Bajo efectos

Par Ninablair

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Amaya es una chica joven, independiente y en su último año de carrera. Sin embargo, su día a día es monótono;... Plus

Introducción
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Par Ninablair

Después de enviarle un mensaje a Lucía diciéndole cuán preparada estaba, se quedó sentada en el retrete asimilándolo todo, o intentándolo.

Salió del baño cuando habían pasado siete minutos, dándose cuenta de que quizá sus padres estarían preocupados.

No dijeron nada sobre la ausencia, ni sobre los ojos rojos ni mucho menos se fijaron en el móvil roto. Simplemente siguieron con su conversación mientras Amaya se sentaba frente a ellos, no les dio ninguna explicación.

Cuando por fin llegó a casa, se echó en su sofá naranja y dejó pasar el rato. En menos de diecisiete minutos, ya estaba dormida.

Se despertó de golpe con el sonido de la alarma del móvil. Cuando consiguió mantener la vista fija por más de veintisiete segundos, se dio cuenta de que se había quedado dormida en el sofá.

Paró el teléfono como pudo y se sorprendió al ver que tenía batería. Se levantó a ducharse. Tardó más de lo normal, así que el tiempo empezó a escurrirse de sus manos.

Cuando salió de casa ni siquiera llevaba los auriculares consigo, no tuvo más remedio que aburrirse durante el trayecto en bus.

Llegó justa de tiempo, pero consiguió entrar en la primera clase que pasó terriblemente lenta.

Cuando llegó el descanso, se fue a la cafetería a por algo de comer, pues al haber salido disparada de casa ni siquiera había tenido tiempo de beber agua.

La cola no era demasiado larga, se resignó a esperar. Su estómago pidió comida cuando su vista se posó en unas ensaimadas del pequeño aparador sobre la barra.

Empezó a escuchar las voces de sus compañeros de clase y de uno en concreto, que se puso delante de ella, colándose.

Amaya levantó una ceja incrédula. ¿Era en serio?

—¿Perdona? —dijo Amaya sarcásticamente.

Leo se giró con inocencia única.

—Perdonada.

—Te acabas de colar.

El chico se llevó la mano al pecho, simulando estar ofendido.

—Jamás.

Amaya rio secamente. No entendía cómo podía ser así.

Había varias personas en la cafetería, pero no les estaban prestando atención.

—¿Cómo eres tan mentiroso?

—¿Y tú como acusas sin razón?

Amaya arrugó el entrecejo y golpeó con el pie el suelo.

—Mira Leo, el hecho de que hagas teatro no significa que debas hacer un drama de tu vida. ¿Te enteras?

—Mira Amaya, el hecho de que tu hermana esté muerta no significa que debas...

Amaya respiró hondo y cuando soltó el aire sus manos se dirigieron al pecho del chico, empujándolo con todas sus fuerzas, interrumpiendo lo que sea que pretendía decir. Leo cayó al suelo golpeándose la cabeza con una mesa.

—¡Ni se te ocurra nombrar de nuevo a mi hermana!

Las personas a su alrededor se giraron a contemplar la escena. Amaya la daba por acabada. Fulminó con los ojos a diversas personas.

Sintió su móvil vibrar en el bolsillo y salió de la cafetería. La gente había empezado a rodear a Leo para ayudarle a levantarse. Corrió por los pasillos hasta llegar a la salida y entonces contestó al teléfono. Era un número privado.

Respiró profundo.

—¿Diga?

—Hola, hermanita.

Suspiró pesadamente intentando controlar el remolino de emociones que crecía en su interior.

—¿Lucía? —preguntó entrecortadamente bajando la voz

—La misma.

—Dios mío —una lágrima se escurrió por su mejilla.

—¿Dónde estás? —dijo Lucía desde el otro lado—. ¿En la universidad?

—¿Cómo lo sabes?

—Oigo gente a tu alrededor.

Amaya se alejó de la puerta y de las personas que aún disfrutaban del descanso. Se apoyó en una pared del patio.

—Ya me he apartado.

—Amaya, escúchame bien, necesito que me ayudes.

—¿Cómo tienes mi número? ¿Cómo me has localizado?

—¿Cuál es tu versión de mi desaparición? —dijo Lucía—. Confía en mí, Amaya. Sabes que yo jamás te pediría nada que no pudieras darme.

—Mamá y papá me dijeron que tras varios años de la desaparición te dieron por muerta. ¡Sabía que estaban equivocados! ¡Yo no podía hacer nada, yo...! —Amaya rompió a llorar—. Lo siento tanto, Lucía. Tenemos que decírselo. Papá y mamá estaban destroz...

—¡Basta! —gritó interrumpiendo. Amaya se apartó el aparato de la oreja asustada—. Si quieres ayudarme vas a tener que mantener el secreto. Como cuando rompí aquel vestido de mamá y le dijimos que había sido ella enganchándose con la puerta.

—De acuerdo.

—Tienes que ayudarme, porque...porque he hecho algo malo.

—No quiero que te pase nada, Lucía. Voy a ayudarte en todo lo que pueda, pero debes contármelo.

—Te volveré a llamar más tarde, porque ahora tienes que ir a clase, ¿no?

—Sí.

—De acuerdo, recuerda guardar el secreto, porque tú no quieres que ahora que has recuperado a tu hermana te la quiten de nuevo, ¿me equivoco?

—No.

—Genial. Amaya, no podemos permitir que nos vuelvan a separar. Nos veremos pronto, te lo aseguro. Tú y yo, como antes. Recuérdalo. Juntas podemos con todo.

Amaya simplemente colgó el teléfono. Era real, su hermana estaba viva. Volvían a estar juntas. Pronto podría volver a verla. Solo debía guardar el secreto, hasta que ayudara a Lucía. Entonces volverían a ser una familia.

Se moría de nervios por volver a recibir su llamada.

Nadie podría volver a separarlas. No de nuevo. Lucía y ella contra el mundo.

Al acabar la conversación se apoyó en la pared con las manos en las rodillas. La mochila le pesaba más que de costumbre.

Pero su soledad no duró demasiado, porque se vio interrumpida por alguien.

—Amaya Ruiz —la seca voz de Hidalgo se coló por sus orejas y la puso en alerta—. He encontrado a Leo con una brecha en la cabeza curándose en enfermería.

Suspiró y encaró al profesor.

—No sé qué relación puedo tener con eso.

—Quizá la grabación de la cámara de seguridad de la cafetería te refresque la memoria.

No hacía falta la grabación de nada para saber de lo que hablaba. Además, varios alumnos habían visto a Leo golpearse con una de las mesas cuando lo empujó.

—No será necesario.

—Acompáñeme.

Guardó el móvil en un pequeño bolsillo de la bolsa y se acercó al profesor.

—Espero que tengas una buena excusa preparada, porque esto no va a pasarse por alto, y si por alguna razón el rector lo hiciera, me encargaría personalmente de que no terminara ahí.

Amaya escupió muy cerca del zapato de él, que simplemente la miró por encima del hombromientras avanzaba; la chica le siguió por detrás.

El profesor Hidalgo era el segundo ser más despreciable de toda su vida, el primero era Leo, por supuesto. Ella tenía claro que el odio no había surgido de la nada.

Cuando llegaron al despacho del rector, las cosas no mejoraron en absoluto.

Amaya ni siquiera quiso defenderse; pensó que era una pérdida de tiempo y saliva. Total, ahora ya tenía a Lucía.

—¿Has visto? Yo tengo una pequeñísima brecha en la cabeza y tú un expediente por agresión física contra uno de tus compañeros. Es genial, Amaya, tú eres genial —bramó Leo una vez que estuvieron fuera del despacho.

Amaya le miró fijamente a los ojos acercándose a él.

—Ten cuidado porque te aseguro que esta pequeña brecha —dijo presionando con un dedo sobre la venda que Leo llevaba en la cabeza; el chico reprimió un quejido de dolor—, es solo el principio de lo que recibirás de mí. Se han intercambiado los papeles, guapo. Asegúrate de aprenderte el tuyo.

Amaya frunció la nariz, levantando la comisura derecha de la boca con desprecio.

Salió corriendo del edificio y aquel pitido insoportable volvió a sus oídos. El estrés y el agobio la destrozaban. Se tapó las orejas intentando callar el ruido, que cada vez era más fuerte. Gritó con todas sus fuerzas y derrotada se dejó caer al suelo de rodillas. Respiraba entrecortadamente con los ojos cerrados.

Empezó a llorar como cuando a ella y a Lucía se les rompió la vieja muñeca de trapo. La diferencia es que, ahora,era ella la que estaba rota.

Se levantó, el frío empezaba a congelarle las piernas y se había olvidado el abrigo en clase. No iba a ir a buscarlo, quería salir de allí lo antes posible.

Cuando llegó a casa, tiró la mochila en el suelo del recibidor y dejó las llaves en el cuenco de la entrada.

Fue a la cocina y se bebió un gran vaso de agua, seguía con el estómago vacío, pero ni siquiera tenía ganas de cocinar.

Fue a buscar el teléfono de casa y pidió comida turca.

Mientras esperaba decidió viajar por los canales de televisión en busca de cualquier programa de entretenimiento. Diecisiete minutos más tarde le llegó el pedido.

Se sentó en la mesa y abrió su kebab, trajo un vaso de agua y empezó a comer.

Sintió el móvil vibrar sobre la mesa. Se le paró el corazón pensando que sería Lucía, pero en cuanto lo cogió vio que no era un número privado, sino uno desconocido.

—¿Diga?

—¿Amaya?

Tragó la comida que tenía en la boca antes de contestar:

—¿Gabriel?

El chico se rio.

—Hola. Verás te estarás preguntando: ¿por qué me llama este tío? Pero todo tiene una explicación.

—Te escucho.

—Un tal Gabriel, habló ayer con uno de sus superiores, su jefe en concreto, sobre una jovencita llamada Amaya. Le preguntó si por casualidad necesitaría un par de manos extra y si Amaya, sigue interesada en el trabajo, tiene una entrevista pendiente esta semana.

Amaya estaba totalmente sorprendida.

—¿Es en serio?

—Eso me dijo ese tal Gabriel.

—Estoy impresionada, no sabía si volveríamos a hablar después de nuestro pequeño rifirrafe.

—Descuida, todos tenemos un mal día. ¿Qué opinas sobre el trabajo?

—¿Cuándo tengo que ir?

—Si te parece, puedes pasarte mañana por la tarde a eso de las siete y así cuando acabes, podemos cenar juntos. Para celebrarlo, ya sabes.

—Para celebrarlo deberían contratarme.

—Me aseguraré de ello.

—Cuenta conmigo.

—¡Genial! —exclamó contento—. Es decir, genial. Ah, por cierto, tu número se lo he pedido a Sofía, aunque parecía que no quería dármelo. Bueno, espero que no te haya importado. Tenía que darte la noticia.

—Ayer estuve en la cafetería.

—Sí, eso me han dicho. ¿Es casualidad que fueras cuando yo no trabajo?

—Por supuesto que no es casualidad.

Gabriel rio. Al poco se despidieron.

No es que le hiciera especial ilusión tener que trabajar, pero... ¿había oído bien? A Sofía no le había hecho gracia que Gabriel pidiera su número.

Amaya tenía un as en la manga que estaba dispuesta a usar.

No podía dejar que el estrés y el agobio le ganaran las partidas, debía controlarse cuando estuviera con Gabriel. Y merecía la pena hacerlo. Ahora sí. Ahora ya no por ella misma, sino por Lucía.

****

¡Cada vez somos más!

Muchísimas gracias ❤

Att: Nina💝

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