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Dakota se levantó de la cama. El joven empezó a desabrocharse la camisa y ella intentó apartar la vista. Deseaba imaginarlo como un científico aburrido en vez de como el bronceado Adonis que la había enamorado por completo hacía sólo una semana.
—Tenemos que arreglar el problema con la fundación. Tú no conoces a August. Se fia mucho de las reglas. Tú sólo llevas un día en el trabajo. No sabes hasta qué extremo acata las normas de conducta de los contratos. Hace dos años se encontró con dos empleados que salían del cine cogidos de la mano y los despidió al día siguiente. Si descubre que estamos casados, le dará un ataque y los dos perderemos el empleo. ¿Qué sentido tiene eso?
—No tiene por qué descubrirlo —repuso él, quitándose la camisa.
A pesar de su enfado, Dakota no pudo evitar mirar aquel bronceado pecho. Una oleada de deseo la invadió. Apartó la vista.
—No dará resultado. No sé mentir, Jamie.
—No tendrás que mentir —dijo él, acercándose a ella—. Sólo tienes que olvidarte de decir que te has casado.
—Pero, ¿no comprendes que todo sería mucho más fácil si no trabajáramos juntos? —insistió—. Va a ser bastante difícil adaptarnos a vivir juntos sin añadir además ese foco de tensión. Piensa en lo terrible que será tener que fingir en el trabajo que no somos más que dos extraños cuando en realidad dormimos juntos todas las noches.
Jamie sonrió con aire provocador.
—Creo que eso le pondrá un toque de aventura a nuestras vidas, querida.
La rodeó con sus brazos y la besó. Daki se esforzó por no excitarse, pero sentía que estaba perdiendo la batalla, aunque se negó a admitir su derrota.
—No es aventura. Es una locura. Una esquizofrenia —argumentó.
Jamie la miró a los ojos.
—Eh, piensa un momento en los superhéroes.
—¿Superhéroes?
—Claro. ¿Acaso ellos no son seres normales y aburridos cuando dejan su papel de aventureros? Mira a Superman y Clark Kent, por ejemplo. Y lo mejor es que nadie descubre que ambos son la misma persona.
—Jamie, Jamie. Tú estás hablando de personajes de historietas y yo de la vida real. Si uno de nosotros no renuncia, los dos terminaremos sin trabajo —lo miró muy seria—. Y ya sabes quién creo yo que debería hacerlo.
El hombre hizo caso omiso de su enfado y le acarició los hombros.
—¿Te das cuenta de lo que está pasando?
—¿Qué está pasando?
—Esta es nuestra primera pelea matrimonial.
La atrajo hacia él y le acarició la espalda.
—Y eso significa que esta es nuestra primera oportunidad de reconciliarnos con un beso —le murmuró al oído.
—Yo no quiero que nos reconciliemos —protestó ella con voz débil.
—Pero tenemos que besarnos.
—No, Jamie. No lo haremos hasta que hayamos arreglado esto.
—Dale tiempo, Daki. Como has dicho, tenemos que adaptarnos a vivir juntos. No podemos hacerlo todo en una noche. ¿Por qué no nos concentramos en los aspectos en los que ya tenemos alguna experiencia? ¿Te das cuenta de que llevamos mucho tiempo sin...?
—Suéltame, Jamie. Esto no saldrá bien. Nos estamos engañando a nosotros mismos, ¿no lo comprendes?
El hombre rehusó soltarla a pesar de sus protestas. Ella sintió unos enormes deseos de responder a sus caricias. ¿Qué locura era aquella? Decidió que toda la culpa la tenía la vendedora que le había vendido las lentillas marrones antes de su viaje a Tobago. Si no las hubiera comprado, no hubiera fingido ser alguien que no era, y en ese momento no estaría metida en aquel lío.
—Jamie, tenemos que ser razonables —suplicó.
El joven la miró muy serio.
—Escucha Dakota, me he pasado la vida siendo razonable. Razonable, previsor, reprimido, siempre pensando cien veces todo lo que iba a hacer. En cuanto a las mujeres, bueno, no puedo decir que haya tenido muchos éxitos en ese campo antes de conocerte a ti. Era la clase de hombre que si llevaba a cenar a una chica acababa por tirar la comida sobre ella o sobre mí. Y respecto a relaciones sexuales exóticas, bueno, no es que no tuviera alguna de vez en cuando, pero, para ser completamente sincero, eso ocurría muy de vez en cuando y no eran exactamente de ensueño.
Le apretó los hombros con fuerza, mientras seguía mirándola a los ojos.
—En Tobago nos ocurrió algo maravilloso. Los dos revivimos. ¿No te das cuenta? Descubrimos algo en nosotros que es excitante y maravilloso. Tú, puedes ser una reservada y correcta durante el día, pero por la noche, amor mío, eres exactamente la mujer de mis sueños.
—Oh, Jamie. Estás loco. Yo nunca he sido la mujer de los sueños de nadie. Tú ni siquiera me conoces.
—Tal vez seas tú la que no se conoce bien.
—Sí me conozco. Ese es mi problema —se golpeó el pecho—. Esta soy la verdadera yo. Soy convencional y terriblemente prudente.He fantaseado con una vida aventurera y emocionante e incluso la he puesto en práctica contigo durante un tiempo, pero, en mi vida diaria, soy tan aburrida como una solterona vieja.
Lo miró tímidamente.
—Y si quieres hablar de relaciones con el sexo contrario, bien. El último hombre con el que salí me dijo que le recordaba a su madre. Si hubiera aceptado otra cita con él, habría acabado por traerme sus calcetines para que se los remendara. Antes salí con un agente de bolsa. Cuando por fin nos fuimos juntos a la cama, se trajo su Wall Street Journal para poder leérmelo en voz alta cuando termináramos —se echó a reír—. Por todo lo que sé, tal vez incluso lo leyera mientras hacíamos el amor. Yo no abrí los ojos.
—Pues si los abrías cuando hacías el amor conmigo —dijo él—. Y yo nunca leí ningún periódico ni antes ni después de hacer el amor. ¿Eso no cuenta para nada?
La besó en los ojos y empezó a acariciarle los pechos.
—Jamie, así no iremos a ninguna parte —murmuró ella.
—¿Quieres apostar algo?
—Un hombre razonable, previsor y reprimido, ¿eh?
El se echó a reír.
—Esa es sólo la fachada, querida —dijo, desabrochándole el sujetador—. ¿Quieres entrar ahora en la ducha conmigo?
Dakota lanzó un suspiro de derrota, no sin admitir para sí misma que la derrota nunca le había parecido tan dulce.
Se abrazaron durante largo rato y luego Jamie empezó a besarle con gentileza la curva de los pechos, observando encantado cómo se endurecían sus pezones.
—Sabes muy bien.
—Es el jabón.
—En ti sabe maravilloso.
Se besaron bajo el agua de la ducha.
Las manos de él la acariciaron apasionadamente hasta que los dos se excitaron. Las caricias y los besos subieron de temperatura, él le masajeaba con mas animo los pechos, dejando un cardenal de besos desde el lóbulo de la oreja mordierndola levemente hasta la clavicula, para encontrarse en sus pezones besando y degustando del delicioso masaje que sus labios y dientes le provocaban , Dakota gemia, y se exitaba cada vez mas, no podía pensar en nada, ya los problemas en la Fundación y su ligera primera pelea matrinomial quedaban atras, solo disfrutaba del magistral toque que su esposo le daba, solo eran él y ella.
La acerco mas a él, sus sexos se rozaban, la sentía completamente lista, la amaba no solo era su cuerpo sino también toda ella, sus necedades, preocupaciones, reproches y ligeros berrinches que en las ultimas horas había descubierto, pero aun asi estaba mas que decidido a amarla más y que juntos iban a solucionar todo.
- AHHH, Jamie - gemía en su oído, él la beso y solo bastó eso para cogerla de la cintura y alzarla, complacida ella rodeo sus caderas con las piernas y la penetro sin aviso , ella grito, callándola con un corto beso y tirando de su labio inferior, seguía embistiéndola ahí en la ducha, la pego más a la loseta de la pared y continuo con su placentera agonía, era muy receptiva su mujer, empezó a mover también las caderas al compas de su ritmo mientras besaba , sus brazos alrededor de su cuello subiendo y bajando por sus cabellos en cada embestida, pronto llegaría con él tomándola firmemente de la cintura y caderas. Ambos colapsaron en ese mundo de fantasía y serenidad con la respiración agitada, se quedaron ahí, esperando que el aliento regresara, su encuentro había sido muy pasional, salvaje, algo que nunca antes los dos habían experimentado.
El mundo de fuera de la ducha se desvaneció. Ya no estaban en Seattle ni en Tobago. Estaban en un mundo propio, un mundo en el que eran los únicos habitantes. La fantasía y la realidad se mezclaron, igual que se mezclaron sus cuerpos.
Aunque no habían resuelto nada respecto al trabajo, Dakota se sentía contenta y optimista mientras se disponía a preparar algo de cenar.
Jamie entró en la cocina con una toalla enrollada a la cintura. Su cuerpo seguía húmedo por la ducha, y el pelo, desordenado, volvía a parecer la melena salvaje cobriza.
Dakota se volvió a mirarlo.
—Me temo que tendremos que comer huevos revueltos. No hay mucho más. Tendremos que ir de compras.
—Iremos juntos. Será agradable —dijo él.
—Supongo que podemos ir mañana después del trabajo.
Jamie cruzó la habitación y la abrazó estrechamente. La toalla se cayó al suelo. No eran huevos revueltos lo que quería.
—Eres insaciable —murmuró ella, con una mezcla de nerviosismo y placer.
—Nunca he hecho el amor en la cocina —susurró él, mordiéndole el lóbulo de la oreja.
—Jamie, esto es una locura.
—Lo sé.
Le quitó la bata y la tumbó en el suelo. La joven soltó un gemido. El contraste entre la frialdad del suelo y el cálido cuerpo de él le producía un placer insoportable.
En ese momento sonó el timbre de la puerta. Dakota miró a Jamie alarmada.