MEDIANOCHE |BTS y Tu|

Skinny____love tarafından

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PROTAGONISTAS: TN: Una chica mitad vampiro, mitad humano Taehyung: Un caza vampiros experto en lo que hac... Daha Fazla

CAPITULO I:
CAPITULO II:
CAPITULO III
Capitulo IV
CAPITULO V
CAPITULO VI
CAPITULO VII
CAPITULO VIII
CAPITULO X
NOTA:
CAPITULO XI
CAPITULO XII
CAPITULO XIII
CAPITULO XIV
CAPITULO XV
CAPITULO XVI
CAPITULO XVII
CAPITULO XVIII
NOTA
CAPITULO XX
CAPITULO XXI
CAPITULO XXII
CAPITULO XXIII
CAPITULO XXIV
CAPITULO XXV

CAPITULO IX

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Skinny____love tarafından


Abrí la puerta y descubrí, con el alma en los pies, que el nombre de mi compañera le iba como anillo al dedo. No era ninguna marginada.

En realidad era la mismísima personificación del prototipo Medianoche. El cutis de Patrice tenía la tonalidad de un río al amanecer, una piel exquisitamente tostada y suave, y llevaba el cabello rizado recogido en un moño flojo que dejaba a la vista sus pendientes de perla y un esbelto cuello.

Estaba sentada delante del tocador y me miró mientras ordenaba cuidadosamente sus botes de laca de uñas.

—Así que tú eres TN_ —dijo. Ni apretones de manos, ni abrazos, solo el tintineo de los botes de laca de uñas contra el tocador: rosa pálido, coral, melón, blanco

—. No eres como esperaba. Miles de gracias.

—Lo mismo digo. Patrice ladeó la cabeza y me escudriñó con la mirada. Me pregunté si ya nos odiábamos.

Alzó una mano con una manicura perfecta y empezó a dejar claros varios puntos contando con los dedos.

—Puedes ponerte mi perfume, pero no las joyas ni la ropa.

—No mencionó el caso contrario, pero era bastante evidente que en la vida se le pasaría por la cabeza

—. En principio estudiaré casi siempre en la biblioteca, pero si quieres trabajar aquí, dímelo y hablaré con mis amigas en otro lugar. Si me ayudas en las asignaturas que se te den bien, haré lo mismo por mi parte. Estoy segura de que ambas podemos aprender muchas cosas la una de la otra.

¿Alguna objeción?

—Todo perfecto.

—De acuerdo. Nos llevaremos bien. Creo que me habría dejado mucho más patidifusa si Patrice hubiera fingido una falsa amistad de buenas a primeras.

Por decirlo finamente, me quedó bastante claro que a Patrice no le gustaba andarse por las ramas.

—Me alegro —dije—. Sé que somos... diferentes. Ni siquiera se molestó en protestar.

—Tus padres son profesores de la escuela, ¿no?

—Sí, ya veo que las noticias vuelan.

—Te irá bien. Cuidarán de ti. Intenté agradecérselo con una sonrisa, rezando para que tuviera razón.

—¿Ya has estado antes en Medianoche?

—No, es la primera vez —contestó Patrice, como si cambiar por completo de vida fuera para ella tan sencillo como calzarse un par de zapatos de diseño recién comprados

—. Es preciosa, ¿no crees? Me guardé mi opinión sobre el estilo arquitectónico del edificio.

—Pero has dicho que tenías amigas aquí.

—Sí, claro.

—Su sonrisa era tan etérea como todo lo relacionado con ella, desde el brillo amelocotonado de sus labios hasta el perfume y los botes de laca de uñas cuidadosamente ordenados en el tocador

—. Courtney y yo nos conocimos en Suiza el invierno pasado. Con Vidette hice amistad cuando estuve en París. Y Genevieve y yo pasamos un verano juntas en el Caribe. ¿Fue en Santo Tomás? Igual fue en Jamaica. No lo recuerdo bien. Mi pueblo de mala muerte me pareció más soso que nunca.

—Ah, entonces vosotros... soléis moveros en los mismos círculos.

—Más o menos.

—Un poco tarde, Patrice pareció darse cuenta de lo incómoda que me sentía

—. También acabarán siendo los tuyos.

—Ojalá estuviera tan segura como tú.

—Ya lo verás.

—Patrice vivía en un mundo en que los veranos interminables en los trópicos estaban al alcance de todos. Me fue imposible imaginar que algún día formara parte de aquello

—. ¿Conoces a alguien de aquí? Además de a tus padres, claro.

—Solo a la gente que he conocido esta mañana. Lo que sumaba la apabullante cantidad de dos personas: Taehyung y Patrice.

—Tendremos mucho tiempo para hacer amistades —aseguró Patrice con decisión, siguiendo con la distribución de sus cosas: pañuelos de seda de color marfil, medias de tonalidad marrón o gris paloma.

¿Dónde pensaba lucir esas cosas tan elegantes?

Tal vez para Patrice era inimaginable viajar sin ellas

—. Me han dicho que Medianoche es el lugar perfecto donde conocer hombres.

—¿Conocer hombres?

—¿Sales con alguien?

Iba a hablarle de Taehyung, pero me detuve. No sé qué había ocurrido entre nosotros en el bosque, pero estaba segura de que significaba algo; sin embargo, lo que sentía me resultaba demasiado nuevo para compartirlo.

—No dejé ningún novio en mi pueblo —me limité a responder.

Conocía a todos los chicos del instituto desde que era pequeña y todavía los recordaba con sus juegos de construcciones o emplastándome plastilina en el pelo, el tipo de cosas que conseguía impedirle a una tener alguna mínima inclinación romántica por alguno de ellos.

—Novio... —repitió Patrice, sonriendo sin poder evitarlo, como si la palabra le hubiera sorprendido por su candidez.

No obstante, no se estaba burlando de mí. Desde su punto de vista, yo era demasiado joven e inexperta como para tomarme en serio.

—¿Patrice? Soy Courtney. —La chica llamó a la puerta al mismo tiempo que la abría, convencida de que sería bienvenida.

Era incluso más guapa que Patrice: cabello rubio que casi le llegaba a la cintura y esos labios carnosos que yo solo había visto en las jóvenes aspirantes a estrella de la televisión que podían permitirse cosas como el colágeno. La misma falda que a mí me colgaba hasta las rodillas sin gracia alguna, hacía que sus piernas parecieran kilométricas.

—Oh, tu habitación es mucho mejor que la mía. ¡Me encanta! Todas las habitaciones venían siendo prácticamente iguales: un dormitorio lo bastante grande para dar cabida a dos personas, camas blancas de hierro colado y tocadores de madera tallada a cada lado. Nuestra ventana daba justo a uno de los árboles que crecían cerca de Medianoche, pero por lo demás, no conseguí adivinar qué tenía nuestra habitación de especial. Hasta que caí en la cuenta de algo.

—Estamos más cerca de los lavabos —dije. Courtney y Patrice me miraron fijamente, como si hubiera dicho una grosería.

¿Acaso eran demasiado finas para admitir que necesitábamos lavabos?

—Eh... Nunca he compartido el baño —me excusé, incómoda

—. Es decir, con mis padres sí, pero no con... No sé, seremos como doce o así por cada baño, ¿no? Esto será una locura por las mañanas. Les había llegado el turno de darme la razón y quejarse, solidarizándose conmigo; sin embargo, Courtney siguió mirándome con curiosidad, concentrada.

Me dije que era normal que me mirara con extrañeza, pero hubiera preferido que dijera algo. Sus ojos entrecerrados parecían amenazadores, bastante más que los de la mayoría de los extraños.

—Esta noche vamos a salir a los prados —dijo, dirigiéndose a Patrice, no a mí—. A cenar. Podría decirse que en plan picnic. Se suponía que los alumnos debían comer en sus dormitorios. Estaba visto que se trataba de una «tradición», era como se hacía antaño, antes de que se hubieran inventado los comedores, y las familias enviaban paquetes con que complementar la asignación espartana de verduras que recibía cada dormitorio semanalmente. Eso significaba que tendría que aprender a cocinar en el microondas que mis padres me habían comprado.

Era obvio que Patrice estaba muy por encima de esos problemas tan mundanos.

—No suena mal. ¿Qué te parece, TN_? Courtney la fulminó con la mirada. Por lo visto no se trataba de una invitación abierta.

—Lo siento, tengo que ir a cenar con mis padres —me disculpé—.

De todos modos, gracias por preguntar. Los exuberantes labios de Courtney adoptaron una mueca casi perversa al fruncirlos en una sonrisita.

—¿Todavía te gusta pasar el rato con mami y papi? ¿Es que te dan el biberón?

—¡Courtney! —la reprendió Patrice, aunque estaba segura de que también le había hecho gracia.

—Tienes que ver la habitación de Gwen. —Courtney empezó a empujar a Patrice hacia la puerta

—. Es oscura y espantosa. Dice que para el caso podrían haberle dado unas mazmorras.

Salieron juntas y el frágil vínculo que pudiera haberse establecido entre Patrice y yo quedó truncado en un abrir y cerrar de ojos. Sus risas resonaron en el pasillo.

Con las mejillas encendidas, abandoné mi dormitorio de inmediato, salí al vestíbulo de la residencia y subí corriendo al apartamento y refugio de mis padres. Para mi sorpresa, me dejaron entrar sin armarme un escándalo. Ni siquiera me preguntaron por qué llegaba tan pronto. Al contrario, mi madre me dio un fuerte abrazo y mi padre me dijo:

—Ve a echarle un vistazo al equipaje que te hemos hecho, ¿de acuerdo? Todavía te quedan cosas por recoger, pero hemos adelantado trabajo.

Les estaba tan agradecida que me habría echado a llorar. Entré en mi habitación, ansiosa por encontrar un poco de paz y tranquilidad en un lugar seguro. Solo quedaban unas cuantas prendas de abrigo colgadas en el armario. Todo lo demás lo habían embutido en el viejo baúl de cuero de mi padre. Le eché un rápido vistazo a mi neceser y vi maquillaje, pasadores para el pelo, champú y todo lo demás cuidadosamente colocado.

La mayoría de mis libros se quedarían allí, tenía demasiados para las escasas estanterías de nuestro dormitorio. Sin embargo, había separado mis preferidos para meterlos en la maleta: Jane Eyre, Cumbres borrascosas y mis libros de astronomía.

En una de las almohadas, sobre la cama hecha, había varias cosas con que decorar las paredes de mi nuevo dormitorio, como postales que mis amigos me habían enviado a lo largo de los años y algunos mapas estelares que tenía colgados en nuestra antigua casa.

Sin embargo, también había algo nuevo en la habitación, algo con lo que mis padres pretendían asegurarme que este también seguía siendo mi hogar: una pequeña lámina enmarcada de El beso, de Klimt.

Hacía unos meses la había visto en un escaparate y les había dicho lo mucho que me gustaba. Por lo visto me la habían comprado para entregármela a modo de regalo sorpresa el primer día de escuela. Al principio simplemente me sentí agradecida por el regalo, pero luego no pude dejar de mirar la lámina ni sacudirme de encima la sensación de que nunca me había detenido a mirarla de veras. El beso era una de mis obras preferidas. Klimt siempre me había gustado desde que mi madre me enseñó por primera vez sus libros de arte.

Era sorprendente cómo conseguía los dorados de los segmentos y las líneas, y me gustaba la belleza de esos rostros pálidos que asomaban en las imágenes caleidoscópicas que creaba. Sin embargo, de repente la lámina había cobrado otro significado.

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