Hurricane ✓ ⋆ Finnick Odair

Oleh astrolupin

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Keera Pevensee no quería ser parte de la revolución, así como tampoco deseaba seguir los honorables pasos que... Lebih Banyak

INTRODUCCIÓN
PRIMERA PARTE
00| Rebeldes
01| Promesas
02| Huracán
03| Descontrol
04| Violencia
05| Problemas
06| Inestable
07| Salvación
08| La Cacería
09| Devastada
SEGUNDA PARTE
10| Chantaje
11| Cenizas
12| Supervivencia
13| Propuesta
14| Rescate
15| Familia
16| Casamiento
17| Mente Maestra
18| Capitolio
19| Mutos
Agradecimientos

20| Paz

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Oleh astrolupin

Disfruten <3

EPÍLOGO

La muerte pasó frente a sus ojos, frenética, en busca de un alma al que sumir en pena. La cárcel de las almas estaba gritando, igual que lo hacía Keera. La vida, ella daba inicio. El renacimiento.
Su tormenta se calmó, sus alas despegaron. Los disturbios dieron fin, y la nueva vida dio inicio.

Keera gritó, incapaz de soportar aquél dolor. La transpiración habitaba en su cuerpo y el miedo la domaba. No sabía en qué momento había despertado en un hospital, tampoco recordaba cuándo Finnick había aparecido a su lado, junto a varias personas vestidas de blanco.

—¿Qué está sucediendo?— preguntó la castaña, gimiendo y sollozando. Una mujer, de cabellos rubios y unos profundos ojos verdes estaba al lado de la luz. Era bella y su piel parecía porcelana, ocupada por varias pecas en su mejillas.

—¡Keera!— gritó Finnick, su vista se nubló y él hombre se asimiló a un holograma. Todo brillaba, igual que cuando ella había probado las drogas por primera vez. Había sido una estúpida, y el recuerdo le daba vergüenza. Trató de no pensar demasiado en eso, pero era inevitable. Parecía que todos sus pensamientos se dirigían a otras cosas. La situación le abrumaba, y necesitaba dar un largo respiro.

Más personas entraban a la habitación, muchos enfemeros y doctores, trayendo consigo los recursos necesarios para salvar a la muchacha. La tecnologías del Capitolio eran lo mejor de lo mejor y rogaban para que funcionaran con ella.

—Estás sufriendo un colapso, has perdido demasiada sangre y la herida ha dañado algunos de tus órganos. Necesito que te quedes con nosotros, ¿Sí?— la muchacha asintió, apenas podía levantar la cabeza. La mujer rubia yacía allí y la otra doctora castaña era la encargada de hacerlo todo. Parecía fantasmal, pues su mirada parecía atravesar muros y almas.

—¿Mi bebé?— preguntó Keera, él rubio a su lado parecía querer hacer la misma pregunta. Su rostro estaba demacrado, igual que lo había estado cuando los charlajos lo atormentaron. Su cara tenía sangre, sudor y tierra, acto que significó que no había pasado mucho de los mutos. Tal vez hacía pocas horas habían sido atacados.

Mutos. Mutos. Katniss. ¿Seguiría viva? ¿El sinsajo había abierto sus alas en busca de libertad?

—Haremos todo lo posible para salvarte.— reiteró la doctora. Un enfermero de piel morena, se acercó a ella y Keera juró haber creído que era él estilista del distrito doce. Cinna, creyó que se llamaba, así le había dicho su amiga una vez. Realmente no estaba segura de su nombre, pero había apoyado a la revolución. Y cuando enfocó bien su atención, todo aquello había sido una falsa ilusión; no era un hombre muerto, sino que un hombre de Panem, un desconocido. Él tomó unas bolsas con sangre y empezó a transferirlas poco a poco por su cuerpo.

¿Qué pasaba con su bebé? ¿Por qué Finnick parecía tan apenado?

No sintió dolor, tampoco miedo. Era paz lo que sentía. Observó los atentos ojos de la mujer de cabellos rubios, mientras Keera sostenía la mano de su esposo, sin poder dejarlo ir.

En sus recuerdos, regresó a cuando era una niña. Ella corría por la maleza, viendo a las personas pasar por su lado. Reía y carcajeaba. La secuencia pasó, ella traía el mismo vestido. Era el mismo día. A su lado estaba Malik, su querido primo. Él tenía una flor de loto en sus manos, una apreciada flor que habían conseguido y adoraban como a los dioses. Ambos niños estaban sentados, contemplando tal belleza.

—Es asombroso.— dijo él. No tenían más de nueve años.

—¿Qué cosa?— preguntó ella.— La hubiéramos dejado allí, acá morirá. No debimos haberla arrancado.

Y así era, ya podían ver los pétalos caídos, poco a poco.

—Estaba en estanque, en el fango y se alzó para florecer con tal belleza. A pesar de haber nacido entre tanta oscuridad y suciedad, se mantuvo bella y limpia. Aislada, sin haber sido tocada por la impurez.— él mantenía su rostro sereno, pero cansado. Ya no tenía la emoción de antes, parecía que sus palabras tenían un significado más allá de lo que Keera podía comprender. Podían ser niños, pero leían libros y la lectura brindaba sabiduría. Algunos decían que leer era malo, pero ellos eran los mismos que los querían volver ignorantes, para que no comenzaran a preguntarse el porqué de las cosas.

—Eso es una mierda.— confesó, remarcando la mala palabra. Disfrutaba de decir atrocidades, como si hubiera nacido con ese vocabulario.— Nada puede mantenerse tan limpio en un mundo así. Al pasar el tiempo, morirá y se convertirá en cenizas de lo que una vez fue. La belleza se transformará en la nada misma.

»Deberíamos quemarla.

—¿Por qué?— preguntó él niño alarmado, sostuvo la flor más cerca de su cuerpo.— Déjala ahora mismo o prometo no jugar nunca más contigo.

La niña revoleó sus ojos, y se preguntó si Malik tenía razón. ¿Había pureza donde todo lo que la rodeaba era impuro? ¿Nacían cosas buenas de lo malo? Pero decidió creerle, porque eran familia.

—Bien.— respondió. Sus ojos regresaron a la flor que Malik había dejado en el suelo, sus colores eran brillantes. Brillante como el cabello de Remus, aquél hombre que había dado la vida en una batalla. Sus ojos idos, y la sangre. Pero no todo había sido malo en el proceso. Keera había tenido miles de momentos con él, como cada vez que iba a una junta, o filmaban propos. Nunca faltaba él Remus bromista, que la hacia desconcentrar. Reían y forjaban poco a poco la amistad creciente. Y en menos de tres meses, habían logrado llevar una verdadera relación, donde se comprometían a salvar sus vidas miles de veces. Él confesaría sus sentimientos a Artemis, le diría lo que deseaba. Pero la vida se había marchitado, como la flor de loto. Había perdurado en sus manos, para luego posar en un mueble. Ya no era bella, se había convertido en lo que la rodeaba.

Ellos eran sus amigos y eran bellas personas, pero todo a su alrededor los había consumido. Tal vez fue allí cuando dejó de creer en lo que Malik había dicho, porque después de todo, él estaba muerto y no se quejaría por la ruptura de aquella promesa silenciosa.

(...)

Finnick suspiró, mientras bebió un vaso de su ginebra. El alcohol ardía en su boca, pero no le importaba. Rocco correteaba por la habitación, buscando el libro que había perdido hacía varios días; y la hermana de Keera se encontraba en su habitación, durmiendo hasta tarde.

Él no había dudado en invitarlos a mudarse a su casa, en el distrito 4. Sabía que en el dos no eran muy buenos recibidos, incluso cuando todos habían acabado con el peligro y ahora respiraban buenos aires, pero aún así, esa no sería su casa. No después de todo lo pasado. Y tal vez jamás se sentirían cómodos con algún sitio, ¿Pero qué iban a hacer? A veces, escapar de los problemas era la mejor solución.

Él observó sus movimientos, sin embargo percibió la cicatriz en su espalda. Algunos días él niño se despertaba por la noche y lloraba en brazos de su hermana. Había sufrido mucho, había visto a su familia morir. Sin embargo, eso no quitaba sus ganas de vivir.

—¿Vas a estar todo el día sentado o ayudarás un poco?— la voz de Keera se escuchó por la casa. Él levantó sus ojos azules y los enfocó en la mujer que tenía a su lado. Habían pasado dos años desde la revolución y aún así, ambos solían tener pesadillas por las noches. Ellos se abrazaban hasta quedar dormidos y cuando eran intensas, la mejor manera era estar separados, porque temían de ellos mismos.

Seguía igual de hermosa que la primera vez que la había visto, sólo que ahora parecía feliz, y él niño que cargaba en brazos era la prueba de todo. Remus Odair había heredado los cabellos y los ojos de su padre, pero las pestañas, los labios y la piel morena de su madre. A pesar de su casi muerte, él estaba sano. Su existencia era un milagro, era lo que solían decirles los doctores, tras toda la agitación que habían tenido en la misión. Las heridas ocasionadas a su progenitora no le habían dejado secuelas de ningún tipo.

No era un misterio para ninguno saber que Keera había pasado dos meses internada, recibiendo los mejores cuidados que podía. Ella había estado despierta cuando Coin había muerto y cuando Katniss había llegado con la noticia; pero la muchacha nunca quiso abandonar su cama. Tal vez cuando era más joven no lo entendía, pero su bebé era mucho más importante que una maldita venganza. Sus manos manchadas de sangre no la harían feliz, no como su bebé. Nada de eso le traería paz. Si quería un futuro para su hijo, en todo sentido de la palabra, debía detener su egoísmo. Así que jamás insistió, e hizo todo lo que los doctores determinaron. Pasó los meses de su embarazo acostada y organizando sus prioridades. Había tenido una larga conversación con el sinsajo, donde habían llorado y desatado todos sus sentimientos. La situación con Artie no era muy fácil, generalmente lloraban juntas, pero trataban de seguir adelante. Remus hubiera querido eso.

—¿Ya llegaron?— preguntó Finnick, viendo como su mujer dejaba el bebé en el suelo, y este comenzaba a gatear en busca de su padre. Y él no se iba a negar tenerlo en brazos, así que cuando llegó a su lado, lo acunó y se dio cuenta de cuanto había crecido.

—Si, así que saca tu culo de allí y ven a poner la mesa.— expresó ella, colocando sus manos en su cintura. Él tomó al niño en brazos y se le acercó. No pudo negarse a darle un beso, porque aún cuando estaban enojados, él seguía pensando que Keera era sexy.

Sus labios seguían conociéndose a la perfección y eso nunca cambiaría.

—¡Keera! ¡Esto no está saliendo como esperaba!— gritó Katniss, en la cocina. Al parecer, la chica en llamas no era muy buena con la cocina. Siquiera haciendo una ensalada. Mientras Finnick se despertaba de su siesta, Peeta y Katniss habían ocupado su casa por ese día. Él panadero cocinaba carne asada en el jardín, Katniss se encargaba de los aderezos y la comida acompañante, Keera cuidaba a su niño.

—¡Ahí voy!— le gritó en respuesta a la muchacha, habló en voz baja hacia Finnick.— ¿Puedes sentir el olor a quemado? Esta chica algún día nos matará.

—Por algo la llaman La chica en llamas.bromeó, y ambos carcajearon.

Se tomaron de las manos y emprendieron su camino a la cocina.


Pero Finnick despertó. Su pecho jadeando y su respiración entrecortada. Sus ojos lagrimeando. No sentía más que la electricidad que brindaba su cuerpo, subiendo poco a poco por su tórax desnudo.

Todo había sido una mentira. Keera había muerto, el mismo día en el que todo Panem se declaraba libre. Había intentado aferrarse a su recuerdo, a su esencia, pero se desvanecía. Lloraba con dolor. La mujer que había amado posaba en sus brazos, así lo hacía en el sueño, pero ahora no tenía nada. Su bebé también había muerto y él se había quedado sólo. Los azucarillos ya no le gustaban, ya no disfrutaba del sabor a nada. Era un muerto en vida, porque cuando se perdía a alguien tan preciado, ya no quedaban ganas de vivir. Era tan raro estar aferrado a algo, pero en sólo segundos, todo se volvía tosco.
Era feo recordar su pálido cuerpo y su piel fría. Sus manos estaban sostenidas, donde no sólo dos vidas habían dado final, sino que tres.

Gritó, intentando calmar sus sollozos, sabiendo que nada la traería de vuelta, tampoco nada traería a su hijo a la vida. Ellos estaban muertos y él se había quedado solo.

Pero sintió un tacto en su piel, un calor envolviéndolo. Se removió incómodo, alejando todo de él. Tal vez sólo era un truco de su mente para hacerle creer que ella seguía allí.

—¡Alejate de mi!— gritó, con una voz que no parecía suya. La rabia lo ocupaba, deseaba vomitar, sentía gusanos en su estómago.—¡Déjame!

Dos golpes. Un brazo tomándolo con fuerza. La visión regresó, Keera estaba frente a él.

—Es una pesadilla.— habló ella, con su voz entrecortada, parecía querer llorar. Estaba quebrada. Sus cabellos estaban despeinados y su cara roja. Apenas había luz en la habitación.

—Estas muerta.— recordó. Ambos lo sabían. Pero la joven intentó por segunda vez, esperándolo convencer.

—Te llamas Finnick Odair, tienes un hijo llamado Remus y soy tu esposa. Fuiste a los Juegos del Hambre cuando eras más joven, ganaste. Me conociste a mi y compartimos relaciones sexuales, años después Snow nos volvió a juntar en la Arena. Luchamos contra Katniss Everdeen, pero luego nos convertimos en aliados. Eramos rebeldes y peleamos contra Snow. Nos enamoramos y prometimos estar siempre juntos. Nos apoyamos ente nosotros, amor. Han pasado dos años de todo. Sobreviví, Finnick. ¿No recuerdas como me abrazaste cuando volví a respirar? Estuve sin oxigeno por diez minutos, pero te escuché. Oí como decías mi nombre. Regresé por ti.

»No sé qué más decirte para que sepas que soy real, que esto es real. Estoy a tu lado ahora mismo, sólo fue una pesadilla.

Ella parecía sufrir en silencio, pero las palabras salían tan ordenadas que parecían haber sido pronunciadas miles de veces. Entonces todo regresó a su mente. El nacimiento de su hijo, las comidas con Katniss y Peeta, las largas charlas con Johanna y los buenos momentos con Annie. Keera siempre había estado allí, a su lado, después de tanto tiempo.

¿Cómo podía haberlo olvidado?

—Ya lo recuerdo.— dijo Finick, suspirando. Las pesadillas no eran tan seguidas, pero al final de cuentas, seguían siendo intensas.— Ya lo recuerdo todo.

La castaña sonrió y abrazó el cuerpo caliente de su hombre.

—Aún me sorprenden tus ataques, me despertaste con un grito. Caí de la cama.— confesó Keera, bromeando. Así era como podían superar el miedo, con felicidad y diversión. Ambas personalidades congeniaban muy bien y nunca perdían sus toques. Así como tenían momentos serios, tenían momentos estúpidos, pero tenían un equilibrio.— Tengo el trasero adolorido.

Finnick levantó su ceja.

—Tal vez lo pueda sanar.

—¡Cállate!— río ella, ambos empezaron a carcajear, pero su leve momento de felicidad acabó cuando un llanto se escuchó desde la habitación de al lado.

Habían despertado a Remus.
Ambos se observaron, con los ojos abiertos en par.

—Ve tu.— dijo Keera, rápidamente. Apenas tenían tiempo para dormir, él bebé tenía dos años, pero seguía llorando por cualquier cosa, igual que cuando había nacido.

—No dormí nada.— reprochó él, sabiendo que todo era con humor. Después de todo, era su hijo y lo querían más que a nada.

Y así pasaron al menos unos diez minutos, decidiendo por quién atendería a la pequeña bestia. Viendo que no llegaban a ningún lado, ambos se levantaron.

—Te amo, ¿Lo sabes?— dijo Keera, mientras sostenía a Remmy. Sus ojos conectaron una vez más, suavizados.

—Te amo.— respondió, sonriendo. El terror y el pánico se había marchado. Ya no volverían a ser los mismos de antes, puesto que habían madurado. La era de Snow había acabado, y ya nada pondría en peligro sus vidas. Tal vez morirían de ancianos, contando sus trágicas historias a sus nietos, quizás algunos escribirían eso en papel, recordándose por todo lo que pasaron. Las tormentas, las depresiones, el maltrato, el abuso, y el amor.

Le recordaban a todos, que los huracanes producían más cosas que el miedo. Eran asombrosos, provenientes de la naturaleza. La exageración era uno de los peores atributos de los seres humanos y había personas que optaban por vivir libres, averiguando las cosas por su propia cuenta y determinando qué era peligroso para ellos y lo que no. Otros que decidían mantenerse controlados  y oprimidos por el miedo, asustandose ante cualquier destrozo. Pero lo más importante: el amor existía. Muchas veces no aparecía de la manera justa, traía varias lágrimas de por medio, o tal vez no llegaba en el momento correcto. Simplemente, a veces no llegaba de la manera en la que todos esperaban: donde eran felices todo el tiempo. El amor traía un conjunto de cuentas de sensaciones, que Keera Odair había descubrido gracias a Finnick. Pero al final, la sensación en el estómago, llegaba.

Keera balanceó a su hijo en brazos, observando los profundos ojos azules de Finnick. Y se sintió completa. Tenía todo por lo que había luchado.

Esa era la única cosa que podía jamás agradecerle a Snow. Gracias a él se había reencontrado con Finnick y había quedado embarazada de su hijo, gracias a sus trágicos e insanos Juegos, había conocido a grandes amigos, como Katniss y Remus.

Sonrió, dándole un beso a su esposo.

—Te amo. —  susurró.

FIN

**


Realmente lloré escribiendo esto. Espero que les haya gustado mi novela, realmente les agradezco por todo el apoyo que me dieron desde el minuto uno. ¡Gracias!

En el próximo apartado pondré los agradecimientos respectivos, pero quiero decirles desde ahora, muchas gracias. Es increíble que alguien leyera las cosas pelotudas que subo y aporte en esto. Incluso a los lectores fantasmas, ¡Gracias por leer esto! A todos, en serio.
Muchas veces me enojaba porque no podía actualizar, o me sentía mal por otras cosas, pero cada vez que actualizo, tengo una sonrisa en mi cara. Ustedes son lo más preciado que hay y cualquiera que piense lo contrario, es un estúpido.

Gracias por abordar esta travesía, espero verlos pronto, en mi perfil, en alguna de mis historias, o en cualquier lado. <3

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