Treinta y cuatro.

816 79 0
                                    

Sabía que Byron y Kale me estaban siguiendo. Luego de gritar inconscientemente la furia hacia mi hermano, había escuchado sus voces y sus pasos a la distancia.

¿Y qué querían que crea? Las palabras de Byron me habían dolido muchísimo. Las había sentido como si me clavaran un puñal en el corazón. Lo mismo que Kale. ¡Él había intentado matarme!

Dejé de correr y jadeé por la falta de aire. El cielo se estaba despejando dejando a la vista un color celeste puro. No llovería más, y eso me parecía fascinante. No tenía lugar donde dormir, no tenía ropa para reponer, nada. Aunque la desventaja del buen tiempo, era que este pueblo tenía mucha humedad. Debía alejarme de ahí lo más rápido posible, o terminaría muerta en un intento de escape.

Ahora mi único plan era destruir la base de datos (la cual estaba a millas de aquí) y poner de mi lado a todos los vampiros que pueda.

Así que mi única opción ahora era hacerle dedo a los coches que pasaban por la carretera.

Di un paso adelante quitándome un mechón de pelo de la cara, extendí mi brazo y levanté el pulgar. Un Jeep Willys, del color de un tanque de guerra, frenó a mi lado. Examiné con lentitud al conductor, quien era un joven de veintitantos años y me subí con cierta desconfianza.

―Querida, yo no tengo rumbo alguno. ―dijo con la mirada concentrada en la carretera. Lo miré alzando una ceja y bufó― Es decir, puedo ir hacia donde tú quieras.

―Si te pido ir a Nebraska, ¿me llevarías? ―abrió los ojos como platos y frenó el coche de golpe.

―¡Tardaríamos tres días! ―exclamó y me sobresalté― No tengo nada de dinero para la gasolina, ni para la comida, nada.

Volqué los ojos.

―Por favor. ¿Cómo te llamas?

―Dante. Dante Spausky. ―sonrió estrechando su mano con la mía.

―Soy Cassandra Dawson. ―contesté esbozando una sonrisa. Agradecí que Dante no haya abierto los ojos como platos, ni me hubiera asesinado. Él era un simple humano y me encantó― Escucha, Dante. Tengo todo bajo control. Tú conduce hacia Nebraska.

El joven pisó el acelerador y retomamos la marcha. Dante tenía el tanque lleno y nos alcanzaría hasta la siguiente estación de servicio, dentro de seis horas. El aire chocaba contra mi rostro y maldije por no haber esperado a otro coche con techo. El jeep era un vehículo nada apropiado para usar en pleno invierno. Habíamos salido del pueblo y dejamos atrás la humedad, lo que significaba que ahora mis ojos se derretían del frío. En realidad, todo mi cuerpo lo hacía.

―¿Qué edad tienes? ―pregunté sosteniéndome de un caño a punto de salirse. Al parecer, Dante y el Jeep habían hecho Rally Dakar antes de encontrarse conmigo. Lo que tampoco tenía el coche, eran los cinturones de seguridad.

―Diecisiete. ―silbé sorprendida― No digas que aparento más años, por favor. Todo el mundo lo dice.

Alcé las manos a la altura de mi cabeza.

―Iba a decirte lo contrario. ―bromeé y él negó con la cabeza riendo― ¿Por qué dicen eso sobre tu edad?

Se encogió de hombros.

―Desde que atropellé a esa mujer... ―abrí los ojos como platos y volvió a reír― Bien, desde que mi hermano mayor murió tuve que asumir responsabilidades. Éramos sólo nosotros dos. Comencé a trabajar, me compré esta chatarra y ando haciendo viajes gratis por la carretera.

―Wow. ―espeté― Y... ¿cómo murió tu hermano?

Dante tragó saliva. Creo que fui muy directa.

A PositivoWhere stories live. Discover now