Salvatore ➳The Vampire Diarie...

Af lynmex

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❝A lo largo de mi vida he aprendido que no hay que prometer cosas que no vas a cumplir; porque lo único que l... Mere

Prólogo.
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Af lynmex


"La mentira y el engaño siempre tienen fecha de vencimiento. Nada duele más que ser decepcionado por la única persona que creíste jamás lo haría."


—Hoy es el día –la voz de Klaus es lo primero que escucha tres días después del incidente, cuando este entra por la puerta de la habitación.


Dena alza la ceja, expectante. — ¿Hoy es el día para qué?


—Para matar brujas –responde adentrándose, el ambiente tenso entre ellos–. Específicamente a la bruja Bennett.


— ¿Vas a matar a Bonnie Bennett? –inquiere haciendo el amago de levantarse de la cama.


No puede matarla, amor mío.


— ¿Cuántas brujas Bennett hay en este pueblo? –Klaus se acerca cauteloso en su dirección, deteniéndola antes de que si quiera pueda poner los pies en el piso–. Si, ángel, voy a matarla. Esa niña es una amenaza, posee el poder de cien brujas canalizadas –le toma la mano con delicadeza–. Así que hoy, como hay una agradable fiesta en el preparatoria y ella va a estar ahí, ¿qué mejor que aprovechar la oportunidad y sacarle el corazón?


— ¿Acaso te asusta? –lo mira directamente a los ojos, ligera burla en su voz–. ¿Te da miedo una brujita de diecisiete años? ¿No se supone que eres inmortal, cariño?


El original se arruga las cejas, resoplando ante el tono de burla en la voz de su esposa. —No le tengo miedo a nadie –Dena alza la ceja de nuevo–. Soy inmortal, sin embargo, el poder que posee la bruja Bennett puede noquearme lo suficiente para que encuentren una forma de matarme.


—Mátala entonces –dice con indiferencia. Dena no estaba de acuerdo con eso, ella necesitaba a la bruja Bennett con vida, pero sabía que si protestaba contra Klaus iba a terminar como la vez en que Elena fue el tema de su conversación–. Una bruja más, una bruja menos, ¿cuál es la diferencia?


Klaus sonríe de lado, tirando del brazo de Dena hacia él —Ninguna –susurra sobre su mano antes de depositar un casto beso que dura apenas unos segundos–. ¿Cómo estas hoy?


Dena aprieta la mandíbula apartando la mirada y tirando de su mano lejos del toque del vampiro. —Estoy bien.


Sabe que sus acciones hacen que Klaus no crea en sus palabras y el aire se vuelve pesado. —Dena.


—Klaus no –lo corta, sabiendo de ante mano a donde iba la conversación.


—Han pasado tres días –continua ignorando su protesta–. ¿Vas a decirme que fue lo que paso ese día?


La pelinegra se tensa notablemente. No quería hablar de ese tema, no ahora, no nunca, por sus propias razones que la delatarían. Habían pasado tres días desde el encuentro con los Salvatores, tres días desde que terminaron por consumirla, por encadenarla, tres días desde que Klaus la había encontrado por alguna razón a las afueras del bosque, retorciéndose, gritando y llorando, en un estado realmente lamentable. No habían hablado del tema y cada vez que el original lo sacaba a colocación Dena estaría más que dispuesta a evitarlo distrayéndolo de alguna otra manera no apta para menores, aun si el ambiente entre ellos era tenso. Y es que Klaus no solo la había encontrado en ese estado lamentable, sino que Dena no había estado vestida como la había visto en el departamento de Alaric, sino que su ropa se había cambiado por un par de pantalones y blusa manchadas y rotas, la piel la tenía llena de quemaduras y sangre, y sus ojos eran la viva imagen de dolor vivo.


Había cambiado, después de más de un siglo había cambiado. La razón era que al estar cerca del collar, de alguna manera la energía de este y las emociones del momento le habían llevado a cambiar, precisamente a su yo del pasado, esa que fue abandonada en una jaula de verbena en un salón ardiendo en llamas.


Dena sabía que Klaus no se tomó precisamente bien aquella imagen, después de todo el recuerdo era de alguna forma doloroso para el vampiro y ver la viva imagen de Dena en esa época fue un golpe duro.


¿Y te importa eso ahora?


No, no me importa, susurro a su conciencia, no me importa, no me importa...


—Solo me estoy volviendo más sensible por la luna llena –responde aun sin mirarlo.


—No me mientas, ángel.


—No lo hago –dice, las voces en su cabeza gritando–. La luna llena está cerca, Elena Gilbert igual, mi cuerpo simplemente se está haciendo sensible ante la posibilidad de romper mi maldición.


No hace falta mirar a Klaus para saber que ha fruncido el ceño, tensándose al instante al tocar el tema sensible. —Espero que realmente estés hablando de mi maldición.


—Esperas mucho –se pone de pie, alejándose de el–. Sabes a lo que me refiero.


Jamás nos vamos a cansar de mentir, ¿verdad, amor mío?


—Ya hemos hablado de eso por más de una década, Dena –gruñe su nombre con descontento, imitándola al ponerse de pie–. Mi respuesta siempre va a ser la misma.


—No, tú hablaste de eso, yo solo te escuche –habla, moderando el tono de su voz, lo que menos quería era volver el asunto más grande, su plan era distraerlo–. Solo me dejaste hablar cuando te dije mi maldición.


Klaus la encara, su rostro oscurecido. —Sí, que bueno que lo sepas. No se discute más.


— ¿Por qué demonios no? –granza cruzándose de brazos–. Estamos hablando de mi maldición, ¿por qué la tuya importa más cuando sabes que si rompemos la mía vas a tener la vida y la muerte a tus pies? ¿Sabes si quiera lo que eso significa? Tú vas a ser el único sobrenatural que va a poseer a un oráculo cambia-forma.


—No me interesa.


—Vas a estar sobre tus enemigos, vas a ser un jodido dios, Klaus –arremete con convicción–. Cosa que no puedes ser teniéndome a tu lado así –se señala–, en este estado.


—No me interesa, Dena –repite dando un paso atrás–. Me basta teniéndote a ti, no a tu maldito poder.


La pelinegra se ríe a la par que las voces en su cabeza. —Sí, teniendo a tu lado a un oráculo que no puede ver ni el futuro, ni el pasado, que no ha tenido una visión desde hace más de un siglo. Un total desperdicio ¿No se supone que lo que quieres es poder?


—Sí, lo quiero –bisbisea entre dientes, mirándola intensamente–. Pero no si eso implica que debas beber la sangre de Elena y que yo tenga que beber de ti, consumiendo su vida y tu vida, con la posibilidad de que mueras por siempre.


—Soy inmortal, Klaus –objeta acercándose esta vez.


—Pero existe la posibilidad –ignora sus ojos, bajando la mirada–. Estamos hablando de tu vida, la razón de la mía y eso no está a discusión.


Dena suelta un suspiro tembloroso, jamás iba a poder entender la dependencia que Klaus sentía con ella, estaba segura que él la amaba, el Original lo había demostrado todos esos años que estuvieron juntos, todos esos años en que ella le hizo creer una mentira y eso la hacía sentir su estómago revolverse con lastima.


No me importa, repitió, no me importa.


Llevaba un siglo entero conviviendo con Klaus, un siglo entero donde el Original llego a abrirse a ella, donde solo ella logro conocerlo a pesar de que estaba a su lado por un engaño. Conocía todos los aspectos de Klaus, desde el más oscuro hasta el más brillante y ahora, parada frente a él, mirando aquellas perlas azules reflejando la angustia de perderla, le retorcía el estómago y su boca se volvía amarga.


Distracción, amor mío. Solo es una distracción.


—Relájate, ¿quieres? –murmura en un resoplido tembloroso, ocultando su mueca frustrada–. Solo estoy bromeando.


Su discusión no era importante, las voces en su cabeza tenían razón, solo era una distracción para que olvidara el tema de su episodio inestable en casa de los Salvatores. Débiles, resonó en algún lugar de su cabeza, lejano y sin fuerza.


Klaus alza la mirada, su ceño fruncido más acentuado. —Estas bromeando –repite como si no creyera las palabras, Dena asiente, desviando la mirada a la ventana de la habitación, no quería ver sus ojos, no quería ver las emociones desbordando de ellos–. Mírame cuando te estoy hablando.


—No soy tu perro, Klaus.


—Y no espero que lo seas, pero dices que estas bromeando, mírame a la cara y dímelo.


Dena a regañadientes le obedece, titubeando un poco cuando sus ojos chocan. —Solo estoy bromeando –repite quedo-. Soy consciente de que Elena es importante para ti y que incluso antes de que me conocieras querías romper tu maldición. Es egoísta de mi parte pedirte que me dejes romper la mía –susurra con un deje de sarcasmo.


—Ángel.


—Ya me resigne, ¿de acuerdo? –Responde dejándose tomar por Klaus–. Es solo que a veces es necesario hacer un poco de berrinche.


El original parece analizarla por un momento, recorriendo todo su rostro con aquellos ojos azules que brillaban con angustia, Dena le regalo una sonrisa cansada, logrando que el hombre finalmente le devolviera la sonrisa ladina.


—Lo sé –le besa el torso de la mano–. No quiero que pienses en eso otra vez, ¿me oíste? Ya hablamos de eso, Dena y no puedo soportar el simple hecho de que pienses que algún día tengas que desaparecer de mi vida.


—De acuerdo.


Klaus sonríe con maldad. —Ahora, por mucho que me gustaría quedarme contigo en esta habitación, haciendo uso de esa cama, tenemos que irnos.


— ¿Irnos? –inquiere con la ceja alzada.


—Sí, ¿creías que te iba a dejar aquí? –Dena no alcanzó a responder cuando continuo–. Necesitamos dejar este ambiente depresivo y concentrarnos en los otros asuntos, amor.


Su pulso se dispara sin razón y el latido de su corazón aumenta rítmicamente.


— ¿No podemos hacer eso después y quedarnos un rato más?


Las brujas gritan indignadas ante las repentinas palabras que salen de su boca y ella trata de disimular la expresión de sorpresa que surca en su rostro ante tal comentario.


¡No lo retrases! ¡Cállate!


Klaus la mira con obviedad que le eriza el bello. —No. Así que vístete, ponte más hermosa de lo que ya eres y vamos a matar a la bruja y a por mí doppelganger.


Dena le respondió con una sonrisa ligera a ojos de Klaus, pero ella solo podía sentir su mandíbula apretándose y sus labios tensos, sabiendo de ante mano que a partir de ahora el teatro empezaría a caer.












—Nunca lo había visto.


Damon gira sobre sus pies ante la repentina voz colándose en la habitación.


— ¿Nunca habías visto que, Stefan?


El castaño hace un ademan con la mano, señalando el collar que yace fuera del traje de Damon. — ¿De quién es?


—De Lena –responde acercándose a la barra–. Es una reliquia que ha pasado de generación en generación en su familia.


—Dena lo quería –camina con paso lento hasta él.


—Lo sé –agarra un vaso, llenándolo de bourbon–. Cuando Dena nació tenía quince años, no tenía ni idea sobre cómo se cuidaba un recién nacido, pero bastaba con solo ver a Lena todas las mañanas despertar a mi lado para saber que por ella haría todo lo posible por cuidarlas y mantenerlas a mi lado. Pero entonces, ella... ella...


—Se fue –Stefan murmura con compasión.


—Murió –Damon lo corrige con una mueca amarga–. Y me asuste aún más.


—Eras un adolescente, hermano, tenías el derecho de estar asustado.


—Pero entonces vi a Dena y el miedo se disipo una vez más –continuó, ignorando las palabras de Stefan–. Era inocente, mi bebe que no sabía del mundo, mi hija, a la que le di mi alma y mi corazón en bandeja de plata y sin pensarlo, era mi todo, Stefan. Hasta que la perdí a ella también –lo mira a los ojos, su mano apretando el vaso de bourbon–. Este collar es lo único que me queda de ellas, lo único a lo que me puedo aferrar.


Stefan asiente en comprensión. — ¿Por eso no le diste el collar?


—No –grazna–. Este collar ha permanecido en el linaje de los oráculos desde los inicios de la existencia, Stefan. Ella no podría controlar el poder que posee aun si es una de sus portadoras, me preocupa que lo quiera de vuelta y más sabiendo que no está del lado de ninguno –suelta un suspiro–. Desearía que las cosas fueran diferentes, hermano, ojala nunca me hubiera convertido en vampiro.


—Damon...


—Pero si eso no hubiera pasado, si no me hubiera vuelto inmortal, no hubiera conocido a Elena y aunque sé que ella no me ama a mí, que la trato mal la mayoría del tiempo y algunas veces no la tolero, me ha dado una vez más esperanza –pausa para llevarse el vaso a la boca y beber el alcohol de un solo trago–. Es por eso que no voy a dejar que le haga nada. Le voy a hacer cambiar de opinión.


Stefan ladea la cabeza, sabía que Damon estaba dañado por todos los sucesos con Dena, sabía que su hermano estaba empeñado en hacerla cambiar de opinión, todos sus anteriores encuentros se lo habían dicho, sin embargo, se estaba volviendo cansado seguir con lo mismo una y otra vez.


Dena no quería ser salvada ni redimida, todos lo sabían, todos lo veían, pero al parecer el único ciego y sordo era Damon.


—Elijah dijo que Klaus hoy va a hacer un movimiento contra Bonnie y está seguro de que Dena va a estar ahí –informo con voz queda–. Esta es tu última oportunidad, Damon –lo miro a los ojos, serio y con el rostro neutro, transmitiéndole sus sentimientos con la mirada. Ellos querían matar a Klaus, Dena igual, salvo que Dena veía a Elena como un daño colateral asegurado y ellos la querían con vida. Su sobrina era una amenaza y no iba a permitir que Elena saliera afectada–. O la haces estar de nuestro lado.


Damon frunce el ceño cuando el castaño se calla. — ¿O que, Stefan?


—O yo termino con este drama familiar.













—Esto me trae recuerdos –Dena dice en voz alta, escanea todo a su alrededor–. Me recuerda a Nueva Orleans en los 20's.


La música se cuela por sus oídos y los adornos estrafalarios de la época se roban su atención por un momento.


— ¿Hablas porque me conociste en esa época? –Klaus inquiere divertido, dándole un apretón en la mano y mirando a las personas entrar en la escuela.


—Hablo de la mala música y los adolescentes borrachos –responde rodando los ojos ante la mueca indignada del Original–. Sin embargo, me atrevo a decir que fue una buena época.


—Por supuesto que lo fue, ángel –se detiene para tomarla de la cintura–. Fue la época donde caíste profundamente enamorada de mí, no lo olvides.


Dena sonríe con sorna, su cuerpo tensándose ligeramente. — No cambies las cosas, querido. Todos saben que fuiste tú quien se enamoró de este bello rostro.


—Bien, no lo voy a negar –se encoge de hombros, acercándose a su boca–. Eras bastante fiestera en esos tiempos.


—Era un alma libre, me gustaba divertirme cuando no tenía que cuidar a Damon –frunce el ceño por un momento–. Aunque queda en el pasado, ya que ahora estoy aburridamente casada con un anciano.


—Dena –ladra en advertencia.


—Sabes que bromeo, amor –enfatiza la última palabra, siempre bromeo susurra en su cabeza–. ¿Que no venimos a casar brujas?


El original chasquea la lengua en afirmación, depositando un rápido beso en sus labios. —Eres peligrosa, ángel, una tentación andante –murmura antes de separarse–. Si la bruja Bennett está aquí, es obvio que no está sola. Vamos a separarnos ¿de acuerdo? tú vas por la derecha y yo por la izquierda. Si la encuentras antes que yo, llévala hasta mí.


—Bien.


—En ese caso, manos a la obra.


Antes de que Klaus pueda alejarse, Dena lo toma del brazo, deteniéndolo. Se queda mirando la cara del Original, las palabras atoradas en su garganta y el corazón palpitando fuertemente.


No se te ocurra decirlo, amor mío.


— ¿Ángel? –cuestiona con incertidumbre.


¡No!


—Perdón –susurra quedo, sus ojos fijos en él.


Klaus se queda en silencio por un momento sin entender el porqué de la palabra, hasta que parpadea y sonríe grande, la comprensión reflejándose en su cara. —Las parejas discuten siempre ¿ok? Somos inmortales pero no perfectos, ángel –ella asiente, la esquina de su boca curvándose–. Te amo.


Dena lo suelta, viéndolo desaparecer en un parpadeo. Su estómago se contrae y le dan repentinas ganas de vomitar ¿Por qué... por que se sentía de esa forma? Sacude su cabeza intentando alejar su malestar, emprendiendo camino hacia la entrada de la escuela.


Los adolescentes pasan por su lado cuando cruza la puerta principal, todos aglomerándose en línea recta para poder entrar al gimnasio unos pocos pasos después, Dena sigue caminando despreocupada por uno de los pasillos con menos personas conforme va avanzando, mientras ve a algunos adolescente besándose contra los casilleros, las náuseas siguen presentes, pero se obliga a controlarlas cuando ve a uno meterle mano en la falda a una chica.


—Así que aquí estas.


Se detiene abruptamente cuando termina de cruzar una de las puertas dobles que dividen un pasillo de otro.


— ¿Me buscabas? –sus ojos miran atentos a Elijah parado a unos metros lejos de ella–. ¿Tan rápido me extrañabas, querido?


—La basura no se extraña, cariño –le responde con una sonrisa socarrona.


Dena asiente. —Por eso mismo ni tu hermano, ni yo, te hemos extrañado.


—No pensé que fueras tan predecible, pero estas aquí.


— ¿Cambiando de tema tan rápido, Elijah?


El original se encoge de hombros. —Hay cosas más importantes que ponernos a discutir sobre problemas poco interesantes.


—No tengo nada que discutir contigo –refuta con el ceño fruncido–. Ya has dicho y hecho suficiente.


—Sabes que Klaus va a matar a Bonnie ¿no es así? –la interrumpe sin prestarle verdadera atención–. Únete a nosotros, Dena.


La ojiazul se ríe entre dientes, mirándolo como si le acabase de contar un chiste. —Tu, sobre todas las personas que hay en este pueblo, no puede estar pidiéndome eso, Elijah. ¿Quieres que me una a tu causa para matar a Klaus? Mi respuesta es no.


— ¿Por qué? –inquiere con firmeza–. Unimos causas, después de todo.


La risa de Dena muere al instante en que escucha las palabras y su mirada se vuelve acero duro. —No deberías de hablar de mas, Elijah, tú no tienes ni idea de que estas hablando.


El Original es quien sonríe ahora, dando un paso más cerca de la ojiazul. —Hace cincuenta años quería destrozarte con mis propias manos al saber que tu destino era matar a mi hermano –se planta frente a Dena, tomando un mechón de su cabello entre sus dedos–. En ese entonces pensé que tenías que ser alguien despiadada como para fingir con excelencia el amor brillando en tus ojos cada vez que veías a Klaus, quería destrozarte, alejarte de mi familia.


—Cuando me viste agonizar y alucinar con el veneno de lobo y supiste la verdad, pudiste hacerlo, Elijah. Pudiste decirle la verdad, pero no lo hiciste–murmura entre un siseo con malicia–. ¿Qué fue lo que te hizo cambiar de opinión, querido?


—Mató a mi familia –responde con lentitud mirándola a los ojos, tirando del mechón entre sus dedos–. Mató a Kol, Rebekah y a Finn, y después esparció sus cuerpos en algún lugar del océano. Quiero venganza, Dena, quiero vengar a mis hermanos.


Dena sonríe alzando la cabeza para mirarlo atentamente. Elijah Mikaelson —No te mientas a ti mismo, querido. Pudiste decirle la verdad a mi querido esposo muchísimo antes de que eso pasara ¿y sabes por qué no se lo dijiste? –cuestiona sin darle tiempo de responder–. Porque querías que el muriera en vida antes de morir verdaderamente al enterarse en ese preciso momento que quien le quita la vida voy a ser yo –lo empuja con fuerza, alejándose de su toque como si le repeliera–. Esto no se trata de vengar a tus hermanos ni mucho menos de salvar la vida de Elena Gilbert –ronronea–. Se trata de que Klaus, tu hermano, te robó a la mujer que amabas.


—Tu mentira se acaba hoy, Dena –alude con voz ronca y los ojos brillosos–. La mejor satisfacción de ver a mi hermano sufrir, es que el sienta y vea como la mujer que ama lo traiciona, sin embargo, el motivo por el que lo quiero muerto es únicamente por la muerte injusta de mis hermanos. Las razones que dices son carentes de valor e importancia, no confundas las cosas.


—Eres tan aburrido y mentiroso –suelta con desinterés, dando media vuelta para empezar a alejarse–. Tu y yo somos iguales ¿no es así? Pero tarde o temprano las cosas interesantes pasan y las mentiras caen.


—Y ahora estamos aquí –Elijah dice–. Deje que vivieras engañando a Klaus, porque al final, la única manera de hacerlo sufrir eres tú.


—Entonces deja todos en mis manos querido –grazna en voz alta sin mirarlo antes de cruzar las puertas dobles del pasillo–. Y disfruta del espectáculo.


Sabía que Elijah había estado fuera de su camino todo esos años porque ella era la única arma destructiva contra Klaus, no iba a impedir que lo matara ni mucho menos detenerla. El corazón de Elijah estaba lleno de odio y resentimiento por la muerte de sus hermanos, pero llevaba más de un siglo envenenado por ver como Klaus y ella se habían vuelto pareja, permaneciendo juntos a pesar de la mentira, anhelaba su amor, la anhelaba a ella.


Ellos son como ratas, amor mío. Siempre traicionándose a pesar de todo.


Su cuerpo comenzó a cosquillear conforme iba avanzando, hasta que logro captar un ruido estridente con sus oídos, miro a todos lados con el estómago revuelto y con velocidad vampírica siguió aquel sonido. Se detiene finalmente en un pasillo vacío al momento en que otra vez se escucha el estruendo detrás de dos puertas rojas con la palabra gimnasio escrito en un letrero arriba de esta.


A pesar de que su pulso tiembla no duda ni un segundo y empuja la puerta, dando un salto al percibir la ola de poder que la azota incluso si no está dirigida a ella. Las voces en su cabeza exclaman extasiadas al reconocer tal magnitud de poder y el cosquilleo se vuelve miles de agujas clavándose en su piel. Escanea la habitación percatándose que Klaus yace en el suelo, retorciéndose de dolor mientras a unos metros alejada de él, se encuentra Bonnie Bennett, quien extiende su mano en dirección al vampiro. La bruja no luce mejor de lo que Klaus luce, lo que la hace suponer que tienen tiempo peleando.


Ninguno se da cuenta de su presencia por el momento y nota que detrás de una de las otras puertas que da acceso al lugar, está la cabellera castaña de Elena asomándose por el cristal de la madera, su mirada llena de terror.


— ¿Eso es todo lo que tienes, bruja? –ladra Klaus alzando la cabeza con esfuerzo.


—Eso apenas es una demostración –murmura Bonnie con falsa altanería. Dena se da cuenta del hilo de sangre que desciende de su nariz–. Voy a matarte.


—No si yo lo hago primero –Klaus intenta ponerse de pie, soltando gruñidos, pero Bonnie mueve la mano ligeramente y le hace aullar de dolor una vez más.


—Vaya, pareces un gusano –exclama adentrándose al lugar y cerrando las puertas detrás de ella con fuerza–. Y tú te ves realmente mal, niña.


Bonnie se sobresalta por la intromisión tan repentina, desestabilizando el poder ejercido en Klaus, quien mira incrédulo desde el piso a la ojiazul.


—Llegas tarde, ángel –murmura entre dientes.


Dena se encoge de hombros. —Me perdí –dice con simpleza, metiendo las manos en su chaqueta al sentir el picor en su piel incrementar dolorosamente–. Por lo que veo, has dejado que una mocosa patee tu trasero.


Sus palabras tienen efecto en Bonnie, quien sale de su sorpresa y extiende ahora las dos manos, una en dirección a Klaus y la otra hacia Dena. El dolor en su cabeza se presenta solo por un segundo antes de que las voces griten extasiadas al reconocer la fuerza del poder y neutralizarlo, sin embargo, cae de rodillas al piso, llevándose las manos a la cabeza, fingiendo un aneurisma inexistente a la par que Klaus gime por su propio dolor.


— ¿E-Eso es todo? –Klaus repite entre jadeos hacia Bonnie–. ¿C-Con ese patético poder piensas matarme?


Dena sabe al instante en que ve las luces parpadear y a la bruja Bennett poner una mueca de esfuerzo, que Klaus solo la está provocando para que utilice todo el poder que tiene y ella misma se agote. Una buena jugada, piensa, Bonnie todavía no sabía controlar el poder de las cien brujas, era tan el esfuerzo que se tenía que utilizar para controlarlo que en cuestión de días era imposible hacerlo. El plan de Klaus era agotarla y matarla, saliendo solo con el recuerdo de un aneurisma pero con la victoria de una muerte en sus manos.


—Te crees poderoso, Klaus, pero ahora estas sometido ante una tonta niña que puede matarte.


—N-No... No estaría tan seguro de eso, amor.


Dena aprieta los labios cuando la sensación de nauseas le golpea la boca del estómago. Klaus a unos metros vuelve a jadear y Dena dispara su mirada atenta en Bonnie, quien sabe está a punto de colapsar, ya que las luces parpadean descontroladas y la mano de la morena tiembla en la altura.


¡Si! ¡Si! ¡Si! ¡Si! ¡Si!


—V-Vas a morir, Klaus –Bennett anuncia entre dientes–. Por mí, por mi poder.


El aire se tensa y su cuerpo se pone rígido. Klaus lucha por ponerse de pie, logrando hincarse a duras penas con todo su esfuerzo.


¡Hay que hacerlo! ¡Es momento!


—T-Tu poder, amor, es el que te va hacer caer –Klaus le hace saber y Bonnie hace un ademan exagerado, la sangre escurriéndose por sus fosas nasales y el color perdiéndose poco a poco en su piel–. Eres mía, Bonnie Bennett.


Dena puede escuchar a lo lejos los golpes que da Elena contra las puertas, puesto que sus ojos no se apartan de la bruja. Las luces explotan con un estruendo y Bonnie se tambalea perdiendo fuerza.


Lo sabe y lo siente, lo puede ver venir.


La electricidad en el aire se pierde de un momento a otro y Klaus se para en un segundo cuando el poder que ejercían sobre él se debilita. Bonnie cae al suelo con un golpe sordo dando así por hecho el punto de Klaus.


¡Hazlo, amor mío!


Así que cuando ve a Klaus dar un paso hacia la bruja inconsciente, cuando los golpes en la puerta se vuelven cada vez más frenéticos, Dena siente como sus pies se mueven por inercia.


— Eres mía, Bonnie Bennett –Klaus repite–. Mía para mata-...


Las palabras quedan abruptamente en el aire cuando el sonido de piel cortándose se presenta. Klaus mantiene sus ojos en el cuerpo de Bonnie por un momento totalmente desprevenido, antes de bajar la vista a su pecho, donde una mancha de sangre empieza a expandirse en su camisa a la altura de su pecho, tose por el dolor repentino, expulsando sangre de la boca.


Una mano le toca el hombro y gira la cabeza hacia la izquierda, encontrándose con dos orbes azules mirándolo gélidos.


— ¿A-Ángel?...


Dena examina la cara de Klaus, quien le mira con sorpresa, incredulidad e incertidumbre pintadas por todo su rostro y ella le sonríe carente de sentimientos, sintiendo el líquido espeso envolviendo su mano derecha.


No –le dice en un bisbiseo frio e indiferente–. Ella es mía.


Destrúyelo.


El brillo de la traición combinada con el dolor surca los ojos de Klaus, apenas el vampiro comprende la situación. Dena tira de su quijada cuando le suelta el hombro, depositando un beso en su frente, tan impersonal y frio, para después tirar de su mano derecha y sacarle el corazón del pecho.


El cuerpo de Klaus se desploma en el piso, su piel tornándose pálida con venas grises extendiéndose en ella. La ojiazul da un paso atrás sintiendo las náuseas inundarlas, por lo que se inclina y vomita el líquido que había en su estómago sin miramientos, sin embargo, cuando termina, se yergue y mira su mano ensangrentada, el malestar no disminuye, sino que siente un dolor en el pecho creciendo conforme los segundos pasan.


Lo hizo.


Quizás no mato a Klaus, quizás solo haya sido temporalmente, pero definitivamente lo mato en vida al traicionarlo. Dio el paso importante, ya no más mentiras, ahora todo estaba puesto en la mesa.


Cierra los ojos tratando de alejar su malestar y al abrirlos se voltea hacia la morena que está en el suelo inconsciente. Con esos temblorosos se acerca hasta ella y se hinca a su altura, checándole el pulso.


—M-Me debes la v-vida, Bonnie Bennett –susurra alejando su toque–. Y voy a cobrármela, si no yo misma voy hacer que mueras de verdad.


—Así que realmente era cierto –la voz la toma por sorpresa, así que se para de un salto, percatándose de la presencia de Damon, quien al parecer había entrado por las puertas que Elena golpeaba anteriormente–. No estás de su lado.


Podemos sentirlo.


El reconocimiento surca la cara de Dena ante sus palabras. —Supongo que Elijah les dijo sobre la maldición.


Damon no asiente ni niega, simplemente posa sus ojos en el cuerpo de Klaus. —Él no sabía de la maldición ¿no es así?


—Te aseguro que el sabio sobre una maldición –lo señala con el dedo.


—Pero no la verdadera -evidencia.


—Obviamente, no la verdadera, nadie sabe realmente cual es esa maldición –ladea la cabeza, cuando Damon regresa su atención a ella–. He pasado gran parte de mi existencia mintiendo, Damon, le mentí a Klaus sobre mis sentimientos hacia él, le mentí sobre mi maldición; haciéndole creer una triste historia de privación de poderes –le lanza una mirada de reojo al cuerpo de Klaus–. Él cree, más bien, creía, que si consumía la sangre de Elena y moría con ella en mi sistema mi maldición se iba a romper, que después iba a revivir y mis poderes iban a regresar. Le hable mil veces sobre que me dejase hacerlo, ya sabes, para que fuera más creíble, sin embargo, siempre se reusó ante la posibilidad de que fuera a morir verdaderamente –rodó los ojos–. Si tan solo supiera que la mala hierba nunca muere.


Damon escucho en completo silencio, su rostro contraído con desagrado. — ¿Cuándo te convertiste en esto, Dena? ¿Cómo pudiste jugar de esa manera?


Podemos sentirlo, amor mío.


— ¿Acaso te preocupa Klaus, papi? –la burla pinta su voz–. Eso es hipócrita puesto que lo quieres muerto porque va detrás de tu perra. Disfrútalo, no debería de importarte.


Algo brilla en los ojos de Damon que Dena no sabe reconocer. —No me importa él, me importas tú –da un paso en su dirección y Dena se da cuenta del bulto en la chaqueta de este–. Me importa saber cuándo te convertiste en un ser tan despiadado para jugar con un corazón de esa manera.


—Ya veo –dice en sonrisa ladina–. Esta vez no vienes a arreglar esto –los músculos de Damon se tensan notablemente–. Eso es un avance para ti, querido.


—Termina con esto, Dena –ordena con voz firme, la punta de una estaca asomándose por un costado de su cuerpo–. Termina con esto y yo termino contigo.


Tiene el collar.


—El problema, querido padre, es que yo no pienso terminar –farfulla con tono sombrío–. Mucho menos cuando tienes algo que me pertenece.


Se mueve con velocidad vampírica hacia Damon, extendiendo los brazos para golpearlo directamente en la cara. Damon sale disparado en el aire por el golpe repentino que lo había tomado con la guardia baja, pero logra recuperarse casi al instante, interceptando entre sus manos la pierna de Dena antes de que pidiera volver a golpearlo.


—Basta con este juego, Dena –exclama con dificultad.


—Dame el collar –exige tirando de su pierna y lanzando su puño a la nariz del vampiro.


—No voy a pelear contigo –anuncia esquivando los demás golpes, pero sin regresar ninguno–. Basta ya.


Dena se carcajea tomándolo de la chaqueta y lanzándolo contra las gradas del gimnasio. —Dame el maldito collar –se aproxima hasta él, golpeándolo repetidas veces en la cara–. Dame lo que me pertenece-...


El aire se corta por el movimiento repentino de Damon y Dena suelta un jadeo. —Dije que basta –gruñe enterrando la estaca en su estómago.


Una risa entrecortada se escapa de sus labios e impulsa su cuerpo hacia adelante a la par que sostiene las manos de Damon y empuja aún más la estaca con profundidad en su estómago. Damon tiene la mirada horrorizada a pesar de ser el quien la ha lastimado y eso hace que la risa se profundice.


No eres diferente a nosotras, Damon Salvatore –el siseo suena con eco, los ojos de Dena se han vuelto negros y lo miran con atención–. Al final ambos le hacemos daño a esta niña.


Damon suelta su agarre en la estaca por inercia ante el sonido de las diferentes voces combinadas saliendo de la boca de su hija. Dena aprovecha su oportunidad cuando sus ojos en un parpadeo vuelven a su tono normal y saca la estaca de su estómago con un movimiento fluido, enterrándola a la altura del pecho de Damon.


—Ahora estamos a mano –le dice con sorna, enterrando la madera tan profundo que saca un verdadero jadeo de dolor del vampiro–. Nunca olvides quien soy, querido, a mi nada puede matarme.


—T-Tu... E-Esta no eres tú –Damon murmura con pesadez.


—Tu. No. Sabes. Nada.


Niega con la cabeza. —L-Lo sé todo sobre ti. S-Soy quien te cuido, soy tu padre quien te ha amado desde el momento en que abriste los ojos. ¡T-Tú no tienes ni idea!


Él lo tiene.


Dena ríe con falsedad, soltando una de sus manos de la estaca. — ¿Me amas? Por supuesto que no –lo zarandea con fuerza, sus ojos ardiendo en llamas–. Sabes que sentimiento es lo que sientes aquí –acota, sus uña enterrándose en la tela de su camiseta–. Vergüenza, remordimiento y culpabilidad. Eso es lo único que sientes hacia mí. Tú no me amas, Damon, dejaste de hacerlo y empezaste a sentirte culpable desde que me encontraste en medio de ese altar tres días después de convertirte en vampiro.


—S-Soy tu padre –sentencia con voz tensa, retorciéndose cuando Dena empieza a desabotonarle la camiseta–. No. T-Tú no sabes... No sabes de lo que estás hablando, n-no sabes del amor que un padre puede sentir hacia sus hijos.


Toma lo que es nuestro.


—Pero también hay padres que dejan de amarlos –bisbisea con la verdad implícita en sus palabras, sus dientes asomándose entre sus labios cuando divisa la cadena plateada enrollar el cuello de Damon–. Y tu dejaste de amarme cuando te diste cuenta que le fallaste a la persona que pidió que me cuidaras, dejaste de amarme cuando te diste cuenta que me habían jodido esas brujas y lo único que te ató a mi todos los demás años siguientes fue tu propio remordimiento.


— ¡N-No! ¡N-No! –lucha, pero Dena entierra más la estaca, deteniéndolo mientras que con la uña se su mano libre, arrastra la cadena fuera de la camisa.


—Por eso trajiste una estaca, porque querías detenerme con ella, querías dañarme –el dije brilla con la luz del techo cuando sus ojos lo divisan y las voces en su cabeza gritan extasiadas de ver tan cerca el poder a unos centímetros–. Por eso no quisiste darme este collar el otro día –su garganta se siente seca y su piel que antes cosquilleaba se siente caliente. Su mano tiembla cuando rosa el collar y su corazón late desenfrenado.


— ¡N-No! ¡N-No!


Dena posa sus ojos en los de su padre, mirándolo con ojos sombríos.


—Tú no me amas –repite disminuyendo su tono de voz–. Por eso me dejaste ese día entre las llamas, Damon, por eso no te costó apagar tu humanidad y dar la vuelta sin mirar atrás. Porque tu dejaste de amarme cuando supiste que ya estaba perdida.


Toma nuestro collar, amor mío.


Y le quiebra el cuello, arrancándole el collar de su cuerpo inerte.

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