Todo

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Luego de años, la impuntualidad sería un problema con el que todavía tendría que lidiar.

Pensó que eventualmente cambiaría, al madurar. Aquello no sucedió y en ocasiones era bastante sencillo fingir que no se trataba de un defecto. Para su mala fortuna, en ese día específicamente, se sintió como una maldición.

Atravesando la calle con largas zancadas, entró a la primera tienda que encontró. Con la fachada alegre, llena de colores llamativos y dibujos anunciando lo que se encontraría al atravesar la puerta.

Un inmensa juguetería llena de todos los juguetes posibles, con funciones específicas, marcas que no conocía y diseños que los niños encontrarían irresistibles. Si era así, por su aspecto, él debía poder encontrar lo que buscaba.

Perdiéndose entre los pasillos, las personas y los encargados, observó con interés cada estante, esforzándose por agudizar su escrutinio y solo entonces, hallar lo que lo llevó ahí en primer lugar.

A sus espaldas, mientras caminaba, podía sentir las curiosidad en las miradas de las personas, posiblemente, a causa de su desaliñado aspecto, todavía vistiendo su uniforme, no en las mejores condiciones luego de un largo día de trabajo. No le importó, aquello era la menor de sus preocupaciones. Si todo salía bien, se encontraría marchándose de aquella infernal tienda pronto.

Todo marcharía bien.

Sí, aún tenía tiempo suficiente y con suerte su encantadora esposa no terminaría asesinándolo a su llegada. Todavía ahora seguía preguntándose como aquella mujer, varios centímetros más baja que él, con una menuda complexión podía llegar a ser tan intimidante cuando se lo proponía.

Ya no tenía caso ocultar su impaciencia. Mirando a su alrededor, más confundido ahora que se encontraba rodeado de un montón de muñecas, todas iguales si se lo preguntaban, mirándolo desde sus estantes solo incrementaba su nerviosismo. Lo peor era que la mayoría de juguetes se movía y tenía un montón de artilugios cada uno más curioso que el anterior integrados.

¿Cuál se suponía que debía elegir?

Examinó diez muñecas más antes de tomar una decisión. La única que creyó, cumpliría con los altos estándares. Una que tenía un bonito vestido azúl marino, en conjunto con accesorios mágicos.  En su poca experiencia, pensó que era la más bonita de todas, así que aquella debía ser la elegida. Sin más remedio o ayuda, pagó por ella y abandonó la tienda, retomando su presuroso camino. Finalmente, apretando el regalo contra su pecho, desapareció con un chasquido.

Un segundo después se encontraba frente a su hogar, una hermosa casa de aspecto simplemente familiar, la clase de lugar al que siempre se encontraría feliz de volver. Tan hogareña e imponente como siempre, le dio la bienvenida. Sintiendo inconscientemente al saber quién lo esperaba detrás de esas paredes, atravesó el jardín principal y entró a la casa.

Entrando cuidadosamente,  haciendo uso de sus buenos reflejos, depositó la caja con el regalo en una pequeña mesita de caoba en el recibidor, y solo entonces avanzó por la casa con sigilo. Le parecía extraño no escuchar ni un solo ruido.

—Así que aquí estás. ¿Finalmente Harry Potter se ha dignado en aparecer?

Al escuchar su nombre, se detuvo en seco, dándose media vuelta solo para encontrarse cara a cara con su esposa, observándolo con los ojos entrecerrados, los brazos cruzados sobre el pecho y sus labios formando una mueca, señal clara de que estaba en problemas.

—He hecho todo lo posible. Atravesé todo el callejón Diagon, luego, busqué lo mas rápido que pude, pero... ¡Todas las muñecas son iguales!—  protestó, exteriorizando finalmente sus pesares. Al escuchar la desesperación en su voz, ella sonrió con elocuencia, acercándose a él cautelosamente.

Harry Y Hermione (one shots) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora