Ryu; Retorno (2)

Por noleesheep

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[COMPLETA] Segunda temporada de seis: Retorno. Conocerse a uno mismo puede llegar a ser aterrador. Nuestros p... Más

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16: Todo o nada (Parte 1)
17: Todo o nada (Parte 2)
Epílogo

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Por noleesheep

Creí que aquel día iba a ser interminable; que la batalla, los disgustos, la traición, las resurrecciones (tanto la de Dave como la mía) y la tensión acumulada iban a vivir eternamente. En un bucle, en un círculo cerrado del que era imposible escapar... como una Cúpula, como una jaula.

Los ojos dorados de Ritto estaban tan afligidos como la noche en la que nos quitamos las corazas y nos desnudamos el alma. Esta vez no me estaba confesando su pasado sino el de sus compañeros, aquellos en los que deberías confiar tu propia vida.

Yo tardé en sentirme parte de mi Tridente. Necesité estar abandonada en un planeta cualquiera y descubrir que la nación por la que juré servir mi efímera vida quería destruirme. Tardé en apreciar y valorar que compartía mucho más que un trágico destino con Sairu y Hila y me empeciné desde la victoria en la Torre en que la unión sería la fuerza.

Esa noche vi las brechas en la unión. Casi pude acariciarlas con mis dedos mientras Ritto susurraba todas y cada una de las sombras de las que era consciente: hechos, datos conseguidos de una manera un poco ilegal y sus propias conclusiones. Le pedí... no, le exigí que se desnudara una vez más (metafóricamente, al menos en aquel momento) y que compartiera conmigo todo lo que sabía.

― ¿Te gusto? ―le pregunté después de que el tiempo se detuviese en sus labios― ¿Confías en mí?

Me respondió con un beso: se acercó sigilosamente hasta que sus labios se acomodaron sobre los míos. Su calidez recorría cada milímetro de mi cuerpo como una brisa de lo que antiguamente se conocía como verano. Con sus besos podía comprender sensaciones y sentimientos que almacenaban en Ryu con cautela y recelo: aquellas reliquias de la olvidada Tierra en los que el Ala Oeste encontraba consuelo. Ritto me traducía canciones de amor que antes sólo eran una melodía bonita, me guiaba por senderos que sólo existían en mi imaginación y me enseñaba palabras que todavía no se habían inventado.

Sus pestañas me hicieron cosquillas al separarse de mí y tomé la decisión sobre sus pupilas.

―Cuéntamelo todo, por favor―susurré sobre su piel―. Ayúdame a encontrar el mejor camino para todos.

Y digiriendo historias y anécdotas lo vi claro. Vi la luz. Vi la luz filtrándose entre los recovecos de la persiana de madera. Vi el final de aquella jornada tan interminable y comprendí que ni el día más eterno de la historia sería suficiente. Comprendí que debíamos movernos, aprovechar cada segundo.

―Ritto―acaricié sus mejillas bañadas en pecas mientras sus párpados se agitaban como las alas de una mariposa―. Despierta.

―Vaya, me he dormido―se sobresaltó sobre las sábanas blancas y me agarró de la cintura mientras seguía desperezándose―. ¿Has dormido algo?

―Sí―mentí―. Vamos, quiero reunirles a todos. Tengo algo que deciros.

―Espera, no irás a...

―No―sonreí sobre sus labios mientras le robaba un beso―. No me voy a chivar, no voy a delatarte a Eito. Tus secretos están a salvo conmigo.

Apoyó su frente sobre la mía. Me hizo cosquillas, reí mientras nos zafábamos de las sábanas para lograr salir. Me colocó el collar que me regaló alrededor del cuello mientras yo me hacía una coleta. Me sentí como en casa, como lo que se debe sentir cuando tienes un hogar al que volver.

Mi cuerpo se mantenía en un perfecto y equilibrado estado de sedación: no sentía cansancio, no sentía dolor... tan sólo la mente espesa y un hormigueo en las extremidades fruto de la pastilla que nos facilitó Takeo. Sabía que pronto podría sucumbir a un sufrimiento para el cual no teníamos analgésicos suficientes; Bright se jactó de ello, de la "descomposición" que sufre tu cuerpo hasta amoldarse al nuevo poder. Acomodé mi ordenador en la muñeca y carraspeé antes de utilizar el sistema de altavoces de la casa.

―Reunión en el salón en cinco minutos, es importante―pronuncié mientras me calzaba unas zapatillas deportivas que desentonaban con mi pijama―. Saichi, no lo repetiré dos veces, despierta y despeja el sofá. ¿Recibido?

― ¡¡¡Vete a la mierda!!! ―gritó Sairu a través de las paredes.

―Recibido―afirmó Ritto entre risas mientras volvía del lavabo con la cara humedecida.

Rodeé con mis dedos una taza blanca que contenía un oscuro y amargo café. No me gustaba aquel sabor prefabricado de las cápsulas que teníamos en casa ni me reconfortó el calor con el que descendía por mi garganta, sin embargo decidí que concentrarme en aquel brebaje era la mejor manera de esperarles. Deambulé frente al sofá y los sillones que se fueron llenando de culos impacientes hasta que Shiruke terminó de acomodarse arrastrando una bolsa de suero consigo.

―Creí que no te gustaba el café de Shiruke―carraspeó Hila intentando romper la tensión.

―Lo odio―mascullé antes de dejar la taza vacía sobre la mesa. Después me crucé de brazos y me paseé por las ojeras de mis compañeros―. Antes de empezar me gustaría que Eito y Ritto se disculparan por el espectáculo de anoche.

― ¿Qué? ―susurró Ritto.

―Lo siento.

Sairu abrió los ojos como si hubiese recibido un disparo. Las cabezas se ladearon al escuchar unas disculpas proferidas por la voz grave e inexpresiva de Eito. Ritto arrugó la nariz y apoyó el brazo en el reposabrazos del sofá antes de dejar caer la cabeza sobre su mano.

―Lo siento―repitió él.

―Bien, pues empecemos.

Saichi parpadeaba confuso antes de reprimir una mueca jocosa en sus labios. Me tomé unos segundos para deleitarme en luchar contra los ojos oscuros de Eito. Él era consciente de las miradas atónitas que caían como una lluvia de prejuicios sobre su persona, pero no apartó sus ojos de los míos.

Y sobre su alborotado pelo azabache, sus pupilas oscuras que salpicaban su rostro de marfil y sus rasgos afilados... empezaron a flotar todos sus fantasmas. Mi mente reproducía la voz de Ritto susurrándome confesiones mientras asociaba a Eito a su pasado, intentando comprenderle:

Adoptado por un linaje de militares de prestigio. Charlatán; aunque cueste hacerse a la idea, pero no callaba ni debajo del agua. Orgulloso, muy disciplinado. Enamorado. Estaba enamorado y felizmente correspondido. Ella murió. Él pareció morir con ella entonces y se convirtió en el trozo de hojalata que es ahora. Y la persona de su entorno que fue asesinada la noche que él volvió cubierto de sangre era su hermano pequeño. No sabría decirte si eran hermanos biológicos. No me sentí con el derecho de preguntarle si era inocente o no; durante años había intentado ser mi amigo y yo seguí empujándole hacia afuera. Así que... para concluir podría añadir que es muy obstinado.

Me pasé la noche imaginando a Eito en todo el recorrido de su vida hasta llegar a estar encerrado en esa casa de madera junto con militares que podrían ser tanto aliados como enemigos. También deambulé por la idea de que Saichi no era más que una máscara perfecta que ocultaba a un desconocido del que me tendría que hacer cargo próximamente.

En aquel instante, sobre aquellos ojos oscuros y amargos como el café que revoloteaba en mi estómago, entendí que si Eito me veía y obedecía como a una líder tenía que sacar partido de ello. Al fin y al cabo, era muy disciplinado.

― ¿Queréis vivir? ―pregunté repentinamente para zanjar la espera. Vi algunas cejas arqueadas y destensé la pose de mis brazos para dar una imagen más relajada―Eso es todo lo que me importa, si queréis vivir.

―No, queremos acabar en una fosa común ahora que ya no queda nadie que pueda llorar nuestras cenizas―bramó Sairu con sarcasmo.

―Exacto―cogí aire y me humedecí los labios―. Quiero que seamos eternos. Quiero que encontremos la manera de comprar una vida que nos pertenezca y hacer con ella lo que se nos antoje, pero siendo más realistas pienso que al menos deberíamos ganarnos la eternidad.

―Estás sonando a líder de secta―susurró Shiruke.

―No somos más que números para el Ala Oeste, y no somos más que motas de polvo para el resto de Ryu. No tenemos familia que nos eche de menos ni amigos que se acuerden de nosotros. Sólo nos tenemos los unos a los otros.

―Joder―dramatizó Saichi frotándose los ojos―qué depresión...

―Depresión la nuestra por tener que vivir esto contigo pedazo de mojón.

Aproveché el codazo de Sairu hacia Saichi para mirar de reojo a Ritto. Me observaba con cautela y con un profundo respeto. Me llené de valor antes de continuar.

― ¿Sabéis qué consiguió Karin?

Dejé la pregunta en el aire. Su nombre escapando de mis pulmones siempre sabía muy dulce. Hila arqueó sus comisuras e inspiró antes de poder contestar.

―Que la recordasen―asentí hacia ella y me contagió la sonrisa.

―Sí, Karin Akira sentó un precedente. Su nombre salpicó hasta el Ala Este y su muerte―me detuve en seco como si Bright hubiese apoyado su mano sobre mi hombro―o su desaparición... no pasó desapercibida.

Hundí mis dedos bajo el flequillo para acariciar mi frente: un punto de dolor empezó a extenderse como una gota de tinta sobre el agua.

―No tengo muy claro cómo lo haremos, ni con quién tendremos que aliarnos―miré de reojo a Shiruke y le vi resoplar―. Iremos improvisando sobre la marcha, pero moviéndonos. Nos vamos de aquí. Buscaremos algo a lo que aferrarnos, no seremos prescindibles. Volveremos a Ryu...

Mis labios se empaparon y ahogué el discurso. Acaricié el líquido que bajaba desde mi nariz: sangre. Sangre caliente y espesa. ¿Había empezado la "descomposición"? Ritto saltó del sofá y Shiruke sacudió su cabeza:

―Será hija de puta, en todo el parquet...

― ¡Kira!

Vi a Hila abalanzarse sobre mí antes de sumergirme en la peor de mis pesadillas, aquella que viví estando despierta. La sangre empezó a fluir a borbotones por cada orificio de mi cuerpo y el dolor era simplemente insoportable. Tras unos minutos de incertidumbre, de escuchar mis propios gritos por encima de cualquier otro sonido, observé por última vez a Eito y caí en la oscuridad.

Durante un tiempo incierto de espesa inconsciencia empecé a meditar la idea de que Eito decidió rematarme y que mi liderazgo había durado menos que mi confianza en él. Pero en algún momento de ese viaje astral volví a absorber luz y colores con mis ojos y acaricié unas sábanas muy familiares.

―Buenos días.

La voz de Yunie me sobresaltó tanto como su beso húmedo sobre mi moflete. Estaba tumbada a mi lado y reposaba uno de sus finos brazos sobre mi estómago.

― ¿Yunie? ―pregunté dentro del sopor que me atontaba.

―La misma.

― ¿Cómo estás?

Estalló en una carcajada que repicó contra las paredes como el sonido de un cascabel.

―Eres demasiado buena, Kira―acarició mi flequillo y su cercanía empezó a ponerme nerviosa―. Estás en la mierda y te preocupas por mí, normal que seas la nueva team líder.

― ¿Lo soy? ―susurré antes de carraspear, tenía la garganta seca y los labios agrietados.

Yunie me contestó sin palabras, observando en silencio desde sus ojos celestes. Entonces, éstos empezaron a humedecerse y ella se apoyó en mi hombro.

―Estas semanas te hemos tenido anestesiada para que sufrieras menos. Ojalá existiera una anestesia para los sentimientos...

¿¡Estas semanas!? Mi corazón latió desbocado como si hubiese dejado escapar toda mi vida. Yunie me ayudó a incorporarme y me quitó con cuidado sus vendas sedosas que recorrían mi cuerpo. Me dejó desnuda y observé mi piel impoluta a pesar de haber estado postrada en una cama. Ella había estado cuidando de mí como la que más, después de llorar la traición de Takeo y Cian y celebrar la vida de Shiruke con un polvo que le descosió los puntos. "Se corrió con una cara que no sabía si era de placer o de dolor, pero se corrió como un animal" tuvo la amabilidad de detallarme aunque no necesitase esa información.

―Después de cuidarte solía echarme la siesta a tu lado porque te echaba de menos―dijo mientras dejaba caer una camiseta de algodón básica sobre mi torso.

Me reencontré con los labios de Ritto que para mí no se habían ido más que sólo unos minutos. Caminé como un cervatillo que está dando sus primeros pasos y Hila me obligó a comer poco a poco para que no me sentase mal la comida. Mi cuerpo había sobrevivido a los efectos secundarios de despertar el poder aletargado que dormía en mis venas, sin embargo seguía entumecida. Aun así me sorprendió gratamente ver que el breve discurso que había conseguido vomitar (antes de vomitar literalmente) fue suficiente como para que entendieran mi mensaje y se pusieran manos a la obra.

Yo era la líder en la sombra y Eito se había encargado de organizar y tejer los siguientes pasos para la aventura.

―Almacenaremos la estructura de la casa en este dispositivo―dijo Shiruke mostrándome una cápsula plateada―pero para el camino utilizaremos un campamento móvil.

―Echaré de menos la madera―suspiró Hila.

―Yo no echaré de menos las habitaciones compartidas―sentenció Saichi.

Observé sus carcajadas y mastiqué lentamente el filete de ternera que hacía bailar a mis papilas gustativas. "Saichi", el enigma de Saichi. Su imagen seguía siendo atractiva e insoportable. Ni siquiera Ritto parecía tener el rumor de la desconfianza zumbando en segundo plano dentro de su cerebro mientras se peleaba por la última patata frita con él.

Pero yo sí, yo tenía que neutralizar la posible amenaza del rubio antes que el daño nos salpicase a todos.

Lo habían retrasado demasiado por mí, así que nada más terminar de comer empezaron a seguir un guión del que yo no me había aprendido ninguna palabra. Empaquetaron cada pertenencia en un montón de datos y dejaron la rudimentaria Cúpula de Shiruke como una jaula vacía.

Durante esos días habían trazado varias rutas para rodear el exterior de la gran Cúpula en busca de respuestas. O bien terminaríamos enfrentándonos con la Torre del otro extremo del planeta o nos chocaríamos con más clandestinidades que podríamos acabar usando a nuestro favor. Quizás nos chocaríamos frente a frente contra un Bright poco indulgente o nos encontraríamos con la indiferencia de una Karin viva y coleando. Fuese cual fuese el resultado, movernos era mi idea y Eito la había desarrollado a la perfección.

Me abracé el cuerpo observando los hilos metálicos de la Cúpula que había sido mi prisión y a la vez mi seguridad. Sentía los músculos débiles y el alma frágil a pesar de vestir uno de mis conjuntos de batalla. No me sentía más fuerte ni más poderosa, al menos en aquel momento. Me rodeaba una niebla tan espesa que no me dejaba ver las voces de las caras conocidas que discutían los últimos detalles.

Unos pasos se hundieron en la tierra húmeda. Eito apareció frente a mí y extendió su puño sin mediar palabra. Había hecho un gran trabajo, así que choqué su puño con el mío. Y entonces él resopló, agarró mi mano y dejó caer unas pastillas en el interior de mi palma mientras me ruborizaba por ser tan estúpida.

―Cada cuatro horas―dijo antes de volver a sumergirse en la niebla.

Asentí después de palmearme el rostro con la mano. Tragué una primera dosis del analgésico sintetizado por mis defensas y los polluelos echaron a volar del nido. Nadie quiso mirar atrás cuando Shiruke cerró la compuerta de la Cúpula y dejó dentro de ella el vacío que antes solía albergar tanta vida. En ese terreno rodeado de árboles altos y grisáceos se construyeron los cimientos de casas que ahora llevábamos a cuestas. Y algunos dimos nuestros primeros besos.

Ritto, con el brazo vendado pero prácticamente curado, se agachó para que me subiera sobre su espalda. Irían corriendo para no perderse ningún detalle del entorno ni llamar mucho la atención, pero aun así emplearían un ritmo demasiado intenso para alguien que se ha perdido las jornadas de recuperación.

―Perdón―susurró Ritto con picardía al agarrarme del culo antes de sujetarme de los muslos.

―Cochino―dije acariciando su oreja con mis labios.

Abrazada a su aroma y hundiendo la cabeza en su fuerte espalda fui perdiendo la sensación de vértigo que me había aplastado desde que retomé la conciencia. Vértigo por salir a la intemperie, al peligro. Vértigo por liderar, por sentir que alguien depende de mí. Vértigo por asimilar que mi cuerpo monstruoso había luchado contra algún ápice humano que me quedase. Y que el monstruo había ganado.

Nos alejamos seis horas del antiguo hogar, manteniendo una distancia prudencial respecto a la Cúpula que albergaba civiles. El denso bosque sería nuestro escondite pero no un aliado: el primer enemigo al que nos enfrentamos fue a una bajada drástica de temperaturas. Nos zafamos de los trajes térmicos que heredamos como militares de Ryu mientras levantábamos el primer campamento.

―Tengo los cojones congelados―dijo Saichi entre dientes mientras rodeaba el perímetro con un hilo plateado.

Aquel filamento con el que Shiruke construyó su Cúpula no era del todo infalible por lo que se instauraron turnos para hacer guardia. Hila materializó pequeñas tiendas metalizadas que servirían de alojamiento para cada uno (o dos bien apretados). Ritto desestimó la idea de dormir separados aunque tuviésemos tan pocos metros cuadrados habitables allí dentro.

La ruta elegida nos aproximaría a uno de los mayores ríos que cruzaba el planeta hasta dividirlo. Una de las prioridades era mantener afluentes de agua cerca; la maña de Sairu garantizaría que ésta fuese potable.

―Campamento levantado, haré la primera guardia―dijo Eito.

Fruncí los labios para reprimir una sonrisa: había extendido un puño hacia mí. Lo choqué y no necesitamos más palabras entre nosotros. Durante los siguientes minutos tuve que mordisquearme las uñas para disimular la ilusión que había sentido dentro del pecho.

―Pequeña, ¿cómo te encuentras?

Ritto me abrazó en un cálido y necesario abrazo. Las lunas ya se habían apoderado de la noche y el caldo de la cena reposaba en mi estómago. Hundí las botas en la tierra al inclinarme para robarle un beso.

―Ahora mejor―una sonrisa ancha se apoderó de mi rostro, pero entonces recordé que tenía un plan en marcha del que ocuparme―. Oye, me voy a quedar de guardia un rato. Descansa ya, que has tenido que cargar con mi culo durante muchas horas.

―Cargaría con tu culo por toda la galaxia.

―Qué romántico.

―Lo soy―me agarró del rostro entre los gorros y bufandas con sus gruesos guantes y me besó. Un beso muy frío que me dejó caliente y atontada.

Suspiré expulsando una gran bocanada de vaho en la oscuridad. Habíamos colgado unas pequeñas luces de emergencia en los árboles más cercanos y brillaban del mismo azul con el que me iluminó la pantalla de mi ordenador.

Abrí los chats. No se habían utilizado después de amargos mensajes de usuarios que habían sido expulsados de grupos. Creé un chat para mi Tridente y no me detuve a bautizarle.

[Nuevo grupo]

Kira: Os necesito. Es confidencial.

Sairu: ¿Problemas en la cama?

Hila: Estoy en mi tienda, ¿dónde nos vemos?

Kira: Voy para allá. Sairu, ven.

Vi que estaba escribiendo pero dejé que mi pantalla se apagase tras bloquearla. Di rápidas zancadas hasta la tienda de Hila y me colé hacia el interior reconfortante de una temperatura ideal. A los pocos segundos también llegó Sairu con el abrigo térmico abierto por encima de su pijama azul.

―Ya me había tomado mi pastilla para dormir, me quedan pocos minutos de lucidez―bramó la rubia mientras se acomodaba a los pies de la cama.

Me quité el abrigo, el gorro y el kilómetro de bufanda verde con la que me había envuelto; lo tiré todo encima de la cama y me senté en medio.

―No voy a dar muchos rodeos: tengo un problema y sólo puedo confiar en vosotras.

― ¿Sólo en nosotras? ―Hila inclinó la cabeza mientras arqueaba sus cejas castañas― ¿Y Ritto?

―Sólo quiero confiar en vosotras―puntualicé―. Os conozco desde hace más tiempo y sé cómo trabajáis.

―Vale, ¿qué ocurre?

Sin preámbulos, sin tiempo para arrepentirme de ello, les conté todo lo que sabía de Saichi. Todo lo que no sabíamos de él. Sairu le quitó importancia como respuesta automática pero a cada instante su cara se fue deformando más y más en un rictus de incertidumbre.

―Todo parece estar bien con él, pero no tiene expediente ni su medalla está relacionada con ninguna familia ni...―seguí repitiendo mientras agitaba mis manos.

―Es imposible―susurró Hila.

―No quiero alarmaros ni romper la convivencia pero me gustaría investigarle.

―Joder, claro que hay que investigarle―dijo Sairu con alarma en su voz―. ¿Por qué somos tan idiotas? No sabemos su apellido, ni siquiera hemos visto qué hay debajo de su flequillo perfectamente despeinado.

― ¿Qué más da su frente? ―resoplé.

―Joder―repitió Sairu alzando los brazos―quizás esconde algo ahí.

―Sí, tiene su biografía prohibida escrita bajo el flequillo.

―Ya verás―se colocó de pie de un salto y se apoyó sobre la puerta―, seré la primera en encontrar algo.

―Sairu, me cago en toda tu vida, no metas la pata―farfullé apretando los puños.

―Me has involucrado en esto porque confías en mí, ¿no? Dame unos minutos y esta misma noche tendrás información fresca sobre Saichi.

Acabé por morderme los nudillos mientras ella salió al frío de la intemperie. Hila ocupó su lugar en la cama y empezó a conversar con voz suave sobre mi estado de salud. Fui respondiendo sin dejar de mirar hacia los pliegues gruesos que constituían la puerta hasta que su pregunta me alarmó.

― ¿Estás evitando a Ritto?

― ¿Qué?

Hila se sonrojó por el atrevimiento y jugueteó con un largo mechón de pelo entre sus dedos.

―Perdona, es que me sorprende que no prefieras estar a su lado ahora mismo.

―Quiero estarlo pero esto es importante.

―Ya.

Me miró en silencio y con inocencia y esta vez fui yo la que se sonrojó.

―Bueno, me pone un poco nerviosa pensar en... querer hacer cosas.

― ¿Por qué?

―Porque nunca he hecho esas cosas y no sé. Qué idiota―me mordisqueé el pulgar―, estoy muy nerviosa. No me había dado cuenta de lo nerviosa que me pone Ritto.

― ¡No te preocupes! ―sonrió con amabilidad Hila mientras palmeó mi muslo―La verdad es que yo también me puse nerviosa la primera vez.

― ¿Qué?

―Bueno, ¿recuerdas que celebramos el éxito de la primera misión como Tridente en el bar de la plaza? Allí conocí a un chico, y lo conocí durante unas semanas. Pero poco más.

Se encogió de hombros y surcó sus mofletes con esos hoyuelos tan tiernos y llenos de dulzura. Hila, la que se sonrojaba con picardías e insultos subidos de tono, ya había compartido piel y explorado su sexualidad con otra persona.

―Soy la retrasada del grupo―dije con perplejidad.

―Aletargada―corrigió entre risas Hila.

―No me lo puedo creer.

― ¡No! Es que me dejé llevar un poco por la situación, pero no fue nada especial. Si no me hubiese ido detrás ni me hubiese interesado por el tema.

―Lo único que me entra en la cabeza es que te hayan ido detrás.

Hila se sonrojó y se agarró el rostro con vergüenza. Pasamos más minutos hablando de cosas que no involucraban huir de la muerte hasta hacerme olvidar qué hacía allí, pero entonces entró Sairu con el rostro colorado y las piernas temblorosas.

―No contéis conmigo nunca más―masculló frotándose las sienes.

― ¿Qué ha pasado? ―Hila corrió a recubrir su espalda con una manta pero Sairu la rechazó con los ojos idos.

―Es que nunca más, en serio. No me vuelvo a acercar a él.

― ¿Has descubierto algo? ―insistí.

―Me quiero morir―empezó a decir para sí misma―. Dónde he dejado mi pistola, me quiero morir.

―Cálmate, por favor―Hila sonó lo suficientemente afligida como para lograr que Sairu pusiera fin a su ataque de ansiedad y se dejara caer pesadamente en la cama.

―Nos lo vas a contar o...―empecé a decir inspeccionando su aspecto desaliñado.

Sairu me miró con furia. Tenía los pómulos teñidos de rojo y no podía distinguir si era del frío o de sonrojo.

―Vale―Sairu resopló haciendo bailar varios mechones rubios―. He ido sin rodeos hacia su tienda, he entrado y estaba roncando y tapado hasta arriba. Iba a dejarlo estar pero, ya que se le veía profundamente dormido, al menos quería verle la frente.

―Joder con la frente―mascullé entre dientes. Sairu me lanzó una mirada envenenada.

―Me acerqué con sigilo, me agaché y empecé a apartarle poco a poco el pelo y...

― ¿Y? ―dijimos al unísono Hila y yo.

Sairu escondió la cabeza entre sus manos y la intriga empezó a matarme lentamente. ¿Qué coño le pasaba a Saichi en la frente? ¿Tenía su identidad escrita en ella? ¿Un tercer pezón?

―Y abrió los ojos. Joder, me pilló de lleno y me agarró con fuerza la muñeca.

―Así que no has podido verle la frente―suspiré dejándome caer sobre la almohada.

La rubia se sonrojó todavía más mientras negaba con la cabeza y se frotaba los ojos.

― ¿Y qué le has dicho? ¿Qué excusa has usado para salir de ahí? ―preguntó Hila.

Sairu no contestaba así que volví a incorporarme. Apretaba los labios con fuerza y su pie tambaleaba frenéticamente el suelo.

―No me jodas―dije entre dientes―. ¿Qué has hecho?

―Joder, no me juzguéis. No―agitó las manos en el aire y terminó por convertirse en un tomate entre tartamudeos―no ha sido nada. No he sabido contestarle así que no le he dicho nada y ya está.

― ¿Qué has hecho? ―insistí.

―Yo nada.

Se golpeó la cabeza con una almohada y volvió a resoplar.

―A ver, ha habido un poco de sexo oral. Ya está, olvidadlo.

Hila ahogó un grito entre sus manos mientras yo reprimí una carcajada en mi garganta. Sairu se incorporó de pie una vez soltada la bomba y se abanicó con la mano.

―Bueno, os habéis dicho un par de guarradas, no pasa nada―dije despreocupada.

Me miraron sorprendidas y me quedé quieta, muy quieta, como si una araña diminuta pero mortal estuviese subiendo por mi hombro.

― ¿Qué he dicho? ―susurré.

―Kira, sexo oral no es decirse guarradas―explicó Hila sofocando una risa.

―Ah―me sonrojé casi tanto como Sairu―. ¿Entonces?

―Es comértelo a dos manos, Kira. Joder. Comerte un polloncio o un buen potorro―explotó Sairu.

― ¿Eso se come?

―No con los dientes.

―Hila, no. Mierda. Esperaba escuchar los gritos de Ritto.

―Pero, a ver...―me froté el rostro con las manos.

―No es tan difícil de entender. ¿Habéis tenido tocamientos? ―preguntó Sairu con los nervios fuera de sí. Asentí―. Pues ya está, es lo mismo pero utilizando la boca. Y Saichi me ha comido todo el conejo sin mediar palabra y luego me he ido y ahora me quiero morir.

Hila y yo no pudimos ocultar una carcajada sonora y humillante para la rubia que empezó a tirarse del pelo.

―Olvidadlo, por favor.

― ¿Y sin pedir nada a cambio? ―preguntó con timidez Hila.

―Sí, no sé. Sin más. Me ha tumbado en la cama y se ha agachado y... De verdad, olvidadlo. He fracasado, no contéis conmigo. Con un poco de suerte creerá que ha sido un sueño.

― ¿Te ha gustado?

Sairu me disparó con su mirada y pude sentir el orificio de la bala entre ceja y ceja. Aun así las risas valieron la pena.

―Hacía mucho que no... ¡Basta! ―se fue con grandes zancadas y dio por terminada la noche con una sonora blasfemia― ¡Puta mierda!

Fui hacia mi tienda aún con las risas enganchadas en mi piel, pero a cada segundo y a cada instante de frío fui consciente de la poca gracia que tenía aquella situación. Saichi seguía siendo infranqueable. Ni Ritto ni Eito le habían sonsacado su verdadera identidad en todo este tiempo. Sin su identidad era difícil adivinar sus intenciones. Y aunque dormí plácidamente al lado de un Ritto que no pudo esperarme despierto y me recorrían mil hormigas por el cuerpo al imaginarme sus labios entre mis piernas, no dejaba de sentir la obligación de hacer frente al peligro que suponía Saichi.

El alba fue gris y no dio margen para muchos arrumacos. Levantamos el campamento con rigurosa organización y Eito y Shiruke, que fueron la primera guardia, descansaron una breve hora antes de volver a poner rumbo hacia lo desconocido.

Ritto me obligó a ir sobre su espalda un día más al menos y yo, sumida en mis pensamientos sobre cómo desenmascarar al rubio, me limité a abrazarle y a dejarme llevar.

No vi la oportunidad hasta cinco horas más tarde, al llegar por fin a las orillas del río (que más bien parecía un mar). Los árboles eran un poco más toscos y bajos respecto a los que fuimos dejando atrás, pero igual de grisáceos. Rodeamos rápidamente un pequeño perímetro y se dejaron caer sobre las finas piedras blancas que servían de tierra.

― ¡Estoy destrozado! ―bramó Saichi frotándose los ojos desde el suelo.

―Eito, ¿podéis cruzar el río con el monopatín para ser más conscientes de su dimensión? ―dije de manera apresurada. Eito ladeó la cabeza hacia el río.

― ¿¡Ahora!? ―exclamó Shiruke.

―Mejor después de comer, ¿no? ―insistió Ritto entre jadeos.

―Ahora.

Eito me miró con intensidad y torció el labio levemente, meditando.

―De acuerdo. Vamos.

― ¡Joder! ―bramó Sairu pero acalló sus quejidos cuando le lancé una mirada cómplice.

―Yo me quedo vigilando esta zona―dije mientras estiraba las piernas sobre la tierra.

―Me quedo contigo―sonrió Ritto.

―No, tú debes ir.

Entristeció su rostro al instante y yo desvié la mirada para mantenerme firme en mi idea.

―No pienso dejarte aquí sola―dijo con los brazos cruzados.

―Vale, que se quede Saichi conmigo.

Saichi lo celebró con un grito agudo y los brazos hacia el cielo. Ritto me miró con ansiedad antes de acompañar al resto hacia la orilla del río. Debía haber varios kilómetros de agua según la extensión que se dibujaba en el horizonte, no serían más que unos minutos pero tenía que aprovecharlos al máximo. Sairu y Hila adivinaron mis intenciones sin tener que comunicarnos, quizás me ayudarían para arañar unos minutos más.

Sólo necesitaba confiar en mí misma. En mi intuición.

Nos quedamos solos y dejé transcurrir unos instantes antes de activar el brillo azulado de mis dagas.

―Si querías quedarte a solas conmigo no tenías que disimular, amor―dijo Saichi mientras se desperezaba sentado en el suelo.

Me abalancé sobre él. Lo tiré al suelo, concentré todo mi peso en arrodillarme sobre su pecho y coloqué el filo de una daga sobre su cuello. Sus ojos grises reflejaban el color turquesa de mis armas.

― ¿Qué haces? ―preguntó con la piel erizada.

― ¿Quién eres?

― ¿Qué? ¿¡Quién voy a ser!? Soy Saichi, ¡Saichi! No tiene gracia Kira, me ha dado un apretón del susto.

Tuvo una carcajada nerviosa que murió en cuanto la energía candente de mi daga empezó a abrasarle la piel. Un hilo de sangre le dibujó una sonrisa en el cuello. El sudor empezó a bajar desde esa enigmática frente.

― ¿Qué te pasa? ―pronunció sin ocultar temor.

―Dime quién eres, quién eres en realidad.

Tragó saliva. Pareció entenderme pero fue en vano.

―Soy Saichi―susurró.

―No quiero hacerte daño, no me obligues a hacerlo.

―Kira, de verdad...

― ¿¡Quién eres!?

Saichi cerró los ojos con fuerza. Mi pulso tembló ligeramente y apreté los dientes para no bajar la guardia.

―No tienes expediente, no hay ninguna información sobre ti o tu pasado.

―Puedo explicarlo...

― ¡No lo has hecho hasta ahora! ―grité hasta escupir sobre él.

Volvió a abrir los ojos. Esta vez su mirada era desafiante. Sin retirar la daga de su cuello aparté de un manotazo su pelo y él apretó la mandíbula. Descubrí un vendaje de color carne aferrado a su frente, perfectamente colocado sobre sus cejas. Era fino y estético y tuve que concentrarme para lograr visualizarlo.

― ¿Por qué no nos has dicho nada sobre ti? ―insistí mientras despegaba el vendaje sin mimo.

Enmudecí al verle el rostro al completo; con sus rasgos perfectos y atractivos luchando contra la vorágine de destrucción que se alzaba por encima de sus cejas. Tenía una de las peores heridas que había visto en toda mi vida cicatrizada con pliegues grotescos y surcando su frente izquierda a derecha. Era una cicatriz fea, antigua.

―Porque duele demasiado.

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