Sueños Bajo el Agua ©

By Evelyn-Biassi

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Vivimos en un mundo lleno de secretos, son tantos, que no damos pie a conocerlo todo. Desde los seres más peq... More

Capitulo 1: "Hundimiento de un Mundo"
Capitulo 2: " Los secretos de los inmundos Humanos"
Capitulo 3: "Residuos en el agua"
Capítulo 4: "En la tierra del terror"
Capitulo 5: "Mundo de sospechas"
Capítulo 6: "¿Los sacrificios empezaron?"
Capítulo 7: "El impostor"
Capítulo 8: "Cerca de la muerte"
Capítulo 9: "¡Nuestro salvador!"
Capítulo 10: Callejones
Capítulo 11: "Razones"
Capítulo 12: "Los dos primeros mundos"
Capítulo 13: "Los primeros frutos"
Capítulo 14: Regenerándose
Capítulo 15: "El club de los secretos"
Capítulo 16: "Ojos vendados"
Capítulo 17: Tú historia, mí historia
Capítulo 18: Desarmados
Capítulo 19: "El tercer mundo"
Capítulo 20: Desaparecida
Capítulo 21: Desesperanza
Capítulo 22: "Palabras engañosas"
Capítulo 23: Nostalgia
Capítulo 24: "Cuarto y Quinto"
Capítulo 26: "La verdad insuperable"
Capítulo 27: "La maldición del Faraón"
Capítulo 28: "Desconcertados"
Capítulo 29: "Escalera al infierno"
Capítulo 30: Solos los dos
Capítulo 31: Los Héroes evolucionan a Héroes
Capítulo 32: El último e inesperado punto
Capítulo 33: Solo por ti

Capítulo 25: Valores

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By Evelyn-Biassi

 Como si fuera una hermosa melodía de piano, el tiempo marcaba un son, dando quizás a entender que pronto llegaría el final de estos dos jóvenes, ¿pero en verdad llegaría? ¿Serían devorados o más bien arrastrados al olvido como ha pasado con Misa? Sea cual fuere la realidad de esta situación, la única verdad estaba debajo de ellos. Un ser monstruoso, el mismo que había atacado a Yamil y a su hermana, ahora estaba detrás de sus vidas.

—No vayas a soltarte Alan, ¿entiendes? —para fortuna de Abel, su amigo estaba sobre él, es decir, sujetado a unos pocos pasos más arriba.

—¡Ni creas que lo haré! —se le escuchó decidido. Definitivamente, el pelinegro no mostraba el más mínimo interés en rendirse. Sin embargo, lo que sea que estaba atentando contra la existencia de ambos, tampoco pensaba detenerse. Ahora era cuando necesitaban un plan, pues aquel ser estaba haciendo el ademan de querer llegar a ellos, no obstante, en lo que estiraba su brazo, la luz que apenas entraba en ese territorio parecía impedirle llegar a donde estaban, y claro, enseguida Abel se dio cuenta de esto, por lo que se le vino algo a la cabeza.

—Voy a ayudarte a subir, así que más te vale salir de aquí y plantar la semilla —le advirtió a su compañero, quien se mostró un poco confuso.

—¿Qué vas a hacer? —giró su cabeza lo más que pudo para ver al rubio, e inmediatamente sintió como lo levantaban, al parecer, el de ojos esmeralda lo estaba empujando desde abajo.

—¡Sube! ¡Apúrate y no me dejes todo el trabajo a mí o ambos caeremos! —no era una amenaza, era algo que podría suceder si Alan no se avispaba, de modo que el joven reaccionó a tiempo, y finalmente, subió. En cuanto llegó al otro lado, no pensó en lo que el otro le había indicado, si no que fue a buscar a su amigo y le extendió su mano.

—¡Ven! —le ordenó, pero la tierra tembló y, por lo tanto, tuvo que retroceder o si no caería dentro del hueco antes que Abel.

—¡Idiota! ¡Te dije que te fueras! —le reclamó el otro—. ¡Sí caes ninguno de los dos se salvará! —la única posibilidad que había se encontraba en aquella semilla, o al menos eso pensaba Abel; quizás purificando todo lograrían salir de ésta con vida.

—¡Pero...! —ahogó sus propias palabras, y las abandonó al entender lo que él le había dicho; probablemente tenía razón, así que, ya decidido, se puso de pie, pero como no sabía sobre el plan del muchacho, se fue con otro objetivo: buscar algo que le sirviera para sacar al rubio de aquella situación. No obstante, los temblores no cesaban, y para colmo, su cuerpo resbalaba sobre la superficie—. ¡Maldita sea! —apenas logró ponerse de pie fue a tratar de activar su reloj; casi olvidaba que lo tenía. Sin embargo, en cuanto intentó hacerlo nada sucedió, lo que hizo que se desconcertara—. ¡No puede ser! —se quejó estando a unos pocos metros de Abel. En aquel instante le hubiera gustado poder usarlo para ayudarlo, y en lugar de eso tuvo que conformarse, de modo que debió buscar otra opción.

Mientras tanto, el ser oscuro tenía la idea de llevarse a ambos, y dada su manera sádica de proceder, esperaba que en cualquier momento Abel se soltara gracias a los temblores, pero esto no sucedería de un momento a otro, porque pese a los movimientos, se aferraba con recelo a los bordes, e incluso clavaba sus uñas en éstos.

Alan volvió a sucumbir, y empezó a meditar sobre que sería inútil seguir escapando, aun así, para su fortuna, una soga que estaba atrapada entre el hielo morado empezó a descubrirse. No supo que tan grande fue su suerte en ese momento, no hasta que el suelo que lo sostenía tanto a él como a su amigo se desquebrajó de nuevo; se partió dividiendo el piso en una línea entre la cuerda y él. Aun contra todo pronóstico, el pelinegro sujetó el cordón antes de empezar a deslizarse con extrema rapidez. No obstante, sus manos empezaron a quemarse por la fricción, y al mismo tiempo, Abel ya no resistía, por lo que se soltó. Al notar que su amigo empezaba a caer, y con el dolor en sus manos (el cual lo motivaba a arrojarse también), recordó lo que el rubio había hecho por él, así que se empeñó más en sujetar la cuerda logrando mantenerse aferrado, e incluso, aprovechó la velocidad para llegar a la altura de su compañero, y justo en pleno aire, lo sujetó de la cintura con un brazo.

—¡Agárrate a mí Abel! —le exclamó con su voz algo quebrada, pues el suplicio que estaba pasando era aberrante. El otro asintió, y finalmente se abrazó de su cuello, aunque aun así se deslizaban por la cuerda debido al peso. Más adelante, Dios volvió a sonreírles, ya que al final de la soga había un nudo, el cual hizo que se detuvieran de un tirón.

—¡Ah! ¡Eso ha sido muy peligroso Alan! ¿Acaso no pensaste en usar el reloj? —le interrogó en lo que ahora miraba hacia abajo, después de todo, ellos apenas estaban a unos pocos metros de la terrible criatura—. ¡Diablos! —gritó un poco asustado Abel, pues nunca había estado tan cerca de las garras de la muerte como ahora.

—Lo hice, pero no sirvió. Aun así, no sé cuánto pueda resistir —le informó—. Espero que puedas pensar en algo rápido —de los ojos de Alan caían algunas lágrimas, y no era para menos; soportar ese ardor, era realmente terrible, y aunque adoraba a su amigo al igual que su propia vida, no se sentía con las suficientes fuerzas como para lograr mantenerse en esa situación por más tiempo.

—¡Dime dónde está la semilla! —le dijo apresuradamente.

—En mi bolsillo izquierdo —una vez que contó con esa información, Abel se mantuvo agarrado a él con uno de sus brazos, y con su otra mano hurgó el bolsillo que le había dicho. En cuanto encontró la semilla la arrojó contra la bestia, la cual abrió sus fauces que se encontraban justo en medio de lo que aparentaba ser su torso.

—Si esto no funciona... ¡será nuestro fin! —recalcó mientras el ser sobrenatural digería la semilla. Por unos instantes pesaron que realmente no lo tragaría, sin embargo, sus dudas se disiparon cuando escucharon claramente cómo pasaba por su "garganta". Ante esto, y la falta de efectos, ambos pusieron una cara de angustia.

—Estamos perdidos... Abel, lo siento.

—¿Qué? ¡Espera! —le exclamó. No había más que hacer, era demasiado tarde. Desde la mano de Alan, su sangre bajaba por la cuerda, lo cual daba a entender que la herida que tenía en ésta le entregaba tal sufrimiento, que su consciencia se vio afectada, ya que minutos más tarde soltó la soga. Lentamente empezaron los dos a caer, y la desesperación que empezaba invadirlo, hacía que los alrededores de Abel se movieran en cámara lenta. ¿Qué era lo que estaba pasando? ¿Realmente iban a morir?

—¡Alan! —alargó su nombre en lo que se perdían en la tenue caída, aunque antes de llegar a tocar la desagradable "lengua" de aquel perverso ser, alguien los atrapó.

—¡Ustedes no dejan de meterse en problemas! —era una voz femenina, y el rubio estaba seguro de que la había escuchado antes. Así fue como elevó su mirada y creyó haber dado con unos ojos dorados. Pensó por un momento que se trataba de Misa, pero no, esa mujer era nada más y nada menos que Dina. Esta era la segunda vez (si no mal recordaba) que los rescataba. La muchacha aterrizó en un témpano que parecía estar a unos pocos metros de esa cosa, aunque la altura era considerable a comparación de la distancia.

—Dina, nos has salvado —dijo el de ojos esmeralda, quien sostenía a su compinche con extremo recelo, pues estaba claramente preocupado por él. En cuanto ella los bajó, giró hacia donde estaba la criatura, y estuvo a punto de usar su reloj para poder empezar a pelear. La batalla se hubiera desarrollado magníficamente de no ser, porque la chica notó algo raro en la bestia.

—Sí, no hay problema, aunque... parece que no necesitaban realmente mi ayuda —sonrió de lado la muchacha, y le brindó un poco de espacio a Abel para que observara lo que sucedía. El monstruo de ojos amarillos parecía estar temblando en ese agujero de hielo, además, llevaba sus múltiples manos debajo de sus innumerables cuellos.

—¿Qué está pasando? —preguntó confundido. De pronto, unos rayos de luz empezaron a salir de la bestia, la cual comenzó a chillar desencarnada. En cuestión de segundos, su ser fue envuelto por un brillante resplandor que cegó a los que estaban allí presentes, a lo que momentos después, apenas abrieron los ojos, la maravilla de un hermoso paisaje de rosas inundó sus pupilas.

—Qué hermoso —susurró la morocha en lo que sentía ahora revivir al viento—. Parece que han logrado componer este paisaje —se llevó las manos a las caderas orgullosa al darse cuenta de que los chicos seguían apilando victorias, y después de regocijarse en ello, se cercioró de que esa extraña cosa no estuviera ya en los alrededores—. También se ha despejado todo el camino. Ahora creo que pueden volver.

—Gracias Dina, nos has salvado de nuevo —agradeció Abel.

—No, fueron ustedes los que se salvaron. Sí no hubieras arrojado esa semilla, probablemente estaríamos muertos los tres —le dijo sonriendo.

—No es para tanto —respondió algo desconcertado, pues no entendía eso de que pudieran haber muerto los tres, quizás sí los dos, ¿pero los tres?

—Sí que lo es, y que bah, he venido para hablar con ustedes acerca de otra cosa —hizo un ademan de darle poca importancia a la situación actual, luego se le vio inclinarse a la altura de ellos—. No tengo mucho tiempo, por eso iré al grano. Los demás grupos fueron casi todos exterminados, eso, a pesar de que ustedes han logrado plantar casi todas las semillas —se le escuchó decir con cierta tristeza.

—No puede ser... ¡se supone que las semillas iban a hacer que la producción de monstruos bajara! ¿Cómo pudo pasar esto? —estaba ahora muy alarmado, aunque más que eso, estaba triste; triste por no llegar a tiempo para poder disminuir la cantidad de criaturas. Sin embargo, ella ante sus palabras simplemente negó a ojos cerrados.

—No han disminuido demasiado. Mira, Abel, sé que tu amigo ahora no puede escucharme, o alguno de los de tu grupo, pero quiero que sepas que deberás ser cuidadoso de ahora en adelante. Seitán ya no es la misma, ella ha cambiado por alguna razón —antes de que su allegada terminara la frase, Abel murmuró lo siguiente.

—Tú también estás diciendo lo mismo de ella —parecía que su garganta se estaba cerrando, pero era culpa de la angustia, de las dudas, e incluso, del mismo miedo a la situación por la que pasaba. Sí bien no había dejado fluir hasta ahora sus propios males, el hecho de tener a su mejor amigo entre sus brazos inconsciente, más las recientes noticias, hacían trizas su cordura. 

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