HARINA Y POLVO DE CARBÓN

By C-WILLOW

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Las teselas ya no son suficientes, a Gale lo atraparon los Agentes de la Paz, el Capitolio reforzó la segurid... More

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PREGUNTAS Y RESPUESTAS
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CAPÍTULO EXTRA
CAPÍTULO EXTRA
SEGUNDA PARTE
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By C-WILLOW

"QUISIERA CONGELAR ESTE MOMENTO"


Atónita, como mi pensamiento me ha dejado, me quedo parada como estúpida a media habitación, intimidada por las ideas que surgen a partir de la situación en la que nos encontramos.

No tendrán piedad alguna con ella, eso seguro. No tengo certeza de si el hecho de que lo supiesen cambiaría algo, más sí sé que por lo menos los haría dudar... Quizás a unos pocos.

Quiero comprender por qué Peeta y Haymitch no pensaron en esto, ¿qué les hizo olvidar el detalle más importante? Claramente no la dejarían morir, es decir, ni siquiera yo lo haría a pesar de que no ha sido más que un estorbo para mí desde que la conocí. Sin embargo, cuando se dirige a un puesto pasivo, comprendo la estrategia, comprendo que seré yo quien la tenga que proteger y que ella querrá asumir el papel de sabihonda en la arena; mientras ella haga trampas, yo clavaré espadas; mientras ella sepa cómo conseguir agua, yo montaré guardia.

Ese es el tipo de cosas por las cuáles necesito recordarme que lleva a la hija de Peeta más de veinte veces al día.

Si lo hubiesen dicho puede que hubiera resultado peor, la hubieran visto débil, enferma, sin posibilidades de salir de allí; me pregunto si ella misma fue quien pidió a Peeta que no se anunciara nada. De cualquier forma, luego lo hablaré con él, y puede irse preparando para la reprimenda porque no pienso ser dulce al cuestionarlo acerca de las decisión que tomó sin siquiera consultarme. Sé que yo misma me puse en el papel de defensora de la niña, lo dije en voz alta, sí, pero eso no me omite en las decisiones, no me impide opinar, mucho menos si es que voy a poner mi vida en peligro por salvar a esa niña.

Decido dejar que hoy ella aprenda de plantas y nudos, pero, sin duda, tendrá que al menos entrenarse un poco para tener aguante en esa arena y me ocuparé de que Peeta la ponga a dieta.

El puesto de arquería se encuentra a mi derecha, tentador, pero es cierto: no debo mostrar mis talentos y, contrario a la opinión de Peeta, estoy convencida de que algo de obediencia no me haría mal —aunque justificar mi poca sumisión con amor tampoco me desagrada—. Pero estamos en los juegos y si algún tributo no me mata, voy a terminar haciéndolo yo misma si continúo con una actitud testaruda.

Decido ir a la lucha cuerpo contra cuerpo. Sé que me van a aplastar, pero espero que me enseñen algunas técnicas que puedan resultar útiles. Me acerco hacia el lugar, donde una instructora practica junto a Johanna Mason.

Bien, aquí vamos, no te dejes intimidar, Katniss.

...

Por lo menos creo que en la práctica de hoy impresioné a alguien... con mis caídas a manos de Johanna Mason. Peeta ha dicho que no es grave, que fue mi primera vez haciéndolo y que le demostré a Johanna que no me intimida (eso no es del todo verdad), pero yo sólo pienso en que ahora soy digna de burlas y un apodo estúpido.

A la hora de comer hago lo posible por ignorar a Darius y a la chica Avox. Increíblemente, es de mucha ayuda concentrarme en los parloteos de Effie mientras degusto la deliciosa comida del Capitolio, que es a lo único que no pondría queja sobre este lugar si no fuera porque, sin la ayuda de Haymitch, mi hermana seguiría muriéndose de hambre en el distrito. Pero ahora, comer me ayudará: estar fuerte para los juegos, recuperar los nutrientes que he perdido y ganar un poco de peso.

Sorprendentemente, la comida pasa en paz —eso porque he logrado sustituir el dolor del esfuerzo físico que he hecho hoy por hambre—, pero soy yo quien arma el ajetreo al intentar reunir a Peeta y a Haymitch en una sala, con motivo de hablar de Amaranta y su plan para usarme de guardaespaldas. Con los brazos en jarras, comienzo el interrogatorio.

—¿Quién de los dos va a explicarme?

—Bueno... —comienza Peeta.

—Yo le digo, Chico, fue mi idea —interrumpe Haymitch. Como es de esperarse por mi parte, si las miradas mataran, Haymitch ya estaría seis metros bajo tierra—. No te lo dijimos porque era algo obvio, creímos que tu cerebro funcionaba lo bastante bien como para darte cuenta. En realidad, me sorprende que no lo hubieras hecho antes.

Peeta lo mira con un gesto interrogativo, frunciendo el ceño, como si no estuviera convencido de lo que Haymitch está diciendo (y eso que no está borracho). Yo alzo una ceja para dar a entender mi disgusto.

—¿Y esa es su estrategia? ¿Dejarme a mí todo el trabajo?

—¿Y qué esperas? La semilla del chico está germinando en ella...

—¡Haymitch! —reclama Peeta.

—¿Qué? ¿No es la verdad?

—Existen formas más decentes y menos ofensivas para expresarlo —dice molesto.

—Lo que sea —objeto—. ¿Quieren decirme el plan?

—Ya lo sabes. Ella aprenderá a sobrevivir y tú aprenderás a pelear.

—¿Y ya? ¿Eso es todo? ¡Aunque sea pónganla a dieta! ¡No puede ir a la arena siendo una debilucha!

—Básicamente, sí —afirma Haymitch, interrumpiendo un intento de respuesta por parte de Peeta, dándole una mirada de advertencia—. Tomaré en cuenta eso de la dieta; no obstante, escucha preciosa, sé que no parece justo, pero no podemos arriesgar al bebé antes de que entre a la arena.

—¡Claro que no! Pero es importante que tengamos en cuenta que no es seguro que sobreviva... —opino.

Haymitch suelta un carraspeo incómodo. Peeta baja la mirada. Yo me digo una vez más que tengo que aprender a cerrar mi bocota.

—Lo... Yo no quise decir eso... ¿Peeta?

Él asiente, pero no contesta nada, únicamente dirige sus pasos a la salida, dejando el pesado eco que producen rebotar en las paredes del pasillo que cruza, como si fuera su forma de expresar lo mucho que lo afectaron mis palabras.

Cuando ya no está, me preparo para encarar a Haymitch; para mi sorpresa, encuentro comprensión en su expresión.

—Dale tiempo...

Dándome una palmada de apoyo en el hombro, sigue los pasos de Peeta, que aún resuenan en mi imaginación.

...

Los entrenamientos han sido exhaustivos. No contenta con el esfuerzo físico, he decidido exprimir mi cerebro también, alternando los talleres en los entrenamientos. Amaranta y yo nos hemos ido relacionando poco a poco con algunos de los tributos, en especial Annie y Wiress, tributos del cuatro y del tres respectivamente. He mencionado que me gustaría aliarme con ellas porque no serían capaces de traicionarme (principalmente porque no parecen tener las habilidades, sin intención de ofender), pero mis «mentores» me han dicho que no puedo elegirlas. Yo estaría completamente a cargo de un grupo que no es lo suficientemente fuerte para luchar cuerpo a cuerpo. Necesitamos a alguien con habilidades físicas, dispuesto a ayudarme a defender a Amaranta.

Y esa es Johanna Mason.

En el tiempo que he pasado practicando en el puesto que se encuentra justo frente al de ella, los hachazos que da al suelo me motivan cada vez menos para ir a hablarle; las miradas petulantes que echa a todo el mundo después de una de sus rutinas «corta cabezas», como yo las he nombrado, me desmotivan porque dan a entender que es tan terca como yo —y la forma en la que me venció la última vez no ayuda—. Sobre todo eso, además, resulta que me molesta juntarme con ella por la forma en la que se come a Peeta con los ojos. Está loca si cree que no soy capaz de darme cuenta de las miradas lascivas a mi hombre. ¡Nadie toca a mí panadero! Pero necesitamos a un aliado fuerte, así que, después de que la lección de frutos y plantas comestibles acaba, me dirijo al puesto de nudos junto a Johanna, dispuesta a discutir mi... mis temas de interés.

—Ese nudo no va así, plantita —habla Johanna. Naturalmente ha pasado un poco de tiempo antes de que aclarara mis ideas y encontrara las palabras ideales para comenzar, lo suficientemente hostiles y claras como para que ella esté dispuesta a ayudarme; parece que se me ha adelantado—. Tienes que darle doble vuelta, de otra manera tu presa escaparía en lugar de morir ahorcada.

—¿Sí? Creo que las trampas de alambre son mejores.

—No cuando tu presa pesa sesenta kilos —afirma, como si fuera algo muy obvio y yo demasiado tonta para poder asumirlo.

—Planeaba atrapar animales, no personas.

—¿Y cuál será tu estrategia en la arena? Con esos bracitos no puedes ni levantar un vaso lleno de agua —se burla.

—Con esa arrogancia no vas a ganar ningún aliado —contesto molesta.

—No necesito aliados, aunque ya los tengo.

—¿Quién? ¿La dientes de estalagmita?

—No, Enobaria no. —Ríe... O eso parece—. Annie Cresta está apartada, plantita.

—¿Annie Cresta? —pregunto sorprendida.

—¿Acaso lo dije mal?

Johanna pasa dos veces la cuerda por su mano, luego pasa el trozo que sobra por en medio de los dos bucles que ha formado, creando un tipo de nudo.

—No, pero... ¿Ella no era la que estaba loca?

—¿Y tú aliada no está embarazada?

—Siquiera no es una enfermedad... —afirmo molesta.

Apretando los dientes, sus últimas palabras se quedan rondando en mi cabeza. ¿Cómo puede lograr burlarse de las personas con tanta facilidad? ¡Es igual de molesta que Haymitch! Johanna me hace parecer débil y Haymitch me pone a la total disposición de una mujer embarazaba en secreto ¡Ya quisiera ver yo que él...!

Un momento.

¡Nadie lo sabía!

Volteo la cabeza hacia donde Johanna me sonríe, como esperando el momento en el que me percate de que ella sabe nuestro pequeño secretito, y la pregunta es...

—¿Cómo?

—Al parecer, tengo más aliados de los que quiero. Débiles, la mayoría. Tú, por ejemplo.

—Eso no responde a mi pregunta.

—Claro que lo hace, te estoy ofreciendo la protección que la niña necesita si tú me ofreces la protección que Annie necesita. En contra de mi voluntad, por supuesto, pero desgraciadamente dientes de estalagmita y brillitos son lo suficiente traicioneras como para haberme inclinado a elegirte.

—¿Y qué hay de Wiress y su compañera? —pregunto— ¿Podrán unirse a nosotras?

—Ni lo sueñes. Si vienen ellas, yo me voy.

—Entonces Adiós.

...

Ya durante la cena, es momento de hablar acerca de los entrenamientos de hoy. Por supuesto Haymitch no se tomó nada bien que haya rechazado a Johanna.

—¡¿Que hiciste qué?!

La mitad de los objetos que están en la mesa se caen al suelo cuando Haymitch da un fuerte golpe a la mesa. Effie lo reprende pero, como siempre, es ignorada con amabilidad.

—Ya te lo dije: la mandé a volar.

—¡Pero qué tienes en la cabeza! ¿Monos?

—¡Haymitch!

—Silencio, Peeta. No puedes defenderla esta vez.

—No voy a ir a la arena con ella —informo. No es una decisión que esté dispuesta a reconsiderar.

—¡Es tu única opción! ¡Eres la única persona que conozco que va a morir por arrogancia!

«Debería saber que yo pensé lo mismo de Johanna»

—¡No es de fiar! —aseguro— ¿Quieres decirme por qué demonios sabe lo del bebé?

Toda la mesa guarda silencio, incluso la misma madre de la niña se ha quedado impactada, ha dejado de comer el platillo especial que Peeta ha pedido para ella (a consejo mío de que la pusiera a dieta) y, bueno, los Avox no pueden decir nada, en parte por mi culpa...

—¿Qué tal? Ya no parezco tan estúpida, ¿Verdad?

...

Un día antes de las entrevistas los entrenamientos nos tienen agotadas, la tensión en el piso doce es palpable en el ambiente aunque se abran las ventanas. He evitado acercarme a Peeta a toda costa —tocó a mi puerta varias veces esta mañana, pero no le permití entrar en ninguna ocasión, ni siquiera le contesté. Ayer le ignoré completamente en la comida y evito cruzarme con él en el penthouse—, además de que sigo rechazando a Johanna como aliada.

Aparte, los resultados de las pruebas personales son un arma de doble filo. Amaranta ha obtenido un diez y yo un once. Toda la gente habla de mí, unos me alardean, otros quieren cortar mi cabeza... Como yo casi lo hago con la flecha que lancé a los vigilantes, pero ¿qué más podía hacer? Ellos no me ponían atención y yo no iba a renunciar a la oportunidad de dejarles en claro quién soy y a qué vine, por lo menos de lo que soy capaz si se meten conmigo.

Para variar, mi índice de irritabilidad está al borde y las clases de modales de Effie no ayudan en nada.

—¡No puedo ni caminar con estas cosas! ¡Quince centímetros! ¡Zapatos de quince centímetros! ¿Qué pretenden que sea? ¡¿Un poste?!

—Si dejas de quejarte, aprenderás más rápido.

—¡Ni siquiera tú usas estas cosas!

—¡Claro que no!

—¿Y por qué los tengo que usar yo?

—¡Para que aprendas a caminar! —Effie suelta un suspiro molesta y comienza a hiperventilar, cuenta del uno al diez, alisa las arrugas inexistentes de su falda y mueve su pie exasperada. Cuando logra calmarse, vuelve para darme instrucciones—. Ahora, quiero que vuelvas a recorrer todo ese pasillo con la espalda recta y las piernas bien estiradas, los hombros ligeramente hacia atrás y la barbilla levantada con elegancia.

Sabiendo que si no aprendo rápido, pasaré el resto de la tarde aquí, hago lo que Effie me pide; estoy segura de que me muevo cual pata coja. Como prueba de lo que digo, tropiezo varias veces, ya sea con la alfombra o con mis propios pies. En una de esas Peeta llega al rescate y me atrapa antes de caer al suelo y lamentarme una vez más por mi poco talento femenino; nerviosa por su presencia, consciente de que aunque lo ignore el resto de mi vida, él jamás dejará de ser amable o de estar cuando yo lo necesite, susurro un gracias y me permito darle un tímido beso en la mejilla.

No es fácil, Peeta está en todos lados a los que vaya, está en el cielo anaranjado de la tarde, en las pinturas que adornan el salón y las habitaciones de nuestro piso, en los panes recién hechos que hay en la mesa cada mañana..., en mis labios, en mi corazón. Hasta en algunos de los últimos recuerdos que tengo con Gale. Pero simplemente no quiero pensar en todo lo que está pasando, no quiero guardar más recuerdos que me hagan todo más difícil, que me impidan morir en paz. No quiero pensar en que lo más probable es que ya no lo vuelva a ver nunca una vez que entre en esa arena. No quiero irme de aquí y arrepentirme por haber tenido tan poco tiempo con él... Y eso es justo lo que estoy haciendo.

—¿Podemos hablar más tarde? —susurro—. Cuando acabe las lecciones.

—Te veo más tarde.

Sin perder la oportunidad, gira mi cabeza con delicadeza y me da un suave beso en los labios.

—Me gustas así, un poco más alta, aunque me encanta que te pongas de puntitas para tener que besarme —opina antes de irse.

Aún más motivada para acabar, me empeño en que mi postura esté derecha y mis pies apoyen bien en el suelo.

...

—¡Mira, Haymitch, pues puedes irte a la...!

—¡Así no vas a conseguir patrocinadores en las entrevistas!

—¡No voy a fingir ser amable si no lo soy!

—Katniss. Escúchame. Tienes que llevar una estrategia mañana, tienes que encantarlos a todos o hacerlos temer, pero de ninguna manera, DE NINGUNA MANERA, puedes permitirte evadir las preguntas que te hacen de forma hostil y cortante. ¡Afirma que los vas a degollar a todos! ¡Sácales la cabeza! Pero no se te ocurra quedarte callada.

—El once que recibí en las pruebas habla por sí solo.

—¡Pues alarde sobre él! ¡Diles que estás allí para ganar! ¡Háblales de ti, de tus razones!

—¿Crees que tomen en cuenta que repita un «gracias por su consideración» al final de la entrevista? ¿O quizá me maten nada más entrar en la arena por decir eso?

Tal como lo hizo Effie, Haymitch muestra su frustración para conmigo con un montón de gestos, pero él no se calma, es más, puedo ver que, junto con su furia, siente pena por mí, y eso me descoloca bastante.

—Haz lo que quieras, no voy a discutir más contigo. Pero no digas que no intenté ayudarte.

...

Luego de verme en el espejo un par de veces, decido que mi cabello jamás se acomodará y que no debería estar preocupándome de cosas por las que jamás he tenido el mínimo interés, como el hecho de lucir bien para un chico, pero es que es Peeta...

Resignada y molesta con mi cabello por no cooperar, subo hasta el techo del edifico, donde Peeta ya se encuentra de espaldas, sentado frente al precipicio —si se le puede llamar así teniendo en cuenta lo del campo de fuerza—. Un poco dudosa, pero con gran anhelo, camino hasta donde está él y me siento a su lado, apoyando la cabeza en su pecho, dejando que me abrace.

—¿De qué querías hablar? —pregunta.

—Sólo... quería estar contigo.

—Me alegra que hayamos superado lo que sea que te impedía estar conmigo.

—No quería complicar las cosas.

—Lo importante es que estás aquí para pasar el resto del tiempo que nos queda juntos.

—Para eso te pedí venir.

Nos quedamos un rato en silencio, viendo el tiempo pasar en las calles del Capitolio, preguntándonos cómo sería estar del otro lado, ser ignorantes pero felices, tener comida y lujos a cada esquina, ser inmunes al tipo de situaciones que nos vemos obligado a enfrentar. Ver la muerte por cable en lugar de vivirla, imaginar el hedor a sangre en lugar de aspirar sus partículas metálicas y saborear su aroma cada que suena el cañón.

—¿Por qué no me dejaste entrar esta mañana?

—Tuve una pesadilla.

—¿Quieres hablar de ello?

—No.

No iba a contarle a Peeta que la madre de su hija moría en la arena, sin que yo fuera capaz de ayudarle, no iba a admitir que eso me dio mucho miedo, que probablemente habría sido mucho mejor soñar con que yo perdiera la vida, en lugar de que un ser inocente lo hiciera. No puedo decirle que me es imposible evitar comparar a Prim con su hija. La situación ya es bastante difícil como para que le recuerde lo malo.

—Katniss quiero que sepas que si en algún momento no eres capaz de pelear por ellas, si el peligro que corren es irremediable y no harías más que ponerte en peligro tú también de una forma estúpida...

—Comprendo Peeta. Pero sabes que eso nunca va a pasar, esa niña va a salir viva de allí aunque el costo sea que yo no lo haga, sólo te pido que si eso sucede, no dejes a Prim de lado. Es lo único que te pido. No abandones a Prim.

—No quiero que te vayas. Quiero que te quedes conmigo siempre.

—Prométeme que cuidarás de Prim, Peeta.

—Sabes que lo haré, Katniss, ni siquiera tendrías por qué pedírmelo... Pero de todas formas, te lo prometo con una condición.

—¿Cuál?

—Quédate conmigo.

La brisa de la tarde ha comenzado a correr, desordenando aún más mi cabello, recordándome mis esfuerzos por aplacar los mechones rebeldes, que al final resultaron tan poco sumisos como yo y dudo que ellos entiendan de amor como para poder justificarse. Los mechones volando dramatizan la situación, simplemente los acontecimientos me dan una y mil razones para ser incapaz de cumplir la promesa que él me pide. No quiero prometer algo que no puedo cumplir, no quiero que le reprochen a mi tumba que fui una mujer de pocas palabras, pero las que prometían eran tan falsas como la bondad de Snow.

—Katniss... ¿Lo prometes?

Niego con la cabeza, miro mis piernas enredadas una con la otra, permitiéndome sentarme en el pasto que cubre el suelo del lugar; oculto los ojos llorosos, cómplices de las lágrimas que intentan salir.

—No puedo.

—Claro que sí. Sólo tienes que decirlo.

—Peeta, si yo muero en la arena, las palabras que diga ahora no arecerán más que mentiras. No quiero mentirte.

—Sólo promételo. Por favor. Quédate conmigo.

Sus ojos azules suplicantes buscan los míos, intentando persuadirme. No quiero avivar las falsas esperanzas de Peeta, pero quizá eso es lo único que nos mantenga de pie a ambos, las esperanzas, aunque sean falsas. Porque la esperanza es lo único más fuerte que el miedo.

—Siempre.

No perdemos tiempo para besarnos en compañía del viento, que azota a las hojas de los árboles y hace música con sus silbidos, la puesta de sol detrás de nosotros adorna el paisaje, todo parece perfecto en ese momento.

—No sé si alguna vez ya te lo había dicho, pero quisiera poder congelar el tiempo y quedarme a vivir para siempre en este momento. Sólo nosotros dos. Tomar varias fotografías y, de vez en cuando, cambiar el panorama, el paisaje, el clima, pero no la compañía. Y que el tiempo no avanzara nunca.

Antes de ponerme a sollozar, busco consuelo en sus labios, intentando sustituir el dolor y la tristeza por ese calor abrasador que siempre me rodea cuando estoy envuelta en sus brazos, cubierta por sus besos. El cosquilleo en el estómago despierta, se va expandiendo poco a poco por todo mi cuerpo, transmitiendo a cada endorfina la adrenalina, avivando el fuego en lugar de extinguirlo. Peeta me recuesta en el césped. En vez de satisfacerme, los besos tienen un efecto contrario, aumentan la necesidad. Creía que era una experta en hambre, pero se trata de un hambre completamente distinto.

Al final unas bocinas resonando en la calle nos separan y nos quedamos mirando el último atardecer que nos queda. De vez en cuando Peeta habla para contarme una historia, de vez en cuando yo le cuento otra, así pasamos la tarde. Juntos.

...

El nueve. El distrito nueve. Sólo dos más y será mi turno en las entrevistas ¿Y luego qué voy a decir? ¿Voy a hablar de la cabra de Prim? ¿Del pez del lago que pretendía ser mi mascota y se me murió? Al final ninguna de los consejos de Haymitch funcionó, repasé todo lo que dijo, incluso sus insultos, pero nada suena lo suficientemente convincente.

Si yo estuviera en el lugar de la gente, si fuera a invertir mi dinero, no me interesaría en una historia tan pobre como la mía. Es decir, sí, me ofrecí por mi hermana y lucí un vestido increíble, pero los tributos de aquí llevan años compartiendo con la gente del Capitolio, ¡incluso Annie Cresta!

Puedo usar lo de Prim, pero no lo considero suficiente y tampoco soy tan simpática como para crear la suficiente empatía con el público, a pesar de que Peeta crea que sí. Debo analizar mi situación una última vez y pensar. Si yo fuera ellos, ¿qué me haría incluso detener los juegos? ¿Qué me motivaría...?

Una joven que se ofrece como tributo por su hermana pequeña, que aseguró estar enamorada de su estrella del año pasado. La deslumbrante flamita del desfile de tributos cuyo vestido también arderá esta noche según Cinna, pero...

Me detengo un segundo al escuchar la voz de Amaranta resonando en las bocinas, no tengo idea de en qué momento pasaron los minutos que correspondían a los otros tributos, pero no tiene sentido pensar en eso ahora, tengo que enfocarme en ser convincente para sacar esa niña de la arena, y sólo podría hacerlo si...

¡Eso es!

...

—¡Katniss Everdeen!

Las luces me deslumbran cuando salgo al escenario, seguida por los aplausos y las ovaciones de algunos. Me cuesta trabajo caminar con los increíbles tacones que han elegido para mí y el vestido que pesa mucho más que los otros, pero intento concentrarme en la voz de Caesar.

—¡Hola Caesar!

—¡Bien, bien! Es increíble poder tenerte aquí por primera vez, en persona.

—Yo puedo afirmar lo mismo, estoy junto al mismísimo Caesar Flickerman.

—¡Te ves bellísima esta noche! Dime, ¿tu vestido se encenderá hoy?

—Permíteme confirmarlo.

Girando sobre mis pies, poniendo a prueba las lecciones sobre equilibrio de Effie, puedo ver como el efecto del que Cinna me advirtió comienza a hacerse presente. Nuevamente estoy en llamas.

...

—Bueno, Katniss, cuéntanos, tienes una hermana. ¿Cómo se llama?

—Primrose. Es por quién me ofrecí tributo —explico.

—Es un acto digno de admirar, de mucha valentía.

—Es una niña hermosa, dulce, no pertenece aquí, a Los Juegos.

—Creo que a la mayoría de las personas les interesaría saber cómo ha sido tu relación con Peeta. La última vez aseguraste que terminaron como buenos amigos, pero seguro que podrías contarnos más.

—Peeta es uno de mis mejores amigos, es una gran compañía y estoy feliz de que haya encontrado una mujer como la que tiene a su lado. Lamentablemente, no pudieron concluir la planeación de su boda aquí en el Capitolio, pero es un gran alivio que hayan conservado la tradición del distrito y que hayan decidido unir sus vidas de todas formas, son una pareja muy dulce que...

—¡Katniss! ¡Un momento!

—¿Sí, Caesar?

—¿A qué te refieres con eso de «unir sus vidas»?

—Bueno, a que se casaron, por supuesto ¿Qué más podría querer decir? Fue una ceremonia hermosa a la que muy pocas personas asistieron, pero es agradable ver que se conserva la tradición del Distrito para contraer matrimonio. Creo que ninguno de los dos tendrían objeción alguna en seguir las órdenes del Presidente Snow si no fuera por lo obvio. ¿Tú que dices? Yo en su lugar estaría devastada...

—¿Devastada?

—¡Claro que sí! No hay nada más devastador que perder un hijo. Ambos estarían más que agradecidos con el Capitolio y el presidente Snow por el tiempo que han podido disfrutar juntos... Si no fuera porque su primera hija está en camino. Eligieron un nombre bellísimo para ella, incluso mi madre le tejió una manta...

—Perdóname, Katniss, creo que no estamos entendiendo... ¿A qué te refieres?

—A Carolina Mellark, por supuesto, la futura hija de Peeta y de Amaranta.

•~•♢•~•♢•~•♡•~•♢•~•♢•~•

¡Madre mía "güili", ya soltó la bomba!

Bueno, bueno, antes que nada, me gustaría desearle un muy feliz cumpleaños a Katniss, sí señor, y darle las gracias por ser la protagonista de esta gran historia y por llenar nuestros corazones y desesperarnos en los tres libros de Suzanne... Sin duda es un gran personaje lleno de valentía y digno de admiración. (Además de que tiene a Peeta y eso a todos nos mata de celos).

En fin, espero que el capítulo les haya gustado. Nuevamente agradezco todo su apoyo, sus votos y sus comentarios, de los que acaban de llegar y los que están aquí desde el principio conmigo, los lectores fantasma y los que aparte de todo, se leen mi verborrea jaja ♥

Ya sé que es hasta el miércoles, pero como no estoy segura de que vaya a publicar ese día, les deseo un feliz día de las madres (si es que hay alguna madre que me lee, y si no, felicítenme a sus mamás). Y la verdad no sé cuándo se festeje en otros países, si es el mismo día o no, pero aquí en México se celebra el 10 de mayo.

Déjenme sus comentarios aquí abajito, que siempre me hacen reír o me dan puntos de vista que yo jamás habría sido capaz de deducir. Es muy interesante saber lo que piensas ♥

¡Bonito inicio de semana!

-C. Willow

Un clásico:

¡#Joshifer!

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