Salvatore ➳The Vampire Diarie...

By lynmex

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❝A lo largo de mi vida he aprendido que no hay que prometer cosas que no vas a cumplir; porque lo único que l... More

Prólogo.
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By lynmex

—Mientes –Bonnie habló por primera vez, sus ojos verdes centrados ella.


Dena ladeó la cabeza, su sonrisa acentuándose un poco más en sus labios. — ¿Por qué lo haría?


—Porque tú siempre mientes –acotó lo obvio, la seguridad pintada en su voz–. Eso es lo que haces.


—No deberías de estar tan segura de ti misma, brujita –señaló a Elijah con un movimiento de cabeza–. Puedes preguntarle a mi amigo pijo aquí y él va a confirmártelo.


Las cabezas se movieron en dirección a Elijah, quien solo atino a hacer una mueca que nadie supo diferenciar.


—Me gustaría decir lo contrario, pero es cierto –respondió el original–. Ella es una Mikaelson, Klaus se casó con ella casi medio siglo atrás.


— ¿Cuándo... –Damon murmuró con voz ronca y Dena se percató de que el rostro del vampiro era una combinación de amargura, incredulidad e ira–. ¿Cuándo paso eso?


Dena alzo una ceja. — ¿Importa acaso? O ¿Estas triste porque no te invite a la fiesta, Damon?


—Responde –dio un paso adelante, su cara totalmente crispada.


—Nueva Orleans, mil ochocientos ochenta y cuatro –Dena sonrió aún más cuando los ojos de Stefan y Damon se abren como si fueran a salir de su lugar–. Tuve que matar mi tiempo mientras tú te lamentabas por Stefan y lo seguías a escondías por toda la ciudad. Al final termine casándome con un original, sorprendente ¿no crees? Fue una gloriosa época.


—No –sentenció, incrédulo–. Es imposible que te hayas casado con Klaus, tú volviste conmigo cuando active mis emociones y estuvimos en Nueva York hasta que regresamos al pueblo y...


— ¿Y qué? –lo alentó con sorna, sabiendo de ante mano que Damon no iba a decir en voz alta el hecho de que habían regresado al pueblo para ser sometidos a ser ratas de laboratorios–. Te aseguro que Klaus se enojó como el mismísimo infierno y que no eres realmente su persona favorita. No después de que su querida esposa corriera al primer llamado de su querido padre, dejándolo solo para ayudar a un bastardo con problemas de superación emocional.


—Ya veo –la voz de Elena corta en la habitación, el tono despectivo presente–. Entonces, cuando tuviste suficiente de Damon, fingiste tu muerte y lo abandonaste por un vampiro psicópata.


Dena la miró con atención mientras se tensaba notablemente al igual que Damon.


—Deberías cerrar tu linda boquita, querida –bisbiseó entre dientes.


—Elena –se metió Damon.


— ¿Por qué? ¿Te duele que diga la verdad? –Elena continúo hablando, haciendo oídos sordos al vampiro.


—Tú no sabes nada, Elena –apretó con sus manos los reposabrazos–. No te inmiscuyas en cosas que no te corresponde.


—Me corresponde cuando ya me canse de que sigas lastimando a las personas que amo.


Dena se ríe con suficiencia. — ¿Personas que amas? Niña, tú no sabes que es amar, solo eres una mocosa que se hace la mártir y busca la atención de dos hombres que ven a su antigua zorra en ti.


—Elena, solo cállate –Stefan pidió.


Elena caminó hacia ella, quedando a dos metros de distancia cuando Stefan se interpone en su camino, tomándola del brazo. Dena sabe que Elena solo es una estúpida niña que busca llamar la atención, sabe que solo está diciendo esas cosas para molestarla, para hacer ver a Damon y a Stefan que una vez más ella tiene razón, que Dena no es más que una perra egoísta que no los ama, y aunque sea razón, Dena también sabe que están entrando a terreno peligroso. Sus manos aprietan con fuerza el reposabrazos y algo en su pecho empieza a burbujear.


— ¿Y que si realmente no sé lo que es amar? Pero tú no te quedas atrás –espetó–. Fingiste que moriste, los dejaste solos –el odio en las palabras de la doppelganger perfora los odios de todos los presentes–. Dejaste que sufrieran, dejaste que lloraran tu pérdida. Los traicionaste, rompiste tu promesa.


Dena escuchó como algo se quiebra en su interior y su cuerpo entero se sacude leve en un escalofrió, la respiración se le atora en la garganta y las voces en su cabeza exclaman indignadas ante la herida invisible que se empieza a abrir, una que jamás debió de volver a ser tan sensible. Elijah nota con sorpresa como los ojos de Dena se han vuelto tan helados y carentes de emoción, no hay nada de brillo en ellos, solo dos orbes tan rígidos y vacíos.


— ¡Ya basta, Elena! –Damon exclamó, enfrentándola. Su ceño fruncido–. ¿Estas demente? ¡No tienes derecho a decir nada de eso!


— ¡Claro que lo tengo! –golpeó el pecho ajeno con brusquedad–. ¿Cuántas veces tengo que repetírselos? ¡Abran los ojos! ¡Ella es una mentirosa, es una arpía, solo se preocupa por ella!


Damon le dispara una mirada en llamas. —Cierra la maldita boca, tú no tienes derecho. Podrás ser novia de Stefan, pero nada más. Tú no tienes ni idea, Elena, no tienes ni idea de nada.


—Coincido con Damon –Elijah murmuró, sin apartar la mirada de Dena, quien se mantiene mirando a la nada–. Creo que deberías de medir tus palabras, querida, tal vez odie a Klaus en este momento, pero a Dena no y tú no te acercas ni al principio de la verdad –reganó con fiereza–. No saques conclusiones solo escuchando una pequeña parte de la historia, solo por el odio irracional que tienes hacia ella.


— ¿Odio irracional dices? –gruñó ofendida–. Ella quiere matarme y...


— ¿Qué es lo quieren de mí?–Dena habló con voz alta apática, causando un escalofrió en los presentes–. Hablen antes de que mi poca paciencia se acabe y desgarre la cabeza de Elena antes de la luna llena.


— ¿Consideras que, cuando dicen algo a lo que no puedes responder, es el momento de hablar? –Bonnie delimita, siendo la primera en realmente percibir el ambiente tenso en el aire. Sus ojos verdes miran atentos a Dena.


— ¿Eres la persona adecuada para preguntarme esto, bruja? –responde mientras una de sus esquinas de su boca se alza con ligereza. Dena ladea la cabeza con egocentrismo ante el silencio de Bonnie, su mirada topa con la de Elena y el malestar en su pecho se expande–. Y tú, querida, ¿no crees que ya debes dejar tu papel de la nueva mesías? –mueve las muñecas sintiendo como su piel se quema por la verbena y a su vez se regenera con rapidez–. Es aburrido tener que escuchar la misma porquería cada vez que estas en la misma habitación.


—No me voy a detener hasta que...


—Ah, vas a empezar otra vez –Dena detiene a Elena, tirando con un movimiento limpio sus brazos y soltándose de las cuerdas que la sostenían–. Ten dignidad, si es que te queda algo.


— ¿Cómo?... –Stefan inquiere al ver como la pelinegra se inclina para desatarse los tobillos de la silla–. Utilice más verbena de lo habitual.


— ¿En serio creían que un patético hechizo iba a arrastrarme hasta aquí en contra de mi voluntad? No sean ridículos. Hay una cosa que tienes que entender de mí, querido tío –le lanza una mirada de soslayo a Stefan antes de ponerse de pie ante la mirada incrédula de todos–. A mí nunca me obligan a ir a un lugar, yo voy y me quedo en donde quiero estar.


— ¿Y tú crees que vamos a dejar que te vayas como si nada? –Damon contraataca, interponiéndose en su camino.


Dena alza una ceja, retándolo. —Esperaba que no fueras tan estúpido como para creer eso. Ahórratelo, ¿quieres?


Elijah y Elena dan un paso atrás cuando Dena empuja a Damon lo suficientemente fuerte como para hacer que se apartara de su camino, enviándolo directamente a los brazos de la doppelganger, quien se tambalea por el peso del vampiro.


—No hemos terminado de hablar –Stefan la sostiene del brazo.


—Yo si –se suelta con brusquedad, sus pies se mueven con ligereza sobre la alfombra, caminando tan despreocupada hacia la entrada–. Es aburrido tener que escuchar la misma mierda una y otra vez, vine aquí esperando saber algo interesante, pero cada vez me decepcionan más –se detiene para mirarlos–. Y si piensan que van a obtener algo de mí, pueden ir tomando turnos y acampando.


—Somos tu familia.


Rueda los ojos ante las palabras de Damon. —Perdieron el derecho de saber sobre mi desde hace años, supéralo.


Dena nota el brillo que cruza los ojos azules de Damon y se prepara para el desastre que está por comenzar. Los años pudieron haber pasado y aunque estuvieron unos cuantos más lejos, Dena era capaz de reconocer cada una de las emociones y gestos del pelinegro. Y aun si eso no le gustaba precisamente en ese momento, sabía que su padre era un desastre sentimental hasta al grado de ser un grano en el culo. Sentimental, irracional, idiota, desvergonzado, sarcástico, vengativo, estúpido, iluso y otras muchas palabras eran Damon Salvatore. Por eso no se sorprendió ante sus palabras:


—Pensé que había solucionado las cosas –murmura con voz ronca–. Cuando me salvaste de la mordida del lobo, yo... Dena, pensé que... –niega con la cabeza a la par que corta sus palabras. La ojiazul siente un cosquilleo en su piel cuando Damon avanza hacia ella, que junto con el malestar en su pecho, solo logran provocarle una migraña–. Pensé que las cosas iban a ser como antes.


La sala queda en silencio una vez más, hasta que la carcajada que escapa de Dena resuena en las cuatro paredes. Esta se inclina hacia adelante, llevando las manos a su estómago para sostenerlo cuando se sacude por la risa, sus ojos se entrecierran y su cabello se mueve brusco.


—En serio... –jadea por aire un momento después, su risa se aligerándose–. Tú siempre logras impresionarme –abre los ojos, centrándose en el pelinegro a unos pasos–. ¿Siempre piensas cosas tan patéticas como esas?


— ¿Por qué tú te empeñas en ocultar la verdad?


— ¿Quieres la verdad? –cuestiona con desdén–. La verdad es que pensaste mal, papi —hace una mueca inocente, su tono incomodando a todos los presentes—. Esa noche, tenía veneno de lobo corriendo por las venas, estaba prácticamente muriendo y no es personal, pero suelo decir tonterías cuando el veneno de licántropo esta en mi sistema —chasquea la lengua, mirando de soslayo a Elijah, quien a pesar del pesado ambiente sonríe con sorna en su dirección.


—No te creo –Damon da un paso más hacia delante. Ambos olvidándose de las demás personas en la habitación, tan sumergidos en sus propia burbuja de cristal a punto de reventar.


Dena lo señala acusatoriamente con el dedo. —Esa confianza que hay en tus ojos es enfermiza. Ríndete, Damon, abre los ojos –enfatiza con prepotencia–. Luces patético siendo el único idiota en esta habitación que no quiere ver la realidad como es.


—Jamás me voy a rendir contigo.


— ¿No te vasto la otra noche? –gruñe cuando su malestar incrementa–. ¿Quieres que lo repita? Bien –lo encara con falsa serenidad–. No vine aquí para reencontrarme con ustedes, no vine aquí a recuperar una familia que perdió mi interés un siglo atrás. No estoy aquí por ustedes. No estoy aquí porque te quiera o te amé –suelta, reprimiendo un temblor cuando la misma herida por la que lo gritos en su cabeza incrementan, empieza a sangrar–. Que descubrieran que estaba viva fue un error. Un error que si fuera posible de borrar lo hubiera hecho. Lo dije esa noche y lo digo una vez más aquí, si por mí fuera, seguirías pensando que estoy muerta.


—No –Damon se reúsa a creer en sus palabras–. No estás diciendo la verdad.


—Damon creo que ya es suficiente, no estamos aquí para arreglar problemas familiares –Elijah se inmiscuye, ganándose una mirada de odio.


—Cierra la boca, tú no eres el adecuado en opinar sobre esto cuando estás buscando matar a tu hermano –sentencia hacia el original con dureza, volviendo su atención a su hija–. Quiero la verdad.


— ¡Esa es la maldita verdad! –Dena exclama.


— ¡No lo es! ¡Yo sé quién eres, se cómo eres y no eres esto, Dena!


—Tú no sabes nada de mí –su pecho se oprime con dureza y sus bellos se erizan ante el temblor que la recorre desde la cabeza a los pies–. ¡Tú no sabes ni una maldita cosa de mí!


Damon la mira como si fuera alguna clase de extraterrestre ante sus palabras. — ¿Qué pasó contigo, Dena? ¿Cómo fue que llegamos a esto?


—Infiernos, ¿en serio todavía tienes el descaro de preguntar eso tan estúpido? –grazna fracasando en si intento de no escucharse tan indignada–. ¡Tú eres el menos indicado para hacer esa pregunta!


— ¡¿Has escuchado acaso lo que dijiste?! –Damon alza la voz, empujándola repentinamente, haciendo que la ojiazul retrocediera un paso–. ¡¿Lo has escuchado?!


Stefan se encamina hacia ellos con rapidez, prevenido a cualquier movimiento de ambos vampiros al tomar a Damon del hombro.


— ¡Deja de hacerte la víctima, Damon! –lo empuja de regreso–. ¡Eres un maldito hipócrita! ¡Ambos me dejaron, me abandonaron!, fuiste tú quien me dejó morir, ¡y se supone que el amor de un padre sobrepasa fronteras! ¡Que la familia es ante todo y sobre todo! ¡Fueron ustedes lo que rompieron aquella promesa! ¡No fui yo! ¡Ustedes! Yo me resigne, haz lo mismo y déjame de una maldita vez en paz.


Hace el intento de dar media vuelta para marcharse de ahí, pero Damon no la deja.


—Tus nos necesitas –hay tanta determinación en sus ojos que a Dena le provoca ganas de vomitar–. Tú me necesitas.


¡No lo hace!


Entonces Dena lo entiende y su estómago se contrae con asco. — Piensas que aun después de años tengo esta necesidad de depender de ti, como lo hacía en el pasado, que soy la misma persona que se la pasaba cuidándote y perdonándote, moviendo la cola cuando lo pedias y regresando con ella entre las piernas cada vez que hacías algo mal –se señala a sí misma, riéndose–. Eso ya no es así y el simple hecho que pienses de esa manera me enferma. Realmente eres una escoria, Damon Salvatore, púdrete en el infierno.


La densidad del aire se vuelve espesa y Dena se entrega a las imágenes que pasan por sus cabeza como una película en cámara lenta, mientras que en la realidad todo pasa muy rápido al mismo tiempo, sus reflejos no son capaces de captarlo y lo único que puede sentir es el creciente ardor en el lado derecho de su cara cuando esta se mueve con brusquedad hacia la izquierda, el sonido de la palma de Damon golpeando con la piel de su cara resonando en sus oídos como ecos interminables.


Lo siente tan lento, tan increíblemente doloroso que la herida dentro de ella se abre completamente con sangre rebosante saliendo de los bordes y la opresión en su pecho termina por explotar.


"—Perdóneme –Damon susurra bajando la mirada.


Dena lo mira atenta mientras todo en ella se alarma, sabía lo que estaba a punto de hacer su padre y se suponía que las cosas no iban a pasar así, ella tenía que salir de ahí sí o no, no importaba la manera y la única opción en esos momentos era su padre.


— No –dice en voz alta–. No te atrevas... –Damon no contesta, por lo que pequeñas lágrimas de impotencia salen de sus ojos–. ¡No te atrevas!


Pero este solo alza la mirada ante las palabras y Dena se da cuenta que todo ya estaba perdido, que Damon lo había hecho porque sus ojos no demostraban sentimiento alguno. Sólo tenían el azul intenso que poseían pero diferente, sin emociones, sin sentimientos, sin nada.


—Damon, por favor.


Enzo vuelve a implorar mientras este se daba la vuelta, percatándose de la situación.


— ¡Damon Salvatore! –gime viéndolo caminar hacia la puerta, siente su cabello cambiar y el dolor tan común que le provocaba eso.


— ¡Damon, Damon!


— ¡No puedes dejarme aquí! –solloza agarrando lo barrotes, sin importar si se queman con la verbena–. ¡No te vayas, por favor!


Sin embargo, las palabras no son escuchadas porque ya era muy tarde, Damon había salido de ahí, cerrando la puerta tras él y dejándolo a ellos dos encerrados en aquella celda, en un cuarto repleto de llamas.


Dejándolos morir. Dejando a su hija morir.


Había roto la promesa. Y la realidad que siempre estuvo frente a sus ojos y se empeñó en ignorar finalmente la vio."


La sala se queda en silencio y Damon está tan sorprendido de sus acciones, que no se mueve de su lugar pese a no ser el único en ese estado, todos estaban igual de sorprendidos e incrédulos. Stefan tenía la boca y los ojos abiertos al igual que Elena y Bonnie, Elijah, sin embargo, mantenía la mandíbula apretada mientras que el brillo sorprendido permanecía en sus orbes.


La ojiazul parpadea aun con la cabeza inclinada, tratando de apartar la tenue capa de agua que cubre sus ojos, las imágenes en su cabeza se detienen y su corazón late violentamente contra su caja torácica, el sentimiento más amargo aferrándose con grandes raíces a su pecho, instándola a llevarse la mano temblorosa hacia la cara.


—D-Dena...


Damon ni siquiera es capaz de decir algo más porque Dena voltea la cabeza, mirándolo con rabia que lo hace congelarse. Es entonces cuando Dena es capaz de percibir el estremecimiento que la recorre y lo siente, lo siente en su piel, en sus venas, en su mente y en su alma rota. Y después de casi un siglo, cambia.


Su cuerpo se siente caliente ante la metamorfosis empieza y todos ven cómo un simple parpadeo el cuerpo de la chica cambia: su cabello se torna más oscuro y corto, totalmente despeinado, su piel toma un tono bronceado mientras que algunas manchas negras y heridas rojas se muestran en la piel expuesta, sus ropas se vuelven un harapo de pantalón y una blusa con visibles quemaduras. Damon contiene un jadeo ante la imagen que sus recuerdos se habían encargado de enterrar por cobarde, ya que frente a él estaba la viva imagen que lo atormentaba; la imagen de la última vez que había visto a su hija. Cuando la dejo morir en medio de las llamas.


—Tú me dejaste –murmura con voz fría, su voz se cuela por sus oídos. Stefan jadea, Elena y Bonnie abren sus bocas con sorpresa y Elijah se tensa, la mujer lucia tan pérdida–. Todo esto es tú culpa y te atreves a golpearme.


—Dena... –susurra intentando tocarla.


—No te acerques –la viva imagen de sus pesadillas le ordena–. No me toques –sólo es una ilusión de ella, se repite extendiendo su mano para tocarla–. No me toques nunca –advierte, las llamas en sus ojos ardiendo con intensidad–. ¿Quieres saber la maldita verdad? ¿Quieres saber qué demonios estoy haciendo aquí? ¡¿Quieres saber por qué pase casi un siglo haciéndoles creer que me dejaste morir?!


Una vez más da un paso para quitar la distancia entre ellos. Damon ante la acción intenta retroceder, pero las manos de la pelinegra lo sostienen en su lugar. La sangre en sus heridas se ve tan verdadera e incluso puede sentir el olor a humo que desprende su ropa.


—Detente.


— ¿Ahora quieres que me detenga, papá? –se ríe en su cara–. Querías saber la verdad y todo se reduce a esa maldición de la que tanto hablan. ¡Soy un oráculo cambia formas! Puedo matar y controlar el destino de las personas, mi poder es una maldición, todos lo quiere, ella lograron tenerlo –susurra quedo.


Damon se queda pasmado. —Eso no... tu... ¡No! –exclama con terror–. ¡Es imposible! ¡Tú no puedes ser parte de eso!


—Eh ahí la deducción equivocada, querido –pausa, sacudiéndolo con todas su fuerzas–. Yo no siento, yo no amo, yo no tengo familia, yo estoy destinada a matar, estoy destinada a matarlo a deshacerme de él y acabar con el desbalance en la naturaleza, a ser este monstruo por toda la eternidad –lo golpea en el rostro antes de escupir las palabras que las voces repetían siempre como un mantra desde que la poseyeron–. No soy parte de esa maldición, Damon, yo soy la jodida maldición.


Dena puede escuchar el jadeo colectivo de Elena y Bonnie cuando se lanza para seguir golpeando a Damon, desquitando todo ese dolor que había permanecido encerrado en su pecho por bastantes años, derramando en cada uno de esos golpes lo enferma que se sentía, lo increíblemente ilusa que fue en el pasado, el dolor, la mentira, la traición, todo. Recordando sus miradas tan sombrías, cargadas únicamente con decepción, tristeza, terror y un deje de incredulidad ¿acaso ellos sintieron ese horrible sentimiento que estaba instalándose en su pecho? Ese que le asfixiaba y le hacía querer correr hacia cualquier parte oscura, y que no debería de estar sintiendo.


No podía soportar estar más ahí, no podía y no quería, tenía que irse antes de que todo terminara por envolverla y consumirla, tenía que alejarse de ese lugar y de esa familia antes de que terminara de que el último golpe fuera dado y lo que tanto se empeñó en ocultar e ignorar se cayera en pedazos. Sin embargo, cuando estaba por encestarle otro golpe en la mandíbula a Damon, algo en el cuello del vampiro capto su atención, provocando que cada uno de sus bellos se erizara, que las voces en su cabeza gritaran y sus acciones se detuvieran.


Sus ojos se dispararon como dos balas hacia el objeto que sobresalía fuera de la ropa de Damon a causa de los golpes, colgando de su cuello como si siempre hubiera permanecido ahí. Las voces en su cabeza se volvieron locas cuando recorrió la cadena de plata con los ojos hasta llegar al pequeño dije que a sus ojos parecía brillar con luz propia, tan poderosa y segadora que sus algo sometido en sus entrañas se movió con desesperación.


La necesidad de acercarse que le recorrió de la cabeza a los pies era abrumadora, a tal grado que su cuerpo reaccionó como si el simple hecho de ver otra vez ese collar le dijera que había vivido la mayor parte de su vida sin algo que era parte de ella.


¡Quítale el collar! ¡Ese es nuestro collar!


—Todo este tiempo... todo este tiempo estaba tan cerca –inquiere con voz sombría–. ¿Desde cuándo?


Ese era su collar, era el collar. Aquel que al parecer no había desaparecido, sino que todo el tiempo estuvo tan cerca en la posesión de Damon. La cara de Damon se torna sombría cuando se percata que el collar de Lena cuelga fuera de su ropa y sabe que aquello es lo que ha puesto como loca a Dena. Esta siente como su mano arde en llamas cuando la estira para tomarlo.


— ¡No! –exclama cuando Damon se mueve hacia atrás soltándose de su agarre, limpiándose la sangre de la boca–. ¡Dámelo!


¡Tómalo! ¡Tómalo! ¡Es nuestro!


Cae en la desesperación cuando ve el objeto que estaba buscando alejarse cuando Damon vuelve a dar un paso atrás, Dena avanza por inercia y pelea con los brazos de Stefan que la sostiene con fuerza bruta en su lugar, haciendo que se removiera como gusano en el fuego. Damon se apresura a tomar el collar entre sus manos para guardarlo debajo de su camiseta y eso parece enfurecer a la pelinegra, ya que esta empieza a mover las piernas tratando de patear a Stefan, quien muy apenas puede sostenerla en su lugar.


— ¡Dámelo! –la voz de Dena se escucha gruesa.


—Esta demente si piensas que voy a dártelo –habla con voz repentinamente seria.


Un gruñido nace desde la garganta de Dena. — ¡Dámelo! ¡Es nuestro!


Dena sabe que Damon tiene conciencia de que significa el collar, después de todo Lena se lo entrego a él y le habló sobre el importante significado que tenía el collar para Dena, el poder que pósese y lo que sucedería si cayera en manos equivocadas, porque fue el quien se lo entrego.


Y también está completamente segura que no se lo va a dar, porque Damon siempre supo que ella ya estaba perdida.


Es por eso, con ese pensamiento asertivo en su cabeza, agarra el brazo de su tío y lo quiebra haciendo que aullé de dolor antes de caer al suelo y patearlo lo más lejos que puede, sin embargo, no se acerca a Damon cuando tiene el camino libre, sino que al momento que su pulso empieza a palpitarle en el cuello cuando la bruja Bennett intenta someterla, se aproxima a la única persona que puede mover el podrido corazón de su familia.


Su mente trabaja al mil, con el único pensamiento de obtener ese collar cueste lo que cueste. No le importa nada, no le importa el dolor que pica en sus extremidades, ni mucho menos le importa el grito de dolor vivo que suelta Elena cuando llega hasta ella, tomándola en un movimiento ágil de la cabeza después de exponer sus colmillos y hundirlos en la piel cálida del cuello de la mujer.


Quiere ese maldito collar. Lo necesita.


La sangre baña sus papilas gustativas por un segundo, pero eso no ocupa su mente, por lo que procura desgarrar la piel cuando extrae sus colmillos, causando que la doppelganger gimotee y le arañe las manos en su intento por soltarse.


—Acérquense y le quiebro el cuello —Dena amenaza al ver como Damon, Elijah y Stefan se aproximan—. Detén tu hechizo, bruja o pasa lo mismo.


Aprieta la cabeza de Elena para dejar en claro su punto.


—Suéltala –Stefan demanda.


—Dame el collar y lo hago –responde hacia Damon–. Ahora.


—No –sentencia Damon.


— ¿Estás seguro? –alza una ceja, Elena vuelve a gemir ante la presión en su cuello–. ¿Quieres que tu perrita muera antes de tiempo?


— ¿Todo esto es por un collar? –Stefan cuestiona con incredulidad, se voltea hacia su hermano–. Dale el maldito collar.


Damon niega. —No.


— ¡Damon! –chilla–. ¡Dale el estúpido collar!


—Escucha a Stefan, papá –Dena sonríe peligrosamente–. Dame el estúpido collar.


—No es un simple collar –bisbisea el pelinegro, la lucha en su cara demuestra que esta entre la espada y la pared–. No voy a dárselo, Stefan.


— ¡¿Por qué?! ¡La va a matar!


— ¡No es tan fácil!


— ¡Solo dáselo!


Dena rueda los ojos ante la escena, era obvio que Damon no iba a darle nada. Y ella no iba a poder quitárselo porque una vez que alguien se ponía el collar, solo esa persona podía quitárselo gracias a un estúpido hechizo protector y en sus planes en ese momento no estaba matar a Damon para obtenerlo, por mucho que las voces en su cabeza estuvieran gritando como locas que lo hiciera.


—Dame el collar o la vida de Elena se va a acabar antes de la luna llena –murmura–. Ese collar no es tuyo, es mío. Me pertenece.


—Este collar no es tuyo.


— ¡Es mío! –grita exasperada, sobresaltando a todos–. ¡Tú sabes que es mío! ¡Lo necesito! ¡Nos pertenece!


Damon niega repetidas veces. —No es de ustedes –susurra con voz baja, desconcertando a los demás presentes.


—Entonces bien –las esquinas de sus labios se suben–. Si ese collar no es mío, esta hermosa doppelperra tampoco es de ustedes.


— ¡Elena!...


Bonnie apenas logra murmurar antes de que Dena se mueva, sorprendiendo a Stefan y Damon, enterrando la mano en el estómago de la mujer, logrando que esta soltara otro grito aún más desgarrador. Divisa a Stefan moviéndose en su dirección con rapidez, por lo que se aleja antes de que si quiera la toque. Damon también viene a su ataque, pero le propina una patada en el estómago, mandando al otro lado de la sala. Suelta una sonrisa burlesca en dirección a Elijah, quien se mantiene quieto en su lugar, observándola con la ceja alzada y diversión, sus ojos brillando con cierta complicidad, entonces decide que ya es suficiente y que ya obtuvo lo que quería, por lo que en tan solo un parpadeo desaparece de ahí a velocidad vampírica, dejando un halo de polvo, incertidumbre y sus últimas palabras en el aire.


—Voy a terminar esto, voy a ir hasta el final y si se meten en mi camino lo único que serán será un daño colateral.


De una cosa estaba segura; ahora que ahora que ya sabía el paradero del collar, iba a regresar por el y terminar aquello que se le fue profesado.




— ¿Qué demonios fue todo eso? –inquiere Stefan poniéndose de pie con dificultad, para dirigirse con preocupación hacia una sangrante Elena en el piso–. Mierda ¡Elena! –murmura antes de morder su muñeca y acercarla a la boca de la mujer, quien estaba pálida por la pérdida de sangre en su estómago.


—No lo sé –Damon responde, aun en el piso, la mirada perdida–. Acabamos de perderla.


—¡¿Es enserio, Damon?! –Stefan gruñe–. ¡Está más que claro que la perdimos desde hace más de una década! ¡Abre los jodidos ojos! ¡Nos amenazo!


—En realidad –Elijah interrumpe–. Yo no creería tanto en sus palabras.


Damon le lanza una mirada venenosa. —Tú no sabes nada.


—No, querido, el que no sabe nada eres tú –objeta altanero–. Te empeñaste en ver en Dena a alguien que no está más, tu no la conoces, no sabes nada de ella, lo cual es algo realmente interesante –señala hacia él, justamente a la altura de su pecho, la curiosidad reflejándose en su cara–. Puesto que aun haciendo todo eso, no quisiste darle el collar.


Damon se tensa, Elijah le sonríe ante la acción y el ojiazul sabe que el original sabe más cosas de las que aparenta. —Esto no...


— ¿Qué quieres decir, Elijah? –Stefan pregunta, ayudando a Elena a ponerse de pie.


—Ella ha dejado en claro su punto –responde, ignorando deliberadamente la pregunta del castaño.


— ¿Y cuál se supone que es? –Bonnie habla–. Esto se convirtió en una disputa familiar. Y solo dijo que ella era la maldición, lo cual nos deja como estábamos en el principio.


Elijah se sienta en el sofá a su derecha. —No, querida, eso nos deja en el mismo nivel del juego.


—Solo dilo, Elijah, déjate de rodeos.


—Lo que Dena quiso decir, es que no hay una maldición de la que sea parte, sino que la maldición es ella –repite las mismas palabras de Dena–. Tiene que matarlo, tiene que traer de nuevo el balance a la naturaleza –chasquea la lengua–. Díganme ¿Quiénes son los que trajeron desbalance a la naturaleza?


Stefan frunce el ceño. —Si bueno, un montón de brujas se la pasan diciendo que los vampiros son el mal en la tierra, la hierba mala de la maleza.


—Oh, demonios –una maldición sale de la boca de Bonnie, la incredulidad siendo la única emoción reflejada en su cara–. Tú debes de estar bromeando, Elijah ¿estás diciendo que acaso Dena quiere deshacerse de los vampiros?


—Eso es ilógico, Bonnie, no puede deshacerse de los vampiros porque ella es uno –puntualiza Stefan.


—Y también de los hombres lobo –revela Elijah–. Pero no se trata de matar a cada especie separada, sino a uno que posea las habilidades y características de ambos, persona que lo único que lograra será condenar a la tierra creando híbridos de dos especies potencialmente mortales –pausa brevemente, examinándolos a todos–. Dena es la maldición creada para acabar con el resultado de otra maldición rota.


Stefan y Bonnie sueltan maldiciones a la par al comprender las palabras de original. Si Dena era una maldición para acabar con la persona que poseyera la habilidad de un hombre lobo y un vampiro, solo podía significar una sola cosa:


— Dena quiere matar a Klaus –Damon indaga sin poder creer las palabras–. Tú te has vuelto demente, todo este drama familiar te ha dejado con las nueces quemadas, ¿te has escuchado? estas diciendo que Dena, mi hija, la esposa de tu hermano, quiere matarlo.


—Esa es toda la verdad, Damon –le dice indiferente.


—Entonces si quiere matar a Klaus ¿por qué se casó con él? ¿Por qué engañarlo de esa manera si al final lo va a traicionar?


—Dena no sería capaz de jugar con alguien de esa ma–...


—Basta ya, Damon, tu realmente no sabes qué clase de ser es Dena –Stefan finalmente estalla–. Basta ya, tú no la conoces, yo no la conozco y al parecer nunca lo hicimos.


Bonnie asiente apoyando al castaño, un escalofrió la recorre ante el pensamiento de lo psicótica que podía llegar a ser Dena. —Hacer todo eso es enfermo –declara sintiendo un poco de lastima por Klaus–. Pero si es verdad, Dena puede ayudarnos.


Elijah suelta un suspiro, recargando la barbilla en su mano derecha, preguntándose internamente si realmente todos en esa habitación eran tan ciegos como para ver las cosas frente a ellos.


—No estaría tan seguro de eso.


Bonnie ladea la cabeza. — ¿Por qué? Quiere deshacerse de Klaus, nosotros igual, nos pone a ambos del mismo lado.


—Quizás nadie en esta habitación sepa realmente quien es Dena Salvatore –se acomoda, mirando a cada uno de ellos–. Más de algo si estoy seguro y es que Dena no está ni de nuestro lado ni del lado de Klaus.


— ¿Entonces?...


—Ella está de su propio lado. 






Dena detuvo su caminar abruptamente, tratando de que el aire dejara de entrar a sus pulmones hiperventiladamente, las manos le temblaron cuando se inclinó hacia abajo, recargando las palmas en sus rodillas. Su cabeza se sacudió violentamente ante la cadena de imágenes proyectándose como película.


— ¡Dena!

La niña rio viendo a su tío salir de la casa mientras ella mecía los pies en el aire.

—Mande –respondió en voz alta.

— ¿En dónde estás, cariño? –preguntó Stefan mientras escanea todo el jardín, deteniéndose bajo la sombra de uno de los árboles.

Ella volvió a reír, mirándolo. —Aquí.


—N-No... –jadea cerrando los ojos fuertemente–. N-No. No.


Una voz habla a sus espaldas, no la escucha, pero Dena siente como la sonrisa nace en sus labios, su pulso se acelera y gira la cabeza encontrándose con una mirada azul, parecida a la suya.


— ¡Papá! –chilló tirándose a los brazos de su padre, sintiendo como aquel día nubloso se volvía brillante–. ¡Estás aquí! Te extrañe mucho.

Damon sonríe de regreso, tan verdadero, tan cálido. —Yo igual, cariño –la envolvió en sus brazos, depositando un beso en su frente.


—Salgan... –bisbisea meneando la cabeza frenéticamente–. ¡Salgan de mi cabeza!


Se veían tan feliz, amor mío, tan falso.


No quiere ver eso, no quiere ver esas imágenes en su cabeza. La torturan, le hacen revivir como fue que la consumieron lentamente, como le robaron la vida y el alma de sus propias manos.


—Hoy en el cementerio cuando hablaba con mamó, me dijo que tenía que hacer una promesa contigo –murmuró Dena mientras el oji-azul agarraba las sábanas para taparla–. Una muy importante.

— ¿A sí? –Damon alzo una ceja viendo a la niña asentir–. A ver, dime.

Dena movió la cabeza a un lado, sacando una mano de las sábanas para tomar la de su padre que era más grande que la suya. Damon observó todo; el fruncimiento de labios de su hija y lo decidida que parecía.

—Tienes que prometer que siempre vas a cuidarme y amarme, siempre –dijo despacio, haciendo que el corazón del oji-azul se acelerará–. Amarme mucho, mucho, mucho, mucho, muchísimo, sin importar que pase ¿lo prometes?

Damon sonrió de nuevo, apretando la manita de la niña e inclinándose para dejarle otro beso en la frente. —Lo prometo.


— ¡Cállate! ¡Salgan de mi cabeza! –grita hasta que su garganta arde, las lágrimas saliendo forzadas de sus ojos.


Y su amor por Katherine termino entregándote a nosotros, amor mío.


Los recuerdos la atacan, la envuelven uno a uno, su cabeza duele como si estuviesen martillándola y sus fuerzas por mantenerse cuerda terminan por ceder. Su alma termina por ceder ante los recuerdos que ellas habían borrado, que ellas le habían quitado y por primera vez en más de cien años, se entrega por voluntad.


—Q-Quiero a mi papá –pidió, luchando contra quien la mantenía cautiva.

Emily sonrió afiladamente, maldad pura en sus ojos. —Me temo que eso no es posible ahora, querida.

— ¿P-Por qué?...

—Porque ahora eres de ellas, eres nuestra –extiende una mano en su dirección–. Dulces sueños, niña.


—N-No...


No te amó.


—Te amo, papi –susurró con ojos brilloso, sonriendo de lado–. Siempre voy hacerlo.

—Yo igual te amo, Dena –Damon acarició su cabello suavemente–. Siempre voy a hacerlo.


—Basta...


Nunca lo hizo, amor mío.


No te amó.


Nunca.

Sus oídos se sentían aturdidos por los gritos en su cabeza, era lo único que podía escuchar. Su alrededor desapareció y se perdió a si misma entre los recuerdos y las crueles palabras cargadas de verdad. Su cuerpo se sacude una vez más cuando un temblor la recorre y aprieta la mandíbula, sofocando un sollozo desesperado.


Por eso te dejo morir.


La pequeña llama en su corazón, esa que creyó ya se había extinguido parpadea amenazando con apagarse de una vez por todas cuando un viento sopla como un tifón, pero se ve a ella misma protegiéndola con su cuerpo, luchando con mantenerla encendida.


Tú lo sabes.


El tifón en su interior empeora y se aferra con fuerza, su cabello moviéndose, el viento golpeándole la cara con salvajismo, moviéndola de su sitio. Sus músculos se contraen con ardor hasta que finalmente otra oleada de viento la golpea. Se ve siendo expulsada hacia atrás, revelando la pequeña llama al viento.


Lo has sabido desde que eres nuestra, amor mío.


Y la llama se apaga, extinguiéndose definitivamente. Extinguiéndose y arrasando aquellos recuerdos, aquellos sentimientos. Dejándola finalmente vacía. Muerta. 




— ¿Ángel? –la voz de masculina se escucha lejana, ausente–. ¡Dena!


Escucha el sonido de hojas secas crujiendo y percibe una presencia cayendo a su lado, sus bellos se erizan ante el repentino toque caliente contra su fría piel, trayéndola devuelta a la realidad, sacándola de la pesadilla. Tan ardiente como brazas.


Tenemos que terminar esto, amor mío.


— ¡No! –solloza alejándose del toque–. ¡No me toques! ¡No me toques!


—Solo soy yo –lo escucha susurrar, aun sin atreverse a abrir los ojos–. Ángel, solo soy yo –niega repetidamente, removiéndose inquieta–. Demonios, Dena, todo está bien –las palabras van cargadas de tranquilidad forzada–. Abre los ojos, por favor.


Abre los ojos.


—No –niega en un susurro.


Los brazos la sostienen con fuerza, quemándola como fuego líquido. —Abre los ojos, ángel, todo está bien. Mírame.


Abre los ojos.


—Mírame, ángel, por favor.


¡Abre los ojos!


Sus parpados aletean involuntariamente eliminando la capa de lágrimas que hacían su visión borrosa, tiembla inquietante al sentir la ligera caricia en sus mejillas, borrando rastros de agua.


—Eso es, mírame, ángel. Soy yo, todo está bien.


Entonces lo enfoca: ese cabello rubio, las gruesas cejas, la nariz respingada y aquellos ojos verdes cargados de viva preocupación brillando en ellos. El resplandor que lo rodea es cegador, sus pupilas se contraen pero aun así no aparta la mirada.


—K-Klaus... –susurra quedo.


El original le regala una sonrisa temblorosa, como si ver sus ojos le trajera tranquilidad. —El mismo, ángel.


Esto es para lo que nacimos, amor mío.


Estira la mano para tocarlo, anhelante de su toque. Klaus se inclina hacia su mano, mirándola intensamente. La preocupación se esfuma en un parpadeo y el amor toma su lugar. Puro, casto, inocente, verdadero.


Dena se entrega ante la sensación, cierra los ojos y las voces en su cabeza exclaman vigorosas, porque en el lugar donde estaba la pequeña llama extinta se muestra a Klaus envuelto en fuego, convirtiéndose en una llama mucho más grande, ardiente y peligrosa. 


Una que, a diferencia de la anterior, no lucha por proteger, sino que quiere extinguirla con sus propias manos.


Acabalo. 

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