Bajo efectos

By Ninablair

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Amaya es una chica joven, independiente y en su último año de carrera. Sin embargo, su día a día es monótono;... More

Introducción
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By Ninablair

Bajó del autobús con tiempo suficiente para acercarse a la biblioteca.

En su primer año llegaba casi media hora antes, para que le diera tiempo a pasearse por los largos pasillos llenos de libros.

Era una biblioteca grande y envidiable, en el centro de la universidad. Todas las facultades tenían un pasillo que conectaba con ella.

La puerta se abrió automáticamente y entró silenciosamente. Hacía tiempo que no pasaba por allí, ni siquiera para sentir el olor a libro correr por sus venas.

Fue al pasillo donde se guardaba su pequeño tesoro, su libro favorito.

Es cierto que ella tenía una versión en su casa, pero aquella, la de la biblioteca, era antigua y eso era lo que le gustaba.

Pasaba aquellas páginas, con mucho cuidado como si fuera el material más preciado del mundo.

Cuando lo quiso coger, ya no estaba.

Se dirigió a la mesa de la bibliotecaria a preguntar por él.

—Perdone, ¿aquel ejemplar de Cumbres Borrascosas ya no está disponible?

—¿El antiguo? —dijo la señora de pelo canoso.

Amaya asintió, tamborileando la mesa.

—Déjame que lo compruebe, pero me parece que... —vio como movía los dedos con algo de lentitud sobre las teclas, lo que la llevó a un estado de ansia.

Amaya resopló. Solo era un libro. ¿Verdad?

—Me temo que lo tiramos hace bastante tiempo.

Y esa fue la gota que colmó el vaso.

—¿Por qué? —masculló pegando un leve golpe en la mesa.

—Se rompió.

—Se rompió —repitió cínicamente—. Qué convincente. ¿Verdad? Claro, porque se rompe un libro y se tira.

—Mire, tenemos nuevas versiones más actuales que contienen exactamente lo mismo. ¿Le parece?

—Creo que no lo ha entendido, ese libro era...

—La que no lo ha entendido es usted. Será mejor que se vaya a clase, está haciendo cola. El libro no está, punto y final.

Fulminó a la bibliotecaria con la mirada, pero se marchó.

Cuando estaba saliendo del lugar, se chocó de lleno con alguien.

—¡Joder! —bramó más que irritada acariciándose el brazo izquierdo.

Y sus ojos chocaron con una mirada verde.

—Hola —dijo Sofía

Definitivamente, algo había hecho mal en su vida pasada.

Amaya tragó saliva. Este curso todavía no se habían visto.

—¿Cómo has estado? —preguntó más por cortesía que por interés.

—Te he echado de menos —sentenció abrazando a Amaya.

No le correspondió. No después de lo que había sucedido.

—Sofía, tengo que irme.

—¿Puedes venir a comer conmigo hoy?

Amaya dudó, pero entonces recordó esos momentos en los que solían pasarlo bien, cuando solo eran ellas dos.

—¿Dónde?

—Hay un local a unos diez minutos de aquí, se come muy bien. Se llama "La casa del árbol" por el gran árbol que hay justo enfrente —dijo un poco cohibida, en el fondo sabía que Amaya se había visto un poco forzada—. Conozco a uno de los camareros, es muy simpático.

—¿Gabriel? —dijo Amaya recordando el nombre que había leído en la chapa del empleado.

—¡Sí! ¿Le conoces? —preguntó confusa.

—En absoluto —respondió—. Pero tengo que pasar por casa a por dinero.

—¡Nos vemos allí!

Amaya se alejó sin responder.

***

Cuando llegó a casa iba bastante justa de tiempo, así que cogió el dinero y una chaqueta algo más gorda y con prisa se marchó casi olvidándose las llaves.

Al llegar al restaurante le atendió un joven.

—Perdona la espera —se disculpó un poco avergonzado—. ¿Tú sola?

—De hecho, vengo con alguien; lo que no sé es si ella está ya aquí, debería llamarla.

En el momento en que Amaya buscaba su móvil en alguno de sus bolsillos, oyó la voz de Sofía.

La vio sentada en una mesa. De pie, Gabriel esperaba

—¡Amaya, ven!

La chica se acercó lentamente hasta los muchachos, bajo la mirada atenta de ambos.

—Yo quiero una cerveza —sentenció Sofía risueña, a la vez que Amaya se sentaba en frente.

—Yo una limonada, gracias.

Miró de reojo al chico, era realmente atractivo.

—Perfecto, chicas. Aquí tenéis las cartas. Ya sabéis cómo funciona.

Gabriel les tendió las cartas y los dedos de Amaya rozaron con los de él.

—¿Qué tal el día? —preguntó Sofía sacando a Amaya del trance.

—Aburrido, pero bien. ¿Y el tuyo?

Sofía empezó a hablar sobre alguien de su facultad de Medicina. Antes pasaban mucho tiempo hablando de este tipo de cosas. Ahora casi ni recordaba lo que era tener una amiga, casi.

Lo que había pasado entre ellas era algo que le costaba recordar. A veces incluso se olvidaba de por qué habían dejado de tener contacto. Pero entonces se acordaba de Susana y de cómo durante el segundo curso habían dejado de ser dos para ser tres y que al final, Amaya, acabó siendo solo una.

Se habían intercambiado algún mensaje este verano, porque Susana había dejado la universidad. Amaya no soportaba ser el segundo plato de nadie, pero aún soportaba menos pretender que no pasaba nada, justamente lo que estaban haciendo ambas en esta peculiar comida.

—¿Estás bien?

No, claro que no lo estaba. Pero no le dio tiempo a responder, ya que Gabriel llegó con las bebidas. Ni siquiera había ojeado la carta.

—Una cerveza para la señorita más madura del local y una limonada.

—El alcohol no se sirve por nivel de madurez —contestó Amaya liberándose un poco de la tensión—. Pero no sería mala idea, así menos gente bebería.

Gabriel la escrutó con la mirada. Le había llamado la atención.

—¿Con esto te refieres a que los que sí somos maduros tendríamos más alcohol por cabeza?

—Con esto me refiero a que todo estaría más controlado. Y bueno, para saber si a ti te tocaría más alcohol debería determinar si eres maduro o no.

Sofía se había quedado aparte en esta conversación, los observaba como si en el fondo no estuvieran teniendo una conversación sobre alcohol y madurez, como si con la mirada se estuvieran diciendo otras cosas.

—Creo que Sofía no nos ha presentado. Soy Gabriel.

—No nos ha presentado, pero lo veo en tu uniforme —dijo señalando la pequeña chapa en el pecho del chico—. Amaya.

Sofía se interpuso negándose a quedar en segundo plano por más rato.

—Yo quiero los espaguetis a la boloñesa y de segundo el filete con salsa de pimienta.

—Perfecto —dijo Gabriel apuntando.

—Para mí la lasaña. Solo eso.

El muchacho sonrió a ambas chicas y se fue.

—¿Te gusta? —preguntó Sofía con un atisbo de molestia.

—¿En serio me podría gustar alguien que acabo de conocer?

—No des rodeos, he visto como os mirabais.

—Y desde luego has leído mucha novela juvenil.

Sofía rio, seca. A Amaya no le gustó.

Mientras comían estuvieron hablando de un montón de cosas, del verano, de series de televisión, de libros... Como un par de adolescentes que tenían veintiún años.

Había algo en Sofía que no le acababa de convencer, al fin y al cabo, seguía siendo la misma chica que años atrás la había substituido por Susana, como un niño pequeño cuando se cansa del viejo muñeco y le compran un alucinante coche teledirigido. Aunque no podía negar que también recordaba que había sido su única amiga en toda la secundaria.

Sentía que al retomar el contacto estaba entrando en terreno pantanoso.

Antes de irse y después de pagar a medias, se despidieron de Gabriel, prometiendo volver.

Pusieron rumbo al piso de Amaya. Sofía había insistido en acompañarla y Amaya no se había podido negar.

Entraron al portal para despedirse, ya que fuera empezaba a hacer mucho frío.

—¡Me alegro mucho de haber podido recuperar un poco de nuestro tiempo perdido!

El tiempo causa estragos, pero también te libra de ellos.

Se despidieron con un abrazo algo menos forzado.

Amaya empezó a alejarse mientras Sofía se dirigía a la puerta. Pero de repente habló, fijándose en algo.

—¿No abres el buzón? No me digas que te has convertido en la solterona que les teme a las facturas —se burló Sofía.

Amaya se giró arrugando el entrecejo, ni se había fijado.

—Sobresale una carta —dijo cuando notó la mueca de Amaya.

Se acercó al buzón y lo abrió, del interior extrajo una carta en un sobre -cómo no- blanco, sin nada escrito en él.

—¿La has dejado tú? —le preguntó curiosa.

—No. ¿Por qué?

—Nada, no es nada.

Sofía se fue, alegando que ella todavía vivía bajo el techo de sus padres y, por tanto, bajo sus normas.
Amaya se quedó totalmente desconcertada en medio del rellano.

Abrió el sobre.

"¿Y si Cenicienta hubiera perdido el zapato en las escaleras de la calle de Názar?"

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