Ryu; Retorno (2)

By noleesheep

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[COMPLETA] Segunda temporada de seis: Retorno. Conocerse a uno mismo puede llegar a ser aterrador. Nuestros p... More

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16: Todo o nada (Parte 1)
17: Todo o nada (Parte 2)
Epílogo

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By noleesheep

Unas brasas empezaron a engullirme desde dentro, a la altura del pecho. Apenas logré dar dos pasos cuando unas manos me agarraron el rostro; eran unas manos que estaban heladas, o al menos así las sentí en contacto con mi piel hirviendo de impotencia.

Era Sairu. La miré escéptica, no podía comprender que lejos de unirse a mi causa me estuviese frenando. Sus labios temblaban ahogando el llanto que no podían contener sus ojos. Sus ojos, azules como su medalla, reflejaban cada luz artificial que iluminaba nuestra sobria y pulcra estancia. Y me reflejaban a mí: enrabietada, llorona y con mocos desbordados por el berrinche. Mis pupilas habían empezado a contraerse en una amenazante línea de reptil, al parecer el fuego que se estaba apoderando de mi cuerpo no era del todo metafórico.

Me abrazó contra su pecho y me contuvo unos segundos en los que intenté librarme de ella. No quería consuelo, quería salvar a Hila.

―Levántate.

La voz de Eito hizo que Sairu aflojara sus brazos. Me aparté de ella y corrí hacia el cristal. Estábamos a un piso de altura dentro de aquella pecera. Nos separaban algo más de diez metros y me costaba atisbar signos de vida en el cuerpo magullado y teñido de carmesí de Hila. Entonces me fijé en su mano derecha, tiritando cual pluma mecida por el viento. Con gran esfuerzo extendió sus dedos y su cetro voló hasta su palma. Lo agarró con tanta fuerza que me devolvió algo de esperanzas.

Se incorporó temblando, vulnerable. Su rival observó pacientemente con mirada ocurrente. La joven militar de aspecto de cuento de hadas estaba favoreciendo al espectáculo con un último aliento de valentía, aquello parecía satisfacerla cual trofeo en su palmarés.

Habíamos enmudecido de tal manera que sólo se podía escuchar la débil respiración de Hila a través del altavoz. Era un aliento entrecortado; casi saboreaba en mis labios la sangre que debía estar inundando su tráquea. Clavó el cetro en el suelo y éste se sostuvo con entereza gracias a su magia mientras ella aguantaba la respiración para poder alzar sus brazos. Aguantaba la respiración para soportar el dolor que le suponía moverse.

―Pero... ¿¡Pero te estás peinando!? ¡No me lo puedo creer!

Su rival estalló en unas carcajadas tan sonoras que volvieron a teñir mis pómulos de rabia. Hila, con ceño fruncido y labios apretados, estaba amasando su melena con sus dedos para después alzarla hasta la coronilla en forma de cola de caballo. Tal y como solía llevarla yo.

― ¿Qué hace? ―susurró Ritto sobre mi hombro.

Volvió a agarrar el cetro. Lo balanceó sobre sus dedos sin apartar su mirada de caramelo de su oponente. La cuchilla osciló y en un rápido movimiento cortó su melena. Se ahogó un grito en mi pecho como si su pelo fuera algo relevante en esas circunstancias.

Largos mechones rosas cayeron alrededor de su rostro a cámara lenta. Sin inmutarse por el cambio de look ni por la sangre que brotaba de sus heridas extendió la mano que no portaba el cetro y cogió parte de la coleta cortada antes de que cayese al suelo. Como si llevase un látigo de algodón de azúcar.

Se desvaneció grácilmente, moviéndose con fuerzas renovadas. Aspiré reconfortada con los dedos entrelazados como si estuviese rezando mientras observaba la escena. Las risas de su rival se volvieron sarcásticas al esquivar a Hila con facilidad mientras ésta le lanzaba mechones de pelo cortado. Su melena se había quedado, enmarañada y desigual, a la altura de su nuca. Estaba preciosa aun así.

― ¿De verdad le está tirando pelo a la cara? ―preguntó Saichi entre dientes.

―Cállate, seguro que tiene algo pensado―le respondió Sairu.

Cuando Hila se quedó sin mechones en la mano su rival lanzó una patada al aire que, al esquivarla, se tuvo que llevar una mano al pecho con gesto dolorido. La sangre que le brotaba cada vez era más espesa. Toda la estancia estaba salpicada por sus fluidos. Saltó hacia atrás, flotando en el aire con las piernas encogidas, sorteando un nuevo ataque de una militar cada vez más impaciente y encrespada por el ataque peludo. Gritó una frase que, en mis oídos optimistas, sonó a sentencia lapidaria para ella misma:

― ¿¡Eso es todo lo que sabes hacer!?

Contuvimos la respiración mientras el suspiro de Hila inundaba nuestro habitáculo. Empezó a levitar en el aire hecha un ovillo. Se alzaba y se alzaba como una pequeña bola luminosa. Con piernas cruzadas y los dedos de ambas manos entrelazados como lanzas. Su corta melena ondeaba en el aire con un reluciente brillo rosado. Los mechones expandidos por el suelo copiaron ese brillo y empezaron a refulgir mientras levitaban a la par que Hila. Aquella mujer morena adoptó una pose defensiva y miró incrédula a su alrededor, intentando anticiparse para lanzar un contraataque.

Hila llegó hasta la altura de nuestro cristal pero no se volteó para dedicarnos una mirada cómplice (aunque desde el otro lado no fuésemos más que un cristal tintado). Concentrada en su enemiga, en su ataque, empezó a emanar tal fuerza de su cuerpo que las paredes temblaron asustadas.

Mis pupilas se dilataron, absortas, cuando vi brotar dos alas de su espalda. Dos alas de dragón que desgarraron su túnica de combate. Dos alas de dragón translúcidas como una escultura de hielo.

Los mechones adoptaron un tenso aspecto de agujas alrededor de su víctima, rodeándola. Hila contrajo sus dedos, dando permiso al ataque. Cayó como una lluvia de meteoritos sobre aquella mujer. Traspasó sus barreras mágicas rompiéndolas en añicos y atravesó su carne. Sus huesos. En el muslo, en el pecho, en el cuello, en la sien. Me llevé las manos a la boca para ocultar una mueca horrorizada; por mucho que fuese mi oficio y tuviese en mi ordenador más películas gore que de cualquier otro género, siempre me impactaría ver la muerte en directo. Pero el horror en seguida fue júbilo cuando comprendí que Hila había ganado, que aquel único billete de retorno sería para mi amiga.

Toda la tensión y las lágrimas secas sobre mi piel se liberaron en un grito de alegría. Estallamos en aplausos cuando Hila descendió con alas desvanecidas en diminutas chispas y el cristal se teñía con el nombre de su victoria. Entrecerré los ojos, deslumbrada por los aplausos luminosos que venían desde el otro lado de esta atmósfera: el público enfermizo parecía haber gozado del giro argumental que había tomado el combate.

Esperamos impacientes a que Hila reapareciese por el ascensor. Al abrirse las compuertas corrimos como una manada de ñus pero Eito nos detuvo en seco con sólo una mirada. Hila dio un par de pasos antes de caer pesadamente de rodillas al suelo. Eito volvió a detenernos aleteando sus fosas nasales y luego se arrodilló al lado de la Defensa, extendiendo sus manos y proyectando una cálida luz que sanaba sus heridas.

Les fuimos rodeando con sigilo mientras yo apretaba los puños, impaciente por poder abrazarla. Sabía que la prioridad en ese instante era cerrar sus heridas o no tendríamos nada que celebrar. Hila fruncía el ceño como si le quemase por dentro aquella energía, pero al cabo de unos minutos destensó su frente.

―Gracias―susurró sin abrir los ojos.

La energía curativa de Eito se hizo menos intensa y Hila abrió sus párpados. Sus pupilas aún estaban contraídas y volvieron lentamente a una forma más humana. Me invadió una vorágine de sentimientos entre la rabia y la pena por observarla en esas condiciones. Su bello rostro desfigurado por los golpes, su melena cortada con violencia y dejándole mechones desiguales y alborotados a la altura de la mandíbula.

Hila suspiró con cansancio y despegó sus labios hinchados y ensangrentados al observar el pómulo dolorido de Eito.

―Lo siento―dijo recuperando la tesitura dulce de su voz―, tenías razón. Casi acaban conmigo.

―No―respondió Eito dejando caer su medalla sobre sus manos, devolviéndosela―, no tenía razón. No siempre la tengo.

Me esperaba una disculpa más humilde así que me crucé los brazos con resignación. Eito alzó dos dedos sobre el rostro de Hila y empezó a curar las heridas superficiales con paciencia, sin llegar a tocarla. Vislumbré por encima de la escena a Sairu mordiéndose el labio con cábalas fantasiosas en su mirada; tuve un déjà vu de cuando me pilló olisqueando el chaleco sudado de Ritto.

Conversaciones triviales nacieron alrededor mientras esperábamos a que Hila estuviese en un estado menos crítico, pero yo permanecí en silencio aguardando mi turno para estar con ella. La energía de Eito dio un último suspiro al considerar que ya había detenido todas las hemorragias. Entonces la tocó: su dedo índice acarició su piel, sobresaltándola. Me contagié del entusiasmo de Sairu.

Eito recorrió el trazo que dibujaba una herida sobre el pómulo de Hila, que aguardaba incrédula y con los labios fruncidos. Finalmente la mano de Eito continuó hasta cazar un mechón salvaje de Hila y acomodarlo detrás de su oreja para luego pronunciar con voz tenue:

―No volveré a subestimarte.

Y ya. Ni un "te lo prometo" ni ningún adorno léxico que hubiese agrandado el momento. Eito era de ahorrar palabras pero a veces nos sorprendía con gestos tan empáticos como éste. Antes de apartarse y poder incorporarse, una luz verde brilló en su pecho.

―Mierda, nos vuelve a tocar a nosotros―pronunció la voz de Shiruke a lo lejos.

― ¿A quién le toca? ―preguntó Ritto.

Eito se incorporó como respuesta y se introdujo, sin más, en el ascensor. Sin mirar atrás, sin inmutarse por su destino. Tantas emociones empezaron a hacer mella en mi estómago. Me temblaron las piernas y me dejé caer al lado de Hila antes de rodearla con mis brazos.

―Estoy bien―dijo apoyando su cabeza sobre la mía―. Llevaba años acumulando energía en mi pelo, no me imaginaba que al liberarla dispararía mi poder hasta el punto de despertar... en fin. Estoy bien.

― ¿Sí? Yo te veo un poco febril―Sairu usó un tono jocoso que me obligó a inspeccionar el rostro sonrojado de Hila.

―Bueno, si a mí me tocase Eito también me saldría urticaria―respondió Saichi con indignación antes de acuclillarse y agarrar el rostro de Hila con sus manos―. ¿Estás bien, hermosa mía? Estarías guapa incluso calva como una bola de billar.

Reí despreocupada mientras zarandeaban al rubio para apartarlo de Hila (a la cual era incapaz de soltar de mi abrazo) cuando su voz reapareció en mi cabeza y en la de todos.

―Vaya, vaya. Alguien que sí que hace sus deberes―dijo Bright con aprobación, tensando mis músculos―. Felicidades por despertar tus poderes, Hila. Siempre confié en ti.

―Gracias Bright―respondió ella con vergüenza.

― ¿¡Siempre confié en ti!? ―estallé mientras soltaba a Hila y me ponía de pie.

―Kira, ¿puedes ir al lavabo un segundo, por favor? Necesito hablar contigo en privado, ¡gracias!

Bright me mandó al lavabo con voz dulcificada, como si fuese un profesor de parvulitos. Entré decidida a los aseos y me apoyé sobre las paredes insonorizadas de brazos cruzados, eligiendo las palabras que le escupiría en la inminente bronca que iba a protagonizar.

―Sí, sé lo de tu apuesta. Sé lo que has hablado en privado con Ritto, lo sé todo―pronuncié con autoridad mientras observaba mi rostro enfurecido en el espejo de la pared.

―Claro que lo sabes, idiota. ¿Quién coño te crees que controla las entradas y salidas de audio a su antojo? ―dijo después de dedicarme una pedorreta que taladró mi cerebro.

― ¿Cómo? ―pregunté atónita para después sacudir mi cabeza y bramar con una patada en el suelo― ¡Habías apostado a que moriría Hila!

―La verdad es que era la única que me sembraba dudas, sí. ¡Pero todo ha salido bien! ¡No te enfades!

― ¡Sólo quieres ganar dinero con nosotros!

―Kira, mi vida, ¿has escuchado bien la conversación con Ritto o sólo lo que te interesa? No lo hago por eso. No entendéis mi refinado humor, joder―escuché cómo algo caía con un estruendo―. Puedo apostar por vuestras vidas y a la vez tomarme en serio esto. Las apuestas son matemáticas y me gustan las matemáticas. Me gusta ganar. Pero os quiero a todos con vida, incluso al memo de tu novio. Joder, me ha dado una arcada al decir novio.

Resoplé y destensé mis brazos mientras su monólogo me engullía como un torbellino.

―Hubiese sido una gran putada estar en lo cierto y que Hila hubiese caído. Una putada y una pena. Parece buena niña. Y es muy mona. Si no tuviese cinco años más que ella quizás la cortejaría con mi fina prosa y mis músculos brutales.

La tensión desapareció de mi cuerpo y me eché a reír.

― ¡Trece años más que ella! ―corregí.

― ¿¡Tanto importa eso!?

― ¡Deja de quitarte años, puto viejo!

― ¿Te gustan maduritos?

Me sonrojé al instante y negué con la cabeza aunque él no pudiese verme. Hice aspavientos con los brazos mientras buscaba rebajar mi voz a un tono menos agudo.

―Te has puesto roja―susurró con burla.

― ¿Qué?

Busqué a mi alrededor en busca de cámaras y su risa me avergonzó por completo.

―Controlo el audio, controlo la imagen... lo controlo todo. Menos la apuesta de Hila, eso se me ha ido por el desagüe. Mira arriba a la derecha. Saluda a la cámara que instalé el mes pasado. Quítate la ropa. Enséñame las tetas.

Hacia el ángulo que me había indicado le hice una peineta para después quedarme de espaldas con los brazos fruncidos y el rostro en ebullición. Intenté tranquilizar los latidos de mi pecho volviendo a una realidad menos divertida.

― ¿Por qué querías que escuchase tu conversación con Ritto?

―Por si descubrías que era un cretino y le dejabas al instante. Tenía que intentarlo.

Bufé. Me esperaba una respuesta más interesante.

―También filtraste el sonido de Shiruke meando. Eres asqueroso.

―A ver, eso lo hice porque hacías muy mala cara. Quería distraerte. Además, no sé si lo sabes pero Shiruke tiene un pudor desmedido en el lavabo. Pone papel sobre el agua incluso cuando está solo en casa, le horroriza que le escuchen hacer caca. Que se escuche un plop. Le vi con cara de mojón y creí que iba a cagar. Quería distraerte―insistió chasqueando su lengua contra el paladar―, pero joder, no me esperaba que se pusieran a follar en un sitio así. Es una imagen que sustituirá a Karin en mis pesadillas.

― ¿Tienes pesadillas con...?

―Era broma. Tengo sueños eróticos en los que me asfixia con sus muslos turgentes.

― ¿Puedo salir ya de aquí? ¿Tienes algo más que decirme?

―Te amo con locura, Kira.

Me dio tal vuelco el corazón que me tuve que sujetar el pecho. Me llevé la otra mano a la boca para censurar cualquier sonido que se me pudiese escapar.

― ¡Te has puesto rojísima! ―gritó como una vil hiena―También tengo una cámara desde ese ángulo.

― ¡Joder! ―di un puñetazo contra la fría pared de acero― ¡Eres un gilipollas!

―Dime algo que no sepa.―Contestó en un susurro para luego añadir: ― ¿Me perdonas lo de Hila?

―No―respondí enfurruñada.

―Va, seamos amigos. O marido y mujer. Pero no te enfades conmigo. No me ves pero estoy pellizcando tus mofletes sobre la pantalla.

―Eres un voyeur asqueroso.

― ¡Eh! ¡Es Shiruke el que folla en lugares que tengo monitorizados! No es mi culpa que... ¡Dios! ¡Hostia puta!

― ¿Qué? ¿¡Qué!?

― ¡Pero qué puto animal es Eito! Ya ha ganado, ha desmembrado a su oponente con... Mira, si es que hasta a mí me ha dado asco. En fin, otro que no despierta sus poderes. Escribiré su nombre junto al de Ritto en mi lista de retrasados.

Salí del lavabo y corrí para apoyarme en el cristal. Vi de reojo un mar de sangre en el suelo y aparté la vista. Saichi aprovechó que había liberado el lavabo para ir a vomitar. El sonido de sus arcadas se filtró antes de que se cerrase la puerta del todo.

―Y ahora veo a este imbécil echar la pota. No ha sido una buena idea poner cámaras, de verdad que no―dijo Bright en mi cabeza.

― ¿Estás bien? ―me sobresaltó Ritto con una mano en mi espalda― ¿Te ha molestado ese imbécil?

Le abracé como si su cuerpo siempre reiniciase la partida de mi vida.

―Su verborrea de siempre―respondí sin querer dar más detalles.

―Eito ha ganado. Previsiblemente. No ha sido bonito de ver.

―Me alegro... de no haberlo visto.

― ¿Y de qué siga vivo?

―Así asá.

Nos miramos y compartimos una sonrisa. Eito reapareció a la par que Saichi y con mejor aspecto que él. Se limpiaba las manos de sangre con una toalla que solía ser blanca. El rubio estaba más pálido de lo habitual bajo su bronceada piel de modelo.

―Buen trabajo, tío―felicitó Shiruke alzando su mano para que se la chocase el Defensa.

―No me toques, Diecisiete―le respondió.

― ¿¡De verdad me vais a llamar así ahora!? ―bramó el menor de los Loknahr.

Transcurrieron un par de combates en los que no estábamos involucrados. Yunie se mantenía lo más lejos posible de Shiruke como si así pudiese evaporar el affaire del lavabo y su consecuente confesión de amor. Hila reposaba con párpados caídos sobre una de las butacas. Eito parecía contrariado por no haber despertado ningún poder, pero tampoco lograba leer correctamente su falta de expresión en el rostro. Ritto daba ánimos a un Saichi cada vez más nervioso. Los rubios eran los que faltaban por combatir.

Sairu tambaleaba frenéticamente su pie contra el suelo hasta que, tres combates más tarde, las siglas de ETS volvieron a salpicar nuestra jaula de los horrores. Se incorporó antes de que la luz brillase en su pecho y comprobó la munición de sus pistolas antes de acomodarlas en la cadera.

―Allá vamos―dijo Sairu con decisión.

― ¡Mi rubia! ―lloró Saichi tirándose dramáticamente al suelo― ¡No mueras! ¡No puedes morir! ¡Me suicidaré si lo haces!

―Cállate imbécil, que me estás dando ganas de perder.

Se apresuró hacia el ascensor sin remolonear y tuve que echar a correr para alcanzarla.

― ¡Espera! ―exclamé demandando su atención.

Se volteó y me relajó comprobar sus facciones. Estaba concentrada, decidida. Con su pose de team líder y su arrogancia insoportable. Ladeó el rostro y alzó una ceja.

― ¿Qué pasa? ¿Quieres un beso despedida? Porque yo te lo doy.

Me agarró del mentón y apretó sus labios contra los míos durante cinco eternos segundos. Un grito desmedido de Saichi llenó toda la estancia. Le di un empujón cómplice cuando se separó de mí, pero ella tenía la mirada puesta más allá de mis ojos.

―Lo siento, crack. Lo nuestro es de antes de que aparecieras en escena.

Me giré confundida y vi a Ritto alzando la mano, aceptando la disculpa. Resoplé y me limpié los labios con el dorso de mi mano.

―Va, gana rápido―dije antes de que se cerrasen las compuertas.

―Guárdame un canapé de cuatro quesos, que el puto Ritto se los está zampando todos.

La rubia siempre ha tenido la teoría de que no podía caer en batalla después de pronunciar una frase absurda. Decir cosas que se alejen de lo heroico y lo sentimental es su amuleto de la suerte.

No quise despertar a Hila para que nos acompañase en las vistas del penúltimo combate. Guardé los nervios aleteando en mi estómago para mí misma. Le di un codazo a Ritto por ser tan glotón mientras la rubia llegaba al centro de la pista (menos impoluta que al principio del día a pesar de los esfuerzos de los robots de limpieza). Su rival era una joven de cabeza rapada y espalda ancha, un poco más alta incluso que Sairu. No quisieron intercambiar palabras, sus miradas felinas lo dijeron todo.

Empezó el combate entre disparos que cortaban el aire en milésimas de segundo. Ninguno certero, apenas lograron rozar sus pieles con una bala de luz. Ambas eran igual de ágiles esquivando ataques, igual de rápidas. Sairu se relamió los labios cuando se quedaron sin munición a la vez. Dejó caer las pistolas al suelo; aún le quedaban dos armas y algunos recambios.

― ¿¡Pero por qué dejas caer las HOT SAUCE 5000!? ¡Que tienen un cañón corto ideal para esta distancia! ―exclamó Saichi llevándose las manos a la cabeza.

No sabía de qué marca eran las pistolas de Sairu, siempre he pensado que las armas de fuego tenían nombres estúpidos. Sairu adoptó una pose de lucha corporal y su rival la imitó. Iban a pasar a los puños, a las hostias limpias. Se abalanzaron la una sobre la otra con un rugido de guerra.

―Dale, no, así no. ¡Ahí! En las costillas. No, ¡mi rubia! Joder, ¡por la izquierda!

―Saichi, tío, deja de narrar el combate―resopló Ritto.

― ¡Deja a mi Saichi hacer lo que quiera! ―nos sorprendió Bright después de un buen rato callado.

― ¿Mi Saichi? ―preguntó el rubio hacia el techo, como si Bright viniese del cielo, con ojos ensimismados.

―Sólo lo hace para joderme―dijo Ritto entre dientes.

―Soy su favorito―continuó Saichi con la mano en el pecho.

Su favorita soy yo―dijo Bright imitando mi voz.

Golpeé el cristal con el pie. Me miraron confusos, supuse que sólo yo había escuchado esa última frase. Disimulé:

―Vamos Sairu, joder. Tú puedes.

El intercambio de golpes empezó a dejar contusiones en su cuerpo. Le sangraba la nariz después de un derechazo de su oponente. La lucha empezó a violentarse cuando Sairu agarró la cabeza de su rival para darle un rodillazo en el cráneo y ella a cambio le mordió el brazo hasta hacerla gritar.

― ¡Sólo yo puedo comerme a Sairu! ―Saichi era incapaz de reprimir sus comentarios así que nos limitamos a ignorarle.

La rival de Sairu se tambaleó por el suelo, mareada. El golpe en el cráneo había sido bastante demoledor. Tenía una brecha que lloraba sangre desde su frente. En el auge de su instinto por sobrevivir cazó a Sairu en una llave contra el suelo y empezó a asfixiarla con todas sus fuerzas.

― ¡Sairu! ―grité con el pecho encogido.

Los comentarios de Saichi enmudecieron y aquello era un mal presagio. Durante minutos Sairu se iba zafando a duras penas del agarre que aprisionaba su cuello. A pesar de la distancia podía ver las venas de su frente inflamadas como cañerías. La lucha incesante por recuperar oxígeno empezaba a pasarla factura. Su vida estaba en peligro.

Un chispazo me lamió el brazo en un lengüetazo doloroso. Me provocó una sacudida y me obligó a abrazármelo. Alcé la vista al ver que las luces parpadeaban; todos estaban tan concentrados en el combate que nadie más se estaba percatando de ello. Nadie prestaba atención a la energía que desprendía la piel de Saichi ni de las descargas eléctricas azuladas que le envolvían. Indiferente a su poder, miraba hacia el combate con mirada perdida y mandíbula apretada.

― ¿Saichi? ―pregunté en un susurro.

Un estruendo sacudió el suelo y vitorearon a mi alrededor. Las descargas eléctricas cesaron, las luces dejaron de parpadear. Saichi volvió a ser Saichi dando golpes contra el cristal.

― ¡Vamos! ¡Vamos, rubia! ¡Eres la puta ama! ―gritó con alegría desbordante.

Al volver a buscarla la encontré con dos alas verdes alzándose desde su espalda. Suspiré aliviada con una mano en el pecho. Una Sairu más fuerte, más poderosa, se acariciaba las marcas rojas que rodeaban su cuello.

Su rival había salido despedida varios metros por la explosión de poder. Tenía el torso desgarrado y un brazo menos, una pierna partida en dos. Temblaba en el suelo con pavor mientras los labios se le llenaban de sangre. Sairu se detuvo un instante para cerciorarse de las extremidades aladas que había adquirido. También de dragón, de la misma genética que nos condenaba como amenaza de Ryu.

Por primera vez aquella mujer quiso hablar, pero el cúmulo de sangre ahogaba sus pulmones. A duras penas entendí un "monstruo" antes de que Sairu, con cierta piedad, le disparase en la cabeza para acabar con su sufrimiento. Las luces celebraron su victoria, impasibles ante el despliegue de trucos y magia sobrenatural que pudiesen mostrar los combatientes.

Volvió sin alas y con aire entrecortado. Nos fundimos en un abrazo antes de que Saichi intentase besarla sin éxito. Mis hoyuelos me dolían de tanto sonreír: las cosas estaban yendo bien. Ellas lo habían logrado, ellos habían sobrevivido. Sólo quedaba el rubio, pero a juzgar por el poder que casi me electrocuta minutos antes sabía que no correría peligro.

Antes de que Saichi fuese el foco de atención con sus dramas y lamentos por ser el siguiente un hilo musical invadió nuestra estancia. Se abrió la compuerta por la que habíamos llegado allí, el otro ascensor que nos llevaba a la salida en vez de a la muerte, y me sobrecogió un mar de dudas.

―Con cuatro de cinco combates ganados ya es suficiente, os dejan ir. Va, marchaos. Os espero en casa―dijo Bright para todos nosotros.

―Pero Saichi no a...―empezó a decir Ritto.

Saichi dio un salto de alegría.

― ¡Fantástico! ¡Todo ha salido a pedir de Saichi!

―Pero no se trata de eso, tenías que...―insistió mi novio pero el rubio le empujaba hacia la salida.

―Si Bright dice que nos vayamos, nos vamos. Cógete unos aperitivos para el camino, yo invito―dijo Saichi aplastando dos canapés contra la boca de Ritto.

Nos fuimos. Sairu apenas tuvo tiempo para reponerse después del combate. Dejamos atrás la monstruosa Arena con cierto alivio. Hila se apoyaba en mí para poder caminar. La suave brisa del atardecer le mecía el pelo corto. Ella era la que solía cortar mi flequillo así que se arreglaría el corte sin problemas.

Ritto y Eito compartían un rostro apesadumbrado. Ritto era más fácil de interpretar, le conocía bien. Se había desnudado para mí en cuerpo y alma. Podía ver en sus ojos que se sentía una carga, que envidiaba la eficacia con la que mis compañeras habían despertado sus poderes.

―Ritto necesita una mamada―dijo de repente Yunie sobre mi oído.

Casi me caigo al suelo y arrastro conmigo a la pobre de Hila. La ninfa había dejado pasar suficiente tiempo tras su bochornoso incidente como para resucitar sus comentarios burlescos.

Por fin llegamos hasta nuestro hogar con un cielo anaranjado y unas nubes bajas que se antojaban dulces y esponjosas. Sobre el rumor de conversaciones vislumbré a Bright, con su gabardina roja, apoyado en la entrada. No quiso esperarnos ahí, empezó a caminar lentamente hacia nuestro encuentro. Se me habían ocurrido varias respuestas para no volver a quedarme callada frente a sus bromas, pero al ver su rostro comprendí que no estaba para bromas.

Estaba serio. Demasiado serio. Caminaba con las manos en los bolsillos y el ceño fruncido como cuando era el malo de la película. Como si fuese otro Bright, el otro Bright. El que daba miedo, el que no daba abrazos ni besos en la mejilla.

Tragué saliva y busqué hacia dónde se dirigía su mirada penetrante. Me imaginaba unos ojos dorados, pero me encontré unos grises. Bright miraba ferozmente a Saichi y éste se percató en seguida. Detuvo sus pasos y empezó a moverse hacia atrás, preparando una huida.

― ¡No! ―grité en medio de la incertidumbre.

Bright se había abalanzado sobre Saichi y apretaba su cabeza contra el césped. El rubio pataleaba intentando escapar, los gritos se alzaban sobre el crepúsculo exigiendo una explicación. Sairu me sustituyó para sujetar a Hila y fui corriendo hacia el forcejeo, sumándome a él tirando del brazo de Bright Loknahr. Me empujó y caí de culo contra el suelo.

― ¿¡Qué haces!? ¿Qué está pasando?

Bright me miró y sonrió burlón, confiado en que tenía al rubio perfectamente reducido contra el suelo.

―Ha llegado el momento de abrir el cajón de mierda.

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