Hurricane ✓ ⋆ Finnick Odair

By astrolupin

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Keera Pevensee no quería ser parte de la revolución, así como tampoco deseaba seguir los honorables pasos que... More

INTRODUCCIÓN
PRIMERA PARTE
00| Rebeldes
01| Promesas
02| Huracán
03| Descontrol
04| Violencia
05| Problemas
06| Inestable
07| Salvación
08| La Cacería
09| Devastada
SEGUNDA PARTE
10| Chantaje
11| Cenizas
12| Supervivencia
13| Propuesta
14| Rescate
15| Familia
16| Casamiento
17| Mente Maestra
18| Capitolio
20| Paz
Agradecimientos

19| Mutos

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By astrolupin

CAPÍTULO DIECINUEVE

Remus se encontraba llorando por piedad, incapaz de soportar aquél dolor por mucho tiempo. La sangre roja escarlata se distribuía por su cuerpo, cayendo al suelo. La visión le hizo quedarse quieta, sin poder hacer nada para evitar la muerte que se acercaba en su amigo. Las personas solían decir que la muerte no dolía y en las cartas de tarot describían la muerte como un reinicio, un camino a algo nuevo. Y si Keera se ponía a pensar, cada muerto que ella había visto, todos tenían algo en común. Sus rostros estaban en paz. Entonces, ¿Por qué Remus se sostenía tanto a la vida? Él parecía querer dar respiros, aguantar tiempo para acallar los gritos dentro de él y cumplir sus propósitos. Pero no lo lograría, no con todo el liquido cayendo desde su cuerpo.

La soga que mantenía a la muchacha, la soltó, provocando que gimiera contra el suelo, pero su cara raspada, y su nariz sangrando no se comparaba al dolor que sentía mentalmente. Finnick intentó evitar el golpe lo más que pudo, pero ambos estaban asombrados con lo que sucedía a su alrededor. Sólo habían bastado segundos para que las trampas los agarraran, los segundos eran los que los diferenciaba de la vida y de la muerte. En un momento estabas vivo, pero al segundo siguiente, solo eres cenizas.
Remus era su amigo y a pesar de conocerlo hace tres meses, habían podido hacer una gran relación. Habían comido juntos, habían insultado a Coin, e incluso ella le había hablado de todos sus demonios. Al ver los ojos cansados de Remus recordó lo sucedido, los coqueteos con Artie y sus entrenamientos. Él era una buena persona, que había sido destruida como todas. Había estado viviendo una batalla y las únicas que lo habían ayudado habían sido las hermanas Pevensee. Las lágrimas comenzaron a caer de sus ojos, sin poder detenerlas más.

—Aguanta.— dijo Katniss, con su mano extendida en su torrente sanguíneo, tratando de detener la hemorragia. El metal había salido de su cuerpo al mismo momento en el que la soga había soltado a Keera, dejando un gran agujero. Probablemente había perforado algunos de sus órganos.

Él balbuceaba, tratando de hablar, pero no podía. Sus ojos observaron a Keera, demostrando algo que no podía entender. ¿Por qué él la miraba de esa manera?

—Remus.— ella dijo, incapaz de acercarse aún más. El rostro del muchacho ya no parecía infeliz, él estaba cayendo poco a poco en un pozo del que no iba a regresar, pero parecía no tener miedo de aquello. Tal vez le había costado unos segundos en comprender la muerte. Sus labios se cerraron y la sangre dejó de salir con tanta intensidad de su boca. No oyó ningún ruido salir de él. Su pecho dejó de moverse.

Los brazos de Finnick la abrazaron, justo en el mismo momento que el corazón del muchacho se detenía. Keera gritó, mientra se sacudía llorando. No podía creer lo que había sucedido, no podía ser real. Era Remus, ahora estaba muerto. Gritó hasta que su garganta le pidió detenerse, pero aún así sus sacudidas no se detuvieron. Se sintió maldita, viendo a otra persona más morir. Quizás había nacido para ser torturada, un ciclo que jamás terminaría.
Se levantó del suelo, dándole un empujón a Finnick para que saliera de su cuerpo y se avalanzó hacia el cadáver del que era su amigo. Lo abrazó con fuerza, sintiendo la sangre bañar sus manos, brazos y rostro. Esperó que todo eso fuera un horrible sueño, pero no lo era. Le agarró una sensación de que ya había vivido aquello y recordó la muerte de su madre, sus brazos arropando la mujer. Pero nadie había oído sus plegarias.

—Regresa, regresa.— pidió, viendo los ojos del muchacho, sin vida. Incluso parecía que sus cabellos, sus pestañas y sus cejas habían oscurecido, ya no tenían el brillante color naranja que lo caracterizaba. Acercó su oído a su pecho y sollozó en su cuerpo.

—La sangre en el piso fue lo que detuvo la trampa.— musitó Jackson, con un tono indiferente. Como si la muerte del muchacho no le afectara, como si la juventud robada sería algo de todos los días.— Es una trampa que se apaga al conectar con la sangre y sus sensores están siempre a alerta. Debí saberlo, no era difícil de desactivar aquella trampa, lo único que necesitaba era una gota de sangre. 

»Hay que movernos, estoy segura de que hay más.

Keera deshizo su abrazo, despegandose de su amigo. La sombra de la venganza la acechó una vez más, acompañada del enojo.

—Eres una maldita, ¿Acaso te importó siquiera la muerte de Remus?— preguntó ella, levantándose en un rápido movimiento. Katniss y Finnick se posaron a su lado, sabiendo de antemano cómo podía reaccionar ante las cosas. En la arena, había sufrido un colapso por ver morir a una mujer que no le importaba, ahora no sabían lo que ella haría con alguien que sí lo hacia. Tras los juegos, Keera había estado mal y temían por su salud, caer en una depresión era algo que ninguno de ellos querían.

—Soy una soldado, no lloro por los miembros caídos cuando estoy en una misión.— respondió la mujer, inexpresiva.

—Eres igual que ellos.— su voz estaba entrecortada y sus ojos lagrimeando.— Vienes a declararle la guerra a un hombre, sólo para hacer lo mismo que él hizo. Ver morir a inocentes y no mostrar ni un leve signo de compasión.

—Todos aquí tenemos muertos en nuestras espaldas, soldado Pevensee. Puedes parecer hermosa por fuera, valiente, honorable y toda esa mierda que dicen de ti, pero eso sólo importa en las cámaras. Estamos en el campo de batalla, muchacha. Tu no eres importante aquí, Katniss Eveerden lo es. Ella fue la que tuvo el valor de hacer algo, ¡A ti sólo te importaba tu familia!— las uñas de la joven apretaron fuertemente sus propias manos y Jackson se acercó poco a poco, hasta posar uno de sus dedos en el pecho de Keera. Odiaba cuando intentaban compararla con Katniss, siempre la trataban como si fuese inservible.— Comportate, puedo mandarte directo a casa.

Tal vez era el enojo de ver a su amigo muerto, o las sensaciones que le provocaban regresar al Capitolio, pero no dudó en sacar uno de los cuchillos que posaban en su traje. Antes de que alguno hiciera un movimiento para evitar lo que haría, clavó su arma directo en el estómago de la mujer. En el mismo lugar en el que Remus había recibido la herida mortal. Jackson gritó, y a pesar de su cuerpo moribundo, dio un golpe en el rostro de la joven, que hizo que su cuerpo se moviera unos metros y su cabeza impactara con el muro. Para la suerte del escuadrón, las cuchillas habían desaparecido.

—Él no merecía morir.— dijo Kera, sintiendo su vista nublarse. Sus ojos vieron a Remus, quien estaba justo en frente de sus narices, yacido muerto.
Deseó morir al igual que él, porque después de todo, ya nada le importaba. Su familia estaba destruida; Rocco tenía su infancia dañada, una de la que nunca podría recuperarse por completo. Artemis había perdido a la persona que la apoyaba con su enfermedad y había sido violada por varios hombres anteriormente. Sus padres habían muerto a manos del Capitolio. Tampoco le importaba el bebé que esperaban, porque con tales golpes dudaba si este seguía allí. Quizás lo había perdido también.
Su familia se destruía poco a poco y todo estaba fuera de sus manos. Era como intentar agarrar agua con sus manos, pero ella tenía los dedos separados y todo el líquido se filtraba. Tal vez Jackson tenía razón, tal vez Keera Pevensee no era importante en lo absoluto. Estaba cansada de ser ella misma, pero tampoco quería pretender ser otra persona, dentro suyo habían emociones que le rogaban por despegar sus alas. Y cerró sus ojos.

En medio de su estado inconsciente, sintió su cuerpo ser movido. Gritos, quemaduras, explosiones, pero no pudo abrir los ojos. Luchó contra aquello, para poder salir del transe, del sueño en el que se encontraba sumergida, pero su mente y su alma no estaban conectadas, sino que todo lo contrario.

—¡Keera!— escuchó gritar, en medio de su estado. Sonaba cercano, era Finnick. Pero ella no pudo luchar contra la sensación que la abrazaba. Estaba viva, porque sentía su latido, pero al mismo tiempo, su cuerpo estaba frío, igual que el de su amigo muerto.

Y los gritos cesaron, el silencio sumergió. Ya no sentía las quemaduras en su piel, ni nada parecido; logró dormirse nuevamente, como nunca antes.

Cada vez que Keera solía dormir, tenía pesadillas. Antes, solía abrazarse al cuerpo de Malik, o al de Finnick. Ellos la mantenían bien, cálida en sus brazos. Segura.
Sus sueños eran intensos y siempre le resultaban muy vividos. A veces soñaba recuerdos, tales como cuando era niña e iba a la escuela, siendo la más inteligente de toda su clase. Eran lindos recuerdos, pero siempre se transformaban cuando los disparos sonaban y sus amigos terminaban muertos, o en otros casos, cada miembro de su familia.

En ese momento, ella tenía nueve años. Lo pudo saber al ver su largo cabello marrón caer por su espalda y el vestido blanco que le habían regalado sus tíos en su cumpleaños. Un vestido que luego de años terminaría destruido, igual que la relación entre la familia.

—¡Keera!— la niña sonrió, viendo la figura de su primo Malik correr hacia ella. Acababan de salir de la escuela, mientras sus madres se encontraban hablando a unos metros de ellos. La figura de la mujer Pevensee estaba algo rellena, por el bebé que ocupaba lugar en su vientre.

—¿Cómo estás?— le preguntó ella, abrazando a su amigo. Malik tenía algunos dientes caídos por culpa de su edad y su sonrisa era gigante.

—Traidora.— dijo él, hablando como un robot. La felicidad no había cambiado en su reflejo, seguía allí. Se preguntó por qué le decía eso. Aún no había pasado nada, tenía nueve años y no había ido a los Juegos. Sintió el viento mover su vestido y sus cabellos, así que sus ojos se posaron en el cielo. Este se estaba oscureciendo con cada segundo que pasaba y las nubes se detuvieron frente al sol. La niña sintió su vestido pegarse a su piel y las gotas de lluvia caer por su cuerpo. Parecía tan real y era inevitable preguntarse si eso estaba pasando en verdad.

Cuando sus ojos regresaron a la visión de su primo, había cambiado algo dentro de él. Con los ojos de serpiente la miró y su boca sonrió. La misma sonrisa que había recibido por años, pero por otra persona que no era de su familia.

El viento sacudió nuevamente a ambos y Keera regresó su mirada a su madre, en busca de ayuda. Pero soltó un grito, al ver cómo caía al suelo, mientras unos agentes de la paz golpeaban su cuerpo, sin importarle su estado. Su espalda se arqueó, protegiendo el feto que crecía en su estómago, porque nada le importaba más a ella que sus hijos. Lo supo al verla así, tan inestable, pero sabiendo que le daba prioridad proteger su embarazo. La sangre acompañaba a la lluvia cuando los golpes se hicieron más intensos, provocando una hemorragia interna. La sangre caía por las piernas de la mujer.

—¡Mamá!— gritó la niña, con lágrimas en sus ojos. Repitió su nombre, pero ya nadie estaba allí, todo estaba oscuro y todo tan frío. Era como si todas las luces se hubieran apagado, dejando el absoluto vacío mismo. Su cuerpo perdió temperatura y sus brazos ya no tenían el mismo calor. Estaba sola, completamente sola. Su cabeza y ella, perdidas en la total oscuridad.

Y despertó. Al momento en abrir sus párpados una vez más, se encontró con una imagen diferente. Hacía frío allí, pero no estaba su madre, tampoco su primo. Era Finnick, quien la agarraba con fuerza. Su mirada estaba asustada y jadeaba.

—Keera, estamos en una situación complicada, realmente necesitamos tu cooperación.— pidió su esposo, frente a ella. Él estaba sudado, como si hubiese corrido varias cuadras.

—¿Esto es la realidad?— cuestionó, sintiendo su rostro arder, sus labios inflamados y su piel transpirada. Su brazo derecho estaba abrazando a Finnick y se negó a mirar otra cosa. Estaba en el suelo, escuchando sonidos a su alrededor.

—Mutos.— fue lo que salió de la boca de Finnick. Su cuerpo se sacudió al sentir un empujón, Gale empujaba. Se preguntó cuánto tiempo llevaba inconsciente, para ella no habían sido más que diez minutos.

—¡Muevanse!— Keera se dijo a si misma que era momento de escapar y levantar su culo del suelo. Finnick fue detrás de ella, cubriendo sus espaldas y detrás Gale. No supo si era real o no, pero no protestó. Dejó su cuerpo a la deriva de lo que creía que era la realidad. Tal vez había perdido la cabeza y esto solo era una pesadilla bastante bien hecha.

Comenzaron a correr en la oscuridad de un pasadizo. Era una alcantarilla y no había logrado entender qué hacían allí. Se preguntó dónde se encontraban los demás, puesto que sólo quedaban pocos corriendo y escapando de los monstruos; pudo distinguir flechas y alguna que otra cosa que incitaba a que no estaban solos. Se cuestionó el por qué había tantos mutos allí y cómo habían terminado en ese lugar horrible, pero no tenía momento para charlar con su amante, ni con él chico que le caía mal.

Un gran muto se detuvo frente a ella. Era grande, con un piel escamosa y su boca similar a la de un tiburón, con doble hilera de dientes. El tridente del Odair posó en el cuerpo muerto del animal. Keera soltó una carcajada sin humor, mientras se apuraba a sacar la katana de su sitio, procurando no pisar a los restos del bicho y caerse. No necesitaba golpearse de nuevo hasta perder el conocimiento.
No sabía por qué se movía, si después de todo ella quería morir, igual que lo habían hecho todos a su alrededor y de la misma manera en la que muchos de los presentes acabarían. Pero sus piernas se movían por sí solas, si se detenía, Finnick y Gale morirían y no sería una hija de puta. Si cometía un acto de suicidio, no provocaría que todos los demás también lo hicieran.

—¡Vamos!— gritó una voz femenina a unos metros de ellos, era Katniss, lanzando flechas en su dirección. Tardó unos segundos en entender que se refería a los animales detrás de ellos.

—¡Agachense si no quieren morir!— pidió la castaña, ambos chicos que la seguían le hicieron caso sin rechistar. Finnick puso su cuerpo sobre el de ella, protegiendola. La flecha del sinsajo se despegó y explotó, haciendo que la mayoría de los mutos quedaran hechos trizas. Keera sintió todo a su alrededor dar vueltas, e igual que su madre, ella abrazó su cuerpo al caer, tratando de mantener a su bebé con vida. Sus oídos dolieron y probablemente sangraban igual que todo su cuerpo.

—Amor, debemos movernos.— Keera asintió, todavía con lágrimas en sus ojos. Comenzó a sollozar, viendo lo hermoso que su esposo era. No toleraría perderlo, porque lo amaba con pasión. Finnick la tomó de la mano, empujando hacia adelante, pues la pesadilla no acababa y las bestias seguían viniendo por ellos. La muchacha escuchó los gruñidos que lanzaban, esperando por un trozo de carne.

La mano de Katniss tomó su brazo y tardó unos segundos para entender que la chica la abrazaba. Sus brazos ocuparon lugar en su cuerpo, en un acto tan bonito. Transmitieron la ansiedad, la nostalgia y la muerte que las sacudía. Sus corazones latían frenéticamente por lo vivido. Pasaron varios segundos en silencio, porque no tenían las palabras para decir nada.

—Me alegra saber que estás viva.— susurró el Sinsajo.— Jackson era una imbécil, Keera. Eres fuerte y valiosa, me lo demostraste cada día. En especial cuando golpeaste mi trasero en la arena. Eres símbolo de la revolución. Gracias a ti es que yo estoy viva, gracias a ti estoy cuerda.

Keera sonrió y se adhirió al abrazo que su amiga le daba. Cuando la vio por primera vez, jamás hubiera imaginado que terminaría siendo amiga de esa muchacha. Pero ahora, estaba feliz de serlo. Katniss era mucho más que El Sinsajo, o una figura de la revolución. Katniss era una amiga fiel, que la había ayudado en todo lo que había necesitado.

—Eres mi mejor amiga, Katniss. Gracias por estar conmigo siempre y nunca juzgar.— Keera había asesinado a Jackson, estaba segura de que lo había hecho. Sin embargo, allí estaba la chica en llamas, abrazándola como si no hubiese cometido un asesinato frente a sus ojos.

—Si tengo que morir hoy.— dijo Finnick, tras suyo, ambas se alejaron, volcando su atención en él.— Quiero que sepas que siempre te amé y que siempre lo haré.

El corazón de la muchacha sufrió una gran sacudida y sus ojos gotearon aún más de lo que ya hacían. Había sido egoísta, teniendo al amor de su vida frente a sus ojos supo que había sido egoísta. No había pensado en Finnick antes, había creído que no lo tenía nada, pero lo tenía a él. No podía morir sabiendo que lo destrozaría. Se sintió culpable por tan solo contemplar la muerte.

Se acercó con unos pasos rápidos a su esposo. Tomó sus mejillas y depositó sus labios en los suyos. Hambrienta. Su corazón bombeó con fuerza, al igual que siempre lo hacía cuando sentía un toque por su parte.

—No vas a morir, bobo.— los labios de él se arquearon un poco cuando se distanció, pero no logró mostrar la sonrisa que ella amaba, sino que una más leve.— Te amo, no lo olvides.

—¡Suban!— pidió Boggs, elevado a unos metros, mostrando la salida del lugar donde los seres se escondían. Y como si fuera alguna clase de alarma, los mutos comenzaron a correr a sus presas, sin permitirles abandonar el lugar. Katniss fue la primera en subir la escalera, disparando flechas en su intento. Le siguió Gale, que velozmente logró su objetivo y Keera perdió la cuenta, puesto que con su katana mataba todo lo que podía. Se demoró un poco de tiempo, pero quería matar a algunos de esos bichos antes de irse. Estaban muy cerca de ellos y necesitaban retrasarlos.

—¡Sube!— dijo él rubio, colocando su espalda contra la de Keera, ella giró su cabeza y él también, observándose.

—¿Estás bromeando? ¡No te dejaré aquí solo!— respondió, gritando bajo el sonido de las bestias. Él pareció meditarlo por unos segundos, con sus ojos idos, causando que no viera por completo lo que sucedía a su alrededor.

Y en ese preciso momento, un lagarto mutado saltó hacia él.

—¡Finnick!— gritó la chica, viendo como él se arrojaba al suelo, con la boca del muto muy cerca de su tráquea.

Keera vio la vida que habían tenido pasar por sus ojos. Su casamiento, donde ambos habían bailado hasta que sus pies dolieron y los besos subidos de tono, cuando ella le contó que estaban esperando un bebé. Su primer encuentro, siendo más jóvenes y estúpidos. Su vestido cayendo al suelo y las manos de Finnick Odair tomando sus caderas con fuerza. El desenfreno en la mirada de ambos, un deseo que los había consumido por completo esa noche. Después, en la arena, cuando se habían dado cuenta de que estaban completamente enamorados. Todo lo que formaba parte de ambos y sería robado en un solo segundo. Sintió el sabor salado de la piel de Finnick y sus manos posarse en su estómago, como lo había hecho la noche antes de ir al Capitolio.
Tomó su espada lo más fuerte que pudo y en un hábil movimiento, —incluso cuando los mutos se podían abalanza sobre ella—, pasó su katana por la cabeza del animal. Tuvo cuidado en no presionar demasiado y rezó por él. Temía por haberle cortado la cabeza también a su amante.

Sus temblores aumentaron y cuando Finnick salió bajo el cuerpo del ser, sonrió. El rostro del muchacho estaba serio y sus ojos azules demostraban el miedo que había tenido hacia sólo unos segundos. Lo había salvado, y al menos, había cumplido uno de sus propósitos. La sangre del animal cubría su cuerpo y no sabía si había salido intacto, o si el animal había provocado alguna herida, pero al menos, él seguía allí y eso era lo que importaba. Le sonrió esperanzada.

Sintió su cuerpo impactar contra el suelo y su perspectiva se vio interrumpida. Un gran muto se posó frente a ella, mostrando su ferocidad con un gran gruñido. Un dolor se extendió en su espalda baja, ya que su katana había quedado bajo su cuerpo, abriéndose paso entre la piel de ella. Fue un dolor burlesco, como si el arma que había sido su aliada se estuviese revelando ante ella. Intentó levantarse, hacer lo necesario para que el muto no la presionara con tanta fuerza al suelo, pero pesaba sesenta kilos y el animal era mucho más fuerte de lo que ella era. Con cada intento, el filo se metía más y más adentro, haciéndola gritar y llorar por tal tortura. Escuchó las palabras apresuradas de Finnick y el olor a rosas del muto. Tal vez era su estado, pero logró escuchar al animal decir su nombre, comunicándose con las demás bestias. Y luego la voz de Finnick, sacando al muto de su alcance. Peeta y Katniss estaban a su lado, haciendo que los animales no se acercaran. Ellos habían bajado las escaleras, renunciando a su escape, para luchar con los seres que casi los mataban.

—¿Voy a morir?— preguntó y a pesar de no mirarse al espejo, supo que sus ojos transmitían lo que Remus le había enseñado antes de morir. Era el miedo a lo nuevo y la desesperación de perder a Finnick.

—No lo harás, te sacaremos de aquí.— dijo él, seguro de si mismo.

Pero Keera no sintió paz, no sintió nada más que pavor. Su cuerpo se cansó, y cayó rendida en brazos del amor de su vida.

**

Lloren conmigo

Dios, no puedo creer que este es el capitulo final, y que sólo falta el epílogo. Es tan triste </3

Sé que fueron muchas emociones en un sólo capitulo, pero otra no quedaba.

¿Qué creen?, ¿Keera murió o no? Lamento decirles que van a quedarse con la intriga hasta el final.  ;)

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