Ahora, entonces y siempre

بواسطة Elza_Amador

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En la Ciudad de México el anticipado concierto de Muse está a punto de comenzar... Cuando Carolina es arrojad... المزيد

{Book Trailer}
Capítulo 1 {Solo se vive una vez}
Capítulo 2 {La Fuerza Del Destino}
Capítulo 3 {A Fuego Lento}
Capítulo 4 {Han Caído los Dos}
Capítulo 5 {Sonrisa de Ganador}
Capítulo 6 {Aquí No Es Así}
Capítulo 7 {Nunca Nada}
Capítulo 8 {Dilema}
Capítulo 9 {Carretera}
Capítulo 10 {Esa Noche}
Capítulo 11 {Salir Corriendo}
Capítulo 13 {Cada Que...}
Capítulo 14 {3 a.m.}
Capítulo 15 {Pijamas}
Capítulo 16 {Indecente}
Capítulo 17 {Todas Las Mañanas}
Capítulo 18 {Bestia}
Capítulo 19 {Negro Día}
Capítulo 20 {Yo Solo Quiero Saber}
Capítulo 21 {Cosas Imposibles}
Capítulo 22 {Yo No Soy Una De Esas}
Capítulo 23 {Contradicción}
Capítulo 24 {Vamos a Dar Una Vuelta al Cielo} (Parte 1)
Capítulo 24 {Vamos a Dar Una Vuelta al Cielo} (Parte 2)
Capítulo 25 {Deja Que Salga La Luna}
Capítulo 26 {Andrómeda}
Capítulo 27 {Las flores}
Capítulo 28 {Amores Que Me Duelen}
Capítulo 29 {Bonita}
Capítulo 30 {Lluvia de Estrellas}
Capítulo 31 {Sólo Algo}
Capítulo 32 {Más Que Amigos}
Capítulo 33 {Mi Lugar Favorito}
Capítulo 34 {Tu Calor}
Capítulo 35 {Eres}
Capítulo 36 {Cuidado Conmigo}
Capítulo 37 {Altamar}
Capítulo 38 {Mi Burbuja}
Capítulo 39 {Ojos Tristes}
Capítulo 40 {Enamórate de Mí}
Capítulo 41 {Corazonada}
Capítulo 42 {Enfermedad en Casa}
Capítulo 43 {Al Día Siguiente}
Capítulo 44 {Showtime}
Capítulo 45 {Te Miro Para Ver Si Me Ves Mirarte}
Capítulo 46 {Un Año Quebrado}
Capítulo 47 {Día Cero}
Capítulo 48 {Planeando el tiempo}
Capítulo 49 {Tú sí sabes quererme}
Capítulo 50 {No creo}
Capítulo 51 {Luna}
Capítulo 52 {Para Dejarte}
Capítulo 53 {Cuando}
Capítulo 54 {Huracán}
Capítulo 55 {Adelante}
Capítulo 56 {Todo para ti}
Capítulo 57 {Dueles}
Capítulo 58 {Hasta la piel}
Capítulo 59 {Nada Que No Quieras Tú} parte 1
Capítulo 59 {Nada Que No Quieras Tú} parte 2
Capítulo 60 {No Te Puedo Olvidar}
Capítulo 61 {Cómo hablar}
Capítulo 62 {Arrullo de Estrellas}
{Epílogo}

Capítulo 12 {Tú}

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بواسطة Elza_Amador


—¿Tienes algún plan para esta noche? —preguntó Claudia cuando Carolina se subió al coche de su amiga. Caía un aguacero y creyó pertinente aceptar un aventón a su departamento—. Mientas te esperaba, Álvaro me mandó un mensaje invitándonos hoy en la noche a un bar. ¿Vamos?

—Hace rato me dijiste que estabas muerta y que pretendías no salir de tu cama hasta mañana —le recordó Carolina con insistencia. Claudia tenía una energía envidiable y su buen humor era contagioso, y siempre encontraba las mejores razones para salir y emborracharse. Según ella siempre había motivos por los cuales celebrar —el que Carolina cumpliera un mes trabajando en Textiles Santillán, la posición de la luna en el cielo, un terrible onomástico, una absurda manifestación en el Zócalo—. Un sinfín de opciones.

—¿Dónde quedó tu sentido de la diversión? La noche es joven como nosotras. Además, «Hace rato» es tiempo pretérito —aclaró Claudia.

—¿No te bastó con la salida de anoche? Además estoy cansada, fue una semana muy pesada. A diferencia de ti, las desveladas me están matando. Necesito horas de sueño reparador —contestó Carolina sin pensar, dándose cuenta que era un pretexto cuando a ella no había que insistirle al tratarse de una invitación, de diversión. Por una incomprensible razón deseaba encerrarse para dibujar y torturarse con música de Muse. ¿Desde cuándo ella se había convertido en una antisocial?

—Lo que necesitas es salir, conocer a alguien, empaquetarlo y llevártelo a casa —le sugirió Claudia, subiendo y bajando sus las cejas.

—No, muchas gracias —argumentó de inmediato, pero al ver la decepción esparcirse por la mirada de su amiga, Carolina agregó—: Me refiero a lo de envolver a un desconocido para regalo. En cuanto a lo de salir puede que tengas razón. ¿Nos vemos allá o paso por ti?

—Así me gusta: flojita y cooperando —dijo Claudia con una sonrisa victoriosa—. Por el momento dejaré pendiente lo de conseguirte una aventura, no es saludable para alguien tan guapa como tú— agregó, guiñándole un ojo—. ¿Tendrías inconveniente en prestarme ropa y arreglamos en tu departamento? No estoy de humor para escuchar los reclamos de mi madre por haber llegado tardísimo y en un estado impertinente. Ya sabes los típicos gajes del oficio de una que todavía es hija de familia. Me da envidia que no tú no tengas que rendirle cuentas a nadie.

—No sé qué es peor unos padres preocupados o un hermano sobreprotector.

—Si tuviera un hermano que luciera como el tuyo no tendría ningún problema en que me sobreprotegiera —admitió Claudia mientras entraban al departamento.

El tiempo había pasado tan de prisa que no supo en qué momento Manuel había crecido tanto. Ya no era el niño que la molestaba jalándole el pelo o jugaba con ella a las escondidas. Ya no era tampoco el niño flaco y de largas extremidades. Ahora era alto. Muy alto con hombros anchos y brazos musculosos. Con facciones que, según sus amigas, podrían devorárselo de un bocado. «Guácala», pensó Carolina al recorrerle un escalofrío cargado de desagrado de tan solo imaginárselo. Jamás podría verlo con otros ojos que no fueran los de hermana.

—Lamento desilusionarte, pero él está de viaje —explicó Carolina, y observó como una nota de decepción cruzó por la mirada de su amiga que terminó remplazándose con alivio. Qué extraño.

Carolina no pudo pasar desapercibida la reacción de Claudia, haciendo imposible resistir la oportunidad de satisfacer su curiosidad.

—¿Te puedo preguntar algo, Clau?

—Sí, claro —contestó mientras descolgaba una blusa que sostuvo frente a ella para evaluar si le quedaría.

—¿Tú y Álvaro tuvieron algo qué ver?

—No. ¿Por qué lo preguntas? —inquirió su amiga casualmente para ocultar lo nerviosa que la hizo sentir la pregunta.

—Pero te gusta.

—¿Tan obvio es?

—Yo no diría obvio, pero sí peculiar. Entonces sí te gusta.

La impresión que tenía de Claudia era de una mujer segura de sí misma, extrovertida y audaz que contrastaba con la mujer inquieta y vulnerable que ahora estaba frente a Carolina. Le causó una agradable sensación de satisfacción por haber logrado turbarla sin proponérselo. Jamás hubiera imaginado que un hombre era su punto débil.

Su amiga suspiró, bajando los hombros y sentándose en la orilla de la cama. Meditaba y por su silencio Carolina intuyó que no deseaba tocar el tema. Pero se equivocó.

—Cuando entré a trabajar como becaria, Álvaro ya tenía algún tiempo de estar ahí. Desde el primer día nos hicimos amigos, si es que la amistad es posible cuando existe atracción entre ambas partes, y creo que en este caso solo de mi parte. En una ocasión, como muchas otras, nos emborrachamos, pero esa vez una cosa llevó a la otra y terminamos besándonos dentro de su coche. La intensidad del momento comenzó a subir de tono considerablemente cuando metió su mano debajo de mi blusa. —Claudia se sonrojó, llevándose sus manos a sus mejillas cuando sintió el cambio de temperatura—. Era todo lo que deseaba desde la primera vez que lo vi, y aun, intoxicada me di cuenta que ésa no era la forma de obtenerlo. No sé de dónde saqué la fuerza para detenerlo, y jamás olvidaré cómo me miró.

—¿Cómo te miró? —preguntó Carolina intrigada, sintiéndose al mismo tiempo incómoda al imaginarse a sus amigos agasajándose como adolescentes en el asiento trasero de un coche.

—Con ojos de deseo, con hambre atroz, pero al mismo tiempo con decepción y un poco de enojo. Al sentir esa cruda mirada estuve a punto de sucumbir, y arrepentirme de mi decisión. Después de ese día decidí no volver a subirme sola a su coche. —Claudia cerró sus ojos, mordiéndose su labio inferior. Era como si tratase de revivir ese recuerdo agridulce.

—O sea que con él es todo o nada.

—Básicamente —dijo Claudia, mientras ensortijaba su dedo en uno de su rizos. Algo que su amiga hacía cuando se quedaba pensando para sí misma, y Carolina había notado que constantemente hacía al observarla trabajar—. Álvaro es un conquistador, tú misma lo has visto en acción. Yo no quiero ser una conquista más, la resaca del día siguiente. Yo ya lo escogí a él, ahora el tiene que escogerme a mí. Por el momento el único lujo que puedo permitirme es el de tener su amistad. Pero no todo es malo, una de las ventajas de tenerlo como amigo es cuando salimos de noche. Se comporta como un guardaespaldas y tengo la seguridad que si me emborracho voy a llegar sana y salva a mi casa.

—No lo ves, ¿verdad?

A Carolina le sorprendía cuando las personas no se daban cuenta de la venda que traían en los ojos.

—¿Qué cosa?

—Nada. —Carolina no creyó que éste era el momento conveniente para hacérselo saber. Por lo que continuó con otra pregunta—: Después de que se besaron, ¿qué hizo Álvaro al día siguiente?

—Por extraño que lo parezca actuó como si nada hubiera pasado. No sé si debí de haberme sentido ofendida o aliviada, creo que aliviada más qué nada. —Por la mirada entristecida de su amiga podría concluir que sí fue un golpe ofensivo, tratando de inútilmente de ocultarlo.

—¿Sabes? Los hombres no son conocidos por pensar con la cabeza que tienen sobre el cuello.

Las dos soltaron una fuerte carcajada al mismo tiempo.

—Te propongo algo —dijo Claudia con poca seriedad. —Por esta noche vamos olvidarnos que tenemos un pésimo gusto en hombres. Vamos a bailar, a cantar y descubrir lo favorable que es el tequila para provocar amnesia.

—Trato hecho.

***

Carolina se decidió por unos jeans oscuros, una blusa negra de cuello halter que descubría más de la mitad de su espalda y para completar el atuendo se subió en unos tacones con diseño de piel de leopardo, que según Claudia eran perfectos para atrapar hombres. No estaba segura porque eran bastante altos e incómodos para usarlos. Ojos ahumados, labios color cereza y cabello suelto cubriendo por completo su espalda parcialmente desnuda. Le gustaba lucir sus coloridas mechas.

Cerró la puerta con llave y se dirigieron al coche de Claudia.

Encontraron sin problema el bar al que Álvaro las había invitado. Definitivamente prefería más La Condesa a cualquier otra colonia del la Ciudad de México. Le gustaba la peculiaridad y originalidad de sus locales, pero sobre todo le recordaba a su mamá. Esta colonia de día o de noche era una zona muy concurrida, recordando vagamente cómo era de día.

Cuando eran pequeñas, su mamá las llevaba a ella y a su hermana Celina, por un helado a una conocida nevería. Al llegar, su madre les daba una moneda para que ellas mismas ordenaran lo que se les antojara. A Carolina desde siempre le había gustado la complicación. Ordenaba algo con un nombre difícil de pronunciar o una fruta que no conociera. Cuando la probaba su sonrisa era reemplazada por un mueca que denotaba desagrado, ¿a qué niña le gustaba el chicozapote o la guanábana? Su madre la conocía tan bien que ordenaba un helado de vainilla para poder cambiárselo. Hasta el día de hoy era el único sabor que le gustaba. Vainilla. Vainilla con vainilla. Vainilla sobre vainilla. Doble Vainilla.

El dichoso bar estaba en Polanco, en la calle de Presidente Masaryk para ser exactos. Las tiendas de diseñador que desfilaban por esa interminable calle no tenían nada fascinante a su parecer. Solo pose.

«Bar Neutral» estaba grabado en la amplia puerta de vidrio esmerilado y en las dos enormes ventanas que tenía del lado izquierdo. No tenía la apariencia de ser un bar de moda y mucho menos uno nuevo. No había persona alguna esperando entrar. Lo cual no era prometedor.

Al irse acercando a la entrada se escuchaba Titanium de David Guetta. «Adoro esa canción», pensaba mientras la tarareaba mentalmente. Ella también podía ser a prueba de balas. Aunque le dispararan no iba a dejar caerse.

Al llegar a un pequeño mostrador, Claudia aclaró que ya las estaban esperando. La hostess les hizo una seña para que la siguieran mientras meneaba su retaguardia al caminar entre las mesas. Carolina estaba impresionada con la decoración al atravesar el lugar.

Varias tonalidades de rojo y marrones estaban impregnadas en el mobiliario y las paredes. No había mesas altas sólo sillones de diferentes dimensiones, estilos y tapizados. Gabinetes en las orillas que lograban privacidad a los que decidían sentarse ahí. Lámparas colgantes de diferentes largos proporcionaban la poca luz en el ambiente.

Nada tenía de neutral, al contrario, era sugestivo, era íntimo. El volumen de la música era perfecto al no opacar las conversaciones.

Este lugar no era lo que tenía en mente, Carolina quería algo impersonal, ensordecedor, fulminante. Era demasiado tarde para cambiar de opinión.

Hasta el día de ayer sus escapadas habían sido conformadas por un trío. Y Carolina tenía la creencia de que hoy no tendría porqué ser diferente. Sin embargo, cuando la señorita les señaló una mesa como su destino final, Álvaro y otras tres personas se encontraban ocupándola.

Su amigo se levantó de inmediato al verlas acercarse, abrazándolas a las dos al mismo tiempo. Por primera vez su abrazo no lo sintió intrusivo al envolverla, esta vez lo sintió protector. Después de lo que Claudia mencionó, Carolina comprendió a la perfección su comportamiento.

Álvaro le presentó al resto de los integrantes del grupo —aparentemente Claudia ya los conocía— a excepción de un hombre que se introdujo él mismo que, sin advertirlo, se había acercado a su mesa justo antes de que Carolina tomara asiento.

—Hola, soy Daniel ¿y tú quién eres, primor? —reveló el hombre, antes de tomar la mano de Carolina para besarle suavemente el dorso. Al sentir sus labios sobre su piel una especie de escalofrío le recorrió el brazo, provocando que ella retirara su mano con más brusquedad de la pretendida. Había algo en él que lo hizo sobresalir ante los demás. Carolina no sabía si fue su presencia que irradiaba autoridad, sus atractivas facciones, su altura o sus ojos. Unos que la devoraban sin reserva. Se sintió halagada. Definitivamente fue su mirada oscura e intensa la que llamó su atención.

—Amarra a tus galgos, Daniel, esta noche Caro y yo no queremos saber de hombres. —Eran contadas las personas a las que Carolina permitía usar el diminutivo de su nombre, y Claudia era una de ellas. Su simpatía y amistad sincera lo consiguieron, pero eso no significaba que le gustara y lo compartiera con los Cuatro Vientos.

—¿Ahora qué hicimos para ofenderlas? —inquirió Daniel.

—Existir.

—Tú dime a quién debo ir a golpear.

—Tentador, pero no tengo intención de pasar mis días enrejada si el susodicho se llegara a enterar que fui yo quien lo mandó desfigurar.

—Mis hombres son discretos. —Las dos mujeres aspiraron con reserva por el impacto que les causó la seriedad de la revelación. Aunque el tono de Daniel fue más socarrón que auténtico a Carolina le dejó la impresión que debajo de esas palabras había un poco de realismo.

Claudia, consciente en lo que esta conversación podría transformarse, decidió desviarla.

—Mejor ofrécenos algo de tomar porque a eso venimos. —Honestamente, este atractivo hombre no tenía apariencia de mesero ni de alguien acostumbrado a recibir órdenes. No obstante sorprendió a Carolina al mostrarse atento a la petición.

—Una Dos Equis Ámbar, te puedes ahorrar el vaso —ordenó Carolina. Margarita de fresa para Claudia.

—Estoy enamorado —declaró Daniel—. Además de ser guapísima tienes buen gusto en cerveza. ¿Qué más puede pedir un hombre? —Carolina sintió cómo se le encendían las mejillas. No iba a negar que le gustaban sus elogios. ¿A cuál mujer no?

Daniel se dio la media vuelta con la promesa de que regresaría cuando terminara de arreglar unos asuntos pendientes. Al marcharse, Claudia le aclaró que él era el dueño del bar. De ese, de unos restaurantes y de una cadena de hoteles. En realidad pertenecían a su familia, lo que significaba casi lo mismo.

Carolina se sentía feliz, empezaba a sentir los efectos de las tres cervezas que ya se había tomado. El efecto la consumía rápidamente al tener el estómago vacío. Hacía horas que había digerido las dos rebanadas de la pizza que ordenaron estando en su departamento.

Si su propósito era desesperadamente perder la conciencia iba por el camino correcto. Si además quería apresurar el proceso solo tenía que cambiar su bebida por otra más fuerte. Como si Álvaro leyera su mente, ordenó una ronda de tequila. No podía despreciarlo. Carolina no era una bebedora asidua, pero la ocasión lo ameritaba. También lo había prometido.

La mesera descargó su charola dejando un par de diminutos vasos enfrente de cada uno de los presentes.

Carolina sentía la música vibrar en el respaldo del sillón animándola a cantar sus letras a todo volumen, sin embargo, no lo hizo. Empezaba a disolverse la tensión formada en los hombros a lo largo de la semana. Un trago más, y su cabeza comenzaría a darle vueltas. Le gustaba esa sensación de despreocupación que le circulaba por sus músculos. El tequila hacía todo posible. La sensación rasposa al pasar por su garganta ya no estaba.

—¿Quieres otro? —preguntó Daniel. Carolina no había notado que él estaba frente a ella. Asentó con la cabeza, mordiéndose levemente el labio inferior.

Él le sonrió antes de buscar con la mirada a la mesera para pedirle con un movimiento circular de su dedo que deseaba una ronda igual.

Antes de entrar al bar había decido que su único propósito sería divertirse, no quería nada con los hombres. Sin embargo, Daniel estaba dificultándoselo; le gustaba cómo la envolvía en la conversación haciéndola olvidar por un momento lo que asediaba su mente. Le recordaba un poco a Manuel con la diferencia que existía cierta atracción. Una que no había logrado sentir en los últimos meses. No era tan intensa, pero era mejor que ninguna.

Llegaron tres personas más a la mesa. Hubo las apropiadas introducciones de nombres y Carolina no retuvo uno solo, el alcohol no ayudaba, solo ayudaba a que dejara de importarle. Eran alrededor de las 11:30 p.m. y aparentemente, el ambiente comenzaba a esa hora. El cambio de música y su volumen lo corroboraban.

Sin parecerle raro, Daniel se levantó del sillón para saludar a alguien que acababa de llegar. Carolina continuó sentada, dándoles la espalda y sin hacer el esfuerzo por voltear y satisfacer su curiosidad instintiva.

Los escuchó reír por algo, o al menos eso creyó. La música no era ensordecedora, pero provocaba que todos tuvieran que acercarse tanto que parecían estar contándose secretos.

Sin advertirlo dos pares de ojos se posaron frente a Carolina, impulsándola a levantarse del sillón con una agilidad que creyó adormecida por el alcohol. Su mirada se paseó de un hombre a otro sin poder permanecer en ninguno de esos magníficos ejemplares. Era demasiado para procesar. No sabía qué hacer, vamos ni siquiera creía que lo estaba frente a ella estuviera ocurriendo en verdad. Su nerviosismo la orilló a reírse de sí misma.

Desprevenidamente, Daniel se colocó detrás de ella, posando su mano tibia en su espalda baja. Un movimiento que le pareció atrevido para alguien que tenía cinco minutos de conocer. Trató con todas sus fuerzas disimular su inconformismo ante el recién llegado.

 —Leonardo, ella es... —comenzó a decir Daniel antes de ser interrumpido.

—Carolina, mucho gusto —declaró Carolina con rapidez, y sin saber por qué fingió no conocerlo.

Ella extendió su mano, observando cómo Leo entornaba sus ojos confundidos y crispaba sus manos en puños. Ese pequeño gesto logró turbarlo, y a Carolina le causó un placer enorme saber que estaba torturándolo sin haberlo planeado y sin tener un motivo aparente.

Esa dicha insospechada tuvo una vida corta al transformarse en otra cosa que no sabría describir con una sola palabra. Leo enlazó la mano de Carolina con la suya, jalándola hacia él y desprendiéndola de Daniel. Si de verdad ella fuera la mujer romántica que proclamaba ser, no tendría duda alguna que Leo pronunció sin palabras «Eres mía», al hundir sus dedos en la cintura de Carolina.

Leo pretendió besarle la mejilla para tener un motivo para acercar peligrosamente su boca a la oreja de Carolina, y susurrar con su voz grave: «El placer es todo mío», electrizando cada una de sus terminaciones nerviosas.

Esa deliciosa cercanía desencadenó una oleada de mariposas en el estómago de Carolina, arrasando con ella. Con su cordura. Un inevitable impulso de arrojarlo al sillón que estaba detrás de ella, subirse en él y devorárselo a besos comenzaba a apoderarse de Carolina. Ella pisó el freno al mirar a su alrededor, reconociendo que estaban lejos de encontrarse solos y porque en este momento era el peor de lo errores que podía cometer. De ese imperceptible desbordamiento solo permaneció una sonrisa traviesa dibujada en sus labios.

La certeza que alguna vez tuvo de que jamás volvería a verlo se desvaneció súbitamente. Era inminente que sus caminos de una forma u otra se cruzarían en algún momento. Si no hubiera sido en ese inolvidable concierto iba a ser hoy, en un bar que, de no haber sido arrastrada, jamás habría asistido.

Justo cuando se separó de Leo y abrió la boca para contrarrestar su declaración, Claudia enredó su antebrazo en el de Carolina para jalarla bruscamente hacia ella, alejándola de la conversación.

Claudia Díaz podía ser lo que más próximo a una mejor amiga, pero en este momento Carolina la detestaba como a nadie. Aunque estaba segura de que ese acto no fue malintencionado, lo tomó como una agresión con la que no podía lidiar en este instante. Todavía no se recobraba por completo de la impresión de haberse cruzado con Leo.

—Traes pegue, Caro —sentenció su amiga—. ¿Y bien? ¿Qué te pareció? —preguntó Claudia cuando se detuvieron en un lugar que ella creía estaban lejos del alcance de los demás. Carolina estaba confundida porque no sabía lo que pretendía su amiga.

—¿Qué me pareció qué cosa? —respondió Carolina desconcertada.

—Hablo de Leo, ¿no crees que es verdad lo que dije? —agregó Claudia entusiasmada.

—¿Lo conoces?

—Claro que sí, tontita.

Carolina cerró sus ojos, mordiéndose su labio con aprehensión. Deseaba saborear la visión de Leo. La ropa casual que vestía lo hacía lucir relajado e igual de apetecible. No se decidía cuál le sentaba mejor si los jeans o un traje costoso hecho a la medida. Pero lo que más le gustaba de él era su mirada verde aceitunada clavada en ella que la hacía olvidarse de todo.

—Momento, ¿tú también lo conoces? —repitió Carolina con las cejas levantadas recapacitando las palabras de Claudia.

—Es lo que te acabo de decir, es más tú también lo conoces. No oficialmente, pero sabes el mal genio que tiene.

—¿De qué estás hablando?

—Ese papacito es el hijo del director.

—No te estoy entendiendo —declaró Carolina confundida. No tenía sentido lo que Claudia estaba diciendo.

Claudia frunció el ceño antes de contestarle, tratando de suprimir su exasperación:

—Ese de allá es Leonardo Villanueva, el hijo de Antonio Villanueva quien es dueño de Textiles Santillán. El energúmeno azota-puertas de esta mañana. No sé si pueda ser más específica que eso —explicó Claudia, mientras lo señalaba discretamente con su dedo.

Al escucharla, sintió unas ganas enormes de volver el estómago.

Carolina había fantaseado con conocer al tan comentado retoño, pero ahora que la fantasía se había convertido en realidad resultó ser una pesadilla. Todo lo que se imaginó de pronto dejó de ser una buena idea. Tentador, pero tenía mala idea escrito con letras mayúsculas por todos lados.

—Regreso enseguida.

Darse la media vuelta fue lo único que a su mente aturdida se le ocurrió. Antes de encaminarse hacia los baños, Carolina regresó a su mesa, y tomó uno de los diminutos vasos para vaciarlo en su, ahora insensible, garganta.

Los sillones aparecían intencionalmente en su camino para no dejarla avanzar con la suficiente rapidez hacia los baños. Era como estar participando en una competencia de eslalon.

Abrió la llave del agua para empaparse las manos, y colocárselas en su frente para refrescarse. Qué bien se sentía. Alzó su cara y el espejo le devolvió una mirada confundida, unas mejillas ruborizadas y un deseo insaciable e imposible por todos los obstáculos absurdos que existían entre ellos. Era una batalla perdida sin haber comenzado, de nada servía el intento. Darse la media vuelta era el único desenlace concebible.

«Puedo hacerlo», pensó con sus manos recargadas en el lavabo. Si una vez logró lanzarse en paracaídas, salir por la puerta sería sencillo. Solo tenía que regresar tranquilamente a la mesa y evadirlo por unos quince minutos. Despedirse con algún pretexto absurdo, como tener que levantarse temprano mañana, limpiar las ventanas, pasear a un perro inexistente «qué sé yo», cualquier cosa que su cabeza fuera capaz de maquinar.

Respiró profundamente, y desechó los nervios que tenía hacia un lado. Descartó la remota idea de entrar en un juego donde no conocía las reglas. Nada de cometer locuras. Tenía que poner en la punta de su pirámide de pensamientos que Leo no podía ser para ella. Ese iba a ser su mantra: «Él no es para mí».

Sin tener nada más que hacer en el baño, empujó la puerta con ambas manos para salir de ahí, exhalando para sí misma una vez más «Él no es para mí».

___________________________________

Por fin conocieron el apellido de Leo. Yo creo que ya lo sospechaban, ¿verdad? 

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