The one that got away [Yoon G...

By mgmazzoni

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- ¿Quieres jugar a un juego, Yoon Gi? - ¿Qué juego? - Se llama "¿Qué tal si?" Yo comenzaré... - Paris se acom... More

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By mgmazzoni

Paris no se sorprendió al recibir la invitación de su madre menos de dos semanas después, como si esos pocos días hubiesen sido suficientes para organizar una fiesta de esa magnitud. Se llevaría a cabo en su casa en Daegu y todos sus amigos de Seúl viajarían desde allí para asistir. Apenas había sido capaz de ver a Sahara en ese tiempo porque su abuela iba a buscarla en su coche casi todas las mañanas para que la ayudase a escoger el salón donde se llevaría a cabo, la vajilla que usarían, los platillos de comida, la música, y otros detalles en los que la niña sabía que, en realidad, su opinión no contaba de mucho cuando era opuesta a la que su abuela tuviese ya en mente. Pero no la escuchó quejarse ni una vez. En cuanto regresaba tarde en la noche a casa, Paris la esperaba con los brazos abiertos, con la cena lista y una película o programa diferente en la televisión, y Sahara simplemente sonreía. No le contaba sobre lo que habían hecho en el día porque suponía que a ella no le agradaría escucharlo; sin embargo, su hija sí la buscaba cuando requería de su ayuda con respecto a cómo debía comportarse, sus modales, e incluso, su manera de caminar. Por más que la hiciese reír, a Paris no le gustaba ver a su niña de catorce años caminando de un lado para el otro con un libro en la cabeza para practicar su postura, en especial porque le recordaba a su propio pasado. Ella no es ningún animal que necesite amaestrarse, se molestaba en su mente. Pero, una vez que Sahara se entusiasmaba por algo de la fiesta o le comentaba lo bien que le había ido con su abuela, Paris estaba obligada a guardar sus pensamientos. Quizás ella pueda tener una relación diferente a la mía con eomma, se animaba. Sahara es una niña dulce y que es feliz haciendo a otros felices.

Sólo esperaba que esa fiesta no terminase en desastre.

No obstante, mientras se preparaba en su habitación para esa noche, el reflejo en el espejo no tenía una mirada convencida. Le habría gustado encontrar una excusa para no asistir. Tenía un mal presentimiento. ¿Y si se apretaba la mano en la puerta para evitarlo? Nadie puede enfadarse con alguien que está en el hospital, sopesó seriamente. Terminó de maquillar sus labios con un tono natural, acomodó su cabello en una cómoda coleta y, de mala gana, se colocó el vestido y las joyas que su madre le había conseguido para la ocasión el mismo día en que fueron a comprar el obsequio de Sahara. Tenía serias dudas sobre si todo se habría tratado de una táctica para lograr que le dijera qué vestir. Subió con dificultad el cierre de un vestido floreado de una pieza, ajustado a cuerpo, que llegaba hasta sus rodillas, con un escote redondo y mangas largas, y una incómoda flor blanca a un costado. Se veía a sí misma como una versión más joven de su madre y eso le provocó un escalofrío. Con la pulsera y collar de perlas tintineando al caminar, Paris tomó su bolso de mano, sus zapatos y se dirigió de regreso a su habitación, donde Sahara lidiaba con su atuendo. Aunque tuvo que contenerse para no soltar una carcajada.

Su hija, Bae Sahara, una de personas que más detestaba usar ropa formal y demasiado femenina, estaba en medio de su cuarto con un vestido de corsé de lentejuelas grises que se ajustaba a su torso con un escote en forma de corazón y strapless, y una falda larga hasta los tobillos de tul rosa pastel. Todavía no se había acomodado el cabello ya que lo llevaba atado ni estaba maquillada, y llevaba, como ella, los zapatos sujetos en una mano. ¿Esa en verdad era su niña de catorce años? Con aquella vestimenta que se ajustaba a su figura delgada y pequeña, le daba una apariencia mayor a la que tenía en realidad. Y ese pensamiento la aterró. No quería que nadie hiciese crecer a su hija antes de tiempo. Quería que disfrutara cada aspecto de su niñez y adolescencia de la manera que ella no pudo. Temía que, de lo contrario, alguien pudiese quitársela y llevársela lejos. ¿No era suficiente el miedo que tenía porque su corazón no soportase la presión?

- Eomma – la regresó a la realidad la voz de Sahara, quien se volteó a verla -, te necesito.

Ne, se animó para sus adentros. Todavía me necesita.

Con el tiempo que todavía les quedaba, Paris ayudó a su hija a arreglar su cabello largo y lacio al usar parte de él en una trenza cocida que se unió en la parte de atrás y cayó luego por el resto de su cabello. Después se encargó del maquillaje, el cual constó en un poco de base y color en sus mejillas y un labial brilloso – no quería que sus ojos estuviesen repletos de productos ya que seguía siendo una niña. Sahara se puso sus bailarinas blancas y, en cuanto se dio un último vistazo al espejo, le indicó a su madre que estaba lista. Paris tuvo que colocarse los tacones negros de mala gana, se colgó el pequeño bolso de mano y se aferró al brazo de la joven para poder salir y bajar las escaleras.

- ¡Están bajando, están bajando! – oyeron a Tae Hyung gritando desde la cocina.

- ¡Aniyo! ¡Quédense allí! – se apresuró en decir Sahara.

- ¡¿Waeyo?!

- ¡Porque suenan entusiasmados! – concordó Paris - ¡Como unos cachorros!

En contra de su pedido, los tres muchachos se aparecieron por la puerta a las corridas y se quedaron estáticas al encontrarlas a mitad de la escalera. Sus ojos estaban abiertos como platos y sus bocas formaban una perfecta "o".

- Digan algo.

- ¿Dulce o truco? – soltó Jung Kook, y provocó que los demás rieran.

- Quizás nos veamos como unas niñas, pero todavía podemos golpearte, Jungkookie.

- ¿Y romper esas bonitas perlas, noona? Lo dudo.

Paris se quitó un zapato con un movimiento veloz y amenazó con arrojárselo al menor a la cabeza, pero el aludido se apresuró en desaparecer por la puerta de la cocina. Ne, eso pensé. Terminaron de bajar juntas por la escalera para ser recibidas por los abrazos de sus amigos y, una vez Paris le prometió a Jung Kook que no lo golpearía, los tres las acompañaron al coche. Ji Min, Tae Hyung y Jung Kook estarían aprovechando esa noche para tener su casa para ellos solos siempre y cuando prometieran que, cuando ellas regresaran, los esperarían con pizza. Por muy buena que fuese la comida de ricos, sus padres tenían la capacidad de encontrar platos extranjeros con apariencia y olores extraños, por lo que no quería correr ningún riesgo de morir de hambre. Se despidieron saludando por la ventana cuando subieron al vehículo y Paris encendió el motor, aunque desconectó con disimulo la llave antes de que arrancara.

- ¿Escuchas eso? Es una señal – mintió con su mejor expresión de asombro -. Quizás signifique que-

- Devuelve la llave a su lugar, eomma.

- No debí mandarte a la escuela si ibas a ser tan inteligente...

Para su desgracia, el viaje en coche fue más corto de lo que había esperado y, en menos tiempo del esperado, ya se encontraban aparcando el coche en el estacionamiento de entrada de la casa que sus padres tenían en Daegu. ¿Volverían a mudarse a Seúl de nuevo o su padre planeaba viajar en avión todos los días para trabajar? Supieron que habían llegado temprano, como probablemente su familia había planeado, porque podían ver a la cantidad descomunal de camareros, cocineros y trabajadores que entraban y salían llevando comida, bebidas y flores mientras su madre les daba órdenes y direcciones. La mujer llevaba un vestido largo y ajustado, completamente negro, con un camino de piedras brillantes en el escote redondo que dejaba sus hombros al descubierto. Su cabello rubio estaba atado en una rosca que dejaba su rostro maquillado al descubierto, el cual había ocultado casi mágicamente sus muestras de vejez. Nadie creería que es abuela, admitió para sus adentros. Al igual que nadie cree que soy mamá. Después de darle un apretón a su hija, ambas bajaron del coche.

- Diablos, eomma, deja algunos sirvientes para el resto del vecindario – admitió, llamando la atención de la mujer.

- ¡Por fin están aquí! – exclamó en cuanto las vio - ¡Ven, Sahara, ven! ¡Mi estilista está esperándote arriba!

- Pero ya estoy lista, halmoni.

- Será sólo para darte unos retoques – le dijo, y tiró de su brazo -. Tú también, Paris.

- Creí que al cumplir treinta años, no serías capaz de darme órdenes – murmuró por lo bajo, sin que la escuchara -, pero veo que estaba equivocada.

Como había sospechado, los "retoques" a los que su madre se había referido se convirtieron en un completo cambió de maquillaje y peinado. Para Paris se trató de soltar su cabello, definirle algunos incómodos bucles en las puntas y aplicando un labial rosa brillante en sus labios, y para Sahara, manteniendo su peinado pero colocándole unas pestañas postizas, color en los parpados y unos aretes largos que rozaban sus hombros. No obstante, lo que más la sorprendió fue que su madre apareciese con una pequeña tiara que podía jurar que tenía algunos diamantes y se la pusiese encima de la cabeza. Cuando finalmente pudieron salir del cuarto, su hija tuvo que detenerse antes de bajar las escaleras.

- Nunca creí que mi cabeza pudiese pesar más que mi cuerpo – bromeó en un susurro.

- Se lo dices a alguien con rocas al cuello – expuso ella, y le dio un codazo juguetón -. ¿Sabes? Te ves como de la realeza.

- ¿Eso crees? – Sahara la fulminó con la mirada. – Debe ser la corona.

- ¡Ya, esta fue tu idea! Tendrás que afrontar las consecuencias.

- No dejes que vuelva a tomar decisiones – soltó -. Tengo catorce años, deberías controlarme.

Con sus brazos entrelazados, las dos aparecieron de nuevo en la enorme sala para descubrir que cerca de cien invitados habían llegado a la fiesta mientras estaban arreglándose. Podía apostar que Sahara no conocía a ninguna de esas personas, pero Paris pudo reconocer - lamentablemente – algunos rostros de la multitud. Sus padres caminaron hacia ellas al verlas y, pidiendo silencio, su madre tomó a su hija.

- Aquí les presentó a mi nieta, Bae Sahara. Acaba de ser aceptada en la Preparatoria de Daegu por sus increíbles calificaciones. – Te gusta mostrarla como un animal de circo, ¿uh, eomma? – Espero que todos ustedes puedan cuidar de ella. La dejaré a su cuidado.

Sahara llevó a cabo una tímida inclinación y recibió los aplausos de los invitados.

- Es adorable – admitió su padre a su lado.

- Por dentro y por fuera.

En pocas horas, Paris perdió por completo la vista de su hija debido a que sus padres se encargaron de presentarla a cada persona que asistió a la fiesta. Quizás hasta estaban buscándole un futuro prometido, pensaba cada vez que distinguía algún muchacho joven entre el montón. Esos niños podrían estar allí obligados por sus padres también sin tener idea de lo que ocurría, al igual que ella a su edad. Sin embargo, confió en que Sahara era lo suficientemente inteligente para arreglárselas, en especial después de haber escuchado todas sus historias acerca de su vida bajo el techo de ese tipo de gente. Así que, con un corazón intranquilo, se esforzó en distraerse por su cuenta a medida que evitaba contacto visual con los rostros que le eran familiares. Se mantuvo cerca de la mesa de comida, esperando que Sahara apareciese por allí en algún momento, hasta que vio a lo lejos un cochecito con un pequeño bulto dentro. Se acercó a paso lento, llevando un plato con bocadillos en una mano, y se arrodilló para quedar frente al rostro del bebé. Le pidió permiso a la mujer que lo llevaba para poder alzarlo y, en cuando recibió la aprobación, lo tomó en sus brazos y le habló con un tono aniñado al mismo tiempo que le hacía muecas graciosas, consiguiendo que riera. Sabía que encontraría a alguien con quien congeniar esta noche, admitió para sí.

- ¿Tú serás mi cita esta noche, mh? – le preguntó – Eres muy apuesto. Perdón si estoy algo nerviosa, es que no suelo salir con bebés como tú. – Recibió una mirada confundida de parte de la mujer y aclaró su garganta. – Esta debe ser la razón por la que los bebés aprenden a hablar, ¿no cree? Para decirles a los adultos que dejen de molestar.

Volvió a dejar con cuidado el niño en el coche y escuchó una voz masculina a sus espaldas.

- Bae Paris-ssi.

Se volteó para toparse con un hombre alto y apuesto vestido de esmoquin.

- La misma.

- Mi nombre es Lee Hyo Shin. Tu madre me mandó aquí – anunció -. Aparentemente somos el uno para el otro.

- Wa, qué conveniente, ¿no crees?

- Tienes un nombre muy bonito – dijo él, y sacó dos copas de champaña de la bandeja de unos de los meseros -. Es original.

- ¿Te gusta? – Aceptó la copa y entrelazó un dedo con un mechón de cabello, jugando. – Deberías escuchar mi número de teléfono.

Pero, sin darle la oportunidad de responder, otra voz los interrumpió.

- Yeobo – Un brazo la rodeó por los hombros y ella distinguió el rostro de Yoon Gi, quien estaba observándola fijamente con una sonrisa. -, ¿esperaste mucho por mí? Lamento llegar tarde.

- ¿Yeobo? – inquirió Hyo Shin, pasmado.

- Ne – asintió el aludido -. Gracias por distraer a mi esposa pero ahora yo me encargaré de entretenerla, ¿mh? Puedes seguir tu camino.

Paris no se atrevió detenerlo cuando el muchacho se volteó con el ceño fruncido y comenzó a caminar, ya que Yoon Gi la tenía apretada del cuello con posesión y parecía ajustarlo cada vez más. ¿Acaso tampoco podía coquetear con extraños sin que su pasado la molestase? Después de tener a Sahara, le había sido imposible regresar al mundo de las citas debido a que era una niña con un bebé en brazos; no obstante, ya siendo una adulta, la situación se volvía mucho más sencilla. Había aprendido a coquetear con los años, algo que nunca le había sido fácil de hacer. En su trabajo en el hospital, tanto pacientes como doctores habían intentado invitarla a salir en más de una ocasión y, contadas veces, había aceptado. Con el permiso de Sahara y alguien que la cuidase por unas horas, iba a cenar y luego regresaba a casa. Nunca invitaba a ningún hombre a entrar. Esa era una regla que no rompería, al igual que tampoco presentaba a esos hombres a su hija. No quería que pudiesen formar un lazo y que ella tuviese que verse obligada a romperlo. Suficiente con que le haya quitado la oportunidad de conocer a su padre, se repetía una y otra vez.

- ¿Qué haces aquí, Yoon Gi? – inquirió, y se alejó de su contacto.

- Fui invitado a asistir, como cualquier otra persona en este lugar – contestó el joven con expresión severa -. Casi todos los doctores del hospital fueron invitados a venir. Tu padre es un hombre conocido en el ambiente médico.

- ¿Sabías que mi familia es la anfitriona y aun así viniste? ¿Qué pasa contigo?

El castaño le quitó la copa de las manos antes de que volviera a beber y la dejó sobre la mesa de buffet.

- Yo también estoy sorprendido – se defendió -. Pero no podía negarme, mis jefes se habrían enfadado. Además... estoy aquí para festejar por el logro de Sahara, al igual que todos.

- Es tu paciente, no tienes por qué asistir a sus fiestas. – Paris dio un vistazo alrededor, asegurándose que ella no estuviese viéndolos, y dio un paso hacia atrás. – Por favor, respete la relación profesional que comparten, packsanim, y manténgase alejado.

Llevó a cabo una corta inclinación.

- Paris, espera...

No le prestó atención cuando quiso detenerla y continuó caminando con la vista fija en el suelo hasta que chocó su hombro con el de uno de los presentes. Estuvo a punto de disculparse al instante cuando, al alzar la cabeza, notó que se trataba de su padre.

- ¿Estás bien? – le preguntó el hombre.

- Ne – mintió, y le enseñó una sonrisa -. ¿Qué están haciendo, appa?

- Espero a que tu madre terminé de presumir a Sahara al resto de los invitados. – Él se giró hacia quien parecía ser su mesero personal y dijo: - Tráeme un whisky, por favor.

- Lo mismo para mí – pidió por su lado.

- No es un bartender, Paris.

- Entonces, ¿por qué está sirviéndote tragos?

- Porque atiende mis necesidades.

- ¿Es una geisha? – bromeó.

Su padre sonrió al principio y luego puso una expresión de preocupación.

- Siempre intentas reír de todo a pesar de que no te sientas bien, ¿ne, hija? Nunca te has sentido cómoda con las fiestas de este tipo y tener a tu hija siendo exhibida tampoco es de mi agrado. Pero tienes que entender que la has mantenido oculta por demasiado tiempo, tiempo que nos hemos perdido, y ahora que sabemos la verdad... no puedes esperar nos mantengamos tranquilos. Tu madre ha sido paciente. Lo sabes, ¿no es así?

- Ne - confesó -. Podría haber sido peor.

- Así que intenta ser paciente también. Esta noche terminará pronto.

- Al ass eo.

Aunque, sabiendo que esas palabras no eran ciertas después de encontrarse con Yoon Gi entre la multitud, Paris no pudo evitar pensar en que aquella fiesta sería más larga de lo que había esperado.

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