido, las ruinas, el polvo y el cielo aclarándose conforme amanecía pasó a segundo término en cuanto se encontró con un par de ojos que conocía mejor que bien. La única persona con la que se sentiría contento de encontrarse, incluso si lo miraría en sus últimos momentos.

En sus ojos, nublados por las lágrimas vio reflejado el pánico y dolor que él tanto se esforzó en ocultar, completamente desdichada, hincada a su lado en medio de un campo de batalla. Posiblemente estaba tan aterrada como él, pero Harry ya no podía pensar correctamente.

Lo único que sabía, era que estaba feliz de verla.

El dolor lo sacudía y, aunque deseaba decirle que, paulatinamente todo estaría bien, ahora después de tantos años, finalmente y para siempre, las palabras no salían de sus agrietados labios. Posiblemente, ella era lo único de lo que no se arrepentía, la única buena decisión que tomó con plena libertad.

Lo único que brillaba con luz propia en su patética vida. Una que había estado plagada de tragedias una tras otra y pese a que siempre odió sentir lástima de sí mismo, era la verdad, pero de ella, jamás podría arrepentirse, no cuando le había mostrado quién era en realidad. Ella, que había sujetado su mano mientras todo se desmoronaba en pedazos, siendo lo suficientemente paciente como para aceptar todos sus pedazos y armarlo pieza por pieza.

Confiaba tanto él que nunca dudó, ni un instante, con esa esperanza que desbordaba para él, para motivarlo y asegurarle que confiaba ciegamente, aunque él nunca comprendió quién se la daba a ella. ¿Qué había visto en él, de todos modos?

Harry Potter nunca fue la clase de persona que alguien apreciaría tener en su vida y, sobre todo, no alguien que merecería el devoto apoyo de Hermione Granger.

—Solo aguanta, un poco más, Harry, solo un poco más...— la voz se le quebró, sin dejarla terminar—, solo espera y entonces... Estaremos en casa, solo los dos...

Harry meneó la cabeza con las fuerzas que le quedaban, una acción que parecía tomar cada pequeña porción de energía.

—Yo nunca tuve un hogar— respondió de vuelta, mirándola fijamente y esperando grabar cada gesto, cada pequeña parte de su rostro, ahora contraído por el terror de lo que parecía inevitable—. Pero estoy bien ahora, estoy en casa... Estás aquí.

Las lágrimas en sus ojos terminaron cayendo sobre las propias mejillas de Harry, mojándolas de su desolación compartida. Otra oleada de dolor lo sacudió y ella ahuecó su rostro entre sus manos temblorosas, levantándolo del suelo y dejándolo descansar en su regazo, era tan cálida y reconfortante, que él tuvo la necesidad de acurrucarse contra ella y aferrarse a lo único que parecía real en medio del caos.

Deseó que ella lo mirara, pero estaba tan ocupada esquivando su mirada y analizando la situación de su estado para poder ayudarlo. Deseaba, también, que lo tocara y aunque sus manos lo hacían, empapándose de sangre mientras presionaba la herida y sus dedos se hundían con fuerza en su costado, traspasado la tela de su ropa y enviando calor que, para este punto, era casi imposible de sentir.

Harry se habría conformado con solo escuchar su voz, pero ella solo gemía y sollozaba, meciéndose con él en brazos.

—Por favor, resiste... Por mí.

Ahí estaba, finalmente podía escuchar su voz, incluso ahora que el llanto la hacía parecer acuosa y ahogada, envió calma a Harry. Habiendo aceptado que no debía desperdiciar el tiempo, Hermione se inclinó sobre él y sus cabellos cayeron sobre su rostro.

Él no sintió sus fríos dedos presionando contra sus labios para impedirle hablar, no al menos hasta que se vieron nuevamente ocupados en la tarea de apretar el mojado y desgastado pedazo de tela que impedía que su sangre continuara manchando el agrietado suelo de concreto.

—Es lo que tiene que pasar— reflexionó Harry, sintiendo al hablar sus pulmones contraerse de dolor, pero tenía que seguir—. Me arrepiento de muchas cosas en mi vida, pero tú, eres lo único bueno que he tenido y... Agradezco por ti, Hermione.

No había marcha atrás. Realmente nunca la hubo. Incluso para él, debía admitir que había tenido buenos momentos, ella había estado ahí, después de todo. Permitiéndose ser egoísta, Harry solo pudo alegrarse por haberla conocido, por haber sido feliz cuánto pudo y por morir como le habría gustado vivir.

En sus brazos, resguardado por su calor y escuchando su voz hablándole solo él, con su nombre en sus labios y, sobre todo, sabiendo que aquella maravillosa mujer lo amaba. Sí que lo hacía, y él la amaba mil veces de vuelta, con tanta intensidad que cualquier palabra habría sonado demasiado poco para describirlo.

Detestaba verla llorar y odiaba ser la razón. Si pudiera hacer algo para desaparecer su dolor, lo haría, pero ahora mismo, se conformaba con resistir, no dejándose arrastrar por la dulce espera de la muerte. Todavía deseaba estar con ella lo más que pudiera. Solo así, ambos sabrían que su promesa estaba cumplida y Harry podría irse con la tranquilidad de saber que la dejaba en un mundo mejor.

Tan solo le hubiese gustado amarla por más tiempo. Haber sido menos egoísta, más abierto, más feliz.

—Gracias por haberme amado.

Ella rompió a llorar nuevamente, mientras negaba con la cabeza y sus cabellos cubrían su vista.


"Odio las despedidas", le había dicho alguna vez, pero Harry no pensaba de la misma manera. Todo en su vida se marchaba antes de que pudiera siquiera intentar evitarlo y quizás, la posibilidad de despedirse de ella y decirle cuan agradecido estaba era un último regalo del destino antes de reclamarlo suyo finalmente.

—No lo hagas— le dijo Hermione y sonó casi a una reprimenda. Irónico, pensó Harry, dada la situación, pero así era ella y así la amaba, con todos aquellos defectos que para él eran virtuosas cualidades.

—No puedes despedirte de mí, te lo prohíbo, dijiste que... que te quedarías a mi lado, que luego de esto... Estaríamos juntos.

Harry quiso decirle que él realmente quería hacerlo cuando se lo prometió, en cambio, se acurrucó un poco más contra ella, intentando aminorar el dolor que sometía su cuerpo mientras Hermione lo acogía, pegando su cabeza en su pecho, dominado por las convulsiones de su llanto, quien lo sostendría hasta que todo hubiese acabado.

La maldición que había recibido avanzaba fielmente por su cuerpo, abrazándose a él y arrastrándolo a un estado que hacía que sus párpados pesaran. Por fortuna, el dolor estaba desvaneciéndose y comenzaba a sentir que realmente no era tan malo como habría creído. Sin embargo, Hermione no le prestaba atención, su mirada estaba fija al frente, llena de aplomo.

Sus ojos recorrían desesperadamente ambas direcciones del lugar, buscando a cualquiera que pudiera ayudarla entre el mar de gente en el Castillo. Su respuesta fueran algunas voces llorosas que Harry apenas y escuchaba, como si estuvieran a kilómetros de distancia.

La mano de Hermione apretó con fuerza la de Harry mientras se secaba las lágrimas y la desesperación la invadía, al volver a él, fuera como si los dos supieran lo que seguía. Aunque Harry no la escuchó, supo que decía su nombre mientras sus labios se movían incesantemente.

Le hubiese gustado besarla una última vez, pero sus ojos estaban cerrándose y su cuerpo finalmente comenzaba a ceder. Hermione lo llamó a los gritos, mientras Harry se entregaba a la paz embargándolo y le hacía una última promesa.

"Por siempre y para siempre, Hermione Granger".

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1° de septiembre, 1991

El enorme tren emitió las últimas bocanadas de vapor y pronto comenzó a vaciarse lentamente, liberando de su interior el torrente de alumnos que emergían de él, repletos de comentarios expectantes sobre lo que ocurriría al pisar el castillo por primera vez.

Los montones de alumnos, vestidos todos con túnicas negras se apretaban unos contra otros, emocionándose con la nueva expectativa que les brindaba la imponente imagen de Hogwarts, levantándose entre las colinas y rodeado por terrenos llenos de árboles majestuosos y siniestros. Ciertamente, parecía la clase de lugar salido de cualquier libro mágico.

Lo que cualquier niño con imaginación habría adorado.

Harry Potter, de once años, como todos los otros niños de su edad, descendió del tren de un salto, mirando sobre su hombro solo para comprobar que todo era real. También, deseando no encontrarse solo, buscó a aquel niño de brillantes cabellos rojos que lo acompañó la mayor parte del camino.

Al no encontrarlo, sin más remedio, caminó, siguiendo al resto, alejándose de los mayores hasta que se encontró rodeado de otros niños que, como él, parecían hipnotizados por todo lo que veían por primera vez.

Harry no conocía nada de aquello, pero la emoción lo consumía al igual que a todos, rodeado de un mundo fantástico como ese, sin nada de la tediosa vida que había conocido al lado de sus tíos. En comparación, cualquier cosa habría resultado simplemente fantástica. Hogwarts ciertamente lo era.

A unos pasos, en la estación, Hagrid, el enorme y grandioso hombre que posiblemente le había dado la mejor noticia de su vida levantó los brazos, llamándolos para que se reunieran cerca, como un enorme y robusto guía, protegiéndolos bajo su cuerpo como si fueran cachorros. En cuestión de minutos, el ruido de los cascos de los caballos tirando de los carruajes se alejó rápidamente y la estación quedó casi vacía sin los alumnos mayores.

Hagrid les informó que ellos, al ser de primer año viajarían en botes hasta el Castillo y pese a que la idea de una llegada tan llamativa no le parecía en absoluto una buena opción, Harry no tuvo más remedio que seguir, caminando con todos los otros hasta que llegaron al lago más oscuro y profundo que hubiese visto jamás. Se extendía brillando relucientemente, en aparente calma, con las luces del Castillo reflejándose en sus aguas, invitándolos a cruzarlo y llegar al lugar prometido.

Todos los niños o al menos la mayoría, hablaban unos a otros y murmuraban acerca de las expectativas que tenían, formándose en grupos a la espera de abordar los botes, que ya los esperaban a la orilla del lago. Era normal que algunos se conocieran, pero Harry... Se sentía incapaz de hablar con ellos.

No es que fuera tímido por decisión propia, pero por experiencia, conocía la peor faceta de los niños y lo crueles que podían llegar a ser. Dudley, su primo, y el resto de sus amigos se encargaron de hacérselo saber.

Luego reflexionó que la mayoría eran crueles porque Dudley se los pedía, siendo un matón con todo el mundo.

Una inquietud pesada inundó su pecho al comprender que, en ese mundo, él no conocía a nada ni a nadie. Y, aunque era eso mismo lo que lo emocionaba no pudo evitar sentirse fuera de lugar con todo, demasiado nuevo en su vida como para poder aceptarlo.

Harry tenía miedo, nadie le preguntó cómo se sentía luego de saber que era un mago, luego de enterarse que toda la vida que sus tíos le dieron solo se desprendía de la burda mentira acerca de la muerte de sus padres. ¿Qué ocurriría si tampoco encajaba aquí? ¿Y si realmente era aquel fracasado fenómeno que los Dursley aseguraban?

Mientras pensaba, tres figuras se movieron entre la multitud, deteniéndose detrás de él, pero Harry estaba demasiado absorto como para darse cuenta. Su atención en cambio, se perdió entre las personas tan pronto distinguió el inconfundible cabello rojo de aquel niño de ojos amables que había conocido en la estación, su único compañero de viaje que minutos antes de llegar, abandonara el vagón y fuera en busca de sus hermanos mayores.
Ahora estaba ahí, parado a unos metros, y sonriéndole amistosamente, como si lo invitara a acercarse.

Sin darle tiempo para reflexionar si eso era una invitación realmente, una de las sombras abandonó la penumbra, plantándose frente a Harry y su rostro quedó iluminado por los faroles de los botes. Sus ojos grisáceos brillaban y la sonrisa en sus labios parecía confiada, incluso antes de abrir los labios.

— Así que es cierto lo que decían en el tren— dijo y ladeó su cabeza de cabellos rubio cenizo—, Harry Potter ha venido a Hogwarts.

Ya fuera la sonrisa en sus labios, o lo intimidado que se sintió por verse solo, lo que causó que Harry se sintiera contento de que alguien, quién fuera, estuviera hablando directamente con él. Los otros dos niños, que ahora flaqueaban sus costados le sonrieron de vuelta, con sonrisas idénticas y casi amables, a pesar de sus intimidantes rostros redondos. Eran dos matones más. Harry sabía reconocerlos, recordándole a Dudley y sus patéticos amigos.

De todos modos, decidió ignorar el significado de sus palabras, ya que, para variar, todo el mundo parecía conocer una historia de la que él no tenía muchos detalles, además, se veían verdaderamente amistosos.

—Soy Draco, Draco Malfoy— siguió el niño, y extendió una mano frente a él con elegancia, como un adulto habría hecho.

Súbitamente emocionado ante la perspectiva de un nuevo amigo en un lugar tan desconocido como aquel, Harry se encontró haciendo lo mismo sin siquiera pestañear.

—Soy Harry, Harry Potter— respondió, estrechando su mano contra la de Draco que, sonriendo todavía más, lo tomó del hombro y lo arrastró a uno de los botes, sentándose costado con costado entre presentaciones calurosas.

—Aprenderás que el mundo mágico es muy interesante, Harry Potter— continuó Draco con tono engreído, tan pronto Harry se sinceró con sus pocos conocimientos acerca de la magia.

Harry pasó todos aquellos detalles en su actitud por alto. Lo único que importaba era que, en medio de todo, finalmente tenía un amigo.

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Su llegada al Castillo y su permanencia en este no fue lo que pudo haber esperado inicialmente. No desde que Harry se encontró rodeado de incómodas miradas, algunas sorprendidas y otras repletas de recelo.

Posiblemente todo empeoró cuando, con apenas escaso conocimiento de en qué consistía la selección de casas, el Sombrero Seleccionador gritó "¡Slytherin!", luego de largos instantes de reflexión en los que Harry no pudo pensar en mucho más que no fuera su futuro en el colegio.

Saltando apresuradamente del banquito, donde todo había ocurrido, Harry serpenteó entre las mesas, ignorando las murmuraciones que la elección del sombrero provocó y solo concentrándose en los aplausos de su propia mesa, mientras Draco levantaba los brazos y lo invitaba a sentarse a su lado con una enorme sonrisa.

—No hagas caso— le dijo, mirando con desdén a todo el salón—. ¿Escuchas eso? En el fondo, la mayoría mataría por ser parte de Slytherin, pero estar aquí, es todo un privilegio que solo algunos tenemos, de modo que no les queda más remedio que escupir insultos contra Slytherin. Ninguno de ellos entiende lo orgulloso que debes de sentirte por pertenecer aquí.

—Nadie parece muy contento con la elección del sombrero— insistió Harry, observando a su alrededor­— ¿Qué hay de malo con Slytherin?

Todavía había quienes lo miraban con decepción, incluso desde la mesa de profesores.

—Eres famoso, y todo aquél que es alguien termina aquí. Esta es la Casa correcta para personas como nosotros— concluyó Draco—. Sé que nos entenderemos muy bien, no debes preocuparte por lo demás.

Harry asintió, encontrando alivio momentáneamente en sus palabras. Se forzó a creer en ellas y, si Draco sabía todo lo que tenía que conocerse sobre ese mundo, debía tener razón. Mucho más animado, Harry aplaudió con fuerza cuando Goyle fue seleccionado con ellos, adoptando una nueva y orgullosa sonrisa que murió en sus labios tan pronto mirar que, desde la mesa de Gryffindor, el pecoso niño de expresión antes amable ahora lo miraba asombrado, como el resto.

Harry sonrió tímidamente, queriendo saludar, pero su cabeza de intensos cabellos rojos se movió en otra dirección, agachando la mirada y concentrándose en su plato todavía vacío, para poder ignorarlo. Él debía ser como los otros. Los que no entendían como funcionaban las cosas, Harry lo tuvo claro.

Agobiado, pero decidido a ignorar el desplante, sintió que alguien más lo veía, también desde la mesa de los leones. Los ojos de aquella niña, profundamente cafés, enmarcados por una maraña de cabellos revueltos y castaños no escondían su curiosidad. La reconocía luego de su breve encuentro en el tren, lo que bastó para hacerle creer que no era precisamente agradable, sino todo lo contrario con aquella actitud mandona.

De todos modos, ella no apartó la vista cuando Harry le sonrió, mucho menos amigable esta vez, deseando que dejara de mirarlo. No funcionó.

Ella solo parpadeó inocentemente y ladeó la cabeza, aparentemente interesada de verdad. Había algo en ella que Harry no podía descifrar y lo mejor era no hacerlo nunca. Incómodo y sabiendo que el perdedor había sido él al intentar intimidarla, Harry evadió su mirada y se concentró en Draco, murmurando maliciosamente sobre cada seleccionado y la Casa a la que habían sido sorteados.

Todo ante la atenta y desconfiada mirada de Albus Dumbledore, observando sobre sus anteojos de media luna al delgado niño con la cicatriz en su frente.

Una mirada que Harry no llegó a comprender hasta muchos años después.

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Los primeros años en Hogwarts se asimilaron a un sueño, o a estar dentro de una burbuja en la que las cosas difícilmente podrían salir mal.

Cada acción y cada hazaña de Harry Potter, honorable miembro de Slytherin siempre causaría revuelo entre sus compañeros. No necesariamente siendo así para el resto de personas en el castillo, pero no era algo que el niño se plantearía constantemente.

Contando el apoyo que jamás tuvo, su rebeldía y arrogancia eran los escudos perfectos para no pensar en la realidad más allá de lo que deseaba comprender. Los primeros años sí que fueron buenos y aunque Harry no fue recibido con los brazos abiertos por todo el mundo, como había intuido que sería, recibió a cambio otras recompensas.

En clases, con profesores que siempre lo mirarían con intriga, sin confiar completamente. Lo que cambiaría tan pronto se encontrara sentado en la Sala Común de Slytherin o paseándose por los pasillos con su selecto séquito de amigos admirándolo en lugar de temerle. Todos ellos, quienes sí entendían lo que significaba su trágico pasado, gozaban inmensamente de escucharlo contar sus aventuras, principalmente, las ocurridas durante su primer año.

Orgullosos al verlo ganar cada partido contra Gryffindor y abucheando a coro a cualquiera que se atreviera a hacer un comentario contra él y sus amigos.

Después de once años resignado a una existencia miserable, Harry fue feliz por primera vez en su corta vida. Además, Draco siempre gozaría de imponer el mismo respeto, que compartía con él y de instruirlo para conocer la manera en que funcionaba el mundo mágico. Abriendo sus ojos a nuevas posibilidades y a otras que jamás hubiese pensado si no fuera porque Draco las sugería como verdades absolutas.

Pese a creer en él, siendo su mejor amigo, Harry siempre encontraría algo extraño, un sentimiento que siempre volvería sin importar cuánto se esforzara en desechar. La extrañeza que lo embargaba cada que se encontraba riéndose de alguna broma hiriente hecha por Goyle y Crabble, siempre dirigida a los alumnos que no se defenderían. Siempre existió ese algo, haciéndole creer a Harry que realmente no encajaba del todo con sus amigos.

Haciéndolo cuestionarse cada que se sorprendía levantando su varita y atreviéndose a retar a cualquiera que se atreviera a insultarlo, de lo contrario, si no respondía, sería igual a admitir que permitía que atravesaran la sólida barrera entre lo que pretendía ser y lo que sentía realmente. Siendo así, era mejor que creyeran que nadie podía dañarlo, algo que Harry terminó por creer después de cierto tiempo.

Sin embargo, contaba con una única regla personal, que sus amigos no aprobarían, pero no se atreverían a cuestionar. Solo lastimaría a aquellos que lo merecían de verdad. Si alguien se atrevía y traspasaba aquella delgada línea, Harry podía sentirse con total derecho de hacer lo mismo sin remordimiento. Si el resto no lo respetaba, como se suponía que debía ser, Harry debía enseñarlos a hacerlo. Era mejor si no pensaba lo que hacía, si ignoraba la voz de su conciencia a la que, con el paso de los años, dejó de escuchar. Si se detenía por la condescendencia, sería igual titubear y no le convenía tener ninguna desventaja.

Deseaba ser alguien, dejar su marca en el mundo, lejos de la leyenda que la muerte de sus padres provocó. Deseaba que, al recordarlo, no lo hicieran pensando únicamente en Voldemort y la lástima a un niño huérfano. Él trazaría su propio destino y lo haría del modo que fuera necesario.

—¿Tus padres conocían a los míos? — preguntó Harry.

Para su segundo año, estaba lo suficientemente acostumbrado a la vida en el mundo mágico como para ser considerablemente menos inocente y, sobre todo, difícilmente impresionable. Cada que tenía especial curiosidad, solo tenía la suficiente confianza como para preguntárselo a Draco.

Su mejor amigo no se movió, permaneciendo frente al espejo, asimilado su cuestionamiento, y a Harry no le quedó más remedio que esperar, anhelando la idea de que sus padres fueran, al menos, tan imponentes como los Malfoy. La respuesta que recibió en cambio fue evasiva.

—Claro que lo hacían— respondió Draco, ajustándose la túnica sin mirarlo—. Ellos lo hacían, pero no es nada que de verdad importe. Nuestros padres no tenían una amistad como la nuestra, de todos modos. Eran eso, conocidos, simplemente compañeros.

—Mis padres pertenecían a Gryffindor— mencionó Harry, avergonzado—. Quizás se debió a eso.

Draco palmeó su espalda, condescendiente.

—Has comenzando a enmendarlo— lo animó, señalando el escudo de su uniforme, la serpiente, representante de la Casa de Salazar Slytherin.

—Supongo que así es.

—¿Por qué no vamos con los chicos? — sugirió Draco, intentando animarlo—, supe que el patético de Longbottom pasa mucho tiempo en los invernaderos, podríamos ir y saludarlo.

—No sé si...

Draco palmeó su espalda.

—¡Oh, vamos! Molestar a ese tarado siempre nos pone de buen humor.

Harry omitió decir que eso se limitaba a Draco, pero sin más excusas, se levantó y siguió a su mejor amigo fuera del dormitorio.

Por años, Harry intentó creer en todas sus palabras ciegamente, negándose a concebir cualquier idea diferente. Todo con tal de disfrutar de largos veranos compartidos en la mansión Malfoy, el sitio más grande y ostentoso que hubiese visto jamás. Divirtiéndose entre comidas exquisitas y regalos lujosos por parte de los padres de su mejor amigo.

Lucius Malfoy solía ser, por lo general, engreído y serio, pero no por ello dejaba de mostrar interés en Harry cada que se encontraba bajo su techo y por supuesto, siempre que lo hacía, miraba a su hijo y asentía en misteriosa aprobación. Harry supuso que aquello significaba que aprobaba su amistad.

Narcissa Malfoy, en cambio, era drásticamente diferente a su esposo. Al principio, cuando Harry la conoció, lo intimidó su belleza y lo poco accesible que parecía, sin mostrar muchas emociones. Era una mujer elegante que solo se permitía ser amorosa con su hijo, con el resto, mostraría una máscara de frialdad absoluta que solo con los años se vino abajo, permitiéndose recibir a Harry cada verano con mayor calidez.

En poco tiempo, logró tomarle el cariño suficiente como para dejar que él y su hijo asistieran a los mejores eventos, para vestirlo como se debía y por supuesto, para dedicarle el primer apoyo maternal que Harry conoció en toda su vida. Era cierto que a veces era fría y distante, pero eso no duraba demasiado y, aunque dedicándole miradas melancólicas, cuándo Harry preguntaba la razón, Narcissa se conformaría con revolver su cabello y marcharse de la habitación con el sonido de sus tacones alejándose por el pasillo.

Aquellos maravillosos veranos lo sumergirían en momentos en los que no haría falta recordar quien era, ni que se suponía que debía hacer. La encantadora superficialidad de los Malfoy, le mostraría un mundo completamente nuevo que desaparecería tan pronto tuviera que volver con los Dursley los primeros días de las vacaciones siguientes. Siempre por órdenes de Albus Dumbledore, demasiado interesado al disfrutar entrometiéndose en su vida, alejándolo constantemente de la familia Malfoy y la vida que Harry realmente soñaba con alcanzar.

Los únicos momentos en los que realmente, se sentía feliz.

El anciano profesor no perdería la fe de, en algún momento, persuadirlo con sus largas y tediosas conversaciones con significados secretos acerca de la valerosidad, el coraje y el buen corazón dentro de Harry. Cualidades que él no consideraba del todo importantes y mucho menos, que realmente poseía.

Después de todo, sin importar cuan valientes, nobles y heroicos fueron James y Lily Potter, eso no los salvó de la muerte y ahora, como consecuencia, su único hijo se encontraba condenado a ser un chico huérfano con muchos problemas que resolver por sí mismo. Siempre había sido así, lidiando él solo con toda clase de cosas y cuando era feliz, así fuera superficialmente, Dumbledore se creía con el derecho para quitárselo y manejar su vida a su antojo.

Incluso ante las negativas de Harry, Dumbledore no se daría por vencido, como si estuviera empeñado en atraerlo una y otra vez al camino que él deseaba, ¿Por qué lo hacía? Harry no tenía manera de saberlo. Después de todo, no creía en sus palabras. No gracias a las advertencias que recibió de él, mucho más creíbles que todos los incontables elogios que el mundo mágico dedicaba al Todopoderoso director.

Si Dumbledore era tan bondadoso y sabio, preocupándose por Harry como se esforzaba en hacérselo creer, ¿Por qué dejarlo solo a la merced de los Dursley? ¿Qué le hizo creer que era buena idea abandonar a un niño a su suerte con personas tan repulsivas? Aquella, fue la prueba que Harry necesitó para decirse que los Malfoy tenían razón al alertarlo constantemente de las intenciones de Albus Dumbledore y por tanto, para que su rechazo por el anciano creciera.

Con cada segundo que Harry pasaba en Hogwarts, dejándose guiar por su hambre de conocimiento y sus deseos por sobresalir, marcando así su propio destino, el rechazo que el mundo mágico sentía por él incrementaba al mismo ritmo que la admiración ganada gracias a su talento con la magia. Sin embargo, lo bueno no duró demasiado.

Con la amenaza del regreso de Voldemort siempre latente, su vida siempre volvía al momento en que todo comenzó. La muerte de sus padres y, por consiguiente, a su asesino.

La posibilidad de su existencia, de su retorno, lo alarmó de maneras que no creyó posibles. Harry sabía poco acerca de Voldemort. La mayoría de personas se negarían a hablar de él, incluso los Malfoy, evitando a toda costa siquiera referías al Señor Tenebroso en presencia de Harry. Si bien siempre le dio la impresión de que lejos de evitarlo por el rechazo general a su sola mención, como el resto del mundo mágico, Harry creía que, de alguna forma, existía cierta fascinación escondida en su manera de aludirlo.

De modo que, sin otro remedio, Harry se obligaría a reprimir sus preguntas con sus amigos, al menos hasta que fue imposible seguir ignorándolo. Además, nadie se tomó la molestia de contarle el resto de la historia.

El nombre del que no debía ser nombrado, luego de sus primeros dos años y la imposibilidad de su regreso, al menos como quedó demostrado luego de que Harry fuera llamado el heredero de Slytherin, y demostrando finalmente su inocencia gracias a los arduos esfuerzos de Dumbledore por limpiar su nombre, pasó a segundo término para dedicar toda la atención al chico que prometía convertirse en un poderoso mago.

Para su tercer año, la mención de Voldemort era un asunto casi olvidado, al menos hasta que se encontró, nuevamente, sumergido bajo la tutela de Albus Dumbledore, resistiendo las advertencias de Lucius Malfoy, asegurándole que no debía entrometerse en la vida de Harry. Posiblemente, lo más cercano a un apoyo adulto en toda su vida.

Pese a haber deseado acatar las recomendaciones de los Malfoy, había cosas que ellos no podían darle. Respuestas. Adivinando que ese era su precio, Dumbledore ofreció aclarar todas sus dudas si, a cambio, Harry se encontraba dispuesto a escucharlo. Al ser el único que finalmente le revelaría más información de su pasado, así fuera a medias y con condiciones ocultas, se obligó a aceptar y, solo entonces, aceptar a la compañía del director.

Dumbledore lo acogió con paciencia, bajo una tutela que Harry nunca pidió, pero que, sin embargo, le convenía enormemente para intentar descifrar quién era en realidad. Eso, si no deseaba ser asesinado por Sirius Black, prófugo de Azkaban.

Para ese punto, la noticia de su escape corrió como pólvora, sobre todo, el hecho de que Black lo buscaba. Conociendo ahora su existencia, la incertidumbre de saber que era todo aquello que estaba perdiéndose embargó a Harry. Solo entonces, escuchó por primera vez acerca de sus secuaces, fragmentos del pasado de Voldemort, hechos ocurridos durante la guerra y el alcance de sus retorcidos deseos por hacerse con el poder.

Mortífagos. Los fieles y sanguinarios seguidores de Voldemort.

Su cercanía con Dumbledore no pareció agradar a todos. Con ello, el rechazo que recibió a cambio de su mejor amigo, Draco, fue imposible de pasarse por alto. Cuánto Harry más sabía, todo aquello que consideró indiscutible comenzaba a tambalearse.

Paulatinamente, Draco dejó de charlar con él con la misma soltura que antes y finalmente, cuando la invitación para pasar la navidad en la mansión Malfoy quedó cancelada, la brecha comenzó a crecer entre ambos. Teniendo tanto tiempo libre, a Harry no le quedó más remedio que ocupar su tiempo de una manera mucho más productiva, todavía preparándose ante la posibilidad de un encuentro con Black.

Los hechizos aprendidos en Hogwarts serían, según le pareció, inservibles si se encontraría con un experimentado asesino. Por ello, las artes oscuras abrieron un nuevo panorama para su manera de concebir el mundo y el rumor de que Harry Potter ahora era un prodigio de la magia oscura corrió como pólvora. Lo suficiente como para dejarlo relegado a un nivel por debajo de lo aceptable.

Si todos lo creían, Harry les demostraría que quizás, no estaban tan equivocados. Buscaría la verdad a cómo diera lugar y si Sirius Black era la clave para conocerla, lo encontraría.

Para la mitad de su tercer año, su reputación no era la mejor. La mayoría de sus compañeros de las otras casas lo encontrarían intimidante y, posiblemente, los Gryffindor, repulsivo. No es que le importara, de todos modos, incluso si, en lo más profundo de su ser, experimentara cierta envidia por ellos. Había cierta calidez en sus atributos, como su coraje, que nadie negaría.

Por suerte, cuando parecía encontrarse en un laberinto, la luz llegó. El profesor Remus Lupin resultó ser un agradable refugio para sus pesares, lo instruyó lo suficiente como para hacerlo dejar de pensar que, después de todo, el resto, diferentes a Harry, no eran realmente inferiores. No es como si se hubiera relacionado con marginados, siempre rodeado de presuntuosos Slytherins, pero abrió todo un panorama para Harry, quién por primera vez en tres años se cuestionó a dónde estaba dirigiéndose y si todo lo que escuchó de sus amigos era cierto.

Quizás, si no hubiese recibido aquel desesperado auxilio, habría cometido otros errores de los que podría haberse arrepentido, porque, si de algo estaba seguro, sin Remus Lupin nunca habría encontrado a su único apoyo genuino, incluso si esta se presentó con la llegaba del prisionero prófugo de Azkaban.

Después de todo, al terminar su tercer año, de la manera más irreal posible, Harry comprendió que Sirius Black era toda la familia que le quedaba. Lo que, para su cuarto año, marcó la pauta para que su amistad con Draco Malfoy se diluyera casi por completo. Ahora los dos se hablarían poco, siempre incómodos entre las clases y, cuando el nombre de Harry salió seleccionado por el Cáliz de Fuego, algo se quebró entre ambos.


Inicialmente, Harry creyó que Draco estaría celoso por la gloria que implicaba entrar al campeonato, pero él era lo suficientemente listo como para saber que Harry no habría puesto su nombre en el Cáliz, así que lo único lógico y a lo que para su pesar se negaba a aceptar era que Draco sabía algo que él no.

Lo intuía por la manera de verlo a distancia, con lástima, o el hecho de que mientras Harry contaba sus travesías en la Sala Común rodeado de todos, fascinados por la idea de un competidor del torneo perteneciente a Slytherin, Draco, Crabble, Goyle y Blaise Zabini, a los que alguna vez llamó amigos, lo miraban recelosamente.

Si bien la mayor parte del tiempo, Draco era cruel, engreído y egoísta con el resto, Harry había aprendido a conocerlo lo suficientemente bien como para saber que en el interior, estaba preocupado por él.

Todavía rodeado de todos, pidiendo un poco de él después de su gran desempeño con la primera prueba en el torneo, agobiado por la atención, Harry resguardó el huevo del dragón y abandonó la Sala Común sin dirigir una sola mirada a nadie. Decidido a olvidarse de las mentiras que estaba seguro habían sido todos esos años de amistad, Harry se internó en el pasillo oscuro, atravesando las siniestras mazmorras.

Al final, luego de dar tantas vueltas por el castillo, se encontró pronto frente a la entrada de la biblioteca, sabiendo que nadie que pudiera llamarse conocido se entraría ahí, entró a esta sin dudarlo. Admirando los altos estantes, con sus manos en los bolsillos y muchos pensamientos sobre cómo podría resolver la segunda prueba, Harry se internó cada vez más en la biblioteca.

Antes de que pudiera darse cuenta, se encontraba sentado en una de las tantas mesas de estudio, con los brazos sobre la mesa. Siempre acostumbrado a mantenerse alerta, no le resultó difícil darse cuenta de la evidente curiosidad que producía en cierta chica, quien lo miraba sin ocultar su interés, clavando en él sus curiosos ojos marrones.

La conocía mejor de lo que le gustaría admitir. Draco generalmente se deleitaba atormentándola a cada oportunidad y, aunque Harry rara vez había hablado con ella, más que para reírse de los comentarios de Draco, que aunque crueles, resultaban ser graciosos. Mayormente, refiriéndose a su aspecto, su patético amor por los libros y lo insoportable que era. Sin embargo, Harry conocía acerca de su inteligencia y que su irritante personalidad poseía cierta fiereza que le producía curiosidad.

Además, Hermione Granger siempre parecía mirarlo a la distancia, como si esperara algo más, una reacción, alguna especie de interacción que Harry no respondería, conformándose con darle una mirada indiferente que nunca logró intimidarla.

Ahora estaba ahí, como siempre, oculta entre una enorme pila de libros, con la única compañía del cabeza hueca de Weasley. Menos simpático que sus hermanos y evidentemente, menos talentoso que todos en su extraña familia, no existía nada especialmente notable en Ron Weasley. Nada que de verdad importara.

Era lógico pensar que solo acompañaba a Granger por conveniencia a sus trabajos y tareas, hecho indiscutible al verlo. Mientras ella estudiaba, él dormía sobre la mesa, con la boca abierta.

Haciéndole ver qué había notado su escrutinio, Harry la recorrió con desprecio, sin obtener respuesta. ¿Pero ella por qué no dejaba de mirarlo? Algo en su postura, siempre atenta a sus movimientos, como si pudiera predecirlos, lo ponía nervioso.

Comenzaba a convertirse en un problema. Desde que comenzara el año la insoportable chica no dejó de mirarlo y Harry comenzaba a cansarse de ignorarla, en vez de obedecer sus impulsos y confrontarla, diciéndole palabras que serían tan hirientes, que Granger jamás se atrevería siquiera a verlo de nuevo.

Harry sabía cómo insultar a alguien, haciéndolo trizas solo con palabras. No era algo que aprobaba, y mucho menos Sirius, quien desde que se conocieron, siempre le hizo notar las claras diferencias entre Harry y su padre, el aparentemente, honorable James Potter.

Sin otro recurso, Harry aguardó en la misma posición, hasta que Granger se movió, levantándose de su asiento y apartando los libros rodeándola. Por un segundo, desconcertado por la osadía, Harry creyó que se dirigiría a él. Ciertamente no deseaba hablar con ella, de modo que también se puso de pie, a la defensiva.

Raramente no sabía cómo actuar, pero siempre había existido algo en aquella irritante Gryffindor que no obedecía las reglas que servirían bien para cualquiera. Ella no lo odiaba, al menos hasta donde sabía, pero tampoco le temía, estaba seguro.

Súbitamente nervioso, sentimiento que no estaba acostumbrado a experimentar, Harry observó en todas direcciones, hasta que algo llamó su atención a la mitad del pasillo, interponiéndose entre la ahora reducida distancia entre él y Hermione Granger. Harry avanzó hacia al frente y Granger parpadeó confundida, los mechones desordenados de su cabello le otorgaban un aspecto casi adorable que se incrementó cuando, según consideró Harry, la chica pensó que también avanzaba en su dirección, listo para que ambos se encontraran.

En el último segundo, a solo unos pasos de distancia, él se detuvo de golpe, apartando la vista de Hermione, volviéndose hacia uno de los altos estantes en dónde apoyó uno de sus brazos. Granger se congeló al ver cómo Harry tomaba suavemente del brazo a una chica, que se encontraba devolviendo varios libros al estante, de pie entre la distancia entre ambos.

No sabía porque tomó una decisión como esa, pero también, estaba seguro de que no deseaba encontrarse con Hermione Granger y si para eso debía dejárselo claro, lo haría.

—Eres Cho, ¿Verdad? — preguntó Harry, forzando una sonrisa encantadora.

La exótica y atractiva chica frente a él sonrió nerviosa al tenerlo tan cerca, sin poder creérselo. Apretó uno de los libros contra su pecho y murmuró una débil afirmación a su pregunta.

La mayoría de las chicas reaccionaban a su presencia de la misma forma. De todos modos, reflexionó, era una Ravenclaw bastante guapa y, según Snape, siendo un campeón, debía llevar a alguien como su cita para el baile de Navidad. Lo postergó por días hasta ese fortuito momento.

No es como si imaginara a alguien más apareciendo de su brazo que no fuera una chica tan talentosa y bonita como lo sería una jugadora de Ravenclaw.

—¿Has terminado con eso? — prosiguió Harry, señalando los libros.

Sobre el hombro de Cho pudo ver a Granger, retrocediendo lentamente mientras pretendía buscar un libro en la estantería. Por un segundo, Harry experimentó lo más parecido a la compasión.

—Sí, he terminado— mintió Cho, con una ridícula voz aguda, ignorando el montón de libros aguardando a sus espaldas.

—Supongo que, siendo así, estás libre por el resto de la tarde, ¿Qué te parece un paseo por el lago negro, Cho?

—Me encantaría, Harry— respondió la joven, con tal rapidez que, notando su descuido, sus mejillas se tornaron rojas.

Con falsa galantería, Harry le ofreció su mano, a la que Cho, demasiado nerviosa, se sujetó. Abandonando el sitio, con la chica hablando emocionada a su lado, Harry casi disfrutó al observar su hombro, solo para comprobar que Hermione Granger se quedaba detrás de ellos, patéticamente sola.

Ojalá que, con aquello, hubiese entendido lo poco que le interesaba relacionarse con ella. Al menos, eso creyó, hasta que el destino se encargó de hacerlo tragarse todas y cada una de sus palabras.

•×•×•×•×•×•×•×•×•×•×•×•×•×•×•×•×•×•×•

Las vacaciones comenzaban a convertirse en un verdadero fastidio.

No es que Harry fuera presuntuoso en lo absoluto, pero luego de casi cuatro años pasando todas y cada una de sus vacaciones con los Malfoy, rodeado de extravagancias y buenas experiencias que deslumbrarían a cualquiera, sus estándares eran más elevados de lo que deberían ser para un adolescente de su edad.

Su propia sed de gloria lo condujo a demostrarse que podía ganar el torneo y ciertamente, así fue. Venció al tosco Krum, a la vanidosa Fleur y finalmente, a Cedric, a quien Harry no dudó en dejar atrás con tal de conseguir la victoria. Más tarde, sabría que ninguno de ellos tuvo un buen desenlace. Viktor, controlado bajo la maldición imperio dañó a Fleur y, más tarde, al encontrar a Cedric, todavía aprisionado por el hechizo que Harry utilizó para sacarlo del camino, sin posibilidad de defenderse, recibió heridas todavía más graves que casi acabaron con su vida.

Por su parte, al encontrarse en aquel cementerio tan pronto tocó la copa, con Voldemort mirándolo directamente a los ojos fue un buen castigo para la codicia de Harry.

Lo demás fue un infierno. Se había defendido bien luego de arduo entrenamiento, pero eso no bastó, no cuando Harry se encontró con Lucius Malfoy, el hombre al que admiraba, el padre de su mejor amigo, acatando las órdenes de Lord Voldemort con la obediencia de un cachorro.

Lucius Malfoy, un mortífago. Un asesino, tan solo un culpable más detrás de la muerte de sus padres.

Todo el afecto que Harry creía genuino por la familia se diluyó, manifestándose en su lugar como rabia contenida. Se sentía estúpido por haber caído rendido ante sus regalos, sus atenciones y mentiras. Siempre omitiendo mencionar la realidad de sus lealtades antes y, por lo visto, después de la guerra. Recordar los buenos tiempos, en comparación a lo que la vida ahora le ofrecía era, en cierto modo, decepcionante. Sobre todo, teniendo en cuenta que Voldemort había vuelto.


Los primeros días del verano de su quinto año se obligó a pasarlo forzosamente en Privet Drive, sin derecho a discutirlo y luego, sin otro sitio al cual acudir, de un día para otro se encontró en Grimmauld Place, un sitio que debió ser elegante y que ahora solo desprendía absoluto abandono.

O al menos así fue, los primeros días.

Mientras sus pies colgaban sobre la cama, como cualquier otro tedioso día, recostado sobre un viejo colchón que le hacía doler la espalda, un estruendoso ruido sacudió toda la mansión, obligando a Harry a enderezarse.
Normalmente, siempre silenciosa, siniestra y deprimente, tres días atrás, toda aquella tediosa paz que Harry comenzaba a apreciar se vio alterada sin previo aviso. El sitio pasó de ser un confortable lugar a lo más parecido a una taberna llena de irritantes voces y puertas cerrándose y abriéndose todo el día.

Al menos agradecía que la mansión tuviera las habitaciones suficientes para albergar a toda la desagradable congregación de personas y que, por supuesto, nadie se atreviera a invadir su privacidad en la habitación que Sirius le otorgó el día de su llegada.

Decidiendo que lo que fuera que estuviera desarrollándose en el piso de abajo podría distraerlo de su propio encierro, Harry terminó por levantarse, ajustó su ropa y, no olvidándose de su varita, abandonó su habitación y bajó los escalones, siguiendo el que parecía ser el origen de todas las voces.

Otra de las grandiosas reuniones de la consagrada Orden del Fénix, seguramente. No entendía la razón por la que seguían siendo tan positivos respecto a la inminente guerra, no cuando las malas noticias seguían llegando y todo comenzaba a hundirse.

No podía entender ni siquiera a Sirius, pero elegía soportarlo por ser su padrino, un privilegio con el que no contaban todos los otros intrusos.

En su camino, se topó con los gemelos Weasley, riéndose a carcajadas mientras observaban lo que debía ser un invento fallido, calcinado por completo, lo que seguramente generó la explosión que lo alertó.

—¡Eh, Potter! ¿Podemos probar esto contigo? — preguntó uno de ellos.

Harry no podía diferenciarlos, de modo que, como siempre, pasó de largo sin mirar a ninguno.

—¿Qué tal? Piénsalo, ¡No afectará tu rostro, niño bonito! — coreó el otro, en apoyo de su gemelo.

—Siempre tan infantiles— masculló Harry con desdén—. ¿Por qué no inventan algo que realmente valga la pena?

—¿Ah sí? ¿Cómo qué?

—Sí, ¡Ilústranos con tu sabiduría, falso heredero de Slytherin!

—No lo sé, quizás un invento que pueda acabar con su miserable forma de vida, ¿Qué tal eso? Les vendría bien en lugar de tonterías para niños— sugirió Harry, mientras bajaba las escaleras, a tiempo para evitar que los gemelos pudieran ponerle una mano encima.

Abajo, al llegar a la cocina, sin siquiera pensárselo demasiado, abrió la puerta y se internó en el lugar. Tenía la suficiente hambre y curiosidad como para esperar a que la Orden terminara con sus ingenuos planes.

Apenas verlo, la escandaliza mirada de la señora Weasley recayó en él, seguramente, creyendo que realmente obedecería las órdenes de quedarse fuera, reglas que todos sus hijos cumplían. No es como si Harry fuera un niño inocente y no es como si ella supiera todo lo que, a sus quince años, había tenido que presenciar.

Apenas puso un pie dentro de la cocina, el olor a comida inundó su nariz, mareándolo momentáneamente. Con pesar, admitió que todo lo que la mujer cocinaba resultaba delicioso. La mesa ya estaba casi servida, y los adultos aparentemente habían terminado con su reunión, pues la señora Weasley abandonó la cocina para llamar a sus hijos a cenar. Lo que provocó que en pocos minutos todos entraran en tropel, sentándose mientras conversaban bulliciosamente.

En la cabecera, Sirius se levantó de un salto, acercándose a su ahijado al notar las esporádicas miradas en su dirección.

— Harry— le dijo, palmeando su espalda calurosamente—, creí que estarías durmiendo arriba, por eso no te moleste, pero ya que estás aquí...

Harry sabía que todos lo miraban, pero él no podía hacer lo mismo sin delatar el fastidio que le causaba verlos. Sirius, terco como era, lo empujó unos pasos al frente.

—¿Ya conocías a los Weasley, Harry?

—Sé que llegaron hace unos días— respondió el chico, inexpresivo—, habría sido imposible no notarlos con tanto ruido.

Sabiendo que ahora era permitido mirar, dirigió una mirada desinteresada al mar de cabezas pelirrojas que se extendían por la mesa, todos atentos a la conversación.

—Pero no hubo tiempo de presentaciones— se excusó Sirius, señalando a la mesa— Mira, Harry, él es Arthur Weasley, es el...

—No quiero ser descortés, pero no me interesa saberlo— lo interrumpió Harry, removiéndose bajo el agarre de su padrino cuando su mano apretó su hombro con advertencia.

—¿Por qué no te sientas a comer, querido? — sugirió la señora Weasley, nerviosa al intentar aligerar el ambiente— Hay un lugar libre aquí, justo al lado de mi hijo, Ron.

Contrariado al escuchar a la mujer hablándole con tanta naturalidad, miró inconscientemente a su hijo. A él sí que lo conocía. Ron Weasley bajo su techo, ¿Quién podría imaginárselo? El pobre tenía la apariencia patética de quién está siendo obligado a ponerse la soga al cuello, con su boca llena de comida sin tragar. Habría sido gracioso, de no ser por qué, a su lado, se encontró con ella.

Harry estuvo bastante seguro de que, por un segundo, en su expresión se reveló la sorpresa, tal como en el rostro de la chica, observándolo atentamente.


Al encontrarse mirándose, Harry arqueó una ceja, que ella respondió con una mueca ansiosa de lo que parecía ser un intento de sonrisa. Nuevamente, sorprendiéndolo. Por primera vez en mucho tiempo, se interesó en algo, ¿Por qué ella estaba ahí? ¿Es que lo seguiría ahora hasta su propia casa?

Era evidente que Hermione Granger no pertenecía a los Weasley, resaltando entre todos con su alborotado y oscuro cabello castaño. Siendo así, lo único que se le ocurría era que, como él hizo alguna vez con los Malfoy, solo acompañaba a la familia. Vagamente recordó la amistad, o relación, que mantenía con Ronald.

Alguna vez, hacia años, Harry llegó a considerarlo como un niño simpático, creyendo ingenuamente que su tiempo compartido en el vagón de tren significaría que podía existir una amistad entre ambos a largo plazo, incluso siendo tan diferentes. El tiempo le demostró lo equivocado que estaba, con simpatía no se ganaba nada y quedó demostrado ante lo diferentes que eran, y lo mucho que sus casas en Hogwarts afilaban sus rivalidades a cada oportunidad.

De la manera que fuera, la presencia de tantas personas en la casa, amenazando con permanecer en la mansión por el resto del verano no le agradaba ni un poco. Grimmauld Place era su refugio, su único lugar seguro además de su habitación y verse invadido por un montón de desconocidos irritantes no era su concepto de vacaciones tranquilas. Sin mover un sólo músculo del rostro, impasible, justo como la situación lo requería, Harry negó con la cabeza en dirección a la matriarca de los Weasley.

—No me gustaría arruinar su cena— les dijo, observando todo con desagrado—, le pediré a Kreacher que suba la comida a mi habitación.

Cogiendo una manzana del frutero y, sin molestarse en modular la frialdad en su tono de voz se volvió hacia su padrino.

—¿Cuándo se irán de aquí?

—Estamos trabajando en misiones con la Orden, Harry. Debemos ser hospitalarios, necesitamos a todos los que podamos— murmuró Sirius, sujetándose las sienes ante su poca discreción—, no me dirás qué por eso no bajarás a comer jamás.

Harry contuvo el impulso de darse la vuelta sin responder.

—Supongo que esa respuesta significa que no se marcharán— dijo Harry—. Bien, sé todo lo hospitalario que quieras, es tu casa, ¿No es así?

—También es tuya, te lo he dicho— aclaró Sirius—, pero no por ello debes seguir comportándote como un mocoso malcriado, algún día deberás...

—¿Convertirme en mi padre? — adivinó Harry, con aburrimiento—. Me temo que eso no sucederá, ahora bien, después de esta amistosa conversación, los dejaré comer.

¿Cuándo entenderían que la bondad no podría compararse al poder con el que Voldemort contaba? Fortaleciéndose cada día, mientras la Orden del Fénix se sentaba a comer sin preocupaciones. Una total pérdida de tiempo.

—No, te quedarás y comerás aquí— ordenó Sirius, sujetándolo del brazo. Cautelosamente, el chico recuperó su brazo con un tirón.

—He dicho que el elfo subirá la comida para mí— repitió Harry, imprimiendo fuerza en cada palabra—. Dijiste que él sería mío, que se encargaría de todo lo que necesitara, así que, si no quieres que siga interfiriendo en su armoniosa cena...—hizo una pausa y rodeó la figura de su padrino, interponiéndose entre él y la salida.

Pudo escuchar a Sirius llamándolo, pero Harry no se detuvo. Lo único que deseaba era alejarse de aquellas personas y, sobre todo, del eterno escrutinio de Hermione Granger, atenta a cada uno de sus movimientos.

•×•×•×•×•×•×•×•×•×•×•×•×•×•×•×•×•×•×

Hasta hacía unos días, Harry habría apostado que el aburrimiento sería eterno. Ahora, por el contrario, deseaba haberse tragado sus palabras. Las cosas sí que podían empeorar y lo hicieron, haciéndole creer que existían cosas peores que el aburrimiento eterno de una casa silenciosa.

Su tormentosa rutina se materializó con voces agudas, risas escandalosas y personas moviéndose por toda la casa. Día y noche, toda la mansión se convirtió en una especie de circo de bajo presupuesto. Le habría gustado no ver más a los Weasley, pero ellos seguían ahí y con ellos, aquella chica.

Todos eran, sin duda alguna, inquilinos demasiado ruidosos, haciéndolo añorar sus tardes reflexivas en su Sala Común, o el atractivo silencio de la mansión Malfoy, o su propia habitación. Incluso llegó a pensar que encontrarse con sus tíos, en Privet Drive, resultaba mucho mejor. Al menos, después de su segundo año, todos fingirían que Harry no existía, amenazados por la familia Malfoy.

Ellos disfrutaban de romper el silencio y cualquier protocolo de formalidad. Por alguna razón, Sirius parecía extrañamente alegre rodeado de tantas personas en la casa, siendo la clase de persona extrovertida que adoraría mostrar su energía con el resto. Cualquier interacción luego de años de encierro en Azkaban significarían un regalo para Sirius y Harry no podía dárselo, incluso siendo la única familia real y voluntaria que les quedaba.

Existía aprecio, por supuesto. Harry lo valoraba, siendo el único vínculo que le quedaba con sus padres y apostaba, Sirius lo veía de la misma forma. Pese a sus diferencias, la mentalidad de cada uno y sus tormentosas vidas, valoraban su presencia, buscándose como dos marginados aferrándose a la idea de una familia.

Quizás, de haber sido todo diferente podrían haber sido cómplices, alentándose el uno al otro.

Normalmente, Harry hablaba lo mínimo y no porque fuera tímido, sino por el simple hecho de que detestaba gastar palabras si no existía nada interesante que decir. Casi se alegró por ver a su padrino, siempre cabizbajo, sonriendo y tarareando villancicos que retumbaban por las paredes.

Al menos hasta que, con la llegada de Remus Lupin, lo hicieron sus bondadosas ideas. Con su antiguo amigo en casa, una inspiración que rozaba lo ridículo embargó a Sirius.

Decidiendo tardíamente que deseaba formarse como instructor o alguna clase de maestro, Sirius sugirió la idea de impartir entrenamientos defensivos a todos los hermanos Weasley. "Estamos en guerra", les explicó cuándo la señora Weasley comenzó a despotricar contra él, causando una jaqueca para Harry y haciéndolo abandonar la habitación.

En ocasiones extrañaba a Narcisa, aunque nunca lo admitiría. Ahora preferirían pretender que aquella época de vínculo con los Malfoy nunca había ocurrido. Dumbledore pocas veces lo mencionaba y Sirius simplemente fingía no verse decepcionado con las relaciones pasadas de su ahijado.

No era el tema de conversación que ningún partidario de Dumbledore aprobaría.

Sin embargo, Narcissa Malfoy era inteligente y una bruja poderosa, siempre actuando con pretenciosa elegancia que parecía innata. Quizás también inflexible, mucho menos efusiva que la señora Weasley, pero lo suficiente para Harry, que nunca consiguió acostumbrarse a abrazos y atenciones de nadie.

Todos ellos eran desconocidos y no encontraba la manera de explicarle a la menor de ellos, Ginevra Weasley, que realmente no tenía ni la menor intención de hablar o estar cerca de ella en un radio de cinco metros. Suficientes veces ya la había escuchado hablando a susurros sobre lo interesante que lo encontraba, lo enigmático que le parecía siendo peligroso, y lo enamorada que estaba de él, lo que para Harry se traducía a cuánto amaba su fortuna y la leyenda de su pasado.

Una chica igual que las demás.

De todos modos, había algo de interesante en personas como ellos. No eran ni siquiera como los Dursley y ni en sueños como los Malfoy. Reprendiéndose por su propia imprudencia, Harry se encontró observándolos a la distancia, calificando mentalmente a todos y cada uno de los chicos y su desempeño en los entrenamientos.

Los gemelos, a los que todavía no podía diferenciar eran bastante buenos, pero demasiado revoltosos como para querer acatar con disciplina. Por otro lado, Ron, él era medianamente decente, pero desconfiaba demasiado hasta de la forma en que cogía la varita, de modo que un error bastaría para terminar con su vida en un duelo de verdad.

Ginevra era diestra, astuta y valiente, si Harry debía reconocerlo, al menos siempre que se percatara de que Harry estaba en la misma habitación. Entonces, se pondría a tartamudear y, roja de la vergüenza, comenzaría a fallar un tiro tras otro. Más sentimental de lo que le convenía.

Y, al final, estaba ella.

Hermione Granger era todo un enigma. La mayor parte del tiempo mostraría una sonrisa amable para todos, siendo cordial y, en el fondo, pretenciosa al hablar. Desbordaba amabilidad y, aun así pocas veces la había visto quedándose callada cuando algo era injusto, más de una vez se la encontró escondida en el pasillo, intentando escuchar lo que los mayores no querían contarles. Harry conocía acerca de todo, por supuesto, en común acuerdo con Sirius sobre que se enteraría de todo, pero los planes y estrategias de la famosa Orden del Fénix poco interés podían despertar en él, para Granger, por el contrario, eran su más grande añoranza.

Otro de sus hábitos, que Harry rápidamente aprendió fue su extrema paciencia. Cómo siempre creyó, la chica leía libros como si fueran escuetas revistas de diez páginas, devorándolos sin prestar atención a nadie a su alrededor, incluido Harry.


No es que fuera arrogante, ni gozara de la atención de las chicas, al menos ya no, de lo contrario habría buscado entretenerse con la menor de los Weasley, pero siempre le pareció que entre Granger y él había cierto interés y ahora que ella lo ignoraba, Harry se aburría muchísimo.

Decidido a escapar de su fuerte barrera de indiferencia, una de las tantas tardes en vacaciones, Harry decidió salirse de su rutina, sin siquiera considerar que sus acciones afectarían directamente su futuro. A la hora del entrenamiento, siendo puntual, abandonó su habitación, decidido a criticar mentalmente las técnicas de duelos de los Weasley y, si acaso, aportar algún vago consejo.

En cuestión de minutos en encontró el sótano de la casa, inusualmente frío y con aquel pestilente olor a humedad. Sorprendentemente, nadie estaba ahí, excepto por Hermione Granger.

Al verlo, encontrándose solos entre aquellas cuatro paredes vacías, Harry no pudo esconder el interés que le provocó la reacción de la chica, visiblemente nerviosa por su repentina aparición, ¿Quién lo diría?

Prometía ser una tarde interesante.

•×•×•×•×•×•×•×•×•×•×•×•×•×•×•×•×•×•×•

¿Qué es esto se preguntarán? Bueno, son divagaciones de una mente inquieta, que surgió al encontrarme con un vídeo por ahí. En este, Harry es seleccionado para Slytherin y lo demás, surgió de mi imaginación, me encantó la idea y no está demás decir que es un vídeo con temática Harmony. Les dejo el link, por si desean verlo, quizás les serviría mucho para adentrarse a la trama, (que solo es eso) porque realmente no tiene mucho que ver en como seguirán los otros capítulos.

No ha habido mucha interacción con Hermione, ya sé, pero verán que para los próximos, (que ya llevo adelantados) comenzaremos a ver cómo se relacionan y finalmente, enamoran.

No se confíen mucho de nada ni den cosas por hecho. Trágico el inicio, ¿Verdad? Comúnmente no comienzo con el final, pero me pareció interesante, no sé si dejaré que Harry muera o no, pero ya veremos jaja. 

Por cierto, ¿Les molestaría si fueran capítulos largos?

¡Nos estamos leyendo pronto! Por favor, valoraría mucho su apoyo y sus comentarios sobre que opinan de este capítulo y de la idea en general. 💕

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