Cuarenta y uno.

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Di un salto metiéndome por una de las ventanas del edificio. La base de datos era enorme y enseguida recordé el plano que Jesse había hecho sobre todas las habitaciones. Según me indicaban mis memorias, esta ventana me dirigía hacia la habitación 55.

Me levanté del suelo donde había caído y sacudí mi ropa. Había elegido algo cómodo para poder trasladarme con facilidad de un lado a otro, llevaba unas calzas negras y un buzo abrigado. En los pies tenía zapatillas a pedido de Ainee, ya que si usaba botas podría resbalar en el suelo.

La habitación estaba vacía y oscura. Al ser de noche, no le entraba ninguna luz, a pesar de que el frente esté rodeado de ellas. Solté un suspiro pestañeando varias veces y sentí que mis ojos se acostumbraban a la oscuridad, los objetos tomaban sus formas y el camino hasta la puerta se hizo visible.

En la enorme sala había dos camillas con sábanas blancas e impecables. Un armario de tamaño normal ocupaba uno de los cuatro rincones y varios cuadros con diplomas e imágenes decoraban las paredes. El escritorio estaba ordenado comparado a los otros que había visto mientras investigaba. Había cerca de cinco carpetas apiladas sobre el algarrobo y una gran montaña de papeles a un costado.

Llevé una mano a mi bolsillo y tomé el walkie-talkie que teníamos todos para comunicarnos entre sí. Pulsé el botón y antes de decir una palabra, la puerta se abrió dejándome a la vista. Sentí la voz de mi hermano del otro lado del parlante dándome la señal.

―Ahora ―había dicho. Me esforcé para que lo que tenía planeado saliera bien: asesinar al científico y si eso no era posible, tan sólo inmovilizarlo. Él iba a decir una palabra cuando levanté mi pierna estrellándola contra su cara, logrando que caiga al suelo y cerró la puerta con su cabeza. Me tiré sobre él y tapé su boca asfixiándolo.

Cuando por fin dejó de resistirse, corrí su cuerpo inerte a un lugar donde nadie lo viera.

Luego, abrí la puerta poniéndome la capucha de mi buzo antes de salir y luego caminé hacia la próxima habitación. Empujé la puerta con rapidez antes que alguno de la base me viera y al entrar por ella, me encontré con una habitación el doble más grande que la anterior.

Miré hacia ambos lados, los cuales estaban rodeados de escritorios parecidos oficinas. A unos pasos, comenzaba un pasillo angosto que dividía habitaciones y una sonrisa se posó en mi rostro. Con sigilo, caminé casi agachada por el pasillo, observando a los científicos cambiar los sueros de los vampiros como pruebas. Al final del pasillo, vi a Louise levantar el pulgar y la imité. A los segundos, todos los científicos salieron de la habitación con la mirada perdida y con el tiempo contado, corrí a desconectar a todos los vampiros. Ellos estaban sedados, pero aún tenían sus atributos, ya que uno de ellos me estampó contra una pared.

―Encima que vengo a salvarte tú intentas asesinarme ―exclamé llevando una mano a mi cintura adolorida y lo miré a los ojos. Era un rubio de ojos claros. Extendí mi mano y esperé a que la estrechara, pero sólo apretó más sus puños―. Soy Cassandra Dawson. Creo que te das una idea de lo que hago aquí.

Me encontré con Louise afuera. Los vampiros estaban despertándose de la droga y saqué mi walkie-talkie del bolsillo, nuevamente.

―¿Ahora qué? ―pregunté, escuchando mi voz en el parlante de mi compañera.

―El centro de la base está a veinte metros de donde tú te encuentras ―susurró Jesse―. Hay demasiados científicos allí, y no hay mucho tiempo para que descubran que los estamos invadiendo. Para ello, necesitan la ayuda de los vampiros sedados.

Miré por la ventana al vampiro que me golpeó. Él escuchaba con atención nuestra charla.

―¿Cuánto tiempo tenemos?

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