A Positivo

By julesrvl

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Llevaba cuatro meses desaparecida. ¿La ironía? Es que no recordaba cómo había pasado todo. Cómo me había olvi... More

Parte uno.
Uno.
Dos.
Tres.
Cuatro.
Cinco.
Seis.
Recuerdo uno.
Siete.
Ocho.
Nueve.
Recuerdo dos.
Diez.
Once.
Doce.
Trece.
Recuerdo tres.
Catorce.
Quince.
Dieciséis.
Diecisiete.
Dieciocho.
Diecinueve.
Parte dos.
Veinte.
Veintiuno.
Veintidós.
Veintitrés.
Veinticuatro.
Veinticinco.
Veintiséis.
Veintisiete.
Veintiocho.
Veintinueve.
Treinta.
Treinta y uno.
Treinta y dos.
Treinta y tres.
Treinta y cuatro.
Treinta y cinco.
Treinta y seis.
Treinta y siete.
Treinta y ocho.
Treinta y nueve.
Cuarenta y uno.
Epílogo.
NO LEER SI NO LLEGASTE AL EPÍLOGO.
Kale...

Cuarenta.

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By julesrvl

―¡Cassie! ―había gritado Dante, antes que el coche que venía del lado contrario se estrelle contra el nuestro.

Sentí que el aire se me encerraba en los pulmones. No podía respirar. El ambiente donde habíamos estado viajando por más de tres horas se me hizo pequeño, donde nuestros cuerpos no cabían en él. Dábamos vueltas dentro del coche. El auto hizo trompo unas diez veces, y en esas diez veces, me golpeé toda parte del cuerpo. No pude ver a Dante. Sólo sentí la explosión del parabrisas. Tampoco sabía si seguíamos en la autopista, o si caíamos por algún acantilado.

Uno, dos, tres... conté en mi mente. Necesitábamos saber cuánto tiempo faltaba para terminar de caer.

Cuatro, cinco, seis.

Esto era el mismísimo infierno.

Siete, ocho, nueve...

Diez.

Dejamos de caer, dejamos de movernos, dejamos de sufrir. Sentía que los minutos se pasaban lentos. Me costó abrir los ojos, para encontrarme con el cegador cielo del atardecer. Me quité el cinturón de seguridad poniendo todas mis fuerzas en tan sólo mover el brazo. No podía mover la cabeza. Tampoco sentía las piernas.

―Dan... ―comencé a decir, en un susurro. La garganta me quemaba. Sentí las lágrimas escaparse de mis ojos― Dante.

No hubo respuesta.

Apreté los ojos con fuerza y las lágrimas siguieron cayendo. Moví mi brazo izquierdo para abrir la puerta pero estaba trabada. Comencé a golpear el vidrio, en un vano intento. Escuché pasos provenientes de la parte trasera del coche. La puerta se abrió y observé que una cabellera rubia me alzaba en sus brazos.

―Byron.

―Tranquila, Cassie, ya pasó ―susurró y sollocé contra su pecho. Inspiré su perfume para tranquilizarme, pero no iba a ser posible. Necesitaba saber sobre Dante.

―Dante...

Byron no contestó.

―¿Dónde está él? ―pregunté más fuerte. Vi que mi hermano tragaba saliva. Tensé la mandíbula. Me aparté con fuerza de él, tomándolo desprevenido, y me lancé al suelo. Mis piernas estaban dormidas, y aún así con el dolor, corrí hacia la parte derecha del coche.

Al ver su cuerpo en el suelo, sin vida, mis piernas temblaron. Caí, sin poder soltar una maldita lágrima, me arrastré hasta el lugar y toqué su ceja cortada. Sus lentes estaban a pocos centímetros, quebrados por la mitad. Apoyé mi cabeza en su pecho, y eché a llorar.

Dante estaba muerto.

(...)

Subí el cierre de mi saco negro hasta más no poder. Me puse la capucha, y caminé con la cabeza gacha hasta el cementerio. El día estaba horrible. Lloviznaba y las nubes grises no daban indicios de desaparecer. Me senté en un banquillo frente a la tumba.

Dante Spausky, 1999 – 2016.

―Apenas pasó un día, Dante ―solté un largo suspiro y me miré las converse llenas de barro. Hice un mohín y miré hacia el cielo―. No sé qué decirte. ¿Perdón? No me alcanzará el día para pedirte disculpas. Si hubieras sabido el infierno que te esperaba luego de ofrecerte a llevarme en tu Jeep, no hubieras parado.

Tragué saliva.

―Te conocí hace una semana ―reí irónicamente―. De verdad que te ganaste mi cariño. Ni por mi padre, que lo conozco desde hace veinte años, lloraré como lloré por ti.

Saqué un pañuelo de mi bolsillo.

―¡No entiendo por qué las cosas son tan injustas! ―levanté la mirada― ¡Tú, si es que existes, dame una señal para poder creer en ti!

Me levanté del asiento y tomé los anteojos de mi amigo, los cuales tenía guardados en mi saco. Los limpié y me sentí ridícula por haberles puesto cinta transparente, para unir todas sus partes. Luego, los coloqué sobre el montón de tierra que faltaba aplanarse y adaptarse al pasto y volví a sentarme.

Esta vez fui sorprendida por un largo suspiro de Kale al sentarse a mi lado. Lo miré por dos segundos y regresé los ojos hacia las gafas de Dante.

―No lo conocí ―murmuró en voz baja, casi en un susurro―. Pero te protegió, Cassandra. Y cualquiera que te proteja es aceptado por mí.

Sonreí bajando la mirada.

Apenas sucedió el accidente y yo caí en la cuenta que mi amigo estaba muerto, Byron me presentó a dos de sus "compañeros/amigos", Blad y Ainee, quienes se quedaron conmigo en su pensión hasta que se organizaron mejor. No podíamos perder tiempo, lo que significaba que en poco tiempo nos marcharíamos de Fort Collins para no volver. Así que aproveché el momento para venir a despedirme de Dante.

Fruncí el ceño al escuchar pasos a nuestras espaldas. Giré la cabeza, levantándome del asiento al mismo tiempo, cuando dispararon. Kale gritó y por suerte, llegamos al suelo antes de otra desgracia. Me sostuvo del brazo y tenía la respiración entrecortada porque no entendía nada de lo que sucedía. Supuse que él tampoco.

Comenzamos a correr en dirección contraria a Fort Collins, yendo hacia Nebraska. Los disparos no cesaban y juraba sentir las balas rozar cada parte de mi cuerpo. Tenía el corazón en la boca. No me animé a mirar hacia atrás para no retrasarme. Vi que Kale me guiaba por el bosque que se extendía frente a nosotros y por ahí escuché que explicaba algo entre jadeos.

―Estuvimos con Byron hace dos días aquí y él se aseguró de que aprenda los senderos como si fuera el himno nacional.

―De todos modos te seguiré a ti, Kale. Ya deja de desperdiciar saliva. ―respondí tirándome al suelo y tomé sus pies, logrando que también caiga. Una bala cruzó a velocidad de la luz por el mismo lugar en que íbamos nosotros y solté un suspiro de alivio― Al menos no nos volaron los sesos. ¡Un día más de vida!

Me levanté y tomé a Kale del brazo para continuar corriendo. Habíamos escapado unos diez kilómetros cuando Byron apareció frente a mí y terminé chocando contra su pecho. Pero no estaba solo, sino que con unos treinta vampiros más.

―Cassie, ellos son nuestros aliados. Chicos, ella es Cassie. El ancla.

―¿"El ancla"? Eso suena como una traficante de drogas ―sonreí forzadamente―. Sólo díganme Cassandra.

―Dijiste que era simpática ―murmuró una chica. Mi hermano negó con la cabeza.

―¿Byron? ―le pregunté alargando las palabras.

―Yo nunca dije que era simpática... sólo que puede ser su aliada.

―¿Por qué motivo, razón y circunstancia? ―volví a preguntar.

Un joven morocho dio un paso adelante.

―Si nosotros te ayudamos a vengar todas las muertes destruyendo la base, tú nos convertirás en humanos.

Volví a mirar a mi hermano con las cejas levantadas.

―Antes de decir el "sí", querría consultar esto con dos personas ―Kale y Byron tragaron saliva―. A solas. Necesito tres kilómetros de distancia.

Y a regañadientes, todos comenzaron a alejarse. Byron puso los brazos en jarra y me froté la frente, demostrando frustración. Luego me miré el brazo, el cual tenía una rama clavada e hice fuerzas para quitármelo. Luego los miré a los dos. Ninguno decía una palabra.

―¿Cómo se llama ese morocho?

Los dos se miraron incrédulos diciéndose con la mirada muchas palabras.

―¿En serio preguntarás eso? ―masculló Kale con rabia en su voz.

―¿En serio creían que aceptaría tan fácilmente? ―lo imité― ¡¿Qué tan seguros están de que no los traicionarán?!

El morocho apareció a mis espaldas y apoyó una mano en mi hombro. No era un vampiro pero pude presentir que el pulso de Kale se detenía.

―Cassie...

―Cassandra.

―Cassandra, puedes confiar en nosotros. ―se acercó a mi oreja, corriendo mi cabello y susurró― Ya asesinamos a todos los traidores.

(...)

Tomé un fusil de la columna de armas que tenía el tal Jesse en una cabaña "secreta". Estaba a unos trece kilómetros de la base de datos y de tan solo pensar que el final de absolutamente todo se acercaba, lograba alterar todo mi interior.

―¿Acaso sabes usarlo? ―me preguntó Kale. Me detuve a mirarlo por primera vez en una semana. Habían sido tan solo siete días, pero para mí fue un infierno no tenerlo a mi lado.

Me lancé en sus brazos y lo abracé. Él hizo lo mismo apoyando su barbilla en la parte trasera de mi hombro. Solté un suspiro y cerré los ojos por un momento.

―Tengo miedo ―murmuré con un nudo en la garganta. Me separé de Kale y antes de reaccionar, él me besó. Y por más extraño que pareciera, me hizo referencia a una despedida―. No tenías que hacerlo. No moriré. Ni tú lo harás.

Vi que su expresión cambiaba. Él sabía algo que yo no.

―¿Qué sabes? ―pregunté mirándolo seriamente.

―Me tiene preocupado... el hecho de que tu parte humana gane.

Sonreí nostálgica.

―Kale, si gana, al menos moriré sin cuentas por pagar. ―él alzó las cejas― Destruiré la base y cumpliré con todos mis propósitos antes de morir. Y si no... los cumpliré en mi vida eterna.

―¿De verdad crees que morirás sin cuentas por pagar? ―me encogí de hombros y sonrió― ¿Recuerdas lo que te dije antes de que te secuestraran?

Te a...

Asentí con la cabeza volviendo a tomar el fusil. Kale me tomó del brazo y me obligó a dirigirle la mirada. Sosteniendo mi barbilla, apoyó su frente contra la mía y cerré los ojos, al igual que él.

―Te amo, Cassie ―sonreí sin mostrar los dientes. Había esperado este momento desde que me separaron de ellos. Soñé con esas cinco letras durante un mes.

―Yo también lo hago, Kale. ―musité grabándome en la mente su color de ojos. Sus hoyuelos. Su sonrisa. Su sedoso cabello. Me aseguré que nadie esté cerca de nosotros para pedirle algo de muerte.

Tomé al castaño de la mano y lo conduje hacia una de las habitaciones de la cabaña. En ella había un sofá descolorido y con el relleno gastado de sus almohadones. Busqué el atril donde en los hospitales lo usaban para colgar las bolsas de suero y quité una vacía, tomando una aguja e inyectándomela en mi brazo. La sangre comenzó a bombear y la manguera fue tiñéndose de rojo de a poco. Kale estaba frunciendo el ceño mirándome atónito.

―¿Qué estás haciendo?

―Para convertirse en humanos, se necesita mi sangre humana. Tenemos que aprovecharla o... tendremos una guerra más.


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