HARINA Y POLVO DE CARBÓN

By C-WILLOW

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Las teselas ya no son suficientes, a Gale lo atraparon los Agentes de la Paz, el Capitolio reforzó la segurid... More

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"SÓLO TAL VEZ"

Miro el calendario que hay en la cocina de Peeta, suspiro y me levanto la blusa: las heridas ya cerraron —en parte gracias a las suturas que realizó mi madre—, pero han aparecido grandes moretones que cubren casi todo mi torso, sin mencionar mi mejilla que sigue hinchada y me hace parecer un hámster.

Cuando me desperté en la cama después de todo el aspaviento de la plaza, con lo incapaz que era de moverme por el dolor, tuve que contorsionarme lo suficiente como para incorporarme. La confusión propia de mi estado se disipó rápidamente al apreciar manchas importantes de sangre en las sábanas. Inmediatamente lo recordé todo y comencé a gritar como loca desquiciada el nombre de Peeta, y es que sí, estaba desquiciada. Total y completamente fuera de quicio.

Haymitch y mi madre llegaron para callarme, explicaron que Peeta estaba vivo, pero que su condición era crítica: estaba muy herido y algunas de las cortadas que el látigo había hecho estaban infectadas por todo el polvo de carbón y la suciedad, como me pasó a mí, pero como mi ropa no se desgarró completamente, no fue difícil curarlas; en cambio, él había ganado una grave infección cutánea, y desgraciadamente mi madre no tenía lo necesario para curarlo.

La realidad me golpeó otra vez, el miedo de perder a Peeta, la confusión, el deseo de querer estar con él y la impotencia por no poder hacerlo, ni siquiera cuando lograra pararme de esa estúpida cama, porque si lo hacemos, si estamos juntos, corremos el peligro de ser descubiertos y de terminar varios metros bajo tierra.

Después de una semana, logré ponerme en pie, utilizando ayuda, claro, pero así fue, y cómo no, lo primero que hice fue intentar correr hacia la cocina y ver a Peeta. El primer golpe de la realidad que había recibido días atrás al saber que estaba mal me volvió a dar una cachetada en la cara, esta vez, acompañada de un puñal en el corazón cuando lo vi tan débil. Su piel, que alguna vez pude imaginar como perfectamente blanca (con algunos detalles rosas casi imperceptibles adornándola, dándole un aspecto carnoso y perfecto, lejos de ser pálido), se encontraba llena de cicatrices y costras feas, morada, algunas venas azules se le marcaban. Tuve la sensación de que, si no fuese porque su espalda subía y bajaba a un ritmo acompasado, Peeta estaría tan muerto como todos aquellos enfermos o heridos de las minas que le traen a mi madre, tantos de ellos que han muerto en la mesa o en el piso de la entrada de mi casa; sus familia (generalmente sus esposas) llorando en la entrada, sosteniendo la cabeza de sus difuntos hombres en su regazo, aprisionándolos contra su pecho como si eso los fuese a devolver a la vida.

En ese momento, entendí a mi madre, entendí lo que pasó por su cabeza cuando supo que mi padre estaba muerto, y supe, comprendí, acepté, ¡Por un demonio, quería gritarlo! ¡Quería decirle a todo el mundo que Peeta es mío, que lo amo y que no soportaría de ninguna manera su muerte! ¡Quise gritar su nombre, quise que se levantara de esa mesa y me besara! ¡Quería correr a abrazarlo, envolverlo en mis brazos, aprisionarlo contra mi pecho y nunca dejarlo ir!

Todas mis intenciones se derrumbaron cuando alguien abrió la puerta. Traía un golpe en la mejilla que ya se estaba curando, igual que yo. En el segundo justo en que su mirada se encontró con la mía, cumplí mi deseo de gritar, ¡Le grite que se largara de mi casa! ¡Que se fuera! ¡Le dije que todo esto era su culpa, que debía de haber muerto! ¡Le grite que el bebé que espera tendría que ser de alguno de los agentes de la paz para quienes trabajaba en lugar de Peeta!

Se fue, ella se fue y luego todo se volvió obscuro cuando algo me pinchó el brazo y sentí un líquido frío y metálico mezclarse con mi sangre.

La siguiente vez que desperté fue como un sueño al principio: mi casa de la Veta había sido remplazada por un bello cuarto lleno de luz y de paredes grises, de muebles color vino barnizados que resaltaban la belleza de las decoraciones blancas, doradas y negras. Me sentía como si estuviera flotando en una nube, y cuando lo quise comprobar, comprendí que simplemente era un colchón. Prim entró segundos después, me explicó que nos habían trasladado a casa de Peeta porque no eran buenas las condiciones de la nuestra para que las heridas de Peeta lograran sanar. Le pregunté a Prim que qué había sucedido con la infección, ella me contestó que había empeorado, que habían intentado todo, pero que simplemente no tenían lo que se requería.

Siempre me he caracterizado por salir adelante en momentos críticos, tal vez porque es lo único destacable que he hecho en mi vida, pero esta vez, en verdad agradecí la experiencia. Le dije a Prim que llamara a Haymitch, este llegó dos días después porque estaba borracho —no es necesario mencionar la discusión que tuvimos cuando le reproché estar en ese estado cuando Peeta se estaba pudriendo—. Finalmente, luego de muchos insultos, le dije que llamara a Effie y que le pidiera la medicina que necesitaba Peeta; al principio no contestó, pero salió de la habitación y regreso momentos después. Dijo que ella lo intentaría, pero que no sabía con certeza si lo lograría, ya que no se le permitía viajar al distrito hasta que la cosecha tuviese lugar. Haymitch también me sorprendió cuando me confesó su plan: vaciar la medicina en botellas de licor vacías y dirigir el cargamento a su casa.

En ese momento me dieron ganas de abrazar a Haymitch y de chillar tan efusivamente como Effie siempre lo hace, por única vez en la vida le agradecí el hecho de que nos ha estado brindando su ayuda sin pedir algo a cambio que no sea evitar hacer estupideces, y ha continuado mostrando su apoyo (a su manera...) aunque nosotros no paramos de cometer estupideces ridículamente emocionales.

La medicina llegó una semana después, para ese momento yo ya podía subir y bajar escaleras, aunque con mucho dolor, pero lo hacía sólo para ir a ver a Peeta y nunca separarme de su lado. Él había estado en una especie de sueño, despertaba muy de vez en cuando, momentos que aprovechaba para hacer que comiera algo y, tal vez, sólo tal vez, cuando se volvía a dormir, después de asegurarme de que estaba totalmente perdido, darle un suave y pequeño beso en los labios, acariciar su cabello; finalmente, yo también quedarme dormida en la mesa sosteniendo su mano.

Cuando ya estába más recuperado, comenzó a recobrar la conciencia y era capaz de mantener pequeñas conversaciones conmigo:

—Nadie ha querido decirme qué fue exactamente lo que sucedió, ¿Por qué te castigaron?

—Derribé a un agente de la paz, nada del otro mundo. Estaban incendiando el Quemador, querían golpear a Sae. Su nieta estaba allí...

—Gracias, supongo —le dije.

—Creo que soy yo quien debería agradecer. Mira cómo te dejaron por mi culpa... Lo siento

—No te disculpes. Lo habría hecho por cualquier otra persona.

—Ya...

En este momento, él ya es capaz de ponerse en pie y bajar y subir escaleras; mi madre y Prim volvieron a casa, pero yo me he quedado encargada de cuidarlo, y por eso me encuentro aquí. Amaranta ha venido un par de veces antes (claro, en contra de mi voluntad), pero Haymitch me ha retenido en la habitación hasta que ella se haya ido.

Tomo la taza de té (sin azúcar) que le he preparado a Peeta y subo las escaleras de su casa con cuidado. Una vez en el pasillo, camino hacia la puerta de fondo, que es su habitación. Dejo una de las tazas en una mesita pequeña que hay cerca y giro el pomo de la puerta, esta se abre y recupero la taza antes de empujar la puerta para poder pasar. Me posiciono cerca de su cama, esta vez dejo ambas tazas en el buró. Abro las cortinas, dejando entrar completamente la luz, y de acuerdo al sus gustos, la ventana ya se encuentra abierta, por eso hace tanto frío aquí.

Peeta duerme boca abajo, como sería lógico de pensar si se toman en cuenta sus heridas. Le quito las cobijas de encima, dejando su espalda descubierta, aún llena de marcas que no han sanado completamente. Agarro mi taza, rodeo la cama y me siento en el lugar libre junto a él para esperar a que el frío del invierno y el olor a un delicioso té lo despierten. Él comienza a moverse en busca sus cobijas sin saber que las he retirado de la cama, y cuando se desespera porque no las encuentra, por fin abre los ojos.

—Katniss —balbucea.

—Buenos días, Peeta

—¿Y mis cobijas?

—Donde no la puedas tomar. Ya es hora de levantarse, toma el té que está en la mesita. — Lo ayudo un poco a incorporarse en la cama. Él suspira y toma su té.

—Es sin azúcar.

—Gracias.

Conversamos un poco más de cosas algo insignificantes como el frío del distrito y su manía por mantener las ventanas abiertas mientras duerme, también jugamos una ronda de un juego que Peeta propone, se llama «Real o no Real». Luego tocan la puerta. Él hace un ademán de levantarse para ir a abrir, pero le digo que no, que se quede, iré yo. Bajo las escaleras y supero la sala de estar hasta el recibidor, cuando estoy a punto de llegar, vuelven a tocar.

—¡Ya voy!

Mi rostro cambia completamente en cuanto abro la puerta y encuentro a Amaranta parada allí. Maldigo el hecho de que viva a tan sólo unas casas de aquí como cada una de las veces que ya ha venido a visitar a Peeta. La invito a pasar de mala gana y a regañadientes. Me limito a indicarle que Peeta está arriba, añadiendo, claro, un gruñido de advertencia que sólo yo puedo escuchar. No vuelvo a subir hasta que ella baja las escaleras con una sonrisa y se despide de mí. Una vez que cierra a puerta, voy a la habitación de Peeta, debatiéndome entre ser amable y preguntar de su conversación o ser una perra cortante y hacer como que ella nunca vino aquí y negar una vez más que lo amo. Decido que si quiero que Peeta me ponga más atención que a ella, necesito incluirme a mí también en lo que a ella le corresponda tratar con él. Siendo esto su hija, hallo la manera de meterme.

—¿Cómo la van a llamar? —pregunto. Peeta le da un trago a su té antes de responder.

—Queremos llamarla Carolina... Carolina Mellark —responde sonriente.

—¿Y qué significa? —digo, reprimiendo el nudo en la garganta al ver la felicidad que le provoca el hecho de que vaya a tener una hija. Yo jamás en la vida sería capaz de cumplirle ese cruel deseo de tener hijos, eso claramente me resta puntos.

—Mujer fuerte.

—Es muy bonito, Peeta, felicidades.

—Lo es, ella lo es Kat. No sabes la alegría que ha traído a mi vida, es como el arcoíris en medio de la tormenta. Ni siquiera la conozco y ya la amo con todo mi corazón —comenta.

—Pareces optimista —opino. Yo también le doy un trago al té.

—Nunca he dejado de serlo. Tampoco contigo.

—No empieces...

—¿Por qué no?

—Lo sabes muy bien, ¿Qué acaso no recuerdas como terminamos la última vez?

—¿Cómo podría olvidarlo...? Pero esta vez quiero hacer las cosas bien, quiero que dejemos atrás todos los malos entendidos que hemos tenido y que nos basemos en una sóla cosa: en que yo te amo y en que tú me amas a mí.

—Yo jamás he dicho algo que te pueda hacer asumir eso.

—Es verdad, pero... ¿Qué hay de aquellos dos besos? —Sonríe, aunque trata de esconderlo.

—¿De qué hablas?

—Hace cinco días por la noche, el martes de la semana pasada..., y según yo fueron cuatro, pero no estoy seguro de si esos dos restantes fueron un sueño... El punto es que quiero saber qué es lo que significan.

Me muerdo la lengua. ¡Yo creía que estaba inconsciente! ¡Se suponía que lo estaba! ¡Le sople en la cara y le hice cosquillas para asegurarme de eso! ¿Cómo es que lo sabe?

En mi defensa, fue un momento de debilidad, es decir, fueron..., es decir, me refiero a que...

—¿Katniss?

—¡Cállate, Peeta, no sé de qué hablas!

—Tal vez tú no, pero tus mejillas rojas dicen otra cosa...

—¡Peeta!

—Katniss —contesta él tranquilo.

—¡No me llames así! —chillo.

—¡Así te llamas!

—¡Pues no me nombres!

—¿Y cómo me dirijo a ti entonces?

—¡No te dirijas a mí!

—Bueno, en dado caso, ¿Podrías simplemente responderme por qué me besaste en cuatro ocasiones, sin mencionar que estaba dormido. ¿Acaso así será siempre? ¿Abusarás de mí mientras duermo?

—¡Qué! ¡No!

—¡Confiesa, muejer! —grita.

—¡Jamás! —afirmo.

—¡SI NO HABLAS LE DIRÉ A TODO EL DISTRITO QUE TIENES UNA MARCA DE NACIMIENTO EN FORMA DE FLECHA EN LAS POMPIS!

—¡ESO ES RIDÍCULO!

—¡La gente se lo cree todo! ¿Te imaginas si la noticia llegara al Capitolio? ¡Venderían tatuajes en forma de flechita y los plasmarían en las pompis de la gente sólo porque tú tienes uno y luego...!

—¡SÍ TE BESÉ! ¡SÓLO TAL VEZ...! ¿Y SABES POR QUÉ? ¡PORQUE SE ME DIO LA GANA! ¡Y NO TE ATREVAS A DECIRME NADA PORQUE TÚ ERES MÍO Y DE NADIE MÁS!

—NO.

—¿Qué? —pregunto, desconcertada.

—Eso sí que no —afirma

—¿De qué hablas?

—Yo soy mío. No le pertenezco a alguien, menos alguien que no me ame.

—¡Eres un ridículo, Mellark!

—Merezco ser amado

—Payaso.

—No me toques, yo no toco a lo que no me ama.

Fija en su rostro una expresión de indignación súmamente exagerada.

—¿Ya, terminaste de decir tonterías? —Le lanzo una almohada a la cara—. ¿A qué viene tu repentino ataque de dignidad?

—No. No hasta que tú me digas lo que sientes por mí.

—Pues no lo haré —digo, también intentado recuperar la dignidad perdida, de la manera más tonta posible.

—Puedo ser muy persuasivo, creo que lo sabes muy bien.

—Sí, pero no sirve de nada si luego te retractas.

—¿Quieres saber algo?

—No

—¡Pues te lo haré saber de todas formas! ¡A la mierda!

Peeta me jala del brazo y caigo junto a él en la cama, suelto un gemido porque las heridas aún me duelen demasiado, y supongo que hacer el esfuerzo para traerme aquí también le ha costado, pero no lo demuestra. De cualquier forma, sólo me da tiempo de parpadear, en pocos segundos ya me está besando. Allí vamos otra vez.

—Te .—Beso—. Amo .—Beso—. Katniss Everdeen.

—Peeta .—Beso—. Quíta... —Beso— ...te

—No. te dije que era persuasivo.

—Me estás persuadiendo para que te golpee.

—Después de esos azotes nada de lo que me hagas con esas insignificantes y delicadas manitas puede dolerme.

—¿Cómo que insignif...? —Beso—. ¡Peeta!

—Te amo. —Beso. Beso. Beso—. Te amo.

—Peeta deja de hacer esfuerzo. —Beso—. ¡Peeta! —Beso—. ¡Te vas a lastimar!

Cuando termino en la cama acostada, con él sobre mí, asegurándome que me ama, creo eso de que es terco y persuasivo. Ha tomado mis manos y las ha puesto arriba de mi cabeza, continúa besándome, declarándose. Primero yo le respondo que no, pero cuando sus besos se dirigen a mi cuello, comienzo a desistir.

—Peeta ya para.

—No. Vas a decir la verdad quieras o no, puedo torturarte toda la tarde.

Sus besos siguen, uno tras otro, luego comienza a bajar hacia mi estómago. Llega al borde de mi camiseta, y como no dispone de sus manos, la empuja hacia arriba con la nariz. Cada beso susurra un te amo. Cuando la blusa ya no quiere subir más con el simple impulso de su nariz, vuelve a mi cuello, luego a mis labios.

—Me amas, ¿Real o no Real?

Hago mi último esfuerzo por conservar la cordura, por evitar aquello que seguro nos llevará a todos a la muerte. Llego a la conclusión de que es inevitable.

—Real.

...

Haymitch ha quedado de venir a comer hoy y como no he podido salir yo tampoco hemos encargado la comida a Sae la Grasienta. Mi madre, Prim, la familia de Peeta y Amaranta también estarán aquí, ya que hoy se dará el anuncio de cómo será el Vasallaje.

El primero en llegar es el Sr. Mellark con los dos hermanos de Peeta (no sé por qué no me sorprende la ausencia de la Sra. Mellark), no era raro verlos por aquí los últimos días, sobre todo al primero, que se la ha pasado constantemente visitando a Peeta y dándole seguimiento a su estado de salud: también nos ha hecho favor de traernos la comida unas cuantas veces.

Sae llega temprano con la comida, aproximadamente diez minutos después de que llega la familia de Peeta. Le ofrecimos quedarse, pero dice que tiene que ir a cuidar de su nieta. Prim y mi madre llegan cuando estoy a nada de cerrar la puerta después de que Sae se va. Como Haymitch no llega, decidimos dejar de esperar y comenzar a comer. Encendemos la televisión para estar atentos a cualquier noticia, pero como no llega nada, dejamos de ponerle atención.

Se oye como la puerta se azota al unísono del himno del capitolio comenzando a sonar en la televisión. Haymitch se sienta junto a mí sin decir nada. Bien, estamos para ver la noticia y nadie necesita alguno de sus comentarios fuera de lugar. Las palabras del presidente Snow resuenan en toda la estancia, sacándome de mis pensamientos. Nos encontramos tan atentos que nadie se atreve a hacer un solo sonido. Noto que Peeta está muy nervioso, y no intento calmarlo porque si yo me encontrara en sus zapatos, nadie lograría hacerlo.

Cuando el presidente termina de hablar, el letargo en el que nos encontrábamos se rompe con el claro sonido de una taza impactando contra el suelo, seguido de la puerta azotándose dos veces. Miro a mi alrededor, porque ni siquiera sé quién se ha ido, miro la cara de cada uno de mis acompañantes, menos la de Peeta y Amaranta; entonces sé que ha ocurrido lo peor.

•~•♢•~•♢•~•♡•~•♢•~•♢•~•

When a nadie le gusta tu portada :'v

Hola jaja

Espero que hayan disfrutado el capítulo y que haya conseguido intrigarlos, ¿Qué creen que pasará en el siguiente? ¿Creen que Peeta irá de nuevo a la arena? Tal vez sea Haymitch esta vez... ¿Quién sabe?

Recuerden que si les gustó el capítulo puede comentar sus críticas y sugerencias, así como qué creen que pasará en el siguiente capítulo o que les gustaría que pasara, también pueden votar al picarle a la estrellita :)

¡Muchas gracias por leer!

-C. Willow

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