HARINA Y POLVO DE CARBÓN

By C-WILLOW

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Las teselas ya no son suficientes, a Gale lo atraparon los Agentes de la Paz, el Capitolio reforzó la segurid... More

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CAPÍTULO EXTRA

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NARRA AMARANTA

Ya lo sabía. Ni siquiera era necesario que el médico me diera su advertencia profesional. Era hereditario. Mi madre murió cuando yo nací, lo más probable era que yo siguiera sus pasos. Estaba segura de que por lo menos Peeta, Katniss y Haymitch lo sabían.

A Katniss se lo dije la vez que me fue a visitar al Edificio de Justicia. Fue ella por quien me decidí a luchar en la arena en vez de sólo esperar el momento de mi final. Cuando me eligieron, incluso pensé que sería un alivio verme morir para todo el distrito, no tenía amigos, era una boca más a la que alimentar, oxígeno desperdiciado. Pero entonces Katniss entró a la sala en la que yo me encontraba. Fue amable conmigo sin importar quién fuera yo o qué hubiese hecho en el pasado y supe que, si regresaba, tendría una amiga con la que celebrar y compartir mi riqueza.

Nos despedimos. Ella salió del Edificio de Justicia y, minutos después, yo también lo hice, escoltada. Entonces escuché sus gritos llamando a Peeta como loca, asegurándonos desde entonces que le tenía cariño. Y era reciproco, porque Peeta se vio alterado de igual manera. No podía matar a este chico si ella le tenía tanto aprecio. Sabía quién era Peeta, era famoso entre los chismes de chicas del Distrito: «sus ojos», «su sonrisa», «sus fuertes brazos», «su cabello rubio», «su personalidad». Todas las chicas deliraban por el hijo del panadero. De todos modos, lo ignoraba porque no tenía oportunidad alguna, desde que estrechamos la mano en el escenario ya pensaba matarlo. Pero ya no podía. De alguna manera planeaba hacer una amiga. La única que se mostraba sincera ante mí por primera vez en toda mi vida, y no podría ganarme su desprecio matando a Peeta. Aún si, lo más probable era que yo fuese a morir en Los Juegos.

Luego vinieron las entrevistas. Él confesó que la amaba. No era nuevo para mí, la atracción que había entre ambos era innegable, tanto que pude apreciarla en tan sólo unos instantes en los que gritaban el nombre del otro, deseosos de despedirse aunque sea por última vez.

Todos sabíamos que no teníamos muchas oportunidades, pero lo que tuviera lo aprovecharía. Effie hizo lo posible para que me parara derecha, para que hablara de forma adecuada y para que mi sonrisa no pareciera una mueca de asco. Me convirtió en una creatura perfecta de plástico, ¡Incluso obligó a Cinna a añadir relleno a mi ropa interior! Pero no pudo cambiar mi carácter. Toda mi vida había sido independiente, no lo dejaría de ser ahora. Si tenía patrocinadores, me los ganaría por quien yo fuera, no por quién Effie pretendía crear.

Ya en la arena, sorpresivamente sobreviví, me di cuenta de que quizás vivir en la calle me había proporcionado un buen entrenamiento. Podía aguantar, sabia curar mis propias heridas con lo poco que tenía, era capaz de ayunar por lo menos uno o dos días. Corría bastante. Quizás ya vivía en Los Juegos incluso antes de venir aquí. Me sentía cómoda en cierta forma. Podía moverme a mi libertad, podía encontrar comida en el bosque y, sí, dejé a Peeta en paz.

Como todos, tuve que asesinar a muchos tributos para salvar mi propia vida. Incluso a aquella tributo. Lo sentí. Lo sentí mucho. Me llegó por la espalda y yo la ataqué por instinto. La habría ayudado si por mi fuera. Pero supongo que al final, con lo que ahora sé, era mejor morir allí.

Luego encontré a Peeta. Estaba herido. Inconsciente. Tenía la oportunidad de ayudarlo, así que lo hice; pero no podía cargar la responsabilidad de los dos. Necesitaba patrocinadores para que ambos pudiéramos sobrevivir. Recordé lo que Haymitch le dijo a Peeta cuando confesó su amor por Katniss en la entrevista:

«Por lo menos cobrarás popularidad por los corazones rotos de esta noche».

Patrocinadores. Tanto Peeta como yo comprendimos lo que sus palabras habían significado. Yo no había ganado a nadie. No me sentí mal. Estaba acostumbrada a no tener a nadie. Pero ahora no era por mí, sino por Peeta, indirectamente por Katniss. Entonces los necesitaba, y utilizaría la estrategia más fácil y útil de todas. Fingiría estar enamorada.

Recordaba como las chicas suspiraban por él, así que, mientras lo atendía en nuestro escondite, suspiraba por él. No era difícil, su atractivo rostro me facilitaba la tarea del todo; pasaba los dedos por sus deliciosas hebras doradas de cabello, le contaba historias de cómo siempre escuchaba hablar de él. Sabía que tenía que estar atrayendo al público con eso. Sólo era cuestión de que Peeta cooperara una vez despierto.

Y lo hizo. Actuó conmigo y, mientras tanto, en un lenguaje no hablado, él y yo nos volvíamos amigos. Llegué a tenerle verdadero cariño. Ahora yo tampoco quería que muriera.

Era muy divertido estar con él, era como si en realidad no estuviéramos rodeados de muerte. Es increíble cómo Peeta puede bromear incluso en situaciones como esas. Es único. Alguna vez me planteé si en verdad mi enamoramiento por él era sólo una actuación. Nunca lo supe.

Un buen día de estos dejé a Peeta durmiendo en la cueva mientras me iba a buscar algo para comer. Quería cumplir la promesa que le hice de no ir tras las provisiones de los profesionales. Pero era tan tentador. No sería fácil, más, si lo hacía, una vez que tuviésemos víveres asegurados, tendríamos bastante ventaja sobre ellos. Esperaría un rato, entonces iría a echar un vistazo. Sólo uno, al fin y al cabo Peeta estaba a salvo en la cueva.

Cuando por fin mi resistencia sucumbió a la tentación de ir por la buena comida, ya iba a mitad de camino hacia la cornucopia. De la nada se escucharon explosiones que venían de allá. Podía ser el momento apropiado para robar la comida y, si no lo era, con tanto ruido nadie se daría cuenta de que yo estaba allí; pero no contaba con que Peeta fuera a estar matándose en medio de la explosión con una profesional.

¡¿Pero qué carajos hacía él allí?! ¡Tenía que hacer algo!

No podía correr. Todo el lugar estaba lleno de pequeños montículos de tierra que, ya sabía, eran minas, y si las pisaba, volaría en pedacitos.

Tomé mi tiempo para cruzar. El terreno era enorme y toda su área estaba cubierta por minas. Un paso en falso y ¡Boom! Tendría que ser cuidadosa, pero la presión por ver que Peeta necesitaba ayuda me estaba matando. Tenía que moverme más rápido: las minas que estaban cerca de Peeta estaban explotando, el impacto de unas detonaba a las otras, era un efecto seriado imposible de detener. Me apresuré todo lo que pude. Finalmente, llegué a atravesarle la espalda a la profesional cuando ella elevaba dos cuchillos para enterrarlos con fuerza entre el cuello y el pecho de Peeta, mientras él tenía los ojos cerrados, esperando su final.

Teníamos que movernos rápido si no queríamos que las explosiones nos alcanzaran. La chica cayó al suelo cuando Peeta abrió los ojos y la vio muerta. Él la empujó para quitársela de encima, yo le ofrecí una mano para que se pusiera en pie, pero al agacharme, la chica profesional aprovechó su último aliento de vida para rajarme el estómago y cobrar venganza. Caí de rodillas. Estábamos junto a la Cornucopia, en un pequeño círculo libre de minas, así que Peeta me arrastró todo lo que pudo para intentar ponernos a salvo, aunque, de igual forma, salimos volando por la fuerza de las minas que nos rodeaban y lo cerca que estaban. Muchas otras estallaron junto a nosotros.

Veía borroso y las ruidosas explosiones me habían ensordecido considerablemente. Peeta puso unos frutos en mi boca. Sabía que no podía curarme con eso, pero sin tener una razón obedecí y le susurré un gracias. Era mi único amigo. Por primera vez en la vida alguien había sonreído por alguna cosa que yo había dicho, y a pesar de que quizás en su momento era fingido, se sentía bien.

Sabía de cualquier forma que su amor por Katniss seguía latente, nunca fue una mentira; en cambio, nuestra relación como pareja lo era, pero no teníamos de otra que fingir, aunque el cariño que le había tomado a Peeta no podría quitarlo nadie. Sentía aquella ilusión de tenerlo a mi lado en verdad, que no fingiésemos en absoluto. Pero no era posible. Peeta amaba a Katniss. Pude ver cómo se le iluminaba la cara cuando ella dijo que le correspondía en la entrevista que vimos luego de los Juegos, una vez que ya éramos vencedores, y supe que no podía fallarle en ello. Peeta no podía ser para mí. Peeta y Katniss se pertenecían uno al otro y yo no era quien iba a cambiar eso.

Sí, Peeta inmediatamente se percató, igual que yo, de que Katniss no es quien se entusiasma por las entrevistas, es más, si puede evitar hablar, lo hace. Entonces sabíamos que la entrevista no era real... Bueno, yo sinceramente tenía mis dudas, Katniss no es de tener muchos amigos, así que las personas de las que se rodea son quienes en verdad le importan. Y Peeta lo hace.

Para mi mala suerte, así es, y la amistad que esperaba formar con Katniss se fue abajo por tener que continuar con el teatrito de Peeta y Amaranta felices por siempre gracias al Capitolio. Ahora Katniss prácticamente me odiaba y me tenía celos. No debería, Peeta sólo tenía ojos para ella; pero, al parecer, yo estorbaba en la visión. Me sentía mal por ello, no quería hacerlo, pero no podía alejarme de Peeta y seguía decidida a intentar entablar aunque sea una relación con Katniss. La estimaba.

Sin embargo, los problemas se amontonaban cada vez más y más. El Capitolio nos obligaba a tener un bebé. A casarnos. ¡Un bebé! ¿Cómo se atrevían? ¿Cómo cumpliría con eso? ¿Traería un niño al mundo para que viviera doce años, y luego lo mandaran a los Juegos a morir? ¡No! ¡Mi hijo no podía pagar por mis problemas, unos que yo ni siquiera busqué tener!

Estaba perdida.

¿Cómo cuidaría de mi bebé, mi pequeño? ¿Cómo lo criaría de una buena manera si yo ni siquiera había terminado de descubrir quién era? ¿Cómo le podría dar la cara sabiendo que él sufriría y que yo no podía evitarlo? ¿Lo amaría doce años y después ya no valdría la pena porque lo matarían en la arena?

Intenté evitarlo. Pasé noches enteras sin dormir, buscando una forma. Nada vino a mi auxilio. Tendría que ser. Quizá hallara la solución en el camino. Pero cuidaría de mi pequeño. Nadie le haría daño.

Entonces llegó el momento de engendrarlo. Estaría con Peeta de una forma tan íntima que ni siquiera podía pensarlo. Tantas veces había ofrecido mi cuerpo para satisfacer a los agentes de la paz a cambio de un poco de dinero. Nunca fueron amables. Nunca. Era un objeto para ellos. Pero sabía que con Peeta no sería así. Él era diferente.

Pasé todo el día imaginándolo, pensando en que al final, tendría lo que siempre había deseado: una familia. Tendría mi propia familia otra vez. Pero no pensé en Peeta, nunca pensé que sería capaz de emborracharse para estar conmigo. Al principio el dolor me invadió, creí que me rechazaba, y por un momento sentí que no soportaba el dolor que traía esa idea. Pero luego pensé que yo estaba de por medio entre Katniss y él, y no era justo que sintiera remordimiento por esto, que si lo hacía obligatoriamente, era justo que no fuera voluntario.

Aún así, cuando llegó el momento Peeta fue atento, estaba en su naturaleza, y sabía que en su corazón, en su sangre y en su mente, solo estaba Katniss. Jadeaba su nombre. Buscaba las formas del cuerpo de Katniss en el mío, que obviamente no existían. Éramos parecidas: ambas con los rasgos típicos de la Veta. No era tan difícil fingir. No se lo reproché a Peeta, simplemente lo comprendía y, a pesar de todo, disfruté de estar con él en esa forma.

Sabía que Katniss me odiaba, ella no sabía ni por qué, pero lo hacía. También sabía que Peeta y ella se veían a escondidas, era peligroso; sin embargo, yo no era quién para entrometerme aún más en ello. Además de que Katniss mandaría a volar cualquier sugerencia mía.

Pero cuando me cosecharon de nuevo y ella se presentó voluntaria por su hermana, me di cuenta de que no podía odiarla de vuelta, mucho menos cuando se interesó por mi hija y estaba incluso dispuesta a dar su vida para que estuviera bien. Katniss Everdeen tiene un corazón enorme, lastimado, lleno de heridas mal tratadas, cubiertas con banditas a las que se les cae el pegamento continuamente, y entonces no dejan a la herida sanar.

No era su culpa, ni la mía o la de Peeta. Ninguno de nosotros era responsable de los que nos pasaba. A pesar de ello, estábamos rindiendo cada una de las cuentas con intereses incluidos.

Katniss y yo podríamos haber sido amigas si Peeta no hubiera estado de por medio como una necesidad para ambas, tan indispensable como el oxígeno en la vida de cada una. Tan deseable como la brisa en un día caluroso. Tan amable como la bondad de un niño...

...

Cuando desperté del coma, las paredes totalmente blancas del lugar me hicieron creer que estaba muerta, mi único pensamiento fue una súplica para que Katniss y Peeta estuvieran bien. La enfermera llegó después, me aclaró en dónde estaba, pero no me quiso dar más detalles, sólo me aseguró que Katniss estaba viva. Así que pedí verla. Fue un alivio cuando entró por la puerta: era la única persona en la que confiaba y no tendría problema en explicarme lo que pasaba.

Ni siquiera pensé en mí cuando me confesó que no sabían si Peeta estaba vivo ni en dónde estaba. Pensé en Carolina, en mi pequeña niña; no quería que creciera sin su padre, como yo. Sabía que por genética yo podía morir a la hora del parto como le pasó a mi madre o, en su defecto, días después. Mi nena no podía correr el riesgo de quedarse sola. Contemplé el hecho durante días y días. Busqué opciones, personas. Hasta que me decidí por lo más obvio. Sí, adivinaron. Katniss.

Katniss quería a Peeta y a mi niña. No los defraudaría a ninguno de los dos. Anteriormente había visto cómo trata a su pequeña hermana, el cariño que le tiene, la paciencia y la generosidad con la que la trata. Así que sí, tiene ese toque maternal aunque ella no lo sabe: los niños (e incluso los adultos) confían ciegamente en ella, en su instinto protector y en el cariño que les tiene a las personas que la rodean, así como la pasión que le pone a lo que hace si se trata de ayudar a alguien más. Si yo no estaba aquí para hacerlo, Katniss protegería a Carolina y no le haría nada en falta en la vida. Nunca. Mucho menos amor.

No quería dejar ninguna responsabilidad extra a nadie, pero a veces son cosas que tenemos que asumir nos guste o no. Por eso quise sobre avisarla de una manera sutil, en este momento no necesitaba tener preocupaciones en la mente, si me sucedía algo, lo consideraría en su momento. Me pareció prudente preguntarle si le gustaría ser la madrina de Carolina y, sí, acerté, pude notar que para ella era demasiada responsabilidad. Katniss no confía en si misma o en su habilidad para ver por los demás, aunque es lo que mejor le sale, en lo que destaca.

Finalmente, le tocó dar testimonio a aquellas habilidades invisibles para ella. El día del parto todo iba bien, desde la noche anterior había comenzado con contracciones, y suplicaba porque no hubiera complicaciones, y si las había, que no afectaran en lo más mínimo a mi pequeña creatura. Esperaba aunque sea poder verla, saber si se parecería o no a mí, de qué color serían sus ojos, si tendría aquella bonita y amable sonrisa que Peeta le regala a todo el mundo, su hermoso sentido del humor, su talento y su bondad.

El momento de la verdad llegó cuando comencé a perder fuerzas, a ver borroso, las cosas sucedían en una especie de cámara lenta, me encontraba en un caluroso estupor. Escuchaba a los médicos llamándome a lo lejos, simplemente me llegaba el eco de su voz. Por fin logré escuchar un llanto, y mi último pensamiento antes de tener consciencia de los últimos segundos de mi vida, fue el llanto de mi pequeña niña, y que, si yo me iba de este mundo para dejarle lugar a ella, lo hacía con todo el gusto y el amor del universo... Sólo esperaba que fuera uno mejor de que a mí me tocó, que Katniss se asegurara de ello y que, eventualmente, Peeta regresara y lo hiciera también. Que ambos lo hicieran juntos, como una familia. Deseaba con todas mis fuerzas que le hablaran de mí, que mi pequeña supiera que yo también la amo, porque aunque yo morí, mi amor por ella, aquí y en donde sea, perdurará.

Desde las estrellas, desde el sol, desde otro planeta, desde el fondo del mar, o desde los colores verdes y los susurros de los árboles en la pradera, me aseguraré de que sus sueños sean dulces, que siempre que la luz del sol la despierte, sienta la calidez de la felicidad llenarla. Si derrama lágrimas, que sea para que árboles den frutos y crezcan, para que sus hojas la protejan de la tormenta. Que el sonido del agua corriendo alimente su alma y ría al cantarle a los sinsajos con aquella bella y dulce voz, que su felicidad se defina en correr por la pradera y recoger pequeñas margaritas tan puras como ella.

Le regalo mis años, mi amor, mi vida, mi voluntad, mis esfuerzos, mi valentía, mi dolor. Porque todo aquello valió la pena si fue para que ella llegara aquí.

Bienvenida al mundo, Carolina Mellark... Everdeen. Sé fuerte y bondadosa, y ama con todo tu corazón, siempre, siempre ama. Este es el fin de mi historia, pero no de la tuya.

~•~•~•♢•♡•♢•~•~•~

Regreso con otro capítulo extra que en lo personal me gustó mucho. Creo que, aunque de una manera muy general, lograrán entender un poco el lado de Amaranta.

Gracias por leer.

Dale a la estrellita si a ti tambien te llegó al cora el amor de Amaranta por su pequeñita :"c y déjame en los comentarios tu opinión ;)

¡Los quiero!

-C. Willow.

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