Sonata de medianoche [De clar...

By ClaudetteBezarius

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Maia toca el violín a la medianoche. Darren se despierta escuchándola. El amargo secreto que los une está a p... More

Sinopsis
¡SDM vuelve a ser gratuita!
Playlist de 'Sonata de medianoche'
Un día inolvidable
Tormenta en el corazón
Diferentes perspectivas
Días grises y noches de luz
El inicio de una pesadilla
Primer encuentro
Una sonata del alma
Una velada de revelaciones
Una sombra al acecho
Cómo sonreír
Determinación renovada
De recuerdos amargos y encuentros en supermercados
Fugitiva
Heridas que sangran y heridas que sanan
Una velada encantada
Torturantes memorias
El camino hacia la verdad
Melodía delatora
Fuertes sentimientos encontrados
¿Qué escondés en tu mirada?
Descubrimientos inesperados
Eternas contradicciones
Un hallazgo más
Traspiés afortunados
Nebulosidad
Más allá del arcoíris
Una esperanza
Vorágine compartida
Espinas encarnadas
Reina amarilla
Una evocación no deseada
Antiguos fantasmas
Renacimiento sincronizado
Los hilos del destino
Un trabajo en equipo
Dichosas coincidencias
Encuentros agridulces
Sorpresas imborrables (Parte I)
Sorpresas imborrables (Parte II)
Bifurcación peligrosa
Dolorosa indecisión
Mensajes ocultos
Otra pieza del rompecabezas
Confesiones insospechadas
Un secreto a voces
Innegable realidad
Desolación colectiva
Bruma del espíritu
Aterradoras sospechas
Un despertar
Aquel nombre
Ineludible tormento
Desgarradoras confesiones
Vidas entrelazadas
Cara a cara
Una razón
Noche agitada
Una voz de aliento
Incertidumbre
Un tiempo de cambios
Aceleradas decisiones
Una punzada de celos
Momentos cruciales
La víspera
Una noche de gala (Parte I)
Una noche de gala (Parte II)
Una noche de gala (Parte III)
Una noche de gala (Parte IV)
Una noche de gala (Parte V)
Una noche de gala (Parte VI)
Una noche de gala (Parte VII)
Una difícil espera
Un destello en medio del abismo
Un adiós
Sentimientos desbordados, revelaciones inesperadas
Un mar de dudas
Una sonata para dos
Una despedida inevitable
Sorprendentes giros
De convergencias enfermizas y otros demonios
Tras el invierno, siempre llega la primavera
Epílogo
Extra I: Corazón de pluma
Extra II: Y todo era amarillo
Extra III: Entre fotografías y sonrisas
Extra IV: Ira hecha de lágrimas
Extra V: A las penas se las lleva el mar
Extra VI: Nunca es tarde para hacer las cosas bien

Tan cerca y tan lejos

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By ClaudetteBezarius

—¿Volveré a verte? Bueno, lo que en realidad quiero decirte es esto: ¿me darías, por favor, tu número de teléfono o tu correo para ponernos de acuerdo y vernos de nuevo? —preguntó el muchacho en cuanto miró el reloj y ya daban las once de la noche.

Las alarmas internas de Maia que la animaban a huir se habían activado de inmediato ante aquella petición del varón. ¿Por qué desconfiaba tanto de todo el mundo? Darren había sido muy amable y lucía sincero hasta la médula. Incluso en algo tan sencillo como su manera de parpadear se notaba con claridad a un hombre de personalidad transparente. Sin embargo, la joven López era incapaz de permitir que se desarrollase en ella algún tipo de cercanía emocional con alguien que apenas venía conociendo. "¿Y si al final todo esto es solo una gran mentira? ¡Es demasiado bueno para ser real! Tiene que haber alguna segunda intención, no puedo arriesgarme", se dijo. Tras la llegada de aquel pensamiento pesimista, la sonrisa en su rostro se había apagado y su ánimo gris regresó para adueñarse de su corazón, lo cual la impulsó a dar una respuesta un tanto cortante.

—Disculpame, pero no me gusta darle mi información personal a gente que todavía no conozco bien... Yo te buscaría cuando tenga algo de tiempo para que nos veamos, porque siempre estoy súper ocupada... Muchas gracias por todo, la pasé genial, pero ya tengo que irme —contestó ella, al tiempo que se giraba para no mirar la posible cara de decepción del chaval.

—Uno, cinco, cinco, dos, cuatro, cinco, seis, tres, siete, ocho... Por si alguna vez te animás a hablarme al móvil, ese es mi número. ¡Tomá! —anunció él, mientras le ofrecía un papelito con la información.

—Dale, lo tendré en cuenta —afirmó la chica, tras lo cual se dio la vuelta para tomar el trozo de hoja que el joven le estaba ofreciendo.

Hizo el máximo esfuerzo para que su tono de voz y su expresión facial se mostraran indiferentes, pero su cerebro no se comportó tan desinteresadamente como ella pretendía que lo hiciera. Aquel conjunto numérico comenzó a danzar entre sus pensamientos sin cesar. Aunque no era a propósito, su buena memoria absorbió la combinación en instantes. Ahora la podría repetir con total exactitud en cualquier momento, sin necesidad de mirar el papel. Se negaba a aceptarlo de forma explícita, pero muy en el fondo estaba deseosa de ver a Darren otra vez. Él había logrado hacer que resurgiesen varios sentimientos que habían permanecido sepultados en el olvido para Maia. ¿Cómo podría ignorar a quien le había devuelto las ganas de reír? ¿Cómo podría permanecer impasible ante una persona que no la juzgaba ni la insultaba sin siquiera conocerla, sino que parecía interesarse por saber quién era ella en realidad?

Su mente no podía obviar los maravillosos hechos de aquella velada, pero tampoco podía permitirse confiar a ciegas. Le aterraba la idea de comenzar a apegarse a alguien y que luego esa persona resultase ser uno más de los muchos agresores que ya estaban presentes en su vida. No podría soportarlo. Necesitaba tiempo a solas para asimilarlo todo y decidir si estaba lista para ver a Darren de nuevo. La rosa blanca en el florero sobre su mesita de noche hacía una declaración en silencio a favor del muchacho. Las vívidas imágenes de las bombillas iluminando el camino de pétalos hacia la banca en donde él la esperaba con la cálida sonrisa de un chiquillo no la abandonarían con facilidad. Su rostro fulguraría con la misma intensidad que lo hacía el del chico cada vez que recordase la noche en la cual la dicha le acarició la superficie endurecida de su corazón casi marchito. Cual poderoso bálsamo, la bondad del joven Pellegrini había empezado a reconstruir las partes más lastimadas de su alma...

♪ ♫ ♩ ♬

Darren se había quedado embobado mirando la espalda sobre la cual danzaba la abundante cabellera de Maia mientras ella se marchaba deprisa. Deseaba, con todas sus fuerzas, volver a verla pronto. Pero, ¿y si la chica nunca lo llamaba? ¿Cómo haría para encontrarla? No le había dicho en dónde vivía ni tampoco supo a ciencia cierta en dónde trabajaba... ¿o aún estudiaba? Estaba algo confundido. La joven había logrado mantener los datos claves acerca de su identidad por fuera de la conversación. Cada vez que él hacía el intento por conocer detalles tan básicos como su apellido, ella respondía con evasivas o directamente cambiaba de tema. ¿Por qué lo ocultaba todo de esa manera tan extraña? ¿Tendría algún secreto escabroso? ¿O acaso podría tratarse de un trauma? El muchacho se estaba comiendo la cabeza con decenas de preguntas cuando Jaime llegó para destrozar sus cavilaciones mediante una gran palmada por la espalda.

—¡Te felicito, loco! ¡Por fin tuviste la cita con la mina de tus sueños! ¡Tenés que contarme cómo fue! —exclamó el fotógrafo, con una sonrisa digna del gato de Cheshire.

—La verdad es que me la pasé bárbaro con ella. Hablamos mucho acerca de música clásica y de nuestra experiencia como compositores. ¿Sabías que a ella también le gusta mucho la ópera? ¡Che, somos igualitos! Es increíble que tengamos tantos gustos en común —declaró él, entre suaves risas.

—¡Buenísimo! ¡Me alegro por vos! Pero ahora viene lo más importante. Decíme, ¿cuándo la volvés a ver?

—Ahí está el problema. No quiso darme su número ni su correo ni nada parecido. No sé dónde vive y tampoco me quiso decir cuál es su apellido...

—¿¡Vos me estás cargando!? ¡Qué bajón! Esa flaca es todavía más rara de lo que yo pensaba, entonces.

—Al menos aceptó un papel que le di con mi número, pero eso no me asegura nada... ¿Le habré parecido zafado? ¿Qué voy a hacer si ella no me llama? ¡No tengo idea de cómo buscarla!

—¡Pará un poco! La piba no lleva ni cinco minutos de haberse ido y vos ya estás hecho un pelotudo otra vez. Bajá un cambio, seguro que sí te llama.

—Ojalá que tengás razón. ¡Me jode no saber nada!

Jaime se quedó observando el ceño fruncido y la mirada ausente de Darren. "Este flaco no va a dormir hoy si sigue así. Mejor le doy la sorpresa hoy", pensó.

—Tengo algo para vos y estoy segurísimo de que te va a poner de buen humor. Quería dártelo después, luego de haber escogido lo mejor de lo mejor, pero me parece que lo necesitás ya —declaró el joven Silva, al tiempo que sacaba la tarjeta de memoria de la cámara que llevaba colgando del cuello para entregársela a su amigo.

—¿Algo para mí? ¿De qué hablás?

—Es una sorpresa. Ya me dirás qué te pareció luego de que lo hayás visto en tu computador, ¿de acuerdo?

—Te las querés dar de importante con tanto misterio... ¿No me vas a decir nada, ni una pequeña pista?

—¡Cortala con la desesperación, loco! Si te digo lo que es desde ya, dejaría de ser una sorpresa. Vení, te ayudo a acomodarte en la silla y luego te llevo a tu casa, ¿ok?

—Bueno, está bien, no es como si me quedara otra opción... Y por cierto, te debo una después de lo de hoy. ¡Sos de primera!

—No me debés nada, todo esto fue cortesía de la casa.

Acto seguido, Jaime acomodó la silla de ruedas junto a la banca del parque. La había estado cuidando mientras Darren estaba con Maia para que su amigo pudiera olvidarse de sus limitaciones físicas por un rato y la pasara bien. Mientras el joven Pellegrini se ponía cómodo, el fotógrafo se dispuso a recoger las decenas de bombillas que decoraban los árboles para luego guardarlas en su respectivo estuche protector, el cual iría, a su vez, dentro de la mochila grande que traía consigo. Al ver que Darren estaba listo, su compañero comenzó a empujar el asiento rodante con delicadeza. El sitio hacia el cual se dirigían no estaba lejos, así que solo tardaron unos pocos minutos en llegar.

—¡Nos vemos mañana, loco! ¡Saludame a tu vieja! —dijo Jaime, al tiempo que chocaba el puño cerrado con el de su amigo, a manera de despedida.

—¡Gracias, che!

Después de que el muchacho ingresó a la casa, tuvo una breve charla con su madre, para así ponerla al corriente de las actividades que había llevado a cabo durante el día. Omitió todo lo relacionado con Maia para evitar problemas, pues ya conocía lo que doña Matilde pensaba acerca de la joven violinista. Prefirió no arriesgarse a disgustarla y solo habló acerca de lo bien que la había pasado jugando videojuegos y mirando películas con Jaime. Una vez que se despidió de ella, cerró la puerta de su habitación con llave y se dirigió de inmediato hacia el escritorio en donde reposaba su laptop. Luego de encenderla, tomó la tarjeta que le había entregado el joven Silva y la colocó en el puerto USB correspondiente. Al dar clic sobre la única carpeta que el dispositivo contenía, una cascada de casi trescientas imágenes en miniatura le inundó el campo visual.

—¡No me jodas! ¡Esto no puede ser cierto! —exclamó él, mientras daba doble clic sobre la primera de las fotografías.

El rostro de sorpresa de él era idéntico al que Maia mostraba en la fotografía. Conforme Darren iba dando clic tras clic sobre la flecha de desplazamiento en el visualizador de fotos, más escenas de aquella noche tan inolvidable iban apareciendo frente a sus atónitos ojos. Jaime había estado lejos del punto de encuentro, pero lo suficientemente cerca como para ser capaz de hacer zoom con su cámara e inmortalizar la velada cuadro por cuadro. Todas las fotos tenían una calidad magnífica, pues tanto la máquina como el profesional a cargo de la misma eran dignos de alabanza. Al contemplar la secuencia en donde Maia estaba tocando el violín, el chico no pudo contenerse y se puso a reír como un loco. La impresionante pasión que se desbordaba de la muchacha al estar en contacto con su instrumento musical era muy notoria. A pesar de ser unas simples capturas inmóviles, el espíritu cálido con el que ella creaba las melodías era casi palpable. Los vívidos recuerdos de las noches en que las sonatas de Maia le habían devuelto las ganas de luchar regresaron a Darren con fuerza a través de aquella hermosa sesión fotográfica. Los ojos se le humedecieron sin previo aviso. Tomó el teléfono celular que llevaba en el bolsillo, abrió el chat de WhatsApp de Jaime y allí le grabó un mensaje de voz.

—Vos te ganaste el cielo, ¡sabelo! —afirmó el chico, quien no soltó el botón hasta que se grabó también una buena parte de sus risas.

Unos pocos segundos después, su amigo le dio una respuesta al breve mensaje. Lo hizo de la misma forma en que él lo había hecho.

—Me tenés que hacer un altar y rezarme todos los días de ahora en adelante... ¿Acaso me podés negar que yo soy el capo de los capos? —manifestó el muchacho, entre sonoras carcajadas.

—¿Querés que te prenda una velita por las noches también?

—No estaría nada mal... Pero bueno, che, ¡dejame descansar por hoy! Voy a llegar con altas ojeras a la sesión de mañana. Me toca madrugar y ya sabés cuánto odio eso.

—Perdoname, señor capo, ya no te voy a hinchar más las pelotas.

Dicho eso, Darren envió un emoticono de una mano levantando el dedo del centro justo después de la grabación, ante lo cual recibió un emoticono idéntico. Eso lo hizo sonreír. Luego de aquella amistosa despedida, desactivó la conexión a internet de su móvil y lo colocó en la mesa que estaba a un lado de su cama. Justo antes de irse a dormir, envió algunas de las fotos de la tarjeta de memoria a su correo electrónico. De esa manera, podría mirar el rostro de Maia en su celular apenas despertara al día siguiente, cuantas veces quisiera. El muchacho cerró los ojos y se dedicó a reproducir en su mente los recuerdos del encuentro más afortunado de su vida. Mientras tanto, a una distancia no muy lejana de ahí, la joven violinista dedicaba sus horas de descanso al mismo objetivo: rememorar los dulces momentos que había vivido entre luz dorada, pétalos blancos y la más agradable de todas las sonrisas que pudiesen haberle dedicado...


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