Treinta y ocho.

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―Arriba ese ánimo ―dije pasando un brazo por los hombros de mi compañero. Dante soltó un largo suspiro y me miró con cansancio. Puse los labios en una fina línea y continué caminando. Estábamos pasando, por fin, Fort Collins de Colorado. Durante los tres días que habíamos estado caminando, siendo guiados por los tres lobos de seis que tuvimos al principio (no sabíamos el paradero de la otra mitad), pudimos conseguir unas dos almas generosas que nos cargaron por unos cuantos kilómetros. La base de datos estaba a cuatro días, pero si por arte de magia otra persona se ofrezca a llevarnos, tendría que nuevamente hacer la cuenta.

Pateé una piedra y me sostuve del brazo de Dante para no tropezar.

―Si le pides a uno de los lobos que te cargue, tal vez y sólo tal vez, acepte tus peticiones ―bromeé. Él le silbó al líder, que iba adelante, y éste se volteó.

―Oye amigo, quisieras cargarme al menos... ¿una hora? ―el lobo le gruñó y solté una risa. Me cubrí el cuello con una bufanda que tenía desde que conocí a Hayley, y los recuerdos inundaron en mi mente. Cada vez que el pensamiento de entregarme a Jon cruzaba por mi cabeza, la imagen de mi difunta amiga llegaba para ponerme los pies en la tierra. Si ella se sacrificó por mí, ¿por qué yo no podría sacrificarme por ella y en nombre de todos los que murieron por mí?

Ryan, Harrison, Hayley... Megan.

Tragué saliva y moví la cabeza, regresando a la realidad. Caí en la cuenta que el morocho me estaba hablando y nuevamente, lo había estado ignorando.

―Sí ―contesté esbozando una sonrisa, como si estuviera escuchándolo desde el principio.

Dante se paró en seco.

―Acabo de preguntarte qué harías si tu lado vampiro ganara. ―me miró incrédulo y me encogí de hombros― ¡¿Y me respondes un "sí"?! Te pareces a mi madre cada vez que le enviaba un mensaje. Le preguntaba qué había de comer y ella contestaba "ok".

―Oh, Dante, perdóname. ―me rasqué la barbilla pensativa― ¿Qué haría si mi lado vampiro ganara?

Él asintió con la cabeza.

―No tengo la menor idea ―musité―, pero pensarlo ahora no me vendría mal. Podría asesinar a Jon y Riggs si es que no lo logro en cuatro días. Pasaría el tiempo junto a ti, junto a mi hermano y junto a... mi casi novio.

―¿Tenías novio?

Sonreí. La verdad, tampoco tenía la menor idea sobre eso.

―¿Sorprendido?

―Realmente, me parece sorprendente que una persona como tú haya conseguido pareja ―le golpeé el hombro y soltó una carcajada no tan fuerte.

Una hora más tarde, nos encontrábamos descansando bajo un árbol con unas ramas caídas. El suelo estaba seco y pudimos dormir tranquilamente, contando un par de pesadillas de mi parte. El silbido de los pájaros me despertaba al igual que el canto de las ranas.

Unas pisadas me obligaron a abrir los ojos. Fruncí el ceño y me incorporé lentamente del suelo. Giré la cabeza en dirección a todos lados, pero no encontré absolutamente nada. Y definitivamente no me había vuelto loca, puesto que los lobos alzaron sus cabezas apenas escucharon lo mismo que yo.

Tomé mi navaja y me levanté sigilosamente. Observé que Dante dormía plácidamente y me sostuve de una rama para no caer sobre su cuerpo.

Caminé en dirección a las pisadas, pero era obvio que nadie estaba allí. Había perdido mucho tiempo en levantarme y confirmar que mis sospechas eran ciertas, el demasiado como para que hayan encontrado un buen lugar.

Me encontré caminando en círculos cuando a metros de mí, encontré un coche oxidado pero en perfecto estado. Sus ruedas estaban impecables al igual que el interior. Ahogué una exclamación y antes de poder dar un paso, un cuerpo cayó sobre mí.

―Eres demasiado estúpida como para que todo el mundo esté buscándote. ―murmuró el que me tenía apresada bajo sus brazos. Con la navaja le hice un corte en su mejilla y al ver que sanaba rápidamente deduje que mi atacante era un vampiro. En un vago intento de querer apartarlo, dejé a la vista la vena de mi cuello. Sentí que las venas de su rostro se marcaban y sus colmillos salían a la luz, mientras que recordaba que hace varios días no tomaba efedra.

Deseé con mi vida que mi parte vampira esté allí.

Apenas clavó los colmillos en mi cuello, sentí que cada tejido se separaba. La sangre que bombeaba mi corazón se detenía lentamente, como si se estuviera congelando. El pulso del vampiro se aceleró, y no daba ánimos de detenerse. Mi parte humana estaba allí, logrando que me vea completamente débil ante un asesino. Grité pidiendo ayuda a Dante.

―¡Suéltame! ―sollocé del dolor. Si mi compañero no aparecía, mi fin sería ahora mismo. El vampiro reía maliciosamente, separándose de mi cuerpo para tragar de una vez la sangre, y luego volvía a clavar sus colmillos en mi vena― ¡Auxilio!

―Nadie vendrá en tu defensa, princesa ―masculló en mi oreja. Las lágrimas recorrían mis mejillas hasta caer en el suelo, mojando con lentitud la tierra seca del bosque, cuando vi que la cabeza del vampiro volaba a metros de mí. Abrí los ojos horrorizada, encontrándome con Dante a sus espaldas.

Sin dudarlo dos veces, me tiré en sus brazos, acunando mi cabeza en el hueco de su cuello, y lloré desconsoladamente.

(...)

―¿Cómo te sientes? ―me preguntó mi acompañante, cargando las mochilas en el baúl del coche. Apenas los primeros rayos de sol asomaron, decidimos emprender el viaje. Por primera vez en un año, había tenido suerte de conseguir un coche con gasolina.

Terminé de ponerme la gasa en mi herida y levanté mis pulgares, subiendo al coche. Decidimos que yo iba a conducir hasta que sea necesario, después de todo, Dante necesitaba descansar. Me incliné bajo el volante y busqué dos cables azules. Con mi navaja pelé las dos puntas y los uní, logrando poner en marcha el motor. Dante sonrió recostándose en el asiento.

Apenas saqué el coche a la autopista, sentí la adrenalina correr por mi cuerpo. Habían pasado dos horas de viaje totalmente pasivas, habíamos salido de Fort Collins hace media hora y sólo nos faltaban 760 kilómetros para llegar a la base de datos, tan sólo siete horas.

Hasta que mi herida comenzó a sangrar.

Frené el coche de golpe logrando que Dante se sobresaltara. La sangre traspasaba la gasa con la que la había cubierto, y estiré mi brazo para tomar el botiquín, que estaba en el asiento trasero. El dolor punzante me hacía rechinar los dientes y me pregunté qué mierda me estaba pasando.

―Cassie, háblame. ¿Qué te sucede? ―me preguntó Dante obligándome a mirarlo. Sus ojos marrones lograron tranquilizarme al menos un poco, hasta que nuevamente las punzadas aparecieron. Grité pisando, por equivocación, el acelerador. Dante gritó tomando el control.

―¡Relájate!

―¡No puedo!

Tragué saliva quitando mis dedos de la herida. Los observé y al verlos cubiertos de sangre, solté una exclamación.

―¡Cassie!


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