Ryu; Retorno (2)

By noleesheep

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[COMPLETA] Segunda temporada de seis: Retorno. Conocerse a uno mismo puede llegar a ser aterrador. Nuestros p... More

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16: Todo o nada (Parte 1)
17: Todo o nada (Parte 2)
Epílogo

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By noleesheep

Salté de la cama como si ésta estuviese ardiendo: Ritto se golpeó la nuca contra la litera y yo aterricé en el suelo a gatas antes de incorporarme frente al rubio. Observé sus ojos grises deambular por mi cuerpo y ensanchar sus comisuras hasta mostrar la más obscena de las sonrisas.

―Pezones rositas, como me los imaginaba―susurró entre dientes.

Bajé la mirada y observé mi pecho desnudo inflándose y desinflándose con la voracidad de la noticia que acababa de recibir. Agarré el primer trozo de tela que encontré (que resultó ser una camiseta blanca de Ritto) y refugié mi piel expuesta en ella.

― ¡Te mato! ―gritó Ritto mientras daba zancadas hacia su compañero― ¿No sabes llamar a la puerta?

―Te noto contento en los pantalones, amigo. ¿Qué hacíais sin mí? ―las cejas espesas de Saichi se curvaron bajo su flequillo. Se apoyaba sobre una muleta de acero y la pierna herida en combate la arqueaba como un flamenco.

― ¿Shiruke está despierto? ―pregunté mientras recuperaba el aliento.

― ¿¡Cómo que sin ti!? ―Ritto retorció el brazo de Saichi hasta hacerle acuclillarse.

― ¡Ay! ¡Me haces daño!

― ¡Y más que te voy a hacer! ¡Gilipollas!

―Si ibais a follar podríais haber bloqueado la puerta, yo lo hago cuando cago o me paje... ¡Ay! ¡Ritto!

― ¡Aunque esté abierta no puedes pasar! Es nuestra habitación, nuestro espacio.

―Antes compartíamos veinte metros cuadrados y no existía espacio entre nosotros―la voz de Saichi se quebró y dejó caer grandes lágrimas de cocodrilo sobre su cutis perfecto.

― ¿¡De verdad te vas a poner a llorar por eso!? ―Ritto empujó el cuerpo de Saichi hasta hacerle rodar por el suelo.

―Estoy muy triste: yo comparto habitación con el psicópata de Eito y tú con esas tetas blanquitas y firmes. Son preciosas, juraría que me podría meter una entera en la boca.

Me palmeé la cara por lo que, del golpe que profirió Ritto a Saichi, sólo pude escuchar el ruido de un falsete agudo y las paredes de madera crujiendo.

― ¡Te mataré de verdad!

― ¿¡Pero por qué!? ―abrí los ojos, escondidos detrás de mis dedos. Saichi sangraba por la nariz desde el suelo y Ritto sacudía la mano del brazo que no tenía roto.

― ¡Por hablar de las tetas de mi novia!

― ¿Tu novia? ―preguntamos al unísono el rubio y yo.

La cara de Ritto, que ya estaba bastante enrojecida por la ira, adquirió un tono superior que le pintaba los pómulos de morado. Su piel empezó a erizarse y abrazó sus abdominales desnudos.

―Bueno...

Me miró con inocencia y fragilidad. Su expresión débil me escupió de aquella situación surrealista en la que me habían atrapado con golpes e insultos para recordarme que Shiruke, el perjudicado de Shiruke, había conseguido abrir los ojos.

Sin mediar palabra me escabullí por la puerta con pasos acelerados y desnudos. La madera se sentía fría en la planta de mi pie candente. En el silencio de la noche sólo pude escuchar la risa de hiena de Saichi que evolucionó a gritos de auxilio y de dolor. Pronto descubrí la pierna de Sairu colgando desde el respaldo del sofá y su brazo entablillado sobre la mesita de café. Era una postura muy poco ortodoxa pero parecía estar profundamente dormida. Eito se refugiaba bajo la única luz que iluminaba el salón, con su querido libro en sus manos vendadas y una mirada perdida entre las letras.

Me acerqué tímidamente a la puerta de la habitación que compartían Shiruke y Yunie. Apoyé mis dedos para que se abriera y, al desplazarse hacia el interior de la pared con un suave siseo, me reencontré con los ojos azules de un viejo amigo. No me dijo nada hasta que caminé hacia su cama y me senté con cuidado al lado de sus piernas.

―Kira.

Pronunció mi nombre como si reafirmara mi existencia. Asentí. Después tragó saliva con mucho esfuerzo y nos quedamos suspendidos en el silencio. Yunie seguía inconsciente en la cama de al lado y Hila, arrodillada sobre ella, la conectaba a un suero que colgaba desde la pared. Al voltearse la defensa encontré su rostro envejecido mil años. Creía que nada podría borrar sus pómulos rosados y su sonrisa perenne pero me equivoqué: el cansancio ganó la batalla.

―Hila, deberías descansar―susurré con miedo a romper el majestuoso silencio que nos absorbía.

Sonrió ligeramente y se disculpó inclinando la cabeza. Tenía los dedos hinchados por las llagas y envueltos en vendajes que solían ser blancos teñidos de supuración. Bajo sus ojos de color caramelo se habían instaurado dos grandes manchas moradas. Seguía estando preciosa, aun arrastrando los pies hacia la salida y teniendo su larga melena deshecha en una trenza revoltosa.

―Kira―la voz de Shiruke me devolvió la vista hacia él.

Tenía muchos conductos de plásticos que lo agarraban a la vida desde una vía de su mano izquierda. Estaba sentado sobre la cama, con la espalda apoyada en el cabecero acolchado de color grisáceo. Poseía un torso desnudo rodeado de vendajes prietos y gruesas gasas sobre la herida del pecho; una ceja con un profundo corte que mantenía su rostro hinchado y unos hilos plateados que cosían una brecha de la frente. En su cuello latía un algodón que tapaba el orificio que le habían hecho para que no se ahogara en su propia sangre y por el cual se le escapaba parte de la voz hasta hacer que se oyera desinflada.

―Estoy aquí.

― ¿Dónde?

―Estamos en casa, Shiru.

―Shiruke―corrigió y yo curvé mis labios en una sonrisa―. ¿Todos?

― ¿Qué?

― ¿Estamos en casa todos?

Por primera vez desde que había inaugurado mi cuerpo ardiente empecé a sentir frío. Sentí empequeñecerme mientras los ojos zafiro de Shiruke buscaban respuestas en mi rostro. El silencio volvió a recuperar protagonismo mientras mi cabeza discutía ferozmente con alaridos: "¿Qué le decimos? Takeo y Cian se han ido, Takeo y Cian siempre formaron parte de Bright. Takeo te ha traicionado, nos ha traicionado. Estamos solos, desamparados. No tenemos plan ni puñetera idea de qué hacer mañana salvo quizás retozar con Ritto y llorar en esta casita de madera mientras esperamos la muerte".

Justo cuando creía que mis ojos no podrían seguir ocultando la verdad apareció Ritto por la puerta con una nueva camiseta con la que cubrir su cuerpo.

― ¡Hey!―exclamó mientras acomodaba una silla al lado de la cama para poder sentarse― ¿Cómo estás, tío?

Shiruke desvió la mirada ligeramente sobre el nuevo intruso de su habitación pero en seguida volvió a clavarla en mí. Mierda. Sus pupilas se agitaban intentando averiguar qué estaba callando.

―Seguramente está mejor que yo.

La voz de Saichi sonó profundamente nasal y al verle descubrí el porqué: tenía dos grandes algodones empapados de sangre en cada uno de sus orificios nasales y un párpado empezaba a ponerse azulado. Se apoyó en el quicio de la puerta y la muleta se le cayó al suelo. Murmuró un "del suelo no pasa" y se limitó a respirar por la boca.

Shiruke parpadeó confuso, quizás sus cábalas auguraban la muerte del rubio tonto. Volvió a mirarme y su pecho momificado se infló de aire antes de poder hablar.

― ¿Ha muerto Eito? ―preguntó.

―Más quisieras―contestó el team líder desde el salón.

― ¿Sairu? ―insistió Shiruke.

― ¿Los ronquidos que escuchas? Ella―intervino Saichi esta vez.

El pequeño de los Loknahr ladeaba su cabeza, desconcertado. Su agudo parecido con Bright había disminuido bajo esa capa de dolor que le recubría los rasgos. Sus labios cortados se despegaron pero los volvió a cerrar, como si fuese incapaz de seguir pronunciando nombres.

― ¿Ha muerto alguien? ―se atrevió a decir tras un incomodo silencio.

―Sí―dije con rapidez y sus ojos se humedecieron―, yo.

― ¿Qué?

Ritto chasqueó la lengua contra el paladar y puso los ojos en blanco. Shiruke arrugó la nariz y me dio una patada desde las sábanas.

―No tiene gracia.

―En serio, he muerto―insistí.

―Kira.

―Me dieron matarile, estiré la pata.

―Basta.

―Ha vuelto de entre los muertos. Es Kizombi―dijo Saichi entre risas.

―Imbécil...―susurré para después aclarar mi voz con un leve carraspeo―. Sé que cuesta de creer, pero es verdad.

―Es verdad, tío―Ritto se encogió de hombros y Shiruke le miró perplejo―. Murió en mis brazos, fue una mierda.

―Ah, y la mató Dave. Porque Dave está vivo y la vida es una broma maravillosa―siguió a carcajadas el rubio.

Shiruke se masajeó las sienes mientras cerraba los ojos con fuerza.

―Se os ha ido la pinza en el campo de batalla―pronunció para sí mismo y volvió a abrir los ojos―. ¿Dónde está Takeo?

Ahí estaba: la bomba que debíamos desactivar. Saichi apaciguó las risas y acabó tosiendo sangre.

―Creo que me has roto un diente, capullo―dijo mientras se metía un dedo en la boca para revisar su dentadura.

―Te jodes.

― ¿¡Dónde está Takeo!?

Fruncí los labios y la calma previno la tormenta. Ritto y yo nos miramos en un diálogo sin palabras. La respiración tenue de Yunie se apoderó de la habitación y cerré los ojos para mecerme en ella. Busqué en mis cuerdas vocales una nota dulce, un burdo intento de imitar la melodiosa voz de la ninfa que era capaz de navegar por cualquier registro sin despeinarse.

―Takeo no está―pronuncié finalmente y abrí los ojos para encontrarme la perplejidad de Shiruke cara a cara―. Está vivo, pero no está.

Dejé unos segundos para que lo procesara lentamente, conociendo la amarga sensación de masticar algo indigerible. Reanudé la marcha anticipándome a sus preguntas.

―Cian está con él. Están a salvo.

― ¿Dónde?

―Con Bright.

Ahí estaba: el azul zafiro a punto de desbordarse sobre unas cuencas abiertas de par en par.

― ¿Cómo dices?―su voz se empapó de dolor.

―Resulta que siempre estuvieron de su lado―tragué saliva y me supo tan amarga que tuve que aspirar aire antes de continuar―. Por eso Bright conocía nuestra posición, por eso nos tenía hackeados.

―No te alteres―susurró Ritto.

El cuerpo de Shiruke temblaba como si estuviese desnudo en un glacial.

― ¿Están con él? ―y pronunció "él" con toda la bilis que podía almacenar en su hígado.

―Pero nosotros estamos contigo―se apresuró a decir Ritto con un tono optimista.

Los temblores de Shiruke se detuvieron en seco.

―Y nosotros valemos más que mil Takeos. Vamos, más quisiera ese desarrapado tener estos ojos, estos pómulos, esta...

―Saichi, basta―le espetó Ritto.

―Estamos contigo, Shiruke―insistí con la mejor expresión que pudo otorgarme mi rostro, aquella que oculta estar realmente cagada de miedo―. Hemos sobrevivido a esta traición y a ese agujero que no era más que una trampa de Bright. Sobreviviremos a cualquier obstáculo. Juntos.

―Juntos―repitió Shiruke con un hilo de voz muy frágil mientras desviaba sus pupilas hacia Yunie.

―Y revueltos―concluyó Saichi lanzándome un guiñito que le costó otro moratón más.

Necesitó un té caliente en el que cobijarse y salir de la cama: Shiruke decía que no soportaba estar postrado pero creo que realmente lo hizo para evitar molestar a Yunie. Nos acomodamos en el salón y Sairu se despertó a regañadientes para hacernos sitio. Luego volvió a dormirse sobre mis piernas.

Bajo la luz artificial y con el eco de las páginas de papel que hacía pasar Eito relatamos con detalle cada suceso del día D: desde la explosión de poder de Yunie al encuentro con Dave. Shiruke terminó de convencerse de mi resurrección al inspeccionar mis manos curadas y sin cicatrices. Y Karin flotó en el aire como el aroma a té.

―Los ojos rojos podéis volver a la vida―pronunció Shiruke mientras sorbía de su taza azulada―. Por eso Bright cree que Karin sigue con vida.

―No lo tiene claro ni él―respiré hondo como si el nombre de mi hermana pesara una tonelada―. No sé si se aferra a ello, no sé si aferrarme yo a ello.

―Podríamos buscarla―susurró Saichi mordiéndose un labio―no tenemos nada mejor que hacer.

―No―dejé escapar de entre mis labios.

― ¿No? ―Shiruke arqueó una ceja y acomodó la taza sobre un posavasos―. No es tan descabellado: podríamos intentar adelantarnos a Bright. Es mejor que escondernos como ratas y rezar desde nuestro ateísmo para que Ryu no nos encuentre.

―No estoy preparada―confesé con un suspiro―. No estoy preparada para asumir que Karin puede seguir existiendo. Y no estoy preparada para preguntarme si es enemiga o aliada.

―Pues prepárate.

Eito cerró su libro de tapa dura y di un pequeño brinco sobre el sofá. Caminó de brazos cruzados hasta apoyarse en la pared y quedar frente a mí.

―Tienes que ser consciente de tu nueva responsabilidad: ahora eres la más fuerte, acataremos tus decisiones aunque no estemos de acuerdo por pura supervivencia.

Cada vez que el team líder pronunciaba muchas palabras seguidas me dejaba sin habla, como si nuestros papeles se intercambiasen. Enmudecí y observé con un nudo en la garganta desde el ojo del huracán.

―Bueno, tampoco vamos a tomar ninguna decisión hoy―dijo Saichi para quitar hierro al asunto―. ¿Qué tal si dormimos un poco? Soy demasiado joven como para arrastrar estas ojeras.

―Sí―suspiró Shiruke y se relamió los labios en busca de absorber hasta la última gota de té―deberíamos descansar.

― ¿Estáis despiertos? ―Hila reapareció en el salón con un pijama limpio y los vendajes de sus manos recién cambiados.

―Yo intento dormir―murmuró la rubia frotando su moflete contra mi muslo.

―Kira―la voz de Eito tensó mis músculos―. Ahora depende de ti, tenemos que actuar.

―Bueno, bueno―Ritto se incorporó a mi lado y alzó las manos hacia su compañero―. Dale un respiro, démonos un respiro todos. Han sido demasiadas emociones en pocas horas.

― ¿Emociones? ―preguntó Eito con sarcasmo.

―Bueno, lo que cojones tengas en el pecho.

―Para ti es muy fácil, has sido muy astuto al camelarte a la de ojos rojos desde el principio. Ahora influirás en ella para beneficiarte.

―Quiere beneficiársela pero...―masculló Saichi.

― ¿¡Qué cojones te pasa!? ―estalló Ritto agitando incluso el brazo que tenía roto.

―Dime la verdad, Kira―insistió Eito desde sus oscuros e inexpresivos ojos―. Si no confías en mí me iré esta misma noche. Estás en tu derecho en desconfiar después de todo, estás rodeada de alimañas. Dos ya se han destapado, otra duerme contigo cada noche...

En un movimiento imperceptible, Ritto agarró la taza de Shiruke y la tiró hacia Eito. Él se apartó con facilidad y la cerámica se hizo añicos en un estallido que incorporó a Sairu.

― ¿Te apetece pegarnos como en los viejos tiempos? ―preguntó Ritto aleteando las fosas nasales.

―No te debo nada―Eito pronunció cada palabra con énfasis y sin parpadear―. No confío en ti.

―No confías en nadie, mamón.

―Es el método de supervivencia más efectivo. Otros prefieren "enamorarse".

―No juzgues mis sentimientos. No los juzgues precisamente tú.

Vi una expresión en el rostro de Eito, por inverosímil que sea imaginárselo: dolor. Durante un breve segundo sus cejas se arquearon y sus comisuras temblaron antes de volver a su máscara férrea.

―Por favor, estáis cansados, dejadlo estar―dijo Hila en tono conciliador. Eito clavó los ojos en ella y su pulso se aceleró. Algo estaba a punto de romperse dentro de él.

―Te has enfrentado a Bright sólo para cerciorarte de que Kira es tu mejor escudo―insistió Eito hacia Ritto.

―No es verdad.

―Y yo también lo sé, sé que es nuestro mejor comodín. Por eso quiero que aprenda a ser una líder cuanto antes o nos iremos a la mierda con las manos vacías de venganza.

―No hables así de ella, no te lo voy a consentir.

― ¿Vas a matarme, Ritto?

―No soy como tú.

―Eres peor.

― ¡Tíos! Basta de matrimoniadas por favor―Saichi saltó desde su pierna sana para interponerse―. Joder, hacía tiempo que no os enzarzabais así, cuánta tensión sexual. ¿Por qué no os la chupáis un rato para que se os pase?

― ¡Cállate Saichi! ―gritó Ritto.

―No le soporto―resopló Eito y redirigió todo su odio―. Rectifico: tú eres el peor de todos, y con diferencia.

La bomba incendiara también conocida como Eito empezó a deambular por el salón en busca de las escaleras. Antes de desaparecer en la oscuridad chasqueó su lengua y alzó unas comillas al aire mientras nos daba la espalda.

―"Saichi".

Ritto se dejó caer pesadamente sobre el sofá y apoyó la cabeza en sus brazos. Saichi se encogió de hombros y bostezó.

―Ya he recibido yo también. En fin, ¿nos vamos a dormir o hacemos una orgía? Lo que queráis.

―Shiruke, estás gravemente herido, ya limpio yo lo de la taza―pronunció Hila.

―Hay trocitos por todas partes...―dijo Shiruke apenado.

Se ignoró la propuesta de Saichi así como se le suele ignorar siempre. Lentamente y con una tensión palpable nos desplazamos hacia los dormitorios.

―Puto Eito, cuando habla sube el pan―masculló Sairu mientras se desperezaba.

Ritto no dijo nada más y su gesto de ira contraída no invitaba a que lo fuese hacer. Nadie parecía haber absorbido aquella discusión sino que parecían asumirla como una válvula de escape para toda la tensión acumulada. Eito se fue a dormir sin más y Saichi se durmió en el sofá porque "olía a Sairu". Yo acabé por obligar a mi cuerpo a que se acomodara en una cama que parecía de agujas mientras repasaba mentalmente cada palabra y cada gesto.

―Hey―susurró Ritto al cabo de un rato. Ni me había percatado de su presencia―. No le hagas ni caso, pequeña.

Seguía sin recuperar las ganas de hablar y me limité a escudriñar sus ojos dorados. Me sentía decepcionada y ridícula porque estaba convencida de que éramos un equipo muy unido y sin duda era la única ingenua que lo pensaba bajo ese techo.

― ¿Estás bien? ―insistió Ritto apartando un mechón que caía sobre mi rostro.

Dejé escapar un suspiro como respuesta ya que seguía sin encontrar palabras. Mi cabeza bombeaba un "no te debo nada, no soy como tú, eres el peor" en bucle sobre el murmullo de responsabilidades que se aposentaban sobre mis hombros.

―Lo mejor será ponerte en situación para no mermar la confianza que nos tenemos, ¿vale? ―empezó a decir Ritto con calma y mis ojos se encontraron con los suyos―. ¿Sabes lo del reseteo que nos hace Ryu al conseguir la medalla? Ése que nos elimina recuerdos y conexiones sociales buenas, posibles aliados.

Asentí y Ritto carraspeó antes de continuar.

―Guardo recuerdos de Eito desde que lo conocí al entrar en la Academia, desde los ocho años. Nos odiábamos.

―Vaya―me sorprendí recuperando la voz en aquel instante y Ritto asintió.

―Sí, si tenía un amigo inseparable de aquella época no logro recordarle, pero a Eito le recuerdo con pelos y señales.

Arrugué el entrecejo y Ritto volteó sus ojos.

―No, no con pelos y señales. Entiéndeme. Joder, puto Saichi y sus bromas de mierda.

―Ya, tranquilo.

―En fin, nos persiguen ciertas sombras y estar en este planeta atrapados no es el entorno ideal para que todo sea paz y armonía.

―Vale.

Ritto inspeccionó cada milímetro de mi rostro.

―No pareces muy convencida.

―No sé...―susurré y me froté los ojos―. Estoy un poco aturdida con esa pastilla... y con todo. ¿Debo confiar en Eito?

―Él parece confiar en ti. O al menos quiere hacerlo.

― ¿Tú confías en él?

Sus labios se torcieron en una mueca y se rascó la sien en busca de una respuesta que le sirviese.

―A ver...―su voz bajó decibelios y me acarició con su aliento―Mentiría si te dijese que no he investigado a fondo cada uno de mis compañeros de Tridente. Incluso el que ya no está entre nosotros. Eito tiene ciertas cosas que...

― ¿Cómo qué?

Pude notar cómo se debatía entre contármelo o no, sus pupilas bailaban con las mías en un vals lleno de incertidumbre.

―Sé que no tiene las manos limpias de sangre. Bueno, obviamente, déjame reformular la frase. Cuando ya éramos compañeros de Tridente lo detuvieron durante unos días porque murió asesinado alguien de su entorno―su voz seguía siendo un susurro y en comparación a ella mis latidos gritaban―. Lo dejaron en libertad porque yo fui su coartada.

― ¿Era inocente?

Ritto frunció los labios.

―Aquel día volvió a casa cubierto de sangre.

―Joder.

―Da igual, no le di importancia cuando le vi y no se la di cuando mentí por él. Sentí que se lo debía, que se merecía esa oportunidad.

― ¿Por qué?

―Es complicado entender a Eito, y ni hackeándole ni conociéndole he podido llegar a entenderlo todo. Creo que necesitaba esa muerte. Y le daba igual pasar el resto de su vida en un calabozo, pero a mí no me daba igual porque es un defensa de puta madre.

Me imaginé matando al asesino de mi hermana y llegando a casa después cubierta de su sangre. En paz, serena, como si mi vida ya hubiese alcanzado su propósito. La curiosidad me arañó por dentro y otro nombre se despertó en mí como un puzle todavía más misterioso.

― ¿Y Saichi? ―susurré.

―Saichi―se rió entre dientes Ritto.

― ¿Qué le pasa? ¿Quién es? ¿Qué ha hecho?

―Buena pregunta.

Aguanté la respiración y Ritto se frotó los ojos con cansancio. Volví a inspirar poco a poco.

― ¿Qué encontraste de él?

―Nada.

― ¿Nada?

―No existe, es un fantasma.

―Si es una broma no tiene...

―No es una broma―me miró con seriedad, convenciéndome de que él nunca bromearía sobre la verdad de sus compañeros―. "Saichi" como tal no existe.

―Pero...

―Le he buscado por todas partes. Su medalla no coincide con ninguna existente, su número como militar no enlaza a ningún expediente y ni siquiera hemos podido sonsacarle su apellido en todo este tiempo. Sólo "Saichi" y su personalidad imbécil de siempre.

―Pero no puede ser―reí de forma nerviosa y me aparté el flequillo de la cara―. No, no puede ser. Ryu debería...

―Por alguna razón, todo parece ir bien con él. Su medalla funciona, su ordenador funciona... pero si le buscas no puedes encontrarle.

Me quedé absorta en el color dorado imaginándome los mechones rubios de Saichi. El tonto de Saichi. El que, de todos, es el que me transmitía más inocencia.

―No puede ser―susurré.

―Supongo que en parte Eito tiene razón: no sabría decirte quién de los tres es el peor.

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