(YA A LA VENTA) Waaseyaa (I):...

Por situmedicesven

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Bagamishkaa - Ella llega en un barco
Banajaanh - Un pequeño pájaro
Naniizaan - Peligro
Nibi - Agua
Gitigaan - Jardín
Mayagwe - Ella habla una lengua extraña
Nitii - Té
Zhaabwii - Ella sobrevive
Nandawaaboozwe - Él caza liebres
Bedowe - Él posee una voz dulce
Zhoomiingweni - Él sonríe
Minjinawezi - Ella tiene arrepentimientos
Giziibiigazhe - Ella toma un baño
Nanda-gikendan - Busca aprender
Jiigaatig - Junto al árbol
Aanjise - Ella cambia
Azheyaanimizi - Ella retrocede en el miedo
Mitig - Leña
Namanj - Dudosa
Anami'aa - Ella reza
Gikinoo'amaadiiwigamig - La escuela
Obimaaji'aan - Ella salva su vida
Nakweshkodaadiwag - Ellos se encuentran
Zoongide'e - Ella es valiente
Miigwech, nishiime - Gracias, hermana
Wiidigendiwin - Una boda
Aki - La tierra
Onendam - Ella decide qué hacer
Daanginigaazo - Él la toca
Maajiibii'ige - Ella escribe una carta
Gikinoo'amaadiwag - Ellos se enseñan
Inoomigo - Ella cabalga
Giiwedin - Viento del norte
Ganawenjige - Él cuida de ella
Agadendam - Ella siente vergüenza
Oninjiin - Sus manos
Jiigi-zaaga'igan - Junto al lago
Wenonah - La primera hija nacida
Anaamendang - Ella sospecha
Gimoodiwin - Robo
Biibaagadaawaage - Ella vende en una subasta
Minose - Ella trae la buena suerte
Nahuel - Jaguar
Nibwaakaa - Él es sabio
Ojiim - Beso
Zhiigaa - La viuda
Wanaanimizi - Ella está confundida
Anishinaabe-izhinikaazowin - Un nombre indio
Gaagiizom - Ella le pide disculpas
Miskwi - Sangre
Gwayakwendam - Ella está en lo correcto
Nisayenh - Mi hermano mayor
Giiwanimo - Ella miente
Aanji-bimaadiziwin - Una vida cambiada
Nisoode - Familia de tres
Bizindam - Ella escucha
Naabikawaagan - Un colgante
Miikawaadizi - Ella es bella
Niijikwe - Amiga
Oshkagoode - Ella tiene un vestido nuevo
Ashi-ishwaaswi - Dieciocho
Gaawiin gegoo - Nada
Maamawi - Juntas
Giimoodad - Es un secreto
Moozhwaagan - Un par de tijeras
Beshwaji' - ¿Mejores amigos?
Mawadish - La visita
Mashkawizii - Ella tiene fuerza interior
Makadewindibe - Pelo oscuro
Niimi'idiwag - Ellos bailan
Gikinjigwenidiwag - Ellos se abrazan
Giikaji - Ella tiene frío
Gide', nide' - Tu corazón, mi corazón
Gizhaawaso - Él protege a los jóvenes
Zaagi'iwe - Ella le ama
Anamikaage - Bienvenida a casa
Zakizo - Ella está en llamas
Gego mawi - "No llores"
Ayaangwaamizi - Él es prudente
Ashadomaage - Una promesa
Wiiwan - Su esposa
Bawaajigan - Un sueño
Debwewin - La verdad
Gaawiin - No
Niigi - Ella nace
Anishinaabe - Una persona
Algoma - Valle de flores
Maajaa - Él se marcha
Noojimo' - La cura
Nibo - Él muere
Zhiing - Odio
Miigaazo - Ella lucha
Gibaakwa'odiiwigamig - La prisión
Bii'o - Ella espera
Niizhogon - Dos días
Ishkodewan - En llamas
Naadamaw - Ella busca ayuda
Gikinjigwenidiwag - Ellos se abrazan
Niiwiiv - Mi mujer
Miskwiiwininjii - Él tiene las manos manchadas de sangre
Gichi-mookomaan - Gran cuchillo
Zhaagwenim - Él tiene dudas
Bangan - Paz
Ozhichige - Él construye
Biitoon - Espere por ello
Giiwose - Ella caza
Gizhe-manidoo - Dios
Ziigwanong - Última primavera
Indaashaan - Ven aquí
Baamaapii - Despedida
Bagamoomigo - Ella llega en caballo
Giniw - Águila dorada
Wiikwaji'o - Ella intenta ser libre
Zazegaa-ikwe - Una buena mujer
Memengwaa - Una mariposa
Omaamaayan - Su madre
Maazhise - Mala fortuna
Mizhodam - Él gana
Giiwanaadingwaam - Ella tiene una pesadilla
Wiidigemaagan - Un compañero
Mazina'igan - Un libro
Bimi-ayaa - Ella viaja
Mitaakwazhe - Ella está desnuda
Gaganoonidiwag - Ellos conversan
Aakozi - Él está enfermo
Moojigizi - Ella es feliz
Ishpiming - En el cielo
Nishiwe - Ella asesina
Abinoojiinyens - Un bebé
Bagidenjigaazo - Ella entierra
Mashkawaa - Ella posee fortaleza
Zegizi - Ella tiene miedo
Ogichidaa - Guerrera
Gagiinawishki - Él miente
Dibishkaa - Ella celebra su cumpleaños
Gikinawaabi - Ella aprende observando
Inendam - Ella toma una decisión
Debwetaw - Ellos están de acuerdo
Wiidookaw - "Ayúdame"
Miigaadan - Lucha
Miikana - Un camino
Gichigami - Un océano
Maadaakizo - Ella empieza a arder
Giinawind - Nosotros
Jiiskinikebizon - Una pulsera
Ozhibii'igaade - Ellos escriben
Waaseyaa ndishnikaaz - Mi nombre es Waaseyaa
Maakinaw - Una cicatriz
Noojimo'iwe - La que cura
Noojiwigiizhwaandiwag - Ellos hablan amorosamente
Inaakonigewin - La ley
Ashwii - Ella está preparada
Waabam, daangin - Ver, tocar
Ma'iingan - Loba
Wiindigoowi - Convertirse en un monstruo
Aanzinaago'idizo - Ella se transforma
Waabishki - Blanca
Onaabam - Escoger
Biigoshkaa - Ella se rompe
Indawaaj - Consecuencias
Zoongigane - Ella tiene huesos fuertes
Wiikwaji'o - Ella intenta liberarse
Gichi-manidoo - Gran Espíritu
Bamewawagezhikaquay - La mujer de las estrellas que corren por el cielo
¡Muchísimas gracias a todxs!

Wiikonge - Él las invita a una celebración

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Por situmedicesven


Thomas Turner nos visitó aquella tarde y no le quitó los ojos de encima a Étienne. Desconocía por qué, pero lo miraba con desconfianza. A decir verdad, prefería que posara sus atenciones en él, no en mí, ya que era bastante obvio que tanto Jeanne como yo habíamos estado llorando. Antoine nos miró sin alterarse, aunque comprendiendo, y supe que mi hermana mantendría una larga conversación con él. Por su parte, Étienne permanecía tenso, acosado por el mercader, pero me sonrió levemente, como si supiera lo que había ocurrido entre ambas.

— Le alegrará saber que gran parte de los alumnos de Denèuve no han aparecido por Notre-Dame desde el desagradable encontronazo con Wenonah, señorita Catherine — dijo el inglés.

— ¿Es eso cierto? — abrió los ojos Antoine.

— Y tanto — se rió —. Parece ser que se han quedado sin pupilos.

Me miró con cariño, contento, pero yo era incapaz de corresponderle. Estaba abatida, asfixiada por la cinta, y solo deseaba estar a solas a toda costa.

— Acabarán masacrados si no aprenden cómo comunicarse — apuntó Thibault.

— Denèuve y Quentin no son los únicos maestros de todo Quebec — se quejó Thomas Turner —. A decir verdad, Henry Samuel Johnson y yo tuvimos una fabulosa idea el otro día, señorita.

— ¿Quién es Henry Samuel Johnson? — se extrañó Antoine.

— Trabaja con el señor Turner, ¿no es así? — intervino Jeanne. Él asintió —. ¿Y cuál es la fabulosa idea que han tenido?

— La señorita Catherine podría enseñar a los indígenas en su poblado.

Étienne tiró su cucharita de plata a la mesa sin poder evitarlo. Todos miramos a Thomas Turner, estupefactos con su intrepidez. Por fin conseguí sonreír de oreja a oreja. Apreciaba a aquel hombre por encima de todas las cosas.

— Usted está loco de remate — se escandalizó Thibault —. ¿De dónde diantres han concluido que ese era un buen plan?

— Sin faltar, eh — me hizo reír.

— Señor Turner... — musitó Antoine. No pudo evitar reírse como yo.

— ¿Por qué ponen esa cara? ¡Es una buena idea! No es la primera vez que hombres blancos han acudido a las tribus para enseñarles, ¡el reverendo Denèuve lo hizo durante muchos años! — intensificó la vehemencia de su tono —. Si la señorita Catherine les enseñara francés e inglés, no tendrían ninguna razón para volver a las aulas de los clérigos; los alejaríamos del peligro de una vez por todas.

— ¿Y ustedes suponen que los salvajes accederán? — se interpuso Thibault. Jeanne y Antoine permanecían en silencio, mirándose.

— ¿No conoce usted a la señorita Catherine? — frunció el ceño —. Tiene buena mano con los indios.

Aquel era un comentario de doble filo y tanto Étienne como yo nos aguantamos la risa.

— Así es, amigo mío — comentó Antoine —. Catherine tiene buen trato con algunos ojibwa, los niños la conocen. Es probable que fuera bienvenida en el poblado, pero no podemos estar seguros — miró a Turner.

En mi interior, concluí que el arquitecto estaba en lo cierto. Después de mi encuentro con Ishkode, no podía asegurar que me quisieran en aquel poblado. No obstante, no podía saberlo.

— ¿Estás dándole el visto bueno a esta locura? — se sorprendió Thibault.

— No es tan descabellado — dijo él, clavando los ojos en su esposa —. Todos en esta casa deseamos ayudarles en la medida de lo posible. Merecen una educación digna.

— Además, no estaría sola. El padre Chavanel ha accedido a colaborar. Quiere ser su profesor de cálculo — agregó el mercader.

— ¿Cómo? — rompí mi silencio con los ojos muy abiertos.

— Sí. Ha abandonado Notre-Dame. Está viviendo en la pensión de la taberna de Louis. No ha renegado de sus votos, pero ya no quiere ningún trato con la orden. Fue él el que nos sugirió que nuestra idea era buena.

— Ese clérigo es un santo — se asombró mi hermana.

Me visualicé entre aquellas tiendas, junto a la gran hoguera, enseñándoles. Les debía aquello; era mi deber convertirme en su nueva maestra, aunque no lo hubiera hecho nunca.

— Henry y yo podríamos hacérselo saber y esperar su respuesta...

— Señorita Olivier, ¿no tiene nada que decir? — me exigió Thibault.

— Ella quiere enseñarles — afirmó mi hermana.

— La apoyamos — me sonrió Antoine.

Yo me llevé las manos a la boca, pletórica, y contuve las lágrimas de alegría. ¡Me estaban dando permiso!

— Pero con un par de condiciones — se rió —. Florentine, Jeanne o yo te acompañaremos en todo momento y regresarás antes de que anochezca, ¿entendido?

Antoine estaba intentando ser duro en frente de nuestros invitados, pero yo sabía que confiaba en mí plenamente y que le hacía tremendamente feliz ver que recibía su aprobación abiertamente. Capté los cariñosos ojos de Thomas Turner contemplándome desde su esquina.

— Gracias — dije, emocionada. Miré a mi hermana y me sonrió con aceptación.

— Enhorabuena — despegó los labios Étienne, ciertamente contento por mí.

— No tan deprisa, jovencita: primero tendremos que saber si ellos aceptarán.


‡‡‡‡


Estaba zurciéndole unos guantes a Thomas Turner cuando una comitiva indígena llegó sin previo aviso. Todos estábamos tomando el té en el salón. Jeanne conversaba con Thibault y Étienne jugaba al ajedrez con Antoine. Oímos llegar a sus caballos y nos asomamos a la ventana para verlos pasar de largo, como era costumbre; sin embargo, no lo hicieron. Distinguí a seis personas acercándose al porche delantero.

— ¿Se habrá comunicado ya el señor Johnson con ellos? — se extrañó Antoine.

Me asombró el cambio experimentado en aquella casa. Mientras que Étienne y Thibault parecían algo aterrados por la presencia de indios, nosotros cuatro ni nos inmutamos. Jeanne se limitó a dirigirme una mirada protectora y me asombró lo lejos que estaba aquel primer encuentro con ellos, en ese mismo pórtico.

— Señor Clément, tienen visita — anunció Florentine, pálida.

Todos corrimos sin poder evitarlo hasta la parte delantera de la casa. Antoine nos lideró y abrió la puerta con fingida calma. Thibault se llevó la mano al estoque que portaba siempre en el cinto al encontrarse con seis hombres indígenas. Era una escena un tanto anómala. Habían llamado a la puerta como si fuera normal que hombres blancos y salvajes se encontraran para tomar el té de la tarde. Mi rostro relumbró con dicha cuando vi a Namid entre ellos.

— ¡Nisayenh! — lo saludé, apartando un poco a Thibault.

Él domó la sonrisa que amenazaba con poblar sus labios y una voz familiar habló con autoridad en lengua ojibwa. Miré para ver de quién provenía. Era Ishkode. Tras él, estaba el joven que yo había salvado en aquel tiroteo, mirándome con infantil curiosidad. Había tres hombres más, pero desconocía quiénes eran. Refulgían juventud y vigor. Todos estaban inquietos menos Namid.

— Dios mío, parece un gigante — se asustó Jeanne, echándose hacia atrás —. ¿Qué ha dicho?

— Aaniin, Ishkode — lo saludó Thomas Turner, el único que comprendía su lengua.

Él les dio permiso y todos nos dijeron "hola" en ojibwa. Asombrado, advertí cómo Étienne analizaba cada recoveco de Namid. Éste le inclinó el rostro. Ishkode retomó la palabra y habló con adustez, atemorizándolos más. El mercader le escuchaba con atención.

— ¿Qué ha dicho? — se tensó Thibault.

— Están invitando a la señorita Catherine al poblado — tradujo.

— ¿Qu-qué? — saltó mi hermana.

Thomas Turner le indicó a Ishkode que aguardara unos instantes y éste asintió, mortíferamente en calma. Namid ya no podía evitar sonreírme.

— Este es el joven Ishkode, es el hermano mayor de este otro joven al que ya conocerán, Namid. Es el primogénito de la familia — explicó —. Han venido hasta aquí para invitar a la señorita Catherine a su poblado como agradecimiento por la devolución de los mechones de su hermana pequeña, Wenonah.

Todos me miraron, atónitos.

— Hágale saber nuestro agradecimiento, deprisa — no quiso ofenderle Antoine.

Él se lo expresó en su idioma y todos asintieron. Ishkode me miró directamente, con aquellos ojos negros, todo pupila, que abrasaban, y se llevó un mano al pecho en señal de respeto. De pronto, otro de los jóvenes indígenas me dijo algo y Thomas Turner se echó a reír.

— Este es Miskwaadesi, el segundo hermano mayor. Le ha dicho que no se lo piense y acepte su oferta — me indicó.

Conocedora de que estaba directamente relacionado con Namid, lo miré con mayor atención. No podía distinguir muy bien sus facciones, ya que las tenía profusamente pintadas de oscuro, pero se parecían entre ellos. Tenía los dientes delanteros partidos y le faltaba media oreja izquierda.

— Miigwech, nisayenh — le agradecí, sonrojada.

— Espere un momento — palideció Thibault —, ¿usted habla la lengua de los salvajes?

— Cállese, por el amor de dios. No interrumpa — sentenció Thomas Turner.

Ishkode volvió a hablar, imponiendo obediencia y esperamos la traducción:

— Van a celebrar un rito en honor a la cabellera de su hermana y tiene que estar presente.

— Pero... — escuché decir a mi hermana.

Por eso Namid sonreía: no estaban siendo hostiles, sino agradecidos.

— Dígale que aceptamos y que es un privilegio para nuestra familia que hayan venido hasta aquí con tan buenas intenciones, pero Catherine no acudirá a solas a la tribu — añadió Antoine.

Todos esperamos la reacción de Ishkode. Se rió por un lado de la boca y volvió a mirarme como si no fuera capaz de acertar en mis intenciones.

— Mhm — asintió con lentitud, accediendo. Me señaló y dijo algo más.

— Elige a tu acompañante — me hizo saber Turner.

— Jeanne — escupí las palabras.

Ella me miró con la boca abierta. Estaba muerta de miedo.

— ¿Por qué solo puede ir una persona? — se preocupó el arquitecto.

— Dice que es una celebración sagrada.

Si Antoine tuvo recelo, no pronunció palabra.

— Miigwech — les hice una reverencia. Debía de controlarme para no mirar en exceso a Namid y mostrar en público que solo deseaba hundirme entre sus brazos. ¿Sería capaz de cumplir la promesa que le había hecho a mi hermana?

Todos menos el mayor se llevaron la mano al corazón y me la extendieron. Yo hice lo mismo. Ishkode habló por última vez y se dio la vuelta, ordenando al resto que le siguieran.

— Waaban — se despidió.

— "Mañana" — descifró el inglés — Vendrán mañana a recogerlas en sus caballos.

Antoine quiso despedirse con educación, pero los indígenas cruzaron el terreno en dos zancadas y se subieron a sus caballos, dando por finalizada aquella conversación con el carácter directo de su tribu. No perdían el tiempo en excusas o en formalismos, simplemente iban al grano. Mientras se posicionaba en Giiwedin, mis ojos se encontraron con los de Namid.

Sin duda, la felicidad existía en ellos.


‡‡‡‡


Aquella mañana fue el último eslabón de un insomnio que había durado toda la noche. Florentine, nerviosa como era, pero más de lo habitual por la angustia que sentía, intentó ocultarme las ojeras a toda costa. En contra de sus deseos por embellecerme lo máximo posible, yo le ordené que me dejara el pelo suelto, únicamente cepillado con esmero para deshacerme de los nudos, y se limitara a perfumarme.

— ¿No desea maquillarse un poco?

Para mi criada, era más sano tomarse aquella salida al poblado ojibwa como una especie de encuentro social al que debía de ir decentemente arreglada. No obstante, lo que buscaba evitar era parecer pretenciosa, y la única forma que tenía de conseguir aquello, dado que no podía deshacerme de los corsés y los vuelos, era presentarme con la mayor sencillez posible. No tenía tan mala cara...

— Gracias, Florentine. Creo que ya estoy lista.

Me enfundé en uno de los vestidos antiguos, el más ancho que poseía, de color añil, y me puse el abrigo de Namid. Debía de devolvérselo en algún momento. Florentine me observó con estupor, como si me hubiera convertido ya en una de ellos.

— Todo irá bien — le leí los pensamientos.

— Tengan cuidado, se lo ruego — me abrazó.

Cuando se alejó, me entregó una tela blanquecina. La desanudé y descubrí que se trataba de un pañuelo de algodón reluciente. Tenía los extremos bordados en azul y, justo en la esquina inferior derecha, había cosido el nombre de Wenonah con letras claras. La miré, conmovida.

— Déselo. Pobre criatura... — suspiró —. Dígale que deben de aceptarla como su maestra para que les pueda enseñar a escribir tan bien como lo está haciendo conmigo.

La estreché entre mis brazos con fuerza y le di las gracias a dios por haberla situado en mi vida.


‡‡‡‡


Jeanne no me superaba en ojeras, de eso no cabía duda. Estaba sentada en el salón, rodeada de su marido, Thibault y Étienne, y se abanicaba el rostro a pesar de que no hacía nada de calor. La había elegido de manera instintiva, pero la extensa vigilia me había permitido entender que una parte de mí pretendía enseñarle el mundo de Namid para que pudiera apreciarlo como yo lo hacía. Quería que dejara de estar asustada.

— Buenos días.

Los tres hombres se levantaron de sus asientos, en tensión, y Antoine corrió a abrazarme.

— Confío en ti, Cat. Cuida de ella — me susurró al oído para que nadie más pudiera oírnos, llamándome con aquel diminutivo cariñoso por primera vez —. Estoy orgulloso de ti, no lo olvides. Regresad de una pieza.

— Gracias... — añadí.

Jeanne se levantó y yo sabía que le temblaban las piernas por debajo del cancán. Se había quitado todas las joyas y también llevaba un vestido oscuro. Me vi reflejada en el terror de sus pupilas. "Ella nunca me abandonará", pensé a la vez que le sonreía con candor.

— Qué bella estás — me halagó, besándome la mejilla, silenciando todos sus temores.

— ¿Están seguras de esto? — se preocupó Thibault.

Étienne se aproximó a nosotras y me tomó de la mano para besar el dorso. Al hacerlo, sus ojos me buscaron. "Ten cuidado", leí en ellos.

— No lo estoy, pero debo permanecer junto a ella — se rió mi hermana con nerviosismo.

— Catherine realizó una digna acción y, como tal, también debe de estar dispuesta a aceptar su recompensa. Thibault, todos somos hombres, no importa de dónde provengamos, y para mí es un honor que las dos mujercitas más queridas de mi casa vayan a entablar un contacto pacífico y enriquecedor con los indígenas. Si más franceses tuvieran la valentía de desechar sus prejuicios, no tendríamos que viajar a Montreal para construir cuarteles.

Como solía suceder, Antoine tenía la capacidad de silenciarnos a todos con su sentido común y buen hacer.

— ¿No tienes miedo de que pueda ocurrirles algo?

— Precisamente el miedo es el problema — apuntó.


‡‡‡‡


— Abandonamos Francia en barco para venir a este continente inhóspito, un par de hombres no van a atemorizarme.

Me reí al escuchar la broma de Jeanne mientras esperábamos en el porche a que los jinetes indígenas vinieran a nuestro encuentro. Antoine la miró con cariño, en cierta forma admirándola, y nos tomó de las manos a las dos, una a cada lado. Puntuales a una hora no establecida, escuchamos los cascos de los animales atronando en los alrededores. Agudicé el oído. "Son pocos caballos", pensé.

— Tome — Thibault le ofreció un pequeño cuchillo con desesperación a Jeanne.

— Yo no uso armas, mas se lo agradezco — lo rechazó, asustada por el simple hecho de tener que tocarlo.

— Relájate, hermano. Si Antoine ha confiado en ellos, nosotros debemos de hacerle las cosas más llevaderas — le aconsejó Étienne.

Acerté al sostener que eran pocos caballos. Dos para ser más exactos. Se acercaron a la verja de la entrada y nos saludaron. Reconocí a Namid y al joven al que había salvado semanas atrás. Me tranquilicé al no ver a Ishkode y Jeanne también lo hizo. Antoine los invitó a aproximarse con la mano extendida y ellos obedecieron.

— Quedaos aquí — les indicó a Thibault y a Étienne.

Los tres, mi pequeña gran familia, bajamos la escalinata y acudimos a su encuentro. Giiwedin relinchó al reconocer mi aroma. Antoine no nos soltó.

— Aaniin, Waaseyaa — me saludó Namid.

Estaba bellísimo con el cabello apartado de la cara y tres finas líneas rojizas cruzándole el rostro y el cuello. Lo tenía delante y no era ningún secreto. Tuve que pellizcarme para creer que era real.

— Aaniin, nisayenh — le respondí, hablando por todos los presentes.

Bajó del caballo y le hizo una tosca reverencia a Antoine. Él le correspondió con nerviosismo. En segundo lugar se dirigió a Jeanne y la miró con cortesía. De pronto le tendió la mano, como invitándola a arrimarse un poco más, y la situó frente a frente con Giiwedin. Ella no sabía dónde esconderse.

— Giiwedin — le hizo acariciarlo.

— Te está presentando a su caballo. Su nombre significa "Viento del norte" — dije en voz baja.

No era gratuito que Jeanne recibiera aquel trato. Para los ojibwa, los lazos familiares, la sangre, era altamente importante. Ella era mi hermana mayor y, como tal, debía de ser tratada con sumo cuidado.

— Es uno de los mejores rocines de todo Quebec — lo admiró Antoine desde cierta distancia.

— Hola Giiwedin — murmuró, insegura.

Namid le sonrió sin casi estirar los labios y entonces señaló con el dedo a su compañero.

— Waagosh — nos lo presentó.

Me pregunté que significaría su nombre. "No sé qué vamos a hacer sin un traductor", me preocupé. Waagosh se diferenciaba muy bien del resto de indígenas que había visto hasta el momento: era de baja estatura, aunque fornido. Poseía unos ojos marrones muy redondos, característica que resaltaba con lo rasgados que eran. Tenía la nariz puntiaguda, grande, mas no en exceso, y su rostro era ovalado como el de una manzana. Llevaba el cabello largo, lleno de trenzas de diferentes tamaños, y las orejas perforadas por varios sitios.

— Aaniin, Waagosh — me sonrojé un poco.

— Es el joven al que dispararon... — le reconoció Jeanne.

Él nos saludó con tranquilidad. Algo en sus ojos me dijo que era una persona jovial y risueña. No descendió del caballo y Namid la guio hasta él, indicándole que sería su jinete.

— Antoine... — buscó a su marido, espantada.

— No tengas miedo, cariño.

Al adelantarse, se detuvo en seco antes de alcanzarla. No quería ofenderles. Sin embargo, ambos guías conocían el vínculo que unía al matrimonio Clément y no se entrometieron. Namid le dejó abrazarla. Lo vi observarlos desiderativamente, con cierta envidia.

— Estos hombres cuidarán de ti y de Catherine, no te preocupes. Son buenos chicos — la intentó convencer.

Waagosh bajó del animal de un salto y le pidió permiso con la mirada para levantarla del suelo y situarla a lomos de su caballo. Jeanne dejó ir un grito y Antoine le besó la mano antes de apartarse de nuevo. Respiraba con tanta intensidad que parecía estar transpirando. Los dos ojibwa intercambiaron miradas. Estaban tan acostumbrados a despertar antipatías que les entró la risa. Se colocó tras ella sin esfuerzo y le intentó decir que se sujetara bien.

— Volveremos. Te lo prometo — le dije a Antoine antes de que Namid me alzara sobre mis pies para montar a Giiwedin.

El arquitecto no dijo nada. Tragó saliva y se quedó totalmente estático cuando los indios estallaron en un alarido y desaparecimos de allí tras un rastro de polvo y perfume. 

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