MENDAX

By La_Carcache

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Hay una sola cosa que Hope Brown no puede hacer: romper corazones. Ella misma se autoproclama una prostituta... More

Antes de comenzar
Prefacio
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28 (+18)
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
FIN
Epílogo
Agradecimientos

Capítulo 18

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By La_Carcache

— Si satanás tuviese una hija, una única hija, seguramente sería como ella. Apuesto cualquier cosa a que juega la ouija todas las noches como si fuesen muñecas en la playa. — dice Brook.

En el momento en el que escucho su voz, ya tengo el codo encima del respaldar del sillón y medio cuerpo inclinado. No puedo dejar de verlos. La simple imagen de ellos, sentados a unas cuantas mesa, me parece la cosa más horrible. Son demasiados contradictorios; como una gota de agua y otra de aceite. Tan diferentes que dan miedo. Y ella... ella es el tipo de persona a la que nunca me acercaría por miedo. Lo peor es que Brooklyn insiste en que es la líder de algún grupo satánico y no sé si debo reír o sentirme más triste porque una posible jefa del satanismo ha logrado conseguir a Ethan.

— ¿Así se supone que es al amor? — pregunto.

— ¿Amor? — me mira asqueada — Yo no lo llamaría amor. Eso se llama querer follar con aires a deporte extremo.

— Cariño, no seas así.

— ¡Es que mira qué asco de mujer, Patrick! — la señala exaltada.

Su nombre es Victoria Young y tiene la misma edad que ellos. Hija menor de una familia basada en un padre estricto por su carrera política, una madre plástica amante de las cirugías y dos hermanos igual o más locos que ella. Fue estudiante de ciencias políticas en una de las mejores universidades de los Estados Unidos y no había regresado en años, muchos años.

De acuerdo a mi fuente de información, es decir, Patrick, ella solía ser una niña de clase alta y perfección. En realidad, cuando eran pequeños, se le llamaba Barbie por su cabello rubio natural, que caía en ondas hasta su cintura, y sus movimientos extremadamente educados. A pesar de todo, los problemas familiares le afectaron tanto que terminó siendo amante del delineador negro y dueña de un historial inmenso de adicciones. Pero, olvidando el maquillaje y las botas militares sin ser atadas correctamente, ella no deja de ser hermosa. Da miedo, pero si achinan los ojos y se llega a un punto abstracto, continúa siendo una chica bella que le da una patada a mi aspecto corriente.

— Guarda silencio, es mejor.

— ¿Por qué? — lo mira enojada — Yo solo digo lo que veo.

— Nunca se sabe cuándo puede tomar tu cabello y hacer algún tipo de brujería.

— No creo que haga tal cosa. Primero la arrastro al infierno y después me quedo calva. ¿Tú qué opinas, Hope?

Me remuevo incomoda en el asiento.

— No me gusta hablar de otras personas.

— Vale, lo pillo. Tiene gracia. Pero míralos, parecen Ken Rockero y Morticia Addams. Mira, mira, mira.

Suspiro hondo. Brook me dirige una de sus miradas penetrantes, insistiendo en que debo verlos. A regañadientes, los miro. La sonrisa tan estúpida de Ethan, mientras la mira comer como si fuese el ser más maravilloso, me traspasa el pecho como un taladro asfixiante y desordena todos mis órganos. Yo no diría que esa mujer se parece a Morticia Addams, más bien sería el Tío Cosa. ¡Puaj!

— Creo que exageras un poco, ¿no crees? Se miran... se miran bien.

— ¡Eres... eres...!

— Dilo. — la reto, me lo merezco.

Se queda callada en cuanto Gilberta se acerca con tres porciones de pastel sobre su bandeja, coloca cada plato en la mesa con una amabilidad que no la representa y una gran sonrisa. Patrick es el primero en partir un pedazo con la cuchara y, sin querer, veo el número telefónico de Gil escrito en el centro del vidrio.

— ¿Qué demonios...? — frunce el ceño — ¿Por qué me quitas mi pastel?

— Odio comer la puntita del pastel. Es mejor así.

Gaby quita mi plato y me da otro limpio. Le agradezco en silencio y escuchamos que Gil exhala. Coloca su puño sobre la mesa y la bandeja a un lado de su cadera. Ellas tampoco han dejado de ver a la pareja detrás de nosotros.

— Pensé que Ethan se quedaría contigo, Hope. Pero ya ves, le gustan las satánicas.

Brook aplaude de acuerdo con lo que ha dicho Gil y luego me mira.

— Te has ganado todos mis puntos desde el momento en el que viste al chico ojos de serpiente como si fuese el animal más hermoso de esta vida. Y esto es demasiado para nosotros.

Mi boca cae, impresionada. No sé si ha sido el sobrenombre con el que ha bautizado a su mejor amigo o la manera tan libre en la que ha hablado de mis sentimientos. Siquiera yo he admitido en voz alta que estoy sumisa ante su encantado y ella me ha expuesto en un dos por tres. Esto es vergonzoso, más que vergonzoso.

— No intentes negarlo — Patrick traga otro trozo de pastel —. Lo supimos desde el primer día.

Gaby y Gil asienten a un lado.

Quiero hundirme en el asiento. Yo no he sido capaz de aceptarlo en voz alta porque me da miedo. Creo que, si digo que estoy enamorada de él y la forma en la que me mira, entonces será definitivo... y dolerá más, mucho más. Me aterra marcar mis sentimientos con las vibraciones de mi voz y que mi corazón tiemble como diciéndome que es verdad. Me da pánico. Por eso he pensado que todo será mejor cuando él desaparezca de mi vida. Ambos estaríamos mejor así: Ethan sin mentiras y yo sin ese dolor que me surca.

Victoria come un trozo de chocolate como si no hubiera mañana y él sonríe. Me da envidia. Quisiera que me sonriera de esa manera, solo a mí y no a ella. Le habla tan entusiasmado, sin importarle que lo ignore, y ella simplemente se atraganta con el chocolate. Así no debería ser. Ella debería verlo a los ojos, ponerle atención a cada expresión y sonreír.

— Se lo ha preguntado. — asegura Brook.

— ¿Cómo lo sabes?

— Mira su rostro.

Ella levanta la cabeza y asiente. Luego él me mira y... y entiendo que Brook tiene razón.

Me adentro en lo más profundo de mis sentimientos y me digo que todo está bien. Miro la posición de pastel, como si nada ha pasado, y comienzo a desquitar mi enojo con la cuchara hasta hacerlo una bola de masa oscura, café y pegajosa. Pierdo la noción del tiempo y por alguna razón me siento como una cría de ocho años que no sabe qué hacer o cómo sentirse porque alguien más le ha dado un dulce al chico que me gusta.

— El pastel no tiene culpa.

— Déjala, Pat.

— No es nada. Solo me gusta comer pastel desbaratado.

— Ya.

Siento un olor que no es mío y me provoca unas nauseas asquerosas desde lo más profundo de mi estómago. Agrio. Fuerte. Cercano. Como a chiquero. Patrick y a Brooklyn cubren sus narices. Salto del susto y cubro mi nariz porque Victoria, a un lado, me está observando con una intensidad aterradora. 

— ¿Has perdido el olfato, hermano? — pregunta el rubio.

— ¡No seas idiota, hombre!

— Es el olor a la vida, Patrick. Tienes que aprender eso. La vida apesta, al igual que yo. — asegura Victoria.

— Claro. La muerte es así; te pilla desprevenido y te asfixia con ese olor a estiércol que traes.

Brook prorrumpe en una carcajada y yo aplasto los labios. Ethan me mira, suplicando que cambie la dirección de la conversación.

— Victoria, ¿has nacido en esta ciudad? — pregunto.

— No.

Silencio.

— ¿Cuándo te fuiste?

— No.

— ¿Qué?

— Casi no le gusta hablar, fresita.

No dice nada y sale por la puerta mucho antes que su cita. Ethan suspira aliviado y luego se sienta a un lado de mí. Quiero pegar mi nariz a su cuello para olvidar el trauma que Barbie endemoniada le ha dejado a mi nariz, pero lo evito tomando todas las fuerzas que me quedan. Por otro lado, Brook toma un poco de chocolate con su dedo y lo riega en la punta de la nariz. Respira profundamente, quita las lágrimas que por poco se le escapan y nos mira aliviada.

Ethan es el primero en hablar.

— Es muy callada — los tres asentimos sin verlo — y algo... diferente. Si, esa es la palabra. Pero sigue siendo la misma y eso hay que celebrarlo.

— ¿La bañaremos? — balbuceo malhumorada y me meto un pedazo de chocolate en la boca.

— Algo mejor — dice Patrick —. Le daremos un viaje gratis de regreso. Vamos, dime que sí.

— No y no. Pero sería bueno ir a bailar un poco, ¿qué dicen?

— No, gracias. Paso. Tengo cosas que hacer, lo siento.

— ¿Qué tienes que hacer? — Ethan me mira.

— Pintar. Combinar colores. Vivir. Ya sabes, lo normal.

Frunce el ceño por mi tono de voz.

— Te puedo ayudar después. Por favor, ven con nosotros.

Realmente me rehúso a ir a esa fiesta y verlos felices. No podría. Sería como torturarme de la manera más dolorosa posible. Me da un empujoncito en el hombro y yo lo intento matar con la mirada.

— Por favor, ven — sonríe —. ¿Qué dices, fresita? — niego — Brook, has algo.

Ella toma mis manos y me mira con esos grandes ojos purpuras por los lentes de contacto. Su novio ríe, consciente del poder que tiene, y sucede tan rápido que no me doy cuenta.

— Estoy segura de que contigo podré matar a cualquier jefe del satanismo, ¿me entiendes?

***

Brooklyn abre la puerta de su apartamento y me arrastra hasta su habitación. Aquí todo huele a canela y pan recién horneado. Los sillones están en otra posición y su novio no anda corriendo por la sala. Un día normal para ellos, supongo. Cierra con llave, asegurándose que no podré escapar, y se gira con los brazos como jarras.

— Puedes poner tu bolso en cualquier parte. No me gusta eso de especificar los lugares y ordenar es el trabajo de Pat

Dejo el bolso en una esquina de la cama.

— ¿Hace cuánto viven juntos?

— Dos años. Es una larga historia — sonríe enamorada —. Patrick y yo no tenemos nada en común y fue muy difícil, pero ha valido la pena. ¿Te molesta si pongo algo de música?

— Es tu casa, Brook.

— Lo sé, pero es divertido hacer la pregunta, ¿no crees?

Entre saltitos y saltitos sube el volumen de una canción ya comenzada. Salta de aquí para allá, canta, baila. Sus largos mechones púrpuras van bailando a su propio paso, como si tuviesen vida y entiendo que ella es como Ethan: feliz, positiva, sin malas vibras. No es necesario rascar en su vida para descubrir que ama vivir.

Me tiro en su cama y, de un momento a otro, veo que se pierde al pasar por el umbral de una puerta.

— ¿Por qué quieres que vaya? — gruño — No es justo tener que ver a esa tipa..., menos olerla.

— Tú aún no entiendes.

Me enderezo, apoyándome con los codos.

— ¿Entender qué? Se gustan. Se estuvieron esperando por años. Ahora aquí están, en su primera cita. Y yo tendré que presenciar todo eso. Por ti. Es tu culpa.

— Las primeras citas están sobrevaloradas, ¿no crees?

— ¿Por qué creería eso? Son las más lindas.

— Las más lindas son cuando la confianza ya es palpable. Cuando no te da pena comer frente a él o meter dos hamburguesas en tu bolso para entrar al cine. Y estoy segura de que él no tiene eso con ella. Su Victoria es alguien diferente, Hope. Alguien como tú.

— Y dale con la misma cantaleta.

Sale por la misma puerta. Me escruta unos segundos y temo que pregunte cuales son mis verdaderos sentimientos porque no podría responderle. Luciría como una idiota que, por primera vez en su vida, siente algo nuevo y no sabe reconocerlo. Pero no, se limita a tira un vestido color hueso a un lado de la cama junto a un par de tacones a juego.

— Sigues sin pillarme las pistas.

— Brook, no insistas. Son años de una amistad a base de esperanzas y y...

— Y una mierda. Ethan es mi mejor amigo y tú la chica a la que queremos con él. Ponte eso — señala el vestido —. A satanás se le vence con un poco de esperanza vestida de puta. Mientras tanto, iré a convertirme en algún puto animal mitológico.

Sin decir más, sale de la habitación para dejarme con la libertad de poder cambiarme en paz. Poco convencida por lo que ha dicho, dejo la ropa y los zapatos en su lugar. Esta no es mi ropa, ni la guerra que debo enfrentar. Él no es un príncipe azul. Él no tiene el corazón sin dueña. Él ha elegido a alguien y yo... bueno, yo respiro. ¿Por qué hacerme la de la vista gorda y correr a impresionarlo? Es estúpido.

Busco en mi bolso el vestido que le he robado a Lex. Es negro, excesivamente sencillo y estoy segura que fue elaborado con una tela cualquiera, la más barata indudablemente. Me gusta porque es casi mío y porque no impresionará a nadie, menos con ese hueco en una de las mangas largas y la mancha al final de la falda.

La puerta se abre de sorpresa. Brook está de pie bajo el umbral de la puerta con una sonrisa amable y el vestido más colorido que he visto en mi vida. Si tuviera que pintarla en un cuadro, la representaría como un unicornio púrpura con orejas de conejito y un pintalabios rosa. Mesclaría tantos colores que haría de su rostro un arcoíris rosa, morado y amarillo. Los trazos serían suaves y dulces. Y le llamaría: la felicidad.

— ¿Qué haces?

— No sería yo si me pongo eso. — mascullo.

— ¿Por qué no?

— Porque yo no soy así, Brook. No puedo fingir, ¿me entiendes? No quiero aparentar mi mejor versión cuando... cuando él está con ella y de nada serviría.

Sin dejar de sonreírme, se acerca a paso lento y agarra el vestido.

—Ven un segundo. Quiero enseñarte algo.

Mi reflejo aparece en el único espejo de la habitación. Es grande, rectangular y tiene un hermoso marco bañado con brillantina. Pasa el vestido y lo deja sobre mi cuerpo para que pueda admirarlo. Me veo... y todo es diferente. El color hueso va de la mano con la piel canela que tengo expuesta y la pedrería en la parte superior brilla como puntitos de estrellas; cada piedrita es tan hermosa que se me antoja contarlas. Incluso los tacones lucen tan bien que pareciera que el traje se vende como un conjunto completo y no por piezas separadas.

— A veces, parte de madurar, es admitir que merecemos una oportunidad. Tómalo. Es cierto, nada ganarás, pero tampoco perderás.

— No estar presente para saber como la mirará.

— No lo hagas.

— Estarán bailando como lagartijas en temporada de apareamiento, ¿y quieres que no los vea?

— No es difícil, estoy segura de eso. Baila conmigo y molestemos a Patrick. Los amores son para vivirlos, y si no puedes, entonces recuerda que hay más amores que vidas.

Mantengo la mirada fija en el espejo y mordisqueo con suavidad mi labio interior.

— ¿También puedo parecer un animal mitológico con todo y mechas de colores?

— ¡Joder, me encantas!

Brooklyn cruza la habitación y abre las gavetas de un mueble de madera pegado a la pared opuesta a la cama. Saca un par de extensiones rosadas y las menea. En un instante las coloca y ordena entre las mechas más visibles de mi cabello. Después me obliga a sentarme en un banquito y hace ondas suaves. Maquilla mi rostro como si fuera una princesa y, por último, vuelve a dejarme sola.

Esta vez lo pienso mejor. Quizás no está mal un cambio. Quizás no está mal ir y disfrutar como si al otro lado no estuviera él. Me pongo el vestido y automáticamente me siento diferente. Y no está mal... no está nada mal salirnos de control de vez en cuando porque la vida se va como gotas de pintura entre las manos y nadie puede perder la oportunidad de verse como una jodida princesa.

Salgo de la habitación. Brook se acerca emocionada, examinando todo mi atuendo, y Patrick la mira con cariño.

— Por si la bruja lanza sus maldiciones hacia ti — pasa una collar con una cruz plateada como dije —. Siempre hay que estar preparadas. Y dime, ¿qué tan ebrias nos pondremos esta noche?

***

Acabamos en Gravity luego de media hora. Ethan había dicho que llegaría con su amada y nos encontraría dentro del lugar a eso de las once de la noche y el sentimiento de nostalgia me arrincona al ver el gran letrero con la luz neón, ese mismo que me dio la bienvenida el día que hablamos por primera vez.

— ¡Eh, Hope!

— ¡Yolo!

El grandote me abraza, casi quebrándome las costillas, y luego me deja en el piso.

— ¿Y hoy que le gusta a Hope?

— Me gusta el verde de tus rastras.

— ¡Sabía que era una buena decisión!

Hablamos un par de cosas sobre lo que me gusta y lo que le gusta; las cosas que cambiaríamos y las que no. Luego nos deja entrar sin hacer fila, presumiendo que soy una chica VIP. Dentro algunos bailan animadamente y otros se pegan a la barra más cerca para pedir una bebida. Brook no se ha dejado de mover desde que entramos y Patrick mantiene los ojos sobre ella. Sin quererlo, vuelvo a sentir envidia.

Si la vida fuese perfecta, a mí me gustaría tener lo que tienen. Ellos son de esas parejas que te dan celos porque sus diferencias son las bases de su amor. Y yo quiero eso. Quiero sentir. Algo. Lo que sea. Deseo enamorarme de una manera tan profunda que las mariposas me agobien. Que me rompan el corazón para saber lo que es perder, sufrir, que te expriman como un limón de tanto dolor. Quiero que alguien me mire como Patrick mira a Brook. Anhelo que mi mundo también gire en torno al amor y poder describirlo... lograr plasmarlo en un lienzo blanco con azules, rojos, verdes o naranjas.

Me acerco a Patrick, mientras Brook baila.

— Es realmente hermosa y encantadora.

— Ella no es hermosa. Ella es un ángel — ríe —. Y a ese ángel hay que tenerle miedo de vez en cuando.

— ¿Por qué?

— La música es su debilidad y la enloquece como un dulce sabor a dinamita. Una vez la perdí y apareció a los tres días con ese cabello púrpura.

— Oh, vale.

Mi lengua pica por querer hablar más. Me muero por saber sobre el amor que se tienen y, no lo sé, tal vez un día pintarlo con colores pasteles, brillantinas y algunos destellos negros. Imaginarlos envueltos en una obra que represente los dos extremos de la vida: la felicidad de Brook y la seriedad de Patrick.

— Su cabello es castaño, casi llegando al rubio. — agrega.

— ¿Qué pensaste cuando le viste con el cabello púrpura?

Escucho a Patrick suspirar hondo.

— Pensé que mi mundo comenzaba a llenarse con los colores del arcoíris y todo gracias a ella.

— ¿Qué van a tomar, chicos? — Brook aparece a un lado, sonriendo.

Ellos piden cervezas y yo me entretengo con los nombres de todos los tragos que están escritos en la pared. Se me antoja algo fuerte, una anestesia para lo que veré en unos minutos. Tequila. Vodka. Whisky. Termino escogiendo un tequila doble, para comenzar.

Mi cabeza llega a inclinarse cuando me tomo hasta la última gota y, para cuando escucho la voz Brook, ella está sonriendo con la mirada fija detrás de mí. Giro el cuello siguiendo el camino y lo veo. Ethan no aparta sus ojos multicolores de los míos y noto algo desconocido creciendo y crepitando entre nosotros, como si se acabase de crear un círculo imaginario sin voces, ni personas.

— ¿Ves esa mirada, Hope? — me pregunta.

Asiento.

— Si, la veo.

— Eso es lo que tú no comprendes, cariño. Las pistas que no me pillas.

Ethan deleita el vestido corto, examinando cada centímetro de tela y piel expuesta. En ese par de segundos me siento la mujer más increíble del mundo. He sentido su deseo tangible y las mejillas se me encienden en cuanto da un primer paso hacia nosotras. Mi corazón se enloquece. Por más golpes que me dé en el pecho, por más grito que desgarren mi garganta, por más palabras que intente omitir, mi corazón lo sabe.

— Mi corazón sabe que muero por él.

Nadie me escucha, ni me entiende, pero yo lo acepto por primera vez. Fuerte y claro. Lo he dicho. He nombrado la sentencia de amor que estuve evitando todo este tiempo y cada latido lo ha afirmado. Estoy enamorada... enamorada hasta los huesos.

Está a un par de pasos de distancia, moviéndose entre la multitud. Ya puedo sentir su perfume y ver los detalles de su hermosa sonrisa. Giro por completo, esperándolo. Falta poco. Cinco pasos más. Un nada entre nosotros. Mi pecho se infla por la emoción y mi sonrisa ya duele, pero entonces... aparece una satánica de puntas rojas. Una aguja imaginaría me explota el pecho y me congela la sonrisa. Ella se cuelga de su cuello y le deposita un beso, el cual queda marcado con labial negro en su mejilla.

No logro entender lo que le dice cerca del oído, aunque imagino que le ha pedido una bebida por la forma en la que él asiente y se desvía del camino. Estuvo tan cerca que me duele saber que he perdí la oportunidad por un pico negro. Increíble.

Chasqueo la lengua.

— Al final soy la chica de vestidito que no recibió a su príncipe por perderlo entre los brazos de un dragón.

— Cierto. Esto fue como una telenovela puro drama — me mira —. Hasta a mí se me desinflaron las ganas de vivir.

— No ayudas.

— Lo siento — ríe —. Vamos, estás en una fiesta con un par de locos como acompañantes. Además, ¡hay alcohol gratis! ¿Otro  trago? — asiento y ella lo pasa. Termino bebiendo hasta la última gota — ¿Mejor?

— Algo así. ¿Qué era esto? ¿Veneno?

— No lo sé. Yo solo pedí algo fuerte.

Toma mi mano, arrastrándome al centro de la pista, y baila... baila como si no hubiera un mañana y los instantes fuesen nada. Se me sale una risa de esas sinceras que te grita: ¡deja que suceda! Let it be! y cierro los ojos, sintiendo el calor de los cuerpos que nos rodean. En varias canciones llegamos a saltar energéticamente y reímos mientras me alegro de haberla conocido porque justamente es del tipo de personas que no dejará que tu corazón se desinfle.

Las horas pasan, al igual que los tragos, y uniéndonos a un grupo que apareció de la nada comenzamos a disfrutar de verdad. Ellos improvisan una fila de vasos repletos de cervezas y dejan un único vaso boca abajo. El punto es empujar los bordes hasta que caiga con boca arriba y beber la cerveza lo más pronto posible para que pase el siguiente jugador. Acepto las primeras dos rondas, pero me retiro cuando el juego cambia. Compro una botella de agua y recargo la cadera sobre uno de los barrotes.

Se escuchan gritos, aplausos y reclamos cada vez que alguien acierta. Aplaudo por Brook y Patrick, la única pareja que no va en el mismo equipo.

— ¡Déjame ganar! — se queja Brook.

— ¿Y qué ganaré yo?

— ¿Qué quieres? — Patrick levanta una ceja — ¡Eres un pervertido!

Él le responde algo que no logro entender por mirar a una pelirroja a unos cuantos metros. Victoria está tonteando con un chico rubio frente a una de las barras, jugando con sus labios, como queriendo besarlo. Me sorprende que Ethan no esté cerca. De hecho, no lo veo por ningún lado. Llego a contar los segundos para que él aparezca, pero cuando veo el reloj, ya han pasado más de cinco minutos.

La intriga de saber dónde está me carcome por dentro. Veo las esquinas más cercanas, los sillones y el centro de la pista. Mi cuello gira a un lado y al otro, casi desesperada. Incluso veo a Brook saltando y gritando porque le ha ganado a su novio, pero no está. Él no está. Mi preocupación aumenta más al ver mi reloj y darme cuenta de que esos cinco minutos se han convertido en diez.

Más inquieta, me acerco a Patrick.

— ¿Has visto a Ethan?

— No, la verdad es que no. Pero debe de estar con la satánica.

— Sí, claro.

No debería hacer esto. Se supone que no es mi asunto. Él está con ella, ¿por qué preocuparme? Doy golpecito con mis dedos en la mesa... ¡Al diablo!

Avanzo separando parejas a empujones, recibiendo insultos y contestando el doble de lo que me han dicho. Cuando logro llegar donde Victoria, toco su hombro con un solo dedo, totalmente asqueada. Me ve con esos ojos oscuros y su comportamiento desinteresado.

— ¿Dónde está Ethan?

Ella se encoge de hombros.

— No lo sé, lo perdí de vista después de darle un trago — pasados unos segundos, frunce el ceño —. ¿No piensas irte? Estoy ocupada.

— ¿Hace cuánto no lo ves?

— Chica, te he dicho que no lo sé.

No le contesto y me doy media vuelta. Vuelvo a la barra en donde compro otra botella de agua, en caso de encontrarlo ebrio.

— ¿Lo has encontrado? — pregunta Patrick.

— No. No está con Victoria y, por lo que tengo entendido, siquiera le importa.

— Ya le tiró la maldición al muchacho. Yo lo sabía, Pat, yo lo sabía.

— Calma, cariño, seguramente está cerca. Hay que separarnos y buscarlo — aprieta los labios, pensativo —. Cualquier cosa, envíen un mensaje.

Comienzo a caminar desde una esquina hasta la otra. Me acerco a cualquier chico que se parezca. Pregunto a los más ebrios. Pero la desesperación entra cuando siquiera está en la salida. Le explico a Yolo que busco a un amigo y él asegura que ningún chico con ese aspecto ha salido. «Quizás está en el baño de los hombros. La verdad son muy cómodos y a nosotros también nos gusta quedarnos sentados mientras meamos.» Dice.

Quedo viendo la puerta enmarcada con luces neones. Me siento incomoda solo de ver el muñeco en el centro de la puerta y espero hasta que nadie entre o salga. El último chico que sale me mira como si fuese un moco pegado en la pared y camina lejos de mí. Pongo mi mano sobre mi nariz y me preparo mentalmente para ver cualquier tipo de pene u oler algo desagradable. Empujo la puerta con la punta de mi tacón y paso la cabeza por el umbral.

— ¿Ethan?

Dos hombres me ven y pegan sus cuerpos a la pared, ocultando sus penes. Inmediatamente cierros los ojos y ellos, más impresionados que yo, dicen algo que no logro entender antes de salir casi huyendo. Una vez sola, saco la cabeza para respirar aire limpio y, aguantando la respiración, pateo cada puerta.

Casi me doy por vencida cuando, en el último cubículo, miro a un chico tirado en el piso. Tiene la espalda pegada a una de las paredes, los codos en las rodillas y la cabeza gacha. No hace nada más que respirar profundamente, como si algo le estuviera doliendo hasta el alma. Me inclino para tomar su rostro y dejo la botella a un lado. Ethan está pálido, frío y sudoroso. Sus ojos lucen grandes y distantes, como si estuviera y a la vez no.

— Ethan, ¿qué ha pasado?

Me sonríe y puedo notar que sus labios están resecos.

— Fresita — traga con dificultad —. Hoy luces más hermosa de lo normal.

— ¿Qué ha sucedido?

Niega lentamente, dándome a entender que ni él lo sabe. Abro la botella de agua e inclino su cabeza, ayudándole a que tome un poco. Su espalda vuelve a encorvarse e intento darle otro trago, pero no lo acepta. Al poco tiempo se levanta desesperado y expulsa todo lo que ha consumido por el retrete. Aparto algunos mechones de su cabello oscuro y le masajeo la espalda.

Me aseguro de que no cierre los ojos, saco mi celular y le envió un mensaje a Patrick. Él aparece al instante.

— ¿Qué le sucede? — pregunta.

— No lo sé. Lo encontré así.

Me mira preocupado, intentando reanimarlo, y golpea las mejillas de su amigo con pequeñas palmaditas. Luego toma la botella de agua, mojándole el rostro, el cuello y las manos

— Está drogado. ¿Sabes lo que ha consumido?

— Victoria me ha dicho que le dio un trago, aparte de eso, no sé nada.

La expresión de preocupación se tuerce a una de enojo.

— Esa bruja drogadicta — murmura —. Hay que llevarlo a mi apartamento.

— ¿Apartamento? — me levanto en cuanto él lo hace con Ethan colgado en sus hombros — ¿No es mejor un hospital?

— No, su familia lo encontraría.

— ¿Y eso que tiene? Es su familia.

— A veces las familias pueden ser tu propio enemigo, Hope.

Los tres salimos del baño. Para ese momento Brook ya tiene a dos chicos musculosos esperando por nosotros en la entrada. Ellos toman a Ethan con sus grandes brazos como si fuera una pluma y nos ayudan a salir sin hacer mucho escándalo. Patrick sostiene mis hombros y me habla como si fuera un padre frente una pequeña que no sabe qué hacer.

— Llévalo a casa. Nosotros buscaremos a Victoria y la obligaremos a decir que es lo que le ha dado — me da las llaves de su apartamento —. Intenta hidratarlo lo más que puedas. ¿Sabes colocar suero intravenoso?

— Sí, he aprendido con papá.

— Bien. Busca en mis equipos de medicina, ahí encontrarás todo lo necesario. Prometo que llegaremos lo más pronto posible para ayudarte.

Brook me abraza y los veo entrando de nuevo. Quedo sola con la llave de su apartamento en la mano y las mil ganas de salir corriendo. Sin embargo, entro al taxi que espera por mí, indicándole la dirección. En el camino Ethan va con los ojos cerrados y su respiración aún es lenta, pero por suerte no tardamos en llegar al apartamento. El conductor me ayuda amablemente y luego, tras recibir su dinero, se marcha del lugar sin decir algo más que unas gracias.

Cuando estoy sola, quito mis tacones y doy toquecitos en sus mejillas.

— Ethan, tienes que ayudarme. Levántate, por favor.

Balbucea algo que no entiendo y abre los ojos que lucen tan grandes que me parecen irreconocibles.

— Fresita...

— Si, si, si, fresita. Vamos, levántate.

Intento levantarlo y siento que él hace hasta lo imposible para ayudarme. Entramos al baño, le ayudo a enjuagarse la boca y abro algunos botones de su camisa, repitiendo lo que Patrick había hecho. Mojo su rostro y cuello, también sus manos. Volvemos al sillón y lo dejo tumbado para buscar en cada rincón del apartamento el suero que Patrick mencionó anteriormente. Al encontrarlo, me siento frente a él y me concentro en abrir todas las piezas que, al poco tiempo, introduzco dentro de una de sus venas, justamente a como lo hacía con papá.

El tiempo corre lentamente y mi corazón golpea tan duro que duele. Me distraigo contando las gotitas de suero que caen y él se queda dormido en la misma posición. Aprovecho en cambiarme de ropa por otra más cómoda y regreso para cuidarlo, esperando que reaccione, rogando por no haber cometido un solo error.

No sé cuánto tiempo pasa, pero cuando abre los ojos se mira somnoliento y las pupilas siguen dilatados. Me mira curioso, sonríe y deja caer su cabeza sobre el respaldar.

— ¿Te he dicho que te miras más hermosa de lo normal? — guardo silencio, controlando las emociones que revolotean en mí. De pronto, se inclina y me obliga a sentarme a un lado de su débil cuerpo. Su cabeza cae sobre mi hombro, cansado, medio dormido — Hueles a fresas...

— Y tú a baño.

Siento las vibraciones de su risa. Se levanta y me mira con los ojos llenos de intensidad.

— Tú que también sabes de arte y no tienes las neuronas muriendo a mil por hora, ¿le pondrías un color al amor?

Niego con la cabeza.

— No se puede colorear al amor de un solo tono porque es diferente para todos. Algunos lo miran amarillo, otros rojo. La pregunta sería: ¿de qué color miras al amor?

— Tiene sentido. Hope, ¿de qué color miras al amor?

— Rojo, supongo. Pasión. Atracción. Fuerza.

— No, el rojo no.

— ¿Y cuál? — pregunto.

— Dos colores. Azul. Libertad. Lealtad. Armonía.

— ¿Y el otro color?

Deja escapar un suspiro largo y muerde los labios queriendo reírse; sin saber que, cuando hace ese gesto, tengo que contener mis ganas de pedirle, suplicarle, que no lo haga más porque me mata. Me altera hasta la última célula del cuerpo y siento... siento que voy a estallar. Él es como algo mágico que te dicen que no puedes tocar. Prohibido. Brillante. Atrayente. Pero quieres hacerlo. Mueres por tocarlo, por conocerlo.

Por eso bajo la mirada y busco algo para contar, pero él parece conocer mi plan y toca mi barbilla. Tiemblo ante el contacto y tiemblo más cuando sus ojos revolotean por mi rostro algo ansiosos.

— Mírame, fresita.

— ¿Qué haces?

— ¿Me creerías si te digo que no sé lo que estoy haciendo, pero tampoco puedo evitar?

Inconscientemente dejo de respirar durante unos segundos. Ethan no aparta su mirada de mí, de mis labios y mis ojos se recrean en sus ojos, sus pecas y sus labios húmedos. De pronto, besarlo me parece la idea más descabellada de todas..., pero también la más tentadora. No soy tan fuerte para evadir la energía que él desprende, por más que lo ruego y lo desee. No quiero, no puedo.

Casi decidida a retirarme y pensar en el bien de ambos, él se me adelanta y me besa. Me besa...

Su beso es un roce tímido, calculado, que se transforma en uno más agresivo al rodearme la cintura con los brazos grandes, fuertes. Atrapa mi labio inferior y, por primera vez, un cosquilleo me invade desde los pies hasta las manos como una corriente deliciosa. Desliza su lengua por el contorno de mis labios, encontrándose con la mía y mis manos se enredan en su cabello oscuro. Se le escapa un jadea, presionándome contra su cuerpo, como queriendo absorber todo lo que puedo darle. Y... y yo dejo que suceda porque este sentimiento es más fuerte que yo.

Algunos dicen que el primer beso con esa persona especial sabe a manzanas acarameladas, una sensación que inunda tu alma como un océano profundo y precioso. Lo había imaginado innumerable veces, ese momento en el que una temperatura de treinta y seis punto cinco grados tocara mis labios con la suavidad con la que él me besa. Pero él supera mi expectativas porque no solo es la sensación más maravillosa que he sentido, también la más profunda y verdadera. Un verdadero beso sin peros y con sabor a fresa.

Se sepa casi sin querer hacerlo y murmura:

— Café. Tus ojos. Tu cabello. Tú, completamente tú. El amor es color café sabor a fresa.

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