Aunque no te pueda ver ©

By ingridsilvanl

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Elizabeth es una estudiante universitaria de veinte años. Tras tener dos tumores en la cabeza, y que su vida... More

SINOPSIS
EPÍGRAFE
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
EPÍLOGO
Extra #1
Extra #2
Agradecimientos
ALMAS CONDENADAS

Capítulo 27

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By ingridsilvanl

Es difícil para mí haber escuchado aquello.

Y fue más difícil aún, ver cómo Eli se caía a pedazos frente a mí. Ver cómo se desmoronaba en mis brazos.

No puedo decir exactamente cómo me siento. No puedo siquiera ponerle un nombre. Solo sé que estoy moviéndome en piloto automático.

Pero eso no es lo importante; lo importante aquí es cómo se siente Elizabeth.

Y sé, por sobre todas las cosas, que no tengo la más mínima idea de lo que debe estar sintiendo por haber perdido a sus padres.

Aunque no les llegué a conocer, no puedo evitar sentir una enorme nostalgia carcomiéndome por dentro. El ambiente del día de hoy se siente diferente.

Se siente como si la capa de algo oscuro y pesado se haya puesto sobre el cielo; siento igual, que el aire sopla diferente. Los pájaros no cantan igual, las personas alrededor no se mueven con normalidad; el sol ya no brilla igual, y todo se siente tan irreal.

La muerte de los padres de Elizabeth es como ese tipo de cosas que te cuesta creer; y que, sin embargo, son ciertas.

Hoy es el día en que van a enterrar a los padres de Eli... O al menos lo que quedó de ellos.

Después de la noticia del oficial —pero que la dio Sebastián—, y que Eli comenzara a llorar, no puedo decir exactamente cuánto tiempo estuvo así; ni tampoco recuerdo el momento en el que entramos a su casa, ni el momento en que la dejé en su habitación y dejó de llorar y estar en ese estado de negación, hasta que se durmió.

Todo pasó como un borrón para mí, que apenas mi cabeza fue capaz de registrarlo.

Ahora me encuentro al pie de la escalera de la casa de Elizabeth; vestido para la ocasión... Esperándola. Para que ella pueda sentir a sus padres por última vez.

Y, lo que sí recuerdo es la cara de sorpresa que Carol me dedicó en la mañana al verme.

Pero nada más.

No hubo algún tipo de odio; ni tampoco me gritó para que me fuera de su casa, como yo esperaba que hiciera. Pero no lo hizo, y eso me confundió. Esperaba cualquier reacción negativa hacia mí, pero no hubo nada de eso.

Supongo que no tiene ánimo de averiguar porqué su hermana y yo veníamos empapados de agua, juntos... Y que Eli venía sujeta de mi brazo, ni el porqué estoy aquí en su casa. Pero ya dije, no voy a abandonar a la chica pelinegra que está en el cuarto de arriba. Porque ahora más que nunca me necesita.

Más temprano en la mañana Carol sólo me dedicó una mirada, sin ninguna emoción. Luego, salió por la puerta principal y trepó al mismo coche que llevó aquella noche en la veterinaria. Pero no lo puso en marcha; después vi al hermano de Elizabeth, que luce más pálido desde la última vez que lo vi, y le dije que yo llevaría a Elizabeth al cementerio, que no habría nada de qué preocuparse. Y con un semblante duro e inexpresivo, solo asintió sin decir nada, para luego subir al auto donde Carol lo esperaba. Y se fueron. Detrás del auto de la funeraria donde llevaban a los cuerpos de sus padres.

Solo han pasado veinte minutos —aproximadamente— desde que se fueron y me quedé aquí, esperando a que Elizabeth baje.

Y no estoy seguro si debería subir para asegurarme que todo esté bien, o debería darle un poco más de tiempo.

Uno...

Dos...

Tres segundos pasan, y la angustia comienza a hacerse presente en mi sistema.

«¿Y si le pasó algo?», pregunta angustiado mi subconsciente. «¿Si cometió... una locura?».

Sacudo la cabeza para ahuyentar esos malos pensamientos que comienzan a hacerse presente, torturando mi cabeza. Decido que lo mejor es esperar a Eli y tranquilizar el caos en mi interior.

Pero más minutos pasan y no hay señales de ella, y la angustia y preocupación se hacen presente una vez más. Así que sin perder más tiempo, comienzo a subir las escaleras.

Mientras subo los escalones todo se siente tan diferente...

Sin duda alguna el ambiente se volvió denso y diferente desde la noticia de ayer.

Subo los últimos escalones y me dirijo hacia la habitación de Elizabeth. Se cuál es, porque cuando venía a cuidar de ella entré aquí en una ocasión. Aquella cuando Elizabeth se hizo unos profundos cortes en el brazo; que ya no están ahora. Y eso igual, se siente como si nunca hubiera pasado eso. Es por ello que me preocupo ahora. Porque el dolor acumulado en su corazón podría llevarla a hacer cualquier cosa con tal de ya no sentirlo.

No me toma mucho tiempo caminar por el pasillo y llegar a la puerta; pero cuando lo hago y me encuentro frente a ella, no me muevo. Permanezco allí, de pie, sin moverme un centimetro; porque pienso que sería muy exagerado de mi parte entrar y ver si todo está bien. Pienso.

Así que solo espero...

Espero a escuchar algún ruido del otro lado de la puerta, pero no se escucha nada. Absolutamente nada. Ni siquiera aire entrando por la ventana.

Me acerco más a la puerta para poder escuchar algo que me dé alguna señal de que Elizabeth sigue adentro; pero no se escucha nada. Ni un soplido, y la angustia, nuevamente, comienza a ganar un poco de terreno.

—Eli, ¿se encuentra todo bien? —me atrevo a preguntar, lo suficientemente alto para asegurarme de que me escuchó.

Nada.

Pasan más minutos y Elizabeth no contesta.

Así que lo intento una vez más.

—Eli, ¿te encuentras?

Nuevamente, no obtengo ninguna respuesta.

Así que, preso de la angustia, la preocupación y la ansiedad, coloco mis dedos alrededor del material frío de la perilla. Acto seguido, comienzo a girarla muy lentamente; como temiendo a lo que pudiera ver ahí adentro. También, llegado a este punto, agradezco que la puerta no esté cerrada por dentro con llave, porque de lo contrario entraría en un estado de pánico horrible. Y estoy seguro que mi mente no tardaría en mostrarme escenarios catastróficos en el que Elizabeth está implicada.

Cuando he girado por completo la perilla, la puerta cede a mí.

Mis manos comienzan a temblar, la respiración se me atasca en la garganta y mi corazón comienza a acelerarse por la anticipación.

Un nudo de puro nerviosismo se instala en la boca de mi estómago.

—Eli, voy a pasar —aviso, y sin más, abro completamente la puerta.

Entonces, la veo...

Está ahí: sentada junto a la ventana cerrada, en un pequeño sillón color crema. Vestida completamente de negro, con las rodillas pegadas al pecho y la mirada perdida hacia la ventana. Hace la ilusión de estar viendo de verdad hacia ese punto de afuera, donde el vidrio está borroso con gotas de lluvia por el fresco de la mañana.

Pero ella no parece percatarse de mi presencia. Así que con pasos sigilosos y calculados, comienzo a caminar en su dirección.

Ya no está llorando. Eso puedo notarlo. Solo que luce... desorientada, sumida en un enorme transe de agonía. O al menos es lo que su rostro refleja.

En pocos pasos ya estoy alado de Elizabeth, pero ella no se mueve, ni hace un esfuerzo por enfocar su atención hacia donde estoy. Ni nada. Solo permanece allí, sentada, sumida en sus pensamientos quizás.

—Eli —la llamo, pero pareciera como si no me escuchara—. Es hora de irnos.

No sé cuna tiempo pasa hasta que asiente ligeramente, para bajar sus pies del sillón y tomar su bastón alado de ella. Pero no dice ni una sola palabra, es como si sus labios hubieran sido sellados desde que me fui. Y sé que no es porque esté molesta conmigo, ni nada parecido; es por la pérdida de sus padres.

Elizabeth camina hacia lo que parece un tocador. Y de él toma unos lentes oscuros, para después ponérselos. Acto seguido, camina hacia la salida con ayuda de su bastón. Y yo, la sigo.

Quiero guiarla, pero es como si ella ya conociera el camino.

Baja los escalones y luego camina hacia la puerta principal de su casa sin ningún problema, y sale a la calle. Ni siquiera me espera, o hace el intento de ir a mi lado; ahí es donde me doy cuenta que ella se está moviendo en piloto automático, que está tan sumida en sus pensamientos que no logra pensar nada más que en eso. Que no se da cuenta de lo que pasa a su alrededor, y que quizás, llegados a este punto, lo único que desea hacer es despedirse de sus padres.

Un nudo se instala en mi garganta y mi pecho se estruja con violencia, al ver que Elizabeth está tan herida que ya ni siquiera quiere llorar. Y que la única forma en que la demuestra es por medio de permanecer callada y pérdida en sus pensamientos.

Voy detrás de ella, y al verla que está caminado más allá de donde está mi coche aparcado, la hablo. Coloco una mano en su cintura y le indico donde es que está. No dice nada, se limita a dejar que la guíe, que abra la puerta del copiloto para que suba. Y una vez dentro de este, la cierro.

Rodeo el auto y trepo en el.

Entonces, con un nudo en la garganta, comienzo a conducir hacia el cementerio.

[...]

No puedo describir con exactitud cómo se sintió estar allá y ver a tantas personas vestidas de negro, y a unas que otras llorando. Fue horrible.

La muerte es algo horrible.

Si te pones a pensar en ello, llegas a un grado que da miedo. Pensar en tu final es aterrador, deprimente incluso. Pero esta es la naturaleza y todos, tarde o temprano, pasaremos por eso. Queramos o no.

Me atrevo a decir que, en el funeral estuve a punto de llorar. Porque la opresión en mi pecho era tanta, tan insoportable, que sentía que no podría más.

En el mismo estado en que llevé a Elizabeth, en ese estado permaneció durante mucho tiempo mientras un hombre decía algunas palabras de consolación. Eli no se movió ni dijo nada, ni siquiera cuando varias personas llegaron a darle sus condolencias; solo asentía con la cabeza. Y volvía a sentarse en su lugar, alado de sus hermanos y de mí, donde yo sujetaba su mano en todo momento para que viera que yo estaba ahí. Pero ella no tomó mi mano, simplemente dejaba que yo lo hiciera.

En cuanto iban a bajar los ataúdes, las personas comenzaron a dejar flores.

Y cuando Eli fue a dejar la suya, fue cuando habló. Le dijo a sus padres que los iba a extrañar mucho, y que estaba destrozada porque no los iba a recibir cuando volvieran de cuidar a su abuela, porque ellos no iban a volver de aquel viaje jamás. Fue entonces cuando se desmoronó frente a mí, una vez más.

Yo escuché lo que ella les dijo porque estaba a su lado. Así que la abracé mientras ella lloraba desconsoladamente en mi pecho.

Hace un momento que terminó todo aquellos. Hace un momento, que Carol se llevó a Eli, y yo regresé a mi casa.

Y hace un momento más, que decidí salir afuera por un poco de aire fresco.

El ambiente sigue igual.

Un sonido detrás de mí, hace que me sobresalte ligeramente. Y me giro para ver qué fue.

En mi campo de visión aparece Juliette, y me sonríe tímidamente mientras se acerca a mí. Yo trato de devolverle la sonrisa, pero me sale terrible.

—Lamento mucho lo que le pasó a esa chica —dice, con verdadero pesar—. Aunque no la conozca del todo, sé que no se merecía eso.

—Nadie merece algo así... Perder a ambos padres —un suspiro tembloroso sale de mis labios.

Juliette se coloca alado mío y asiente.

El relámpago ilumina el cielo nocturno, y a eso le sigue un gran estruendo.

Va a llover otra vez.

—Lo sé —asiente una vez más, y me mira directo a los ojos—. Y también sé que Dios no es el culpable de nuestras desgracias, y que todo pasa por una razón solo que nosotros no somos capaces de entender por qué. Y, aunque no conozco a Elizabeth, sé que ella podrá contra esto. Va a estar bien, Evan. Se nota que, ella es más fuerte de lo que cree.

Después de decir eso, se va.

Y me deja aquí, pensando en lo que dijo; que es cierto. Eso me demuestra una vez más, que alguien sin conocer a Elizabeth, con solo verla, pueden ver la gran valentía y fuerza que ella tiene, aún con el dolor en su corazón.

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