Aunque no te pueda ver ©

By ingridsilvanl

291K 28.9K 3K

Elizabeth es una estudiante universitaria de veinte años. Tras tener dos tumores en la cabeza, y que su vida... More

SINOPSIS
EPÍGRAFE
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
EPÍLOGO
Extra #1
Extra #2
Agradecimientos
ALMAS CONDENADAS

Capítulo 42

2.8K 259 51
By ingridsilvanl

Capítulo dedicado a AlexGilinsky11.

¡Mil gracias por tus comentarios! ❤







Palpo con las yemas de mis dedos por enésima vez el objeto sólido que llevo puesto en el dedo anular.

Y las palabras de Carol, una vez más, no dejan de hacer estragos en mi cabeza.

He tratado de ignorarlas ayer —y la mañana de hoy— pero eso se me hace una tarea tan imposible justo ahora. No quiero comenzar a pensar cosas que no son, o a confundirlas, pero aun así mi mente no deja de fantasear con que tal vez Evan...

—Ya estoy aquí —la voz de Alanis me hace dar un respingo en mi lugar, al tiempo que me saca de mis pensamientos de golpe. Unas gotas de café, de la taza que sostenía entre mis manos, se derraman entre mis dedos en el proceso. Al parecer, Alanis nota que su presencia repentina me ha asustado—. Perdón, Eli, no quería asustarte.

Sacudo la cabeza en una negativa, restándole importancia.

—No te preocupes —digo—, no esperaba tenerte aquí temprano.

—Ya sé que suelo llegar más tarde, pero por alguna razón quise llegar temprano hoy.

Rio un poco con su comentario.

—¿Quieres café? —ofrezco, con amabilidad.

—Sí, por favor —acepta, y casi puedo percibir la sonrisa en su voz.

Cuando hago ademán de levantarme de la silla donde estoy y de dejar la taza que tengo entre mis manos, sobre la mesa, pero Alanis me detiene diciendo:

—No te preocupes, puedo hacerlo yo.

Aunque eso no sonó más que amable, o algo por el estilo, en mi cabeza se planta la tonta idea de que, una vez como en el pasado, Alanis trata de recordarme mi discapacidad. Aunque sean solo ideas mías, y tal vez no esté pasando eso, un regusto amargo me llena la boca.

Soy ciega, no una invalida.

Puedo servir café como una persona que puede ver.

Empujo lo más que puedo los pensamientos negativos, no puedo dejar que justo ahora —cuando las cosas comienzan a marchar bien— me venzan.

Después de unos cuantos minutos escucho una silla —frente a mí— arrastrarse. Por alguna extraña razón, un silencio extraño e incómodo nos envuelve a ambas, y no entiendo por qué tan de pronto, después de convivir con Alanis un tiempo, justo ahora me incómoda su presencia cerca de mí. De pronto, me siento observada. que está mirándome justo ahora... Puedo sentir esa sensación de sentirse desnuda cuando te observan fijamente por mucho tiempo.

Estoy a punto de decir algo —lo que sea— pero ella se apresura a decir:

—Ese anillo... —musita, y hace una pausa como analizando bien lo que dirá a continuación. No sé por qué me siento nerviosa de saber que ha notado el anillo, pero ya me encuentro removiéndome sobre mi lugar, incómoda, y un nudo de pura ansiedad se instala en la boca de mi estómago—, ¿te lo dio Evan? —finaliza, después de unos segundos que se me hicieron eternos. Puedo notar, que lo último, le costó más trabajo decir.

Me aclaro la garganta.

—Sí —asiento, hago un intento de sonrisa pero me sale terrible—, fue él. Pero no es un anillo de compromiso, es de promesa —me apresuro a aclarar.

—Jamás había escuchado sobre eso.

—Significa amor puro, entrega y...

—Se le puede dar a una persona todo eso sin necesidad de darle un anillo para demostrarlo —me interrumpe de golpe.

Estoy a punto de responder a eso, cuando escucho pasos provenientes de la escalera.

—¡Buenos días! —exclama Carol, en un punto detrás de mí, con entusiasmo—. Hoy es el gran día.

—Buenos días —le respondemos Alanis y yo al mismo tiempo.

—Casi lo olvidaba —confieso, en dirección a mi hermana.

—Menos mal que te recordé lo del picnic —bromea—. Pero como es obvio; Evan trabaja, al igual que Alanis y tú irán a la florería, Sebastián, James, Juliette, Colin y yo estamos en la escuela, entonces se hará en la tarde.

—Me lo imaginé —asiento—. ¿Sebastián confirmó si irá?

—Tal vez —la voz de mi hermano llega hasta mis oídos, y me encuentro preguntándome en qué momento bajó, si no escuché sus pasos—, pero no les prometo nada.

—¡Oh, vamos, Sebastián! —le dice Carol—. No puedes dejarnos con la duda de saber quién será ese alguiens.

—¿O sí? —bromea mi hermano.

Río por ello, aunque mi risa para de golpe al recordar la extraña reacción de Alanis al ver el anillo; la sensación de incomodidad que había crecido en mi interior parece no querer desaparecer.

—Por cierto —Sebastián habla una vez más—, Elizabeth tengo que hablar contigo... en privado.

—¿Ahora?

—Sí, ahora.

En ese instante mi ceño se frunce ligeramente y dudando un poco me pongo de pie, al tiempo que tomo mi bastón con mi mano derecha. Siento unos dedos enredarse en mi muñeca, para seguidamente tirar de esta ligeramente para guiar mi camino.

Después de varios pasos escaleras arriba, Sebastián se detiene, y me imagino se coloca delante mío, así que —a como estoy acostumbrada— trato de encararlo.

Lo primero que lo escucho hacer es soltar un suspiro pesado, lo cual quiere decir que, lo que sea que vaya a decirme, no será tan sencillo de hacer para él.

Así que le doy su tiempo.

No lo presiono para hablar.

Solamente espero, hasta que él esté listo para hacerlo.

Cuando pasan varios minutos, que para mí son eternos, tengo el impulso de romper el silencio aunque yo misma me planteé no hacerlo; pero, finalmente, Sebastián lo hace.

—Ya no puedo seguir con esto, Elizabeth —es lo primero que dice, y su declaración me saca tanto de balance que no le entiendo—, he tratado de ser fuerte pero, al mismo tiempo, ya estoy harto de serlo.

—Sebastián no entiendo de qué hablas.

—¡Hablo de la maldita enfermedad que tengo! —su voz truena con fuerza por todo el lugar, haciéndome que me encoja sobre mí misma al escucharlo.

Un incómodo silencio nos envuelve después de eso.

—Lo siento —dice, ya más calmado, claramente arrepentido—. Es que...

Lo interrumpo.

—Sí, te entiendo —digo, porque es verdad; cuando al principio yo estaba lidiando con la noticia de que había perdido la vista y que mi vida sería muy diferente a partir de ahora me encontraba vulnerable: no quería comer, me enojaba más rápido de lo que me gustaría admitir y lloraba casi todo el tiempo. Pero si algo es cierto, es que lo que no te mata te hace más fuerte. Y debo entender que Sebastián justo ahora está pasando por una etapa muy difícil de su vida. No sé cuándo contrajo la enfermedad, o si va muy avanzada —porque no quiero abrumarlo con preguntas—, pero lo que sí sé es que mi hermano, ahora más que nunca, necesita el apoyo de sus hermanas para salir adelante.

—Lo que quiero decir —vuelve a hablar, después de un rato de silencio—, es que siento que no voy a soportarlo más —ahora se escucha más vulnerable, más torturado que otras veces, y eso hace que mi pecho se estruje con una fuerza abrumadora—. No tienes idea de lo horrible que se siente.

—Lo sé —le digo, al tiempo que me apresuro a aclarar—; me refiero al hecho de que sé que debe ser horrible para ti, sin embargo, no puedo saber el dolor que estás atravesando por esto. Pero ahora son otros tiempos y...

No me deja terminar lo que intentaba decirle, ya que me interrumpe.

—Sé perfectamente que hoy en día las personas con VIH viven más tiempo que antes, si es lo que tratabas de explicarme —refuta, ahora se escucha irritado y un poco... ¿cansado?—, al igual sé que no es la enfermedad lo que va a matarme en sí; pero no es tan sencillo, no sabes los síntomas que paso aún tomando los medicamentos, un día estoy bien y al siguiente ya no, y cada vez que pasa eso me siento peor que el día anterior..., y no sé si podré soportarlo por más tiempo. Y no es sólo la enfermedad, es el terror que me causa, la ansiedad, el pánico y la preocupación. Pero sobre todo, la repulsión hacia mí mismo —su voz se quiebra con lo último, y suena como si estuviera a punto de echarse a llorar.

El pecho se me llena de una emoción tan abrumadora, que incluso se siente asfixiante y apenas me permite respirar. Apenas me permite reprimir el impulso que tengo de llorar; ya siento las lágrimas acumularse en mis ojos y un nudo se aprieta en mi garganta en ese instante.

El corazón se me estruja con fuerza, y tengo que morderme el labio inferior para evitar sollozar. No quiero que Sebastián se dé cuenta de cuanto me afecta lo que está pasando, simplemente no quiero...

Tomo una respiración profunda antes de armarme de valor para hablar.

—¿Qué intentas decirme? —la voz me sale rota y extraña.

—Quiero decir, que si en algún momento yo decido que es suficiente, que ya no quiero seguir con esto o si las dejo antes de tiempo —hace una pequeña pausa, y en este punto siento como si alguien me hubiese clavado un cuchillo en el estómago—, quiero que Carol y tú lo entiendan, que no sufran por ello, ya sea porque yo lo decidí o porque así tenía que pasar.

—Sebastián...

—Por favor, Eli —manos grandes se aferran a mis mejillas, pero sin hacerme daño, y un par de lágrimas se me escapan en el proceso—, si yo lo decido quiero que respeten mi decisión, pero si algún día los medicamentos ya no hacen ningún tipo de efecto en mí y las dejo... No quiero que sufran.

Mis ojos se cierran con fuerza y sin que yo lo quiera un sollozo escapa de mis labios.

«¡Pero ya estoy sufriendo porque tú sufres igual! ¿Cómo te atreves a pedirnos eso?», quiero decirle, pero nada sale de mi boca más que sollozos lastimosos.

Pasamos varios minutos en silencio, los cuales parecieron una eternidad. Hasta que finalmente me decido a hablar.

—¿Por qué me dices esto en privado y no en compañía de Carol? —me atrevo a preguntar.

Sebastián tarda unos segundos en responder.

—Porque Carol reaccionaría de forma impulsiva. Ella hubiera tomado esto de otra forma más escandalizada; me refiero a gritar e impedir todo lo que yo dije, y lo único que quiero es su apoyo y compresión justo ahora.

—Sabes que tienes nuestro apoyo y compresión, Sebastián —digo, porque es cierto.

—Lo sé.

Entonces, me abraza.

—Pero ella tiene que saberlo —digo.

—Y sí lo hará, a su debido tiempo.

Al cabo de unos segundos lo abrazo igual, y dejo que se aferre a mí de esta manera: como si yo fuera su pilar fuerte del cual se sostiene para aguantar todo lo que se le venga encima.





[...]





Hace varias horas que salí de casa en compañía de Alanis y que estamos aquí en la florería.

Ella no ha dejado de parlotear sobre algo, a lo que no le he puesto atención por estar sumida en mis pensamientos, así fue desde que llegamos. Justo ahora, debo admitir que no me importa mucho lo que sea que esté diciendo; ya que no he dejado de pensar en lo que Sebastián me dijo hoy en la mañana, en lo que extrañamente Carol no se esmeró en averiguar que era.

—Elizabeth —me habla Alanis, como por tercera vez.

—¿Sí?

—¿Me estabas escuchando?

Sacudo la cabeza, como saliendo de mis pensamientos, haciéndole saber que estaba distraída.

—No, disculpa. ¿Decías algo?

—Decía que aquella joven, de hace un momento, pidió narcisos blancos. Pero nosotras no tenemos aquí —dice obvia—. ¿Sabes? Eso me recordó algo. He escuchado el significado de aquellas flores, y tienen uno muy parecido como al del anillo que Evan te dio.

Eso capta por completo mi curiosidad.

—¿Cuál?

—Un amor puro que no necesita del contacto físico, sino sólo cuidar y proteger —algo extraño me llena el pecho cuando lo dice—. Y a comparación del anillo de promesa, este sí tiene más sentido..., o al menos para mí —hace una pequeña pausa—. Por cierto, ¿por qué no vendemos esas flores aquí?

—Por alguna razón a mamá nunca le gustaron —mi voz sale en un murmullo apagado al mencionar a la mujer que me dio la vida, y un vacío extraño me llena el corazón al recordar a mi padre—. Y también porque nadie nos pedía tales flores; aquella joven que dices ha sido la primera.

—Qué raro...

—Alanis, ¿cómo era su apariencia?

—Piel blanca, de cabellos castaños, ojos color esmeralda y le calculé como diecisiete o dieciocho años aproximadamente —explica, y poco a poco mi imaginación comienza a trabajar y pronto tengo un rostro en mi cabeza—. ¿Antes la habías visto?

Trato de buscar —recordar— en mi memoria, si antes de perder la vista, había visto alguna persona con la apariencia que Alanis me describió, pero nada llega a mis recuerdos.

—No —niego—, o al menos no recuerdo haber visto a alguien así.

—Debe ser nueva por aquí —opina.

—Supongo.

Guardamos silencio por un rato, hasta que algo comienza a hacer eco en mi cabeza. Es una pequeña duda que me había carcomido desde hace tiempo, y que hasta ahora tengo la oportunidad de plantearla a como quiero —o al menos el intento de eso.

—Alanis —la llamo, para captar su atención. Y sin darle tiempo de responder, continúo—: ¿no se supone que deberías estar en la universidad y no aquí conmigo?

Silencio.

Un largo silencio, que me exaspera y me pone nerviosa en partes iguales, se extiende entre nosotras. Es un silencio incómodo que me indica que toqué un punto delicado en ella. Lo sé... Así lo siento. Siento algo erróneo en su silencio, y pronto me encuentro queriendo no haber preguntando aquello.

Estoy a punto de decir algo —lo que sea— pero soy interrumpida por ella.

—Hace meses que ya no asisto a la universidad —su voz sale en un susurro bajo y melancólico.

Una pequeña alarma se enciende en mi cabeza avisando que algo no anda bien, al tiempo que mi ceño se frunce ligeramente.

—¿Por qué? —no puedo evitar preguntar.

—Es... Complicado.

—Está bien si no quieres... —me apresuro a decir, pero una vez más me interrumpe.

—No —se escucha decidida—, está bien, quiero decírtelo —hace una pausa y yo no la presiono para hacerla hablar, en cambio, espero con paciencia—. El problema es que no sé qué vayas a pensar de mí después de que te lo diga —añade, después de un tiempo. Ni siquiera me da tiempo de decirle algo, o pedirle que no es necesario que me diga algo que, al parecer, le cuesta trabajo hacer, ya que continúa—. Pero lo haré porque necesito desahogarme con alguien y... —se interrumpe a ella misma, porque su voz se quebró con la última palabra.

—Alanis no tienes que decírmelo —digo, porque es cierto.

—¡Pero quiero hacerlo! —urge, y suena como si se fuera a echar a llorar en cualquier momento.

—Al menos puedes decírmelo en otro lugar, no aquí.

—Quiero decírtelo aquí; he llegado a este punto y no voy a retroceder.

Asiento, consciente de que mis palabras no la harán cambiar de parecer.

—De acuerdo.

—Hace tiempo —comienza—, cuando estaba en la secundaria, en el último año para ser exactos, se organizó una fiesta de despedida. Fue por parte de los alumnos, la escuela no tenía nada que ver con ello —cuando se detiene para dar un respiro hondo, ya me encuentro tratando de procesar lo que trata decir; y la verdad es que no entiendo a qué va todo esto o qué es lo que me trata de decir. Sin embargo, no la interrumpo, simplemente espero hasta que termine su relato para saber hacia donde llegará—. Todos iban a estar allí y, por alguna razón yo no quería asistir. Sin embargo, mis amigas, o al menos creí que eso eran, me convencieron de que asistiera. Todas sabíamos que era mala idea, y más porque sabíamos que alguien llevaría todo tipo de drogas a la fiesta. Era peligro. Y, aún así, decimos correr el riesgo; dijeron que si alguien metía algo en mi bebida ellas me cuidarían, y prometimos hacerlo si a otra de nosotras nos pasaba, o si estábamos en otro tipo de problema —hace una pausa, para luego continuar—: Qué estúpida fui aquella noche al confiar en ellas —su voz comienza a quebrarse con cada palabra que dice—. Aquel día aún está fresco en mi memoria: recuerdo que el novio de una de mis amigas llegó junto a otros dos compañeros del instituto, recuerdo que uno de ellos intentó ligar conmigo pero no me interesaba en lo absoluto; Nora, una de mis dos amigas, me pidió que la acompañara al baño a retocar su maquillaje. Lo más extraño es que me pidió que la esperara afuera, y fue ahí donde Timothy, el chico que intentó ligar conmigo, me abordó. Llegó muy agitado diciendo que el novio de mi otra amiga se había salido de control, que habían iniciado una pelea en el patio trasero y que incluso intentó golpearla.

»Ahora no entiendo como fui tan ingenua como para creer eso, pues Matt siempre había sido tan lindo con Sabrina. Pero impulsada por el desconcierto y la confusión del momento, corrí con Timothy hacia donde me indicaban que estaban —esta vez Alanis hace una pausa más larga que la anterior—. Cuando llegamos al supuesto lugar, muy alejados del lugar del bullicio, se me hizo extraño no ver a nadie. Le pregunté donde estaban y, de un momento a otro, se me insinuó una vez más. Fue ahí que me di cuenta que todo había sido una trampa, y sólo fue para alejarme de la fiesta. Enojada, lo esquivé para irme, pero él no me lo permitió. No sé en qué momento llegué al grado en que él dijo algo sumamente vulgar hacia mi persona y yo le di una bofetada. Entonces, todo pasó muy rápido: me miró furioso por lo que había hecho, me dijo que lo pagaría muy caro, y luego me regresó el golpe... —mi boca se abre sorprendida, al tiempo que me llevo la mano a esta, por la impresión—. El golpe fue tan potente que me hizo caer hacia atrás, y eso lo tomó como una ventaja para aprovecharse de mí —algo horrible y denso me revuelve el estómago, y de pronto no sé cómo sentirme con la confesión de Alanis—. Ahora todo me parece difuso, pero aun tengo pequeños retazos de lo que pasó después. Recuerdo, también, que sabía lo que haría y entonces comencé a gritar por ayuda y eso él lo calló con más golpes. Comencé a llorar sin control cuando... Cuando rasgó mi blusa a pedazos y comenzó a besarme y tocarme sin pudor...

Mis ojos se cierran con fuerza, y pronto ya no quiero seguir escuchándola. Porque esto es tan delicado, tan privado, que no lo soporto.

—Alanis, por favor detente.

Pero ella no me escucha, y su voz se quiebra más con cada palabra.

—La impotencia me ganó al ver que no me lo quitaría de encima —prosigue, mucho más afectada que antes—. Luego, no sé de dónde salió su maldito amigo, pero apareció y lo ayudó a retenerme para que no escapara, y así Timothy pudiera hacer conmigo lo que quisiera sin objeción alguna —otra pausa, y esta vez soy capaz de escucharla como lloriquea en silencio, como si quisiera que no la escuchara. Mi corazón se estruja con violencia, y sin quererlo mis ojos se llenan de lágrimas que no derramo. Rápidamente comienzo a tantear por todo el mostrador con mis manos, hasta buscar las de Alanis, y una vez que las encuentro, pongo las mías sobre las suyas y les doy un apretón conciliador para poder calmarla un poco—. Esa noche —la escucho decir, después de un momento en silencio— no sólo Timothy abusó de mí, también lo hizo su amigo. Me sentía tan avergonzada, tan sucia... No soportaba vivir en mi propia piel e incluso pensé en el suicidio más veces de las que me gustaría admitir.

»Nora y Sabrina no me llamaron después de mi desaparición en la fiesta, ni siquiera se esmeraron en hacerlo después de ella. Fue como si no les importara. Por desgracia, estaba tan asqueada de mí, y de ello, que ni siquiera tomé cartas en el asunto. Tampoco fui a un médico a que me revisara, eso lo hice meses después cuando me enteré que estaba embarazada...

Un sonido impresionado escapa de mi boca.

«¿Alanis... estuvo embarazada? ¿Qué pasó con el bebé? ¿Acaso ella...?».

—Me sentí el doble de asqueada —musita, con rencor y dolor en la voz—. Era cuestión de tiempo para que mis padres lo supieran. Y cuando lo hicieron, como era de esperarse, reaccionaron de la peor manera.

Se detiene por completo. En algún punto pienso que seguirá hablando, pero no lo hace.

—¿Y el bebé? —las palabras escapan de mi boca antes de que pueda detenerlas.

—Lo aborté —confiesa—. No deseaba tener el recuerdo de lo que me hicieron. Luego de recuperarme del aborto, vino lo peor, apenas me encontraba de pie mi padre me agarró a golpes, mi madre, si así puedo llamarle, lo incitaba a que lo hiciera. Fue un infierno para mí, incluso llegaron a decir que me lo merecía, ¿puedes creerlo? —habla en un hilo de voz y otro sollozo lastimoso se le escapa—. Tenía en mente el suicidio todo el tiempo, hasta que...

—¿Hasta que qué?

—Hasta que Evan llegó a mi vida.

No sé por qué de pronto el ambiente cambió.

No sé por qué mi semblante pasó de preocupación y tristeza a un segundo plano, dándole entrada a la confusión y sorpresa total. De pronto, mi agarre en la mano de Alanis pierde fuerza, e incluso tengo el ligero impulso de retirarla por completo pero no lo hago.

—Él fue mi pilar en mis momentos difíciles —dice, y su voz ya no suena como hace unos instantes, ahora adquirió un nuevo tono, ahora suena emocionada—. Evan me sacó del oscuro lago en el que me había sumergido; poco a poco me ayudó a olvidar lo que me había pasado, al grado de olvidar mis pensamientos del suicidio, y me ayudó a salir adelante.

—¿Él se enteró de lo que te pasó?

—No, pero no hizo falta. Su compañía me ayudó mucho.

—¿Cuándo lo conociste?

No quiero sonar molesta —o celosa, tal vez— pero no puedo evitarlo, y a ella no parece importarle.

—Lo conocí justo después que entré a la universidad.

Sacudo la cabeza para poder procesar todo lo que me ha dicho, y su repentino cambio de humor, de pasar a hablar sobre las personas que le arruinaron la vida a hablar de Evan. Todo parece tan raro ahora...

Entonces, recuerdo el tema principal.

—No quiero sonar grosera —digo, porque es cierto—, pero no entiendo qué tiene que ver esto que me acabas de decir, sobre por qué ya no asistes a la universidad.

—Timothy ingresó allí hace poco —explica—. No sé por qué, pero sí sé que no quiero toparmelo todos los días, así que tomé la decisión de dejar la universidad; él me trae muy malos recuerdos que quiero olvidar para siempre. Como si nunca hubiera pasado aquello.

Algo muy dentro de mí me dice que algo no anda bien, o que por lo menos algo no encaja en lo que Alanis dijo, pero me limito a parecer serena.

Y de repente, algo me llega a la memoria de aquellos días cuando aún veía.

—¿De casualidad Evan fue a verte a la universidad alguna vez? —pregunto, tratando de sonar despreocupada.

—Sí —admite—. Sólo lo hizo una vez.

Como si hubiera invocado algo, un vago recuerdo me llena la cabeza; uno donde Alanis se vio con un chico, que nadie conocía, cuando habían concluido las clases. Un chico que yo vi, pero ahora no puedo recordar su rostro con claridad.

¿Acaso él era Evan?

Sí así es, me gustaría tanto recordar por lo menos un pequeño fragmento de su rostro para poder saber cómo es en realidad.








---

Algo no encaja en lo que Alanis dijo ¿sí o no?

Quiero avisarles que en el grupo de Facebook daré una pista sobre lo que Alanis contó. Incluso, hay algo oculto aquí que pasará en los capítulos finales, ¿pueden saber qué es?

Nos leemos pronto. Gracias por seguir aquí. ❤

Grupo en facebook: Lectores de Ingrid
(Link disponible en mi perfil).

Continue Reading

You'll Also Like

1M 46.7K 53
¿Como algo que era incorrecto, algo que estaba mal podía sentirse tan bien? sabíamos que era un error, pero no podíamos estar sin el otro, no podíamo...
37.3K 4K 15
No siempre en la vida todo es fácil debemos luchar por ello, aún que a veces no sea el camino correcto. pero siempre puedes llegar alguien a salvarno...
823K 42.3K 35
Melody Roberts es una chica muy sencilla, no es muy sociable y solo tiene una mejor amiga. Vive sola en un pequeño departamento, el cual debe de paga...
337K 12.3K 44
una chica en busca de una nueva vida, nuevas oportunidades, de seguír sus sueños. todo iba bien hasta que el la vio. el la ve y se obsesiona con ell...